Querido amigo: Como sabes, cuando me marché junto al Padre después de la Resurrección, le prometí a mis Apóstoles, y a todo el grupo de mis amigos, que les enviaría el Espíritu Santo, que era el ALMA de ese Cuerpo ya formado de la Familia de los Hijos de Dios, que es la Iglesia. Pentecostés fue esa gran efusión que hicimos sobre los que tenían que sembrar por todo el mundo la semilla del Reino de los Cielos. Todos tenían que trasmitir lo que Yo les había enseñado, pero estaban acobardados, les faltaba los últimos retoques para ser instrumentos recios y valientes ante un mundo hostil, duro de corazón, que a Mí me había llevado a la Cruz. Y esa Efusión a manos llenas colmó sus almas de los dones que habrían de facilitarles la gran misión de evangelizar, y darían muchos frutos. Y así empezó la Iglesia
Pero quiero decirte que esa venida del Espíritu Santo no fue algo ocasional, un hecho histórico aislado. El Espíritu Santo, ese Espíritu de Amor que existe entre Mi Padre y Yo, está siempre dispuesto para encender con fuego abrasador el alma, los corazones de todos los que quieran recibirlo y lo pidan con fe. Hoy el mundo no está mejor que en aquel primer Pentecostés. Tú necesitas la ayuda del Espíritu, la Iglesia entera necesita una gran EFUSIÓN DEL ESPIRITU. Y hay que abrir el alma para dejarlo entrar. Hay que pedirlo con fuerza. Debes tú, y todos, sentir la necesidad de su ayuda, de sus dones, de su fuerza arrolladora que pueda haceros verdaderos apóstoles en este mundo que está reseco, hambriento, frío, necesitado de paz, amor y alegría.
Este Pentecostés ha de ser la jornada de la oración comunitaria elevada al cielo para decir con toda el alma: ¡¡¡VEN ESPÍRITU SANTO!!! Te necesitamos. No somos nada sin ti. La Iglesia tiene que poner en marcha una nueva evangelización. Los hombres han de descubrir a Dios y amarle con todo el corazón. Yo te animo a que reces esta oración tan preciosa de la Misa de Pentecostés. En ella se recogen las verdaderas necesidades de los hombres, y la maravillosa disposición del Espíritu para encenderos de amor y de entrega. Di con fe profunda y sincera:
Ven, Espíritu Santo,
y envía desde el cielo
un rayo de tu luz.
Ven, Padre de los pobres,
ven a darnos tus dones,
ven a darnos tu luz.
Consolador lleno de bondad,
dulce huésped del alma,
suave alivio de los hombres.
Tú eres el descanso en el trabajo,
templanza de las pasiones,
alegría en nuestro llanto.
Penetra con tu santa luz
en lo más íntimo
del corazón de tus fieles.
Sin tu ayuda divina
no hay nada en el hombre,
nada que sea inocente.
Lava nuestras manchas,
riega nuestra aridez,
cura nuestras heridas.
Suaviza nuestra dureza,
elimina con tu calor nuestra frialdad,
corrige nuestros desvíos.
Concede a tus fieles,
que confían en ti,
tus siete dones sagrados.
Premia nuestra virtud,
salva nuestras almas,
danos la eterna alegría. Amén.
Y ahora contempla esta imagen. Nace el sol sobre el mar, y lo llena todo de luz y belleza. Así vendrá a ti, como llamarada de fuego, el Espíritu que Yo te mando, y su reflejo intenso quedará impreso en la orilla de tu alma. HAY QUE NACER DEL AGUA Y DEL ESPIRITU. HAY QUE NACER DEL ESPRITU DE DIOS.
Levanta tus manos al cielo y clama sin cesar: ¡VEN ESPÍRITU SANTO! ¡Te necesito! ¡No soy nada sin Ti! Quiero ser un instrumento de tu paz y de tu amor. Pero ayúdame con tus siete dones y que broten Tus frutos en mi vida.
Querido amigo, te dejo meditando esta grandeza. No desaproveches la oportunidad de VOLVER A NACER.
Tu amigo Jesús
Por la trascripción
Juan García Inza
juangainza@hotmail.com
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