lunes, 31 de mayo de 2021

El tributo a César

 


El tributo a César

Martes 1 de junio

¡Paz y Bien!

Evangelio

Marcos 12, 13-17

En aquel tiempo, los sumos sacerdotes, los escribas y los ancianos le enviaron a Jesús unos fariseos y unos partidarios de Herodes, para hacerle una pregunta capciosa. Se acercaron, pues, a él y le dijeron: "Maestro, sabemos que eres sincero y que no te importa lo que diga la gente, porque no tratas de adular a los hombres, sino que enseñas con toda verdad, el camino de Dios. ¿Está permitido o no, pagarle el tributo al César? ¿Se lo damos o no se lo damos?".

Jesús, notando su hipocresía, les dijo: "¿Por qué me ponen una trampa? Tráiganme una moneda para que yo la vea". Se la trajeron y él les preguntó: "¿De quién es la imagen y el nombre que lleva escrito?" Le contestaron: "Del César". Entonces les respondió Jesús: "Den al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios". Y los dejó admirados.

Palabra del Señor

Reflexión

A veces podemos caer en la tentación de pensar que el Evangelio y la vida cristiana se reducen a la mera vida espiritual. El evangelio de hoy nos muestra que esto no es así. La vida del Evangelio toca todas las áreas de la vida y entre ellas la económica y la de la justicia.

Hemos escuchado a Jesús dec

Liturgia de la Palabra:



Liturgia de la Palabra:

01/06/2021
Martes de la novena semana de Tiempo Ordinario.
PRIMERA LECTURA
Permanecí sin ver.
Lectura del libro de Tobías 2, 9-14
Yo, Tobit, en la noche de Pentecostés, después de enterrar el cadáver, salí al patio y me recosté en la tapia, con la cara descubierta porque hacía calor. No había advertido que sobre la tapia, encima de mí, había gorriones. Sus excrementos caliente me cayeron sobre los ojos y me produjeron unas manchas blanquecinas.
Acudí a lo médicos para que me curaran; pero cuanto más remedios me aplicaban, más vista perdía a causa de las manchas; hasta que termine totalmente ciego. Cuatro años permanecí sin ver. Todos mis parientes se mostraron afligidos. Ajicar me cuidó durante dos años, hasta que marchó a Elimaida.
En tal situación, para obtener algún dinero, mi mujer, Ana, tuvo que trabajar en labores femeninas tejiendo lanas. Los clientes le abonaban el precio a la entrega del trabajo. Un día, el siete de marzo, terminó una pieza de tela y la entregó a los clientes. Estos, además de darle toda la paga, le regalaron un cabrito. Cuando ella entró en casa, el cabrito se puso a balar.
Yo entonces llamé a mi mujer y le pregunté:
«¿De dónde ha salido ese cabrito? ¿No será robado? Devuélveselo a su dueño. No podemos comer cosas robadas».
Ella me aseguró:
«Es un regalo que me han hecho además de pagarme».
No la creí y, avergonzado por su comportamiento, insistí en que se lo devolviera a su dueño.
Entonces ella me replicó:
«¿Dónde están tus limosnas y buenas obras? Ya ves de que te han servido».
Palabra de Dios.

SALMO RESPONSORIAL 111, 1-2. 7-8.9
R. El corazón del justo está firme en el Señor.
Dichoso quien teme al Señor
y ama de corazón sus mandatos.
Su linaje será poderoso en la tierra,
La descendencia del justo será bendita. R.
No temerá las malas noticias,
su corazón está firme en el Señor.
Su corazón está seguro, sin temor,
hasta que vea derrotados a sus enemigos. R.
Reparte limosna a los pobres;
su caridad dura por siempre
y alzará la frente con dignidad. R.

Liturgia de las horas P. Paco Rebollo SIERVOS DEL DIVINO AMOR. OFICIO DE LECTURA, LAUDES, HORAS INTERMEDIAS, VÍSPERAS Y COMPLETAS. 1 DE JUNIO MARTES IX DEL T. ORDINARIO SAN JUSTINO MÁRTIR


Del Común de un mártir - Salterio I

 

SAN JUSTINO, mártir. (MEMORIA)

 

Justino, filósofo y mártir, nació a principios del siglo II en Flavia Neápolis (Nablus), la antigua Siquem, en Samaria, de familia pagana. Una vez convertido a la fe, escribió profusamente en defensa de la religión, aunque sólo se conservan de él dos «Apologías» y el «Diálogo con Trifón». Abrió una escuela en Roma, en la que sostuvo públicas disputas. Sufrió el martirio, junto con sus compañeros, en tiempos de Marco Aurelio, hacia el año 165.

 

OFICIO DE LECTURA

 

Si el Oficio de Lectura es la primera oración del día:

 

V. Señor abre mis labios

R. Y mi boca proclamará tu alabanza

 

Se añade el Salmo del Invitatorio con la siguiente antífona:

 

Ant. Venid, adoremos al Señor, rey de los mártires.

 

 

Salmo 94 INVITACIÓN A LA ALABANZA DIVINA

 

Venid, aclamemos al Señor,

demos vítores a la Roca que nos salva;

entremos a su presencia dándole gracias,

aclamándolo con cantos.

 

Porque el Señor es un Dios grande,

soberano de todos los dioses:

tiene en su mano las simas de la tierra,

son suyas las cumbres de los montes;

suyo es el mar, porque él lo hizo,

la tierra firme que modelaron sus manos.

 

Venid, postrémonos por tierra,

bendiciendo al Señor, creador nuestro.

Porque él es nuestro Dios,

y nosotros su pueblo,

el rebaño que él guía.

 

Ojalá escuchéis hoy su voz:

«No endurezcáis el corazón como en Meribá,

como el día de Masá en el desierto;

cuando vuestros padres me pusieron a prueba

y dudaron de mí, aunque habían visto mis obras.

 

Durante cuarenta años

aquella generación me repugnó, y dije:

Es un pueblo de corazón extraviado,

que no reconoce mi camino;

por eso he jurado en mi cólera

que no entrarán en mi descanso»

 

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.

Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

 

Si antes del Oficio de lectura se ha rezado ya alguna otra Hora:

 

V. Dios mío, ven en mi auxilio

R. Señor, date prisa en socorrerme. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.

Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.

 

 

Himno: TESTIGOS DE AMOR

 

Testigos de amor

de Cristo Señor,

mártires santos.

 

Rosales en flor

de Cristo el olor,

mártires santos.

 

Palabras en luz

de Cristo Jesús,

mártires santos.

 

Corona inmortal

del Cristo total,

mártires santos. Amén.

 

SALMODIA

Palabra de Dios diaria. P. Francisco J. Rebollo Leòn LECTURAS DEL MARTES IX DEL T. ORDINARIO 1 DE JUNIO SAN JUSTINO MÁRTIR (ROJO) "Den al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios".

 





ANTÍFONA DE ENTRADA     Cfr. Sal 118, 85. 46

Los soberbios me tendieron trampas, y no hicieron caso de tu ley. Hablaré de tus preceptos ante los
poderosos y no me avergonzaré.

ORACIÓN COLECTA

Dios nuestro, que por la locura de la cruz enseñaste admirablemente al mártir san Justino la incomparable sabiduría de Jesucristo, concédenos, por su intercesión, que, rechazando los engaños del error, obtengamos la firmeza de la fe. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.

LITURGIA DE LA PALABRA

Estuve privado de la vista.

Del libro de Tobías: 2, 9-14

Aquella noche, después de enterrar el cadáver, me bañé, salí al patio de mi casa y me quedé dormido junto a la pared, con la cara descubierta, pues hacía calor. Yo no sabía que arriba, en la pared, había unos pájaros. Su estiércol caliente me cayó en los ojos y se me formaron unas manchas blancas.

Reflexión 151: Parentesco espiritual

 



Reflexiones diarias sobre la Divina Misericordia
365 días con santa Faustina

Reflexión 151: Parentesco espiritual

Para estar verdaderamente cerca de otra persona y comprenderla en un nivel profundo, ¿es necesario hablar continuamente y compartir cada detalle de su mente y corazón? No si ambas almas están íntimamente unidas a Dios. En ese caso, hay que decir muy poco para que cada uno reconozca una unidad compartida y comprenda al otro. Cuando Dios está vivo en cada persona, es su presencia la que los une y les permite conocer al otro. Esto produce la bendición de un parentesco espiritual que nunca podría lograrse de otra manera, ni siquiera después de años de hablar y compartir constantemente. La unidad que proviene de un conocimiento compartido de Dios es muy superior y mucho más eficaz para establecer una hermosa amistad que cualquier otro medio (ver Diario # 768).

Piense en sus amistades. ¿Cuál es la base de esas relaciones? Con suerte, sus amistades se basan en su vida de fe y amor por Dios. Reflexione sobre la facilidad con la que puede hablar de su fe con sus amigos. Si bien es bueno ofrecer amistad y amor a todas las personas, también es saludable buscar a aquellos con quienes puedas compartir un parentesco espiritual. Permita que el Espíritu Santo lo atraiga hacia otros con quienes pueda compartir esta profundidad de amor y amistad espiritual y el Señor lo bendecirá con una abundancia de Su Misericordia a través de ellos.

Señor, te agradezco por el regalo de aquellas personas en mi vida que tienen una gran fe en ti. Ayúdame a confiar en esas amistades y, en ellas, a descubrir Tu Corazón misericordioso. Ayúdame también a ser un instrumento de misericordia para todos los que has puesto en mi vida. Señor, eres mi mejor amigo y te agradezco por este precioso regalo de tu amistad y tu amor por mí. Jesús, en Ti confío. 



Alegría ante la presencia del Señor Lunes, 31 de mayo de 2021 Fiesta de la Visitación de la Santísima Virgen María

 



Reflexiones diarias católicas

¡Mi vida católica!

Alegría ante la presencia del Señor
Lunes, 31 de mayo de 2021

Fiesta de la Visitación de la Santísima Virgen María

Lecturas para hoy

María partió y viajó apresuradamente a la región montañosa a un pueblo de Judá, donde entró en la casa de Zacarías y saludó a Isabel. Cuando Isabel escuchó el saludo de María, la criatura saltó en su vientre, y Isabel, llena del Espíritu Santo, gritó en voz alta y dijo: "Bendita tú eres entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre". Lucas 1: 39–42

La hermosa fiesta que celebramos hoy representa dos embarazos milagrosos. Uno se produjo por la sombra del Espíritu Santo. El otro fue la concepción milagrosa en el útero de una mujer que estaba avanzada en años. El pasaje de las Escrituras citado anteriormente nos presenta el encuentro inicial de María e Isabel cuando se saludaban a la llegada de María. Mary había viajado una gran distancia para estar con su prima durante los últimos meses del embarazo de Elizabeth. Y al saludar a Isabel, ocurrió otro evento milagroso. El bebé en el vientre de Isabel, San Juan Bautista, "saltó de alegría". Por lo tanto, incluso antes de su nacimiento, Juan comenzó a cumplir su misión única de preparar el camino para el Señor. Lo hizo en ese momento inspirando a su propia madre, Elizabeth,

Considere, especialmente, las conversaciones que estas dos santas mujeres habrían compartido durante los meses que estuvieron juntas. Aunque solo se nos da una pequeña idea de su conversación inicial de las Escrituras, podemos estar seguros de que esto fue solo una pequeña muestra de lo que habrían discutido con mucho detalle en oración. En particular, sus conversaciones habrían contenido un compartir mutuo del don espiritual de la alegría.

La alegría es mucho más que una emoción. Es de naturaleza espiritual. No es solo una experiencia de algo divertido, es la experiencia de darse cuenta de la acción de Dios en su vida. Ver a Dios obrar de maneras maravillosas conduce a la gratitud y al regocijo. Esta alegría produce una fuerza y ​​una energía que es contagiosa y edificante.

Todos debemos esforzarnos por ver la mano de Dios obrando en nuestras propias vidas para que nuestro enfoque en Sus acciones divinas también produzca gozo. Necesitamos alegría. Necesitamos ser fortalecidos por este don para que seamos animados y fortalecidos mientras nos esforzamos diariamente por cumplir Su voluntad.

Reflexione hoy sobre el testimonio de alegría que nos dan estas dos santas mujeres. Sepa que está llamado a compartir el mismo gozo al volver humildemente su atención a las formas en que Dios lo ha bendecido. Si descubre que le falta alegría en la vida, considere dónde permite que su mente divague a lo largo del día. ¿Te detienes en el pasado, en las heridas, en los problemas y cosas por el estilo? Si es así, estos pensamientos indudablemente conducirán a la depresión y posiblemente incluso a la desesperación. Trate de volver su mente a la acción de Dios en su vida. Vea las muchas bendiciones que se le han dado y disfrute de esas acciones divinas. Hacerlo te llevará a regocijarte con Santa Isabel y nuestra Santísima Madre.

Mi santo niño Jesús, mientras morabas en el vientre sagrado de tu querida madre, tu presencia causó mucho regocijo en su corazón y en los corazones de Isabel y Juan. Ayúdame a ver Tu presencia en nuestro mundo y en mi vida para que yo también me llene del gozo de tu presencia constante en mí. Jesús, en Ti confío.





Misa de hoy ⛪ Lunes 31 de Mayo de 2021, Padre Luis Vivó - Tele VID

May 31 2021, Angelus and Rosary,

La Visitación de Ntra.Sra. a Santa Isabel 31 de Mayo

 


La Visitación de Ntra.Sra. a Santa Isabel 31 de Mayo


"He aquí la esclava del Señor..." Imaginad a María. En el pequeño cuarto de su casa nazarena, donde aún queda el aire removido por las alas del ángel. Fuera, en la calle, seguirían los ruidos mínimos y familiares. El zurear de las palomas en el alero, el grito de los pájaros, el chorro de una fuente, el sol sobre la hierba —misterioso ruido de alegría vital que sólo escuchan los ángeles—... La estancia, ya vacía. Pero el corazón de la Doncella lleno de cosas que empiezan. Ella, en la penumbra, bajo la sombra del Espíritu Santo que la cubre como unas alas. Ella, aún con los ojos cerrados, apretados fuertemente para que no se le escape el misterio. Ella, aún con las manos sobre el regazo, junto a la artesa, la tinaja o la masa que enleudar.

 —Y mira —ha dicho el ángel—, también Isabel, tu pariente, ha concebido un hijo en edad avanzada, y éste es ya el sexto mes para ella, que es considerada como estéril. Porque para Dios no hay imposibles.

 ¡Qué lluvia de prodigios, Señor!, suspirará María desde dentro. Isabel, anciana, esperando un hijo. Cuando María abra los ojos y vuelva así la luz a la sala, y entre el sol por la ventana hasta su cuerpo reclinado; cuando María vuelva de su lejanía, allá donde ha dicho “sí” sencillamente, la vida estará esperando para reanudarse. María tendrá un primer suspiro, una primera ternura para Aquello que está en Ella. ¿Imagináis este despertar especial de esa ternura, cómo llenaría el corazón de la Doncella? Luego, al volver a la casa, al trabajo, a la pieza de hilo o al abrevar de los corderos, María pensaría en Isabel.

 Por aquellos días —dice el santo cronista Lucas— partió María y se dirigió aceleradamente a la montaña, a una ciudad de Judá..."

 Por aquellos días... ¡Lástima de parquedad del evangelista! ¡Lástima de no poder asomarnos a lo que pasaba en el corazón de la Señora "por aquellos días"! ¡Lástima de quedarnos a obscuras sin la luz de aquel tiempo! Por aquellos días la Doncella sentiría un renovarse del espíritu y de la sangre. Lo hemos visto en nuestro hogar de seglares, de padres de familia. Pasada la alegría algo inconsciente de las primeras fechas del matrimonio, llega un día lleno de temblores y de júbilos. Es, ya, la certeza de ese hijo del amor que viene a santificar el amor. Y empieza para nosotros, hombres vulgares, una etapa nueva, incomprensible hasta entonces: sabernos padres, saber en camino al fruto de la ternura santificada, nos va a dar una nueva dimensión, la de la gravedad, la de la hondura, la de una madurez que sólo nos trae la plenitud de la vida. Pues si esto es en nosotros, hombres de hoy, hombres del mundo, ¿qué ocurriría en el corazón de la Señora, de aquella que fue elegida para ser corredentora, de aquella en cuya casa se hospedaría el Señor? Esta nueva gracia sobre María, ¡qué hermosa luz daría a su rostro! Sus ojos serían más suaves y como más ausentes, su paso más ingrávido, sus manos más palomas, su amor tan ancho y tan alto, que las dimensiones del universo no podrían contenerlo. No es ya la madurez comenzada de la eternidad. Es que ese hijo es Dios mismo, es el Mesías prometido. Casi pienso que el corazón le dolería a la Doncella, incapaz de contener tanto amor. Y ya entonces tendría que empezar a amarnos a nosotros, incluso a los hombres que aún no existíamos, porque Ella no podría guardar dentro toda aquella necesidad de darse.

 Sí. Por aquellos días. María tendría pronto preparada su ropa, el hatillo y el velo que cubriría su rostro del sol de la montaña. Quizá marcharía con un grupo de peregrinos, de los que iban para la Pascua en Jerusalén. Una tierna teoría antigua nos quiere pintar a María marchando por los caminos de Judea con una escolta de ángeles. Como si los ángeles fuesen cuidando de su paso, quitándole las piedrecillas hirientes, los guijos puntiagudos, el calor y la sed, los cardos y la arena ardiente. Es una tierna teoría antigua. ¿Para qué iba a necesitar María del oficio de los ángeles, si Ella llevaba en su corazón, dentro de sí misma, a Aquel que era ya la alegría del mundo a través de la alegría de la Señora? ¿Para que más compañía y más amparo que los del mismo Dios? ¿Y acaso María iba a renunciar a la sed y al calor, a la fatiga y a las piedras? ¿Acaso podemos comprenderla a Ella hurtándose de los dolores de este mundo, Ella que va a ser la Señora del Dolor más intenso? Imaginemos mejor a María caminando hacia la casa de Isabel, a ratos en soledad —aparente— del camino, a ratos marchando con Samuel, el carpintero, o Jacob, el herrero, o Felipe, el labrador de Nazaret.

 "También Isabel", ha dicho el ángel. ¿También? La Doncella pensaría, sin duda, todas aquellas palabras, y no dejaría de ver que el "también" suponía alguna relación entre lo ocurrido en Isabel y lo ocurrido en Ella misma. Y tal vez por eso María va "aceleradamente". ¡Qué pocas veces se rompe la sobriedad narrativa de los evangelistas para darnos esta matización de la circunstancia! Aceleradamente, con prisa, María hace el camino hasta la casa de su prima. Por un lado, para expresar a Isabel su alegría de pariente. Pero, sobre todo, para dar cauce a esta alegría inmensa que la llena. ¿Cómo era posible tener esto guardado en el corazón sin compartirlo con nadie? Esto es amor: compartir, dar sobre todo, sin pedir nada o muy poco a cambio. Ama más quien más da. Son así las matemáticas de Dios, que hacen más rico a aquel que se empobrece dando que al que se ha enriquecido recibiendo. Habría, sin duda, cierto temor de María a comunicar, sin más ni más, la razón de su júbilo a Isabel. Pero algo le haría esperar —aquel "también"— que la comunicación sería fácil. Isabel, en mes sexto de su buena esperanza, quizá supiese comprender sólo con ver el brillo sobrenatural de los ojos de María. En tanto, María sigue su camino, dejando atrás la llanura de Esdrelón, amasando en su espíritu todas aquellas cosas extraordinarias. Cuatro o cinco días de viaje. Dormir, quizá, mirando a las estrellas, sobre la paja de una era, al lado de un camino, resguardada de la brisa fresca por unas rocas, escuchando el gran silencio de la noche que Ella llenaría con el eco misterioso de sus dos corazones, el propio y el de su Hijo, que María ya estaría escuchando en sus ansias. Días y noches para acunar su alegría, para asomarse a sí misma como a un pozo que escondiera toda la frescura del mundo. Un pozo donde el mundo podrá calmar pronto toda su sed.

 Y, al fin, en casa de Isabel. Quizá alguna vecina la viese llegar por la ladera. "¿No es aquélla María, tu pariente?" Quizá Isabel sentiría una súbita necesidad de salir bajo el emparrado y colocar su mano como visera sobre sus ojos y sonreír luego con el júbilo del reconocimiento.

 María "entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel", sigue San Lucas. Sería un saludo respetuoso, por los años de Isabel y por el afecto, el viejo saludo tradicional de Palestina: "La paz sea contigo, Isabel". Pero ya, aquí, en este momento, el prodigio. Isabel siente algo. Algo que no le dicen la sangre ni la carne, sino Aquel que está en los cielos y para el cual nada es imposible. Por primera vez el Mesías va a ser reconocido. Isabel siente que aquel hijo que va en el sexto mes y que, según la profecía del ángel a Zacarías, está lleno del Espíritu Santo desde el seno de su madre, salta en su vientre, como un niño que brinca de alegría. Y "ella misma —dice San Lucas— se sintió llena del Espíritu Santo". Isabel ve a María, se mira en sus ojos anchos y prodigiosos, entra por ellos hasta el misterio que trae escondido la Doncella. Y exclama en alta voz

 "¡Bendita eres tú entre las mujeres, y bendito es el fruto de tu vientre! ¿De dónde se me concede que la Madre de mi Señor venga a mí? He aquí que tan pronto como tu voz ha resonado en mis oídos, ha saltado el niño en mi seno. Bienaventurada tú, que has creído que se cumplirán las cosas que se te han dicho de parte del Señor!"

 Hay un desatarse del júbilo de Isabel. ¿Qué ha visto la anciana en aquella muchacha para bendecirla "entre todas las mujeres"? ¿Qué luz llevan los ojos de María? ¿Qué misterioso mensaje ha recibido Isabel, en inspiración súbita del Espíritu Santo? Esta es, sin duda, la fuente de su conocimiento. Sólo así pudo Isabel saber que su prima María esperaba un Hijo, y que ese Hijo no era un niño como los demás. Hay, en este acontecer de las cosas, una fulgurante dilación poética, que va encajándolas en una sorprendente armonía. Dios no sólo escribe la historia, no sólo la inventa, sino que, además —y es lógico que así sea—, lo hace con una delicadísima belleza, mezclando las encantadoras cosas cotidianas con las cosas celestes. Y, así, las personas que van cruzando por esa realista pantalla cinematográfica que es el Evangelio son seres suspendidos entre el cielo y la tierra, con sus ventanas abiertas siempre al prodigio.

 ¿Veis cómo Isabel rinde homenaje a María, su jovencísima prima? Los saltos de Juan el Bautista en el seno de su madre son el primer signo de una expectación humana ante el Mesías que ya viene, que necesitará que sus caminos sean allanados para que la Verdad camine fácilmente y encuentre eco en los corazones endurecidos de los hombres.

 Pero ved cómo Dios mismo quiere, además, evitar a la Señora la explicación de algo inexplicable. ¿Qué palabras podría usar María para decirle a Isabel que el Mesías estaba ya en su seno? ¿Podía tal prodigio ser explicado con las pequeñas palabras humanas, las que nos sirven para pesar, contar y medir, para dar razón apenas de los actos humanos? Dios se adelanta al rubor de María y hace conocer a Isabel, portentosamente, lo ocurrido. Como un ángel llegará a José más tarde para detenerle en su angustiado proyecto de abandonar a la Doncella, para decirle: "No tengas recelo en recibir a María, tu esposa, en tu casa, porque lo que ha concebido es obra del Espíritu Santo". Dios mismo va delante de María, abriendo también ante ella los caminos.

 Y viene ahora el más largo párrafo que conocemos de María. Nunca más recogerá el Evangelio tantas palabras suyas, Casi siempre, María va junto a Jesús como una sombra silenciosa. Imaginamos que hablaría poco, porque Ella y Jesús se entenderían fácilmente sin necesidad de largos parlamentos. ¿Recordáis la súplica tan breve, tan concisa, en las bodas de Caná? Ella siempre irá así, como un árbol deseando extender el cobijo de sus brazos para dar a Jesús un poquito de sombra fresca, como una ánfora en un rincón, como una sonrisa de infinito amor a la que, más de una vez, habrá de volverse Jesús.

 Pero ahora, no. Ahora el santo cronista va a recogernos para siempre una de las páginas mas hermosas del Evangelio. El cántico del Magnificat:

 "—Mi alma glorifica al Señor —dice María—, y mi espíritu está transportado de gozo en Dios, mi Salvador.

 —Porque ha puesto los ojos en la bajeza de su esclava; por eso, desde ahora, me llamarán bienaventurada todas las generaciones.

 —Algo grande ha hecho conmigo el Poderoso y cuyo nombre es Santo.

 —Su misericordia perdura de generación en generación para los que le temen.

 —Muestra su brazo potente, desbarata a los soberbios en los deseos de su corazón.

 —A los poderosos los derriba del trono, a los humildes los ensalza, a los hambrientos los sacia de bienes, a los ricos los despide sin nada.

 —Ha tomado bajo su amparo a Israel, su siervo, acordándose en su misericordia, según lo prometió a nuestros padres, Abraham y su progenie, por siempre jamás.

 Es una hora nueva en el reloj que mide la existencia humana de la Señora. Una existencia que va a estar apretada de tantas y tantas horas densas. Porque María ha conocido la hora de la aceptación en la visita del ángel a su humilde casa nazarena; y aceptación será ya toda su existencia, dedicada tan sólo a Jesús: a atenderle de niño, a verle crecer, a verle sonreír y abstraerse, a verle prosperar en sabiduría y gracia, a seguirle luego humildemente por los caminos de toda Palestina... María conocerá la hora de la soledad cuando el Hijo alguna vez esté distante, en país tan hostil que recibe mal a sus propios profetas; y la soledad, sobre todo; cuando Jesús ascienda a los cielos finalmente y Ella aún pase años de existencia humana suspirando por volver junto a su Hijo, esperando con ansias la hora de la Dormición. María conocerá la hora tremenda del dolor cuando todos menos Ella abandonen a Cristo, cuando todos le nieguen, cuando el mundo se vuelva enloquecido, furioso, bárbaro, criminal, contra Aquel que no venía sino a dar liberación eterna a los hombres pecadores; la terrible hora en que María llorará con el Hijo, en el huerto, y estará a su lado, junto a los salivazos y las blasfemias, junto a la negación y el máximo horror de este mundo. María conocerá la hora de la felicidad cuando, ante sus lágrimas sonrientes, respetando milagrosamente su virginidad, tenga ante sí el cuerpecillo desvalido del Niño, aquella noche honda y misteriosa de Belén, aquella noche en que también habrá dolor —dolor por la ignorancia del mundo—, pero sobre todo la alegría de que el Mesías esté entre nosotros, y de que ese Mesías haya dado a la Doncella el honor de alimentarse en su seno.

 Pero ahora es un momento distinto. Hora para el júbilo, para la alegría que desata la lengua y parece rodear a la Señora de una luz que no es de este mundo. Ahora necesita decir con palabras, con las más hermosas palabras, que Ella acepta, junto al dolor, junto a la soledad, junto a tantas cosas, también la gloria de esta Maternidad.

 Y véase que lo primero que hace María es dar gracias —"Mi alma glorifica al Señor..."— en un perfecto modo de decir "gracias", que es reconociendo, al mismo tiempo, la grandeza del Señor y dándole alabanza. "Mi espíritu está transportado de gozo". ¿Veis cómo era imposible que el corazón de María guardase tanta alegría para sí? ¿Veis cómo era necesario dejar al viento aquel júbilo, para que el viento lo llevase sobre los caminos secos del mundo? ¿Es tan imposible pensar que, en aquel momento, todos los hombres que existían sobre la tierra debieron sentir un escalofrío de alegría incomprensible?

 Pero apenas ha dado gracias, al tiempo que da la razón de su cántico. María dice algo maravilloso: "porque ha puesto sus ojos en la bajeza de su esclava". ¡Señor, Señor! ¡Si esta criatura puede llamarse a sí misma "esclava", si puede hablar de su "bajeza", qué locos, qué ciegos, qué sordos somos los hombres cuando la vanidad se nos sube a la cabeza como un vino fácil, cuando creemos ser lo que no somos, cuando no sentimos a cada instante humillado el espíritu por el conocimiento de nuestra limitación humana!

 Apunta Williams con acierto que muchas personas conciben la humildad como una especie de modestia, que se traduce, en último término, en un estado de encogimiento ante los hombres. Y otros toman como humildad un como estar avergonzados ante Dios. Pero la esencia de la humildad no es eso: es doblegarse en las cosas de la vida a lo que se reconoce como voluntad del Altísimo. Por eso, dice Williams, la mirada de los humildes está dirigida siempre en primer término a Dios.

 María no es humilde porque se considere más baja que los restantes hombres. Sino porque, como ser humano, se reconoce tan pequeña al lado del Creador. Y al aceptar su gloria, al aceptar esta hora del júbilo, no pierde su perspectiva humana. Se sigue sabiendo mujer, sigue diciendo que todo el mérito de su actual grandeza está en la voluntad del Señor. Esta es la perfecta humildad.

 Ni se confunda humildad con ignorancia. Que María sabe exactamente lo que le ocurre está bien claro. "Algo grande ha hecho conmigo el Poderoso", dice. Y aún añade: "Desde ahora me llamarán bienaventurada..." María sabe, pues, que ese Hijo que lleva en sí es el Mesías. El Evangelio no nos cuenta "todo" de la vida de María. Deja largos espacios de tiempo y muchos sucesos posibles sin narrar. Y es natural que María, que tenía a Dios en sí misma, tuviese una fácil comunicación con el Padre, obrase siempre inspirada por Él. Lo mismo que por Él fue preservada de pecado original, preparada así para su Maternidad desde el principio de los tiempos.

 Tras expresar, tan humildemente, su alegría y su aceptación, junto al conocimiento perfecto del prodigio que en Ella se ha obrado, las palabras siguientes de María son para la confianza. Reconoce que la misericordia de Dios "perdura de generación en generación para los que le temen". ¿Verdad que María parece hablar, a veces, en nombre de todos nosotros, sus hijos, especialmente de los justos? ¿Acaso no es lo mismo que dice el salmista y que dirán los santos, al expresar su confianza en que su amor a Dios, la verdad de sus vidas, les llevarán a las puertas de la misericordia divina? La virtud, ciertamente, tendrá siempre el premio de Dios.

 Y en María esta esperanza está madurada. No sólo por la pureza de su propia vida, sin posibilidad de pecado. Por el conocimiento de su virtud. Sino también porque esa madurez espiritual, que está en María desde su origen, viene reforzada por la voluntad divina: "Ha puesto sus ojos en mí", dice la Doncella. ¿Veis los ojos del Padre, tan capaces —seguro— de sonreír, complaciéndose en la belleza, en la gracia, en la santidad de aquella muchachita judía? ¡Con qué amor habría preparado Dios el nacimiento de esta criatura! ¡Con qué infinita delicadeza pensaría su alma y su cuerpo! Pensad en los orfebres españoles, en Arfe y en tantos otros, tallando durante años aquellas portentosas custodias. Fundiendo la plata y el oro, y encargando las más hermosas perlas y los diamantes más limpios. Y soñando con formas esbeltas, con gracia de campanillas, con brillos cegadores para hacer las custodias. Pues Ella, María, primera custodia, la más grande Custodia de nuestro Dios.

 Cuando se escribe de María, de la vida de María, de los dolores o los gozos de María, los hombres nos sabemos pobres e incapaces. Todo en Ella es distinto. Ella es única. Sólo Ella puede decir sus palabras, y, cuando los labios humanos las repiten —como en esa piadosa costumbre de recitar el Magnificat tras la comunión de los fieles—, los labios humanos se sonrojan. Sólo Ella, la más perfecta criatura que haya existido, puede hacer ese tremendo balance de la misericordia de Dios que nos presenta el final del cántico. Sólo Ella, la que no podía temer por su salvación. Sólo Ella podría decir cómo Dios muestra la fortaleza de su brazo, la potencia de sus músculos, el ancho abarcar de su mano ante los hombres.

 Sólo Ella podía decir cómo Dios derrumba los castillos de los soberbios y arroja a tierra sus sueños de ambición y de mandato. Sólo Ella podría decir que Dios derriba del trono a los poderosos, sin que ninguna gloria humana prospere, porque todo en este mundo es fugaz y las criaturas humanas nacen muertas, nacen con el sello de la muerte, sin que su vida sea otra cosa que un acercarse, cada vez más, hacia el fin inevitable de la humana existencia. Y, por contra, cómo Dios busca a los humildes en sus rincones de silencio y los ensalza, como en aquella parábola de Cristo, cuando los que se colocan en los últimos puestos son llamados a sentarse en la cabecera de la mesa de bodas. Hay un admirable reconocimiento de la justicia humana en los versos del Magnificat: a los ricos, a los que viven como ricos, a los que no se empobrecen en el amor de Cristo, Dios los despide sin nada, sin decirles una palabra tan sólo. Y a los pobres, a los que viven como pobres y acomodan su existencia a las normas de la evangélica pobreza, Dios los sacia de bienes.

 ¿Verdad que sólo Ella podía decir tales cosas? Porque sólo Ella estaba libre de pecado.

 Pero aún dice algo María. Nadie como Ella podría hablar, como Ella lo hace, en nombre de Israel, del pueblo elegido, de la futura cristiandad. Dios, viene a decir María, ha sabido cumplir su promesa. He aquí que por mi camino nos manda al Señor, al Mesías, al esperado, al que soñaron ver los profetas, mientras se morían de ansias y de años en la espera inútil. Este es el día, como recordará Cristo, que los profetas hubiesen querido ver. ¡Qué bien sonarían estas palabras en los oídos del Padre! Mejor que los elogios de todos los ángeles y bienaventurados.

 Cuando sonasen las últimas palabras del Magnificat —yo imagino a María, de pie, inclinada, cogida la mano de Isabel y los ojos cerrados—, cuando siguiese un tenso y expectante silencio donde los suspiros fuesen como vientos..., Dios pondría música a la letra de María, a aquella letra que evidencia tan hondo conocimiento de los Santos Libros, tanta familiaridad con la Escritura. María, hoy, junto al Padre, seguirá diciendo su Magnificat. Y en ese cántico, y en los labios que lo modulan, nosotros, los hombres, tenemos hoy la esperanza. En María, mediadora del género humano.

 JOSÉ MARÍA PÉREZ LOZANO