Vivamos la Pascua con María
“Os conviene que yo me vaya; porque si no me voy, no vendrá a vosotros el Paráclito; pero si me voy, os lo enviaré” (Jn 16, 7)
“María respondió al ángel: «¿Cómo será esto, puesto que no conozco varón?» El ángel le respondió: «El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el que ha de nacer será santo y será llamado Hijo de Dios.” (Lc 1, 34-35)
Siempre me sorprende, María, la forma en que actúa Dios. Quizá sea para que se descubra aún más su mano providente, la fuerza de su poder, para que no nos confundamos con nuestras propias proyecciones pretenciosas.
Jesús pone como condición necesaria para recibir el Espíritu despojarse de su presencia. Parecería, según nuestro modo de pensar, que lo lógico es que Él siguiera con los suyos y les infundiera, generoso, los dones necesarios para hacerlos misioneros, testigos evangelizadores. Sin embargo, afirma: “Os conviene que yo me vaya”.
En esa condición un tanto paradójica, contemplo la escena en la que el evangelista San Lucas describe el anuncio del ángel y tú le expusiste tu proyecto de vida,
como posible dificultad a lo que él te comunicaba. Sin embargo, la renuncia a tu decisión de no conocer varón hizo posible tu maternidad.
¡Tantas veces somos llevados al límite de nuestras fuerzas, para que experimentemos el poder del Señor! San Pablo nos narra su experiencia: “Para que no me engría con la sublimidad de esas revelaciones, fue dado un aguijón a mi carne, un ángel de Satanás que me abofetea para que no me engría. Por este motivo tres veces rogué al Señor que se alejase de mí. Pero él me dijo: «Mi gracia te basta, que mi fuerza se muestra perfecta en la flaqueza». Por tanto, con sumo gusto seguiré gloriándome sobre todo en mis flaquezas, para que habite en mí la fuerza de Cristo.” (2 Co 12, 7-9)
Hoy se valora la eficacia, la rentabilidad, lo positivo. Nos convertimos, de alguna manera, en activistas del Evangelio. Mirándote a ti, aprendemos la ley de la
fecundidad, no por lo que nosotros hacemos, sino por lo que dejamos hacer al Espíritu en nosotros y a través nuestro.
Debo aprender de ti a dejar el protagonismo a quien es la razón de toda fecundidad y a cantar el Magnificat. Y a proclamar: “No a nosotros, Señor, no a nosotros, sino a tu nombre da la gloria”.
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