REVESTÍOS LA CORAZA DE DIOS
PARA RESISTIR LAS ASECHANZAS DEL DEMONIO
Del tratado de santa Catalina de Bolonia,
«Las siete armas espirituales»
Quien sea de corazón tan grande y sensible como para abrazar voluntariamente la cruz de Jesucristo, nuestro Salvador, que murió en el combate por nuestra salvación, empiece por empuñar las armas necesarias para tal lucha, especialmente la diligencia, la propia desconfianza, la confianza en Dios, el recuerdo de la pasión, el pensamiento de la muerte, la memoria de la gloria divina, y, en séptimo y último lugar, la autoridad de la sagrada Escritura, a ejemplo de Cristo en el desierto.
El alma adornada con el anillo de la buena voluntad, es decir, con el amor de Dios, si desea servirle en espíritu y en verdad, corrija su conducta, haciendo, lo primero, una confesión limpia e íntegra de todos sus pecados, con el firme propósito de no ofender gravemente a Dios en el futuro, prefiriendo mil veces la muerte, si ello fuera posible. En efecto, quien se halla en pecado mortal deja de ser miembro de Cristo para serlo del diablo; queda privado del fruto de las buenas obras de la Madre Iglesia, y sus actos no son meritorios para la vida eterna.
Es necesario por eso para el fiel servicio de Dios, como dijimos antes, permanecer firmes en el propósito de evitar todo pecado grave. Bien entendido, sin embargo, que, si recayeras en pecado mortal, nunca desesperes de la bondad misericordiosa de Dios, ejercitándote al mismo tiempo en buenas obras, sin desfallecer, para atraerte el perdón de tus faltas. Prosigue, pues, con plena confianza en el recto proceder, según tu condición y en todas las circunstancias de la vida.
El siervo fiel de Cristo debe, además, abrazar la cruz y caminar con ella; porque los servidores de Dios han de luchar contra sus enemigos y estar dispuestos a recibir de ellos muchos y rudos golpes. Hay, pues, que proveerse de las mejores armas, para triunfar de ellos.
SANTA CATALINA DE BOLONIA
De la catequesis de S. S. Benedicto XVI
en la audiencia general del miércoles 29-XII-2010
Nace en Bolonia el 8 de septiembre de 1413, primogénita de Benvenuta Mammolini y de Giovanni de Vigri, rico y culto patricio de Ferrara, doctor en derecho y lector público en Padua, donde desempeñaba actividad diplomática para Nicolás III d'Este, marqués de Ferrara. Las noticias sobre la infancia y la niñez de Catalina son escasas y no todas son seguras. De niña vive en Bolonia, en casa de sus abuelos; allí la educan los familiares, sobre todo su madre, mujer de gran fe. Se traslada con ella a Ferrara cuando tenía cerca de diez años y entra en la corte de Nicolás III d'Este como dama de honor de Margarita, hija natural de Nicolás.
En Ferrara, Catalina no se deja influir por los aspectos negativos que conllevaba a menudo la vida de corte; goza de la amistad de Margarita y se convierte en su confidente; enriquece su cultura: estudia música, pintura y danza; aprende a escribir poesías y composiciones literarias, y a tocar la viola; se hace experta en el arte de la miniatura y de la copia; perfecciona el estudio del latín. En su futura vida monástica valorizará mucho el patrimonio cultural y artístico adquirido en estos años. Aprende con facilidad, con pasión y con tenacidad; muestra gran prudencia, singular modestia, gracia y amabilidad en el comportamiento. En cualquier caso, una nota la distingue de modo absolutamente claro: su espíritu constantemente dirigido a las cosas del cielo. En 1427, a sólo catorce años, entre otras razones como consecuencia de algunos acontecimientos familiares, Catalina decide dejar la corte, para unirse a un grupo de mujeres jóvenes provenientes de familias nobles que hacían vida común, consagrándose a Dios. Su madre, con fe, da su consentimiento, aunque tenía otros proyectos para ella.
No conocemos el camino espiritual de Catalina antes de esta decisión. Hablando en tercera persona, afirma que ha entrado al servicio de Dios «iluminada por la gracia divina (…) con recta conciencia y gran fervor», solícita día y noche en la santa oración, esforzándose por conquistar todas las virtudes que veía en los demás, «no por envidia, sino para agradar más a Dios, en quien había puesto todo su amor». Sus progresos espirituales en esta nueva fase de la vida son notables, pero también son grandes y terribles sus pruebas, sus sufrimientos interiores, sobre todo las tentaciones del demonio. Atraviesa una profunda crisis espiritual hasta el umbral de la desesperación. Vive en la noche del espíritu, asaltada también por la tentación de la incredulidad respecto a la Eucaristía. Después de sufrir mucho, el Señor la consuela: en una visión le da el conocimiento claro de la presencia real eucarística, un conocimiento tan luminoso que Catalina no logra expresarlo con las palabras. En el mismo período una prueba dolorosa se abate sobre la comunidad: surgen tensiones entre quienes quieren seguir la espiritualidad agustiniana y quienes se orientan más hacia la espiritualidad franciscana.
Entre 1429 y 1430 la responsable del grupo, Lucía Mascheroni, decide fundar un monasterio agustiniano. Catalina, en cambio, con otras, elige vincularse a la regla de santa Clara de Asís. Es un don de la Providencia, porque la comunidad habita cerca de la iglesia del Espíritu Santo anexa al convento de los Frailes Menores que se han adherido al movimiento de la Observancia. Así Catalina y sus compañeras pueden participar regularmente en las celebraciones litúrgicas y recibir una asistencia espiritual adecuada. También tienen la alegría de escuchar la predicación de san Bernardino de Siena. Catalina narra que, en 1429 -tercer año desde su conversión- va a confesarse con uno de los Frailes Menores que estima, hace una buena confesión y pide intensamente al Señor que le conceda el perdón de todos los pecados y de la pena unida a ellos. Dios le revela en una visión que le ha perdonado todo. Es una experiencia muy fuerte de la misericordia divina, que la marca para siempre, dándole nuevo impulso para responder con generosidad al inmenso amor de Dios.
En el tratado autobiográfico y didascálico, Las siete armas espirituales, Catalina ofrece, al respecto, enseñanzas de gran sabiduría y de profundo discernimiento. En el convento, Catalina, a pesar de que estaba acostumbrada a la corte de Ferrara, se ocupa de lavar, coser, hacer pan y cuidar de los animales.
Queridos amigos, santa Catalina de Bolonia, con sus palabras y su vida, es una fuerte invitación a dejarnos guiar siempre por Dios, a cumplir diariamente su voluntad, aunque a menudo no coincida con nuestros proyectos, a confiar en su Providencia que nunca nos deja solos. Desde esta perspectiva, santa Catalina habla con nosotros. A pesar de que han pasado muchos siglos, es muy moderna y habla a nuestra vida. Como nosotros sufre la tentación, sufre las tentaciones de la incredulidad, de la sensualidad, de un combate difícil, espiritual. Se siente abandonada por Dios, se encuentra en la oscuridad de la fe. Pero en todas estas situaciones se agarra siempre a la mano del Señor, no lo deja, no lo abandona. Y avanzando de la mano del Señor, va por el camino correcto y encuentra la senda de la luz. Así, nos dice también a nosotros: ánimo, incluso en la noche de la fe, incluso entre tantas dudas que podemos tener, no dejes la mano del Señor, camina de su mano, cree en la bondad de Dios; ¡esto es ir por el camino correcto!
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