El primer día de la fiesta de los panes Acimos, cuando se inmolaba la víctima pascual, los discípulos dijeron a Jesús: “¿Dónde quieres que vayamos a prepararte la comida pascual?”.
El envió a dos de sus discípulos, diciéndoles: “Vayan a la ciudad; allí se encontrarán con un hombre que lleva un cántaro de agua. Síganlo,
y díganle al dueño de la casa donde entre: El Maestro dice: ‘¿Dónde está mi sala, en la que voy a comer el cordero pascual con mis discípulos?’.
El les mostrará en el piso alto una pieza grande, arreglada con almohadones y ya dispuesta; prepárennos allí lo necesario”.
Los discípulos partieron y, al llegar a la ciudad, encontraron todo como Jesús les había dicho y prepararon la Pascua.
Mientras comían, Jesús tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y lo dio a sus discípulos, diciendo: “Tomen, esto es mi Cuerpo”.
Después tomó una copa, dio gracias y se la entregó, y todos bebieron de ella.
Y les dijo: “Esta es mi Sangre, la Sangre de la Alianza, que se derrama por muchos.
Les aseguro que no beberé más del fruto de la vid hasta el día en que beba el vino nuevo en el Reino de Dios”.
Después del canto de los Salmos, salieron hacia el monte de los Olivos.
COMENTARIO
por Mons. Rafael Escudero López-Brea
obispo prelado de Moyobamba
“El primer día de los Ázimos, cuando se sacrificaba el cordero pascual, le dijeron a Jesús sus discípulos: «¿Dónde quieres que vayamos a prepararte la cena de pascua?»”. Los panes ácimos que Israel comía cada año en la Pascua conmemoraban la salida apresurada y liberadora de Egipto, el recuerdo del maná del desierto y el pan de cada día, fruto de la Tierra prometida, prenda de la fidelidad de Dios a sus promesas. Jesús escogió el tiempo de la Pascua para realizar lo que había anunciado en Cafarnaúm: dar a sus discípulos su Cuerpo y su Sangre.
“El envió a dos discípulos, diciéndoles: «Vayan a la ciudad, encontrarán un hombre que lleva un cántaro de agua. Síganlo, y en la casa en que entre, díganle al dueño: El Maestro pregunta: «¿Dónde está la habitación en que voy a comer la Pascua con mis discípulos?».
Los discípulos salieron, llegaron a la ciudad, encontraron lo que les había dicho y prepararon la cena de Pascua”. Al celebrar la última Cena con sus Apóstoles en el transcurso del banquete pascual, Jesús dio su sentido definitivo a la pascua judía: el paso de Jesús a su Padre por su muerte y su resurrección.
“Nuestro Salvador, en la última Cena, la noche en que fue entregado, instituyó el Sacrificio Eucarístico de su cuerpo y su sangre para perpetuar por los siglos, hasta su vuelta, el sacrificio de la cruz y confiar así a su Esposa amada, la Iglesia, el memorial de su muerte y resurrección, sacramento de piedad, signo de unidad, vínculo de amor, banquete pascual en el que se recibe a Cristo, el alma se llena de gracia y se nos da una prenda de la gloria futura” (Concilio Vaticano II. SC 47).
“Mientras comían, Jesús tomo un pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio, diciendo: «Tomen, esto es mi Cuerpo»”. En el corazón de la celebración de la Cena se encuentra el pan que, por las palabras de Cristo y por la invocación del Espíritu Santo, se convierte en el Cuerpo de Cristo.
La Eucaristía es Fracción del pan porque este rito, propio del banquete judío, fue utilizado por Jesús cuando bendecía y distribuía el pan como cabeza de familia, sobre todo en la última Cena. Con él se quiere significar que todos los que comen de este único pan, partido, que es Cristo, entran en comunión con él y forman un solo cuerpo en él. La palabra “bendición” recuerda las bendiciones judías que proclaman, sobre todo durante la comida, las obras de Dios: la creación, la redención y la santificación.
La Eucaristía es el Banquete del Señor, porque se trata de la Cena que Jesús celebró con sus discípulos la víspera de su pasión, es banquete sagrado de la comunión en el Cuerpo y la Sangre de Cristo.
“Y, tomando en sus manos una copa, pronunció la acción de gracias, se la dio, y todos bebieron”. En el corazón de la celebración de la Cena se encuentra también el vino que, por las palabras de Cristo y por la invocación del Espíritu Santo, se convierte en la Sangre de Cristo.
La copa, al final del banquete pascual de los judíos, añade a la alegría festiva del vino la esperanza de participar en el vino nuevo del cielo. Jesús instituyó su Eucaristía dando un sentido nuevo y definitivo a la bendición del cáliz.
La Eucaristía es un sacrificio de acción de gracias por la obra de la creación. En ella toda la creación amada por Dios es presentada al Padre a través de la muerte y resurrección de Cristo. La Iglesia ofrece el sacrificio de acción de gracias por todo lo que Dios ha hecho de bueno, de bello y de justo en la creación y en la humanidad. La Iglesia expresa su reconocimiento a Dios por todos sus beneficios, por todo lo que ha realizado mediante la creación, la redención y la santificación. “Eucaristía” significa acción de gracias.
“Y les dijo: «Esta es mi Sangre, Sangre de la Alianza derrama por todos”. La Eucaristía es Memorial de la pasión y de la resurrección del Señor y Santo Sacrificio, porque actualiza el único sacrificio de Cristo Salvador. En la Eucaristía, Cristo da el mismo cuerpo que por nosotros entregó en la cruz, y la misma sangre “derrama por todos“. La Eucaristía es un sacrificio porque hace presente el sacrificio de la cruz y aplica su fruto: la redención eterna.
Para dejarnos una prenda de este amor, para no alejarse nunca de nosotros y hacernos partícipes de su Pascua ordenó a sus apóstoles celebrarla hasta su retorno, “constituyéndoles entonces sacerdotes del Nuevo Testamento” (Concilio de Trento).
Fiel a la orden del Señor, la Iglesia continúa haciendo, en memoria de Él, hasta su retorno glorioso, lo que Él hizo la víspera de su pasión. La Iglesia al celebrar la Eucaristía pide al Padre que envíe su Espíritu Santo sobre el pan y el vino, para que se conviertan por su poder, en el Cuerpo y la Sangre de Jesucristo, y que quienes tomamos parte en la Eucaristía seamos un solo cuerpo y un solo espíritu. Con la fuerza de las palabras y de la acción de Cristo y el poder del Espíritu Santo se hacen sacramentalmente presentes bajo las especies de pan y de vino su Cuerpo y su Sangre, su sacrificio ofrecido en la cruz de una vez para siempre. La Iglesia hace memoria de la pasión, de la resurrección y del retorno glorioso de Cristo Jesús; presenta al Padre la ofrenda de su Hijo que nos reconcilia con Él. La Eucaristía se celebra en comunión con toda la Iglesia del cielo y de la tierra, de los vivos y de los difuntos, y en comunión con los pastores de la Iglesia, el Papa, el obispo de la diócesis, su presbiterio y sus diáconos y todos los obispos del mundo entero con sus Iglesias.
“Tomen, esto es mi Cuerpo… todos bebieron”. En la comunión eucarística los fieles recibimos “el pan del cielo” y “el cáliz de la salvación”, el Cuerpo y la Sangre de Cristo que se entregó para que tengamos vida eterna.
San Justino comenta: “Llamamos a este alimento Eucaristía y nadie puede tomar parte en él si no cree en la verdad de lo que se enseña entre nosotros, si no ha recibido el baño para el perdón de los pecados y el nuevo nacimiento, y si no vive según los preceptos de Cristo”.
Cristo Jesús que murió, resucitó sobre todo, está presente bajo las especies eucarísticas. En el Santísimo Sacramento de la Eucaristía están “contenidos verdadera, real y substancialmente el Cuerpo y la Sangre junto con el alma y la divinidad de nuestro Señor Jesucristo, y, por consiguiente, Cristo entero” (Concilio de Trento).
Así, san Juan Crisóstomo declara que: “No es el hombre quien hace que las cosas ofrecidas se conviertan en Cuerpo y Sangre de Cristo, sino Cristo mismo que fue crucificado por nosotros. El sacerdote, figura de Cristo, pronuncia estas palabras, pero su eficacia y su gracia provienen de Dios”.
Dice santo Tomás de Aquino: “La presencia del verdadero Cuerpo de Cristo y de la verdadera Sangre de Cristo en este sacramento, no se conoce por los sentidos, sino sólo por la fe , la cual se apoya en la autoridad de Dios”. Y san Cirilo añade: “No te preguntes si esto es verdad, sino acoge más bien con fe las palabras del Salvador, porque Él, que es la Verdad, no miente”.
En la última Cena, el Señor mismo atrajo la atención de sus discípulos hacia el cumplimiento de la Pascua en el Reino de Dios: “Les aseguro que no volveré a beber del fruto de la vid hasta el día que beba el vino nuevo en el Reino de Dios”. Cada vez que la Iglesia celebra la Eucaristía recuerda esta promesa y su mirada se dirige hacia el Reino que viene. En su oración, implora su venida: “Venga a nosotros tu Reino”. En la celebración eucarística nos unimos ya a la liturgia del cielo y anticipamos la vida eterna cuando Dios será todo en todos. Así, de celebración en celebración, anunciando el misterio pascual de Jesús hasta que venga, vamos caminando por la senda estrecha de la cruz hacia el banquete celestial, donde todos los elegidos nos sentaremos a la mesa del Reino.
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