CAMBIAR DE ESPÍRITU
Para que esta «invasión» del Espíritu sea posible, hay que dejar el espacio libre, es decir, hay que desprender al hombre pecador del espíritu terreno que lo propulsa por caminos distintos a los del Evangelio:
«Amonesto y exhorto en el Señor Jesucristo a que se guarden los hermanos de toda soberbia, vanagloria, envidia, avaricia, preocupación y solicitud de este mundo, difamación y murmuración, y no se preocupen de hacer estudios los que no los hayan hecho. Aplíquense, en cambio, a lo que por encima de todo deben anhelar: tener el Espíritu del Señor y su santa operación» (2 R 10,7-8).
En pleno centro de la vida espiritual hay una transformación radical: pasar del espíritu terreno al Espíritu del Señor, cambiar de espíritu. Sin tal vez saberlo, Francisco repite como un eco la misma palabra del Evangelio «meta-noïete» en griego, que según Marcos es la primera llamada de la predicación de Jesús: «Convertíos y creed la Buena Noticia» (Mc 1,15).
Este «cambio de espíritu» constituye un tema capital del mensaje de Francisco. Lo encontramos desarrollado expresamente en algunos de los principales pasajes de sus escritos: la primera Regla: 1 R 17,5-16 (resumido en 2 R 10,7-12, que hemos citado parcialmente antes), 1 R 22; y la Carta a los Fieles: 2CtaF 45-60. Tengamos en cuenta que estos tres fragmentos se presentan como cumbres del pensamiento de Francisco: 1 R 17 es la conclusión de la Regla en una de las etapas de su redacción; 1 R 22 es el testamento de Francisco cuando marcha a Tierra Santa; 2CtaF 45-60 describe el punto final de la plenitud de la Eucaristía en la vida del cristiano. Como prueba de ello, estos tres importantes textos desembocan en otras tantas solemnes doxologías, oraciones a la Gloria de Dios: 1 R 17,17-19; 1 R 23; 2CtaF 61-62.
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