CONTEMPLAR Y VIVIR CON FRANCISCO Y CLARA DE ASÍS
EL MISTERIO DE CRISTO EUCARÍSTICO
por Michel Hubaut, franciscano
Celebrar la comida del Señor:
aprender a arriesgar la vida por los caminos del hombre
Cada vez que Francisco contempla el signo de la presencia eucarística de Cristo, este don humilde y silencioso del amor, vuelve a escuchar el llamamiento que trastornó su juventud: «¡Reconstruye mi Iglesia!». ¿No hace san Juan brotar la misión de los apóstoles del encuentro con Cristo resucitado, acogido y reconocido en el decurso de la comida eucarística de la comunidad cristiana? Jesús les dice una vez más: «¡La paz sea con vosotros! Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo» (Jn 20,21). ¿Cómo acoger la vida, el amor y la paz de Cristo sin sentir la urgencia de compartirlos con todos los hombres? ¿Cómo no desear anunciar a todos que la dicha no es un sueño, sino un Dios vivo que permanece entre los hombres? La Eucaristía es una acción dinámica que se prosigue mucho más allá del marco litúrgico: «Id en la paz de Cristo para vivirla y comunicarla», dice el celebrante al fin de cada celebración. La Eucaristía es fuente de testigos.
¿Cómo participar en esta comida en que Dios da todo, en que Cristo se da a sí mismo a sus hermanos, sin sentirse impulsados a hacer otro tanto? Como lo dice Francisco, el Cristo eucarístico nos deja ejemplo «para que sigamos sus huellas» (2CtaF 11-13). El mismo arraigará en este sacramento su pasión por la unidad, la paz y la fraternidad universales. Hemos evocado a propósito de su carta a todos los jefes de Estado cómo sintió las consecuencias apostólicas y sociales de esta presencia nueva de Cristo entre nosotros. En nuestros días resulta cada vez más insoportable, incluso escandaloso, compartir este pan con Cristo dejando a millones de hombres excluídos de compartir los bienes terrestres y espirituales.
Francisco tomará, cada día, de este sacramento, los rasgos esenciales de su misión de hermano menor: el don de sí mismo, el servicio de los otros en la pobreza y en la humildad. Cabe decir que con el mismo título que la cruz, la Eucaristía fue para Francisco una verdadera escuela de misión.
La celebración de esta comida del amor que se nos ha dado es siempre una invitación a hacer morir en nosotros todo lo que nos impide amar y compartir con todos lo que de mejor tenemos. Cada eucaristía es una muerte a sí mismo y un renacimiento a la vida. En cada misa somos invitados a liberar de la cautividad del pecado el amor que está en nosotros. A través de todos sus gestos cotidianos, Francisco hará «memoria» de Cristo Jesús. En este sacramento del amor, de la nueva presencia del Señor, humilde e inmenso, discreto y universal, luminoso y oculto, encontrará siempre la fuerza y la necesidad de revivir, cada día, los actos salvadores de Jesús. Hará de toda su vida una eucaristía viviente, una celebración del amor.
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