DEL GÉNESIS A LA LETRA
Traducción: Lope Cilleruelo, OSA
LIBRO VIII
CAPITULO I
El paraíso plantado en el Edén debe tomarse en sentido propio y figurado
1. Y plantó Dios el paraíso en el Edén hacia el oriente, y colocó allí al hombre a quien formó. No se me oculta que muchos dijeron no pocas cosas del paraíso; sin embargo, a tres se reducen las sentencias generales sobre él. Una, la de aquellos que sólo quieren se entienda el paraíso de un modo material; otra, la de los que únicamente le entienden en sentido espiritual; y, por fin, la tercera la de aquellos que toman el paraíso en ambos sentidos, unas veces en sentido material y otras en sentido espiritual. Yo lo diré brevemente: confieso que me agrada la tercera. Según esta sentencia emprendo ahora la tarea de hablar acerca del paraíso, conforme se digne concederme el Señor, a fin de que se entienda que el hombre hecho del limo de la tierra, en cuanto a lo que es cuerpo humano fue colocado en el paraíso. Así como el mismo Adán, aunque significa otra cosa conforme a lo que dijo el Apóstol que es figura del futuro1, no obstante se toma por el hombre en su naturaleza propia, el que vivió cierto número de años, y murió después de haber propagado numerosamente su descendencia, como mueren los demás hombres, aunque no nació como los demás de padres, sino que fue hecho de la tierra como primeramente convenía; así también el paraíso en el que Dios colocó al hombre debe entenderse sólo como un lugar, es decir, como la tierra donde habitaba el hombre terreno.
2. Efectivamente, la narración que se hace en estos libros no es del género de locución figurada, como la del «Cantar de los Cantares», sino totalmente de cosas históricas como la que se hace en los libros de los Reyes y en otros de la misma clase; mas, porque en estos libros se habla de las cosas que pertenecen al uso común de la vida humana, fácilmente, es más, inmediatamente se toman ante todo en sentido literal, aunque después se obtenga de ellas el simbolismo que tengan también estas cosas históricas. Pero como en este libro del Génesis se narran muchas cosas que no se presentan a los observadores conforme al curso ordinario de los acontecimientos de la naturaleza, no quieren entender que ellas fueron narradas en sentido literal, sino figurado. Quieren que comience la historia, es decir, la narración en sentido propio de las cosas acaecidas, desde aquel momento en que expulsados del paraíso Adán y Eva se conocieron y engendraron. Como si para nosotros fuera una cosa ordinaria, o el vivir tantos años, o que Enoc fuera trasladado, o que pariera una mujer anciana y estéril, y otras cosas semejantes.
3. Una cosa, dicen, es la narración de los hechos maravillosos y otra la creación de los seres. En el primer caso, las mismas cosas insólitas demuestran que existen como unos modos naturales en el obrar de las cosas, y otros distintos y extraordinarios que se llaman milagros. En el segundo, por el contrario, se insinúa solamente la creación misma de las naturalezas. A éstos se responde que también estas cosas son insólitas porque son las primeras. ¿Pues qué cosa tan sin ejemplo y sin paralelo no encontramos en el hecho de la creación del mismo mundo? ¿Acaso se ha de creer que Dios no hizo el mundo porque ya no hace más mundos; o que no hizo el sol porque ya no hace más soles? Suscitadas estas cuestiones, debe responderse no sólo del paraíso, sino también del hombre; y creyendo, como ellos creen, que el hombre fue hecho por Dios como ningún otro hombre fue hecho, ¿por qué no quieren creer que el paraíso fue hecho de la misma manera que ven ahora formarse los bosques?
4. Hablo, pues, a los que aceptan la autoridad de los Libros santos, ya que algunos de ellos no quieren entender el paraíso en sentido propio, sino figurado. Para los que rechazan por completo estos libros en otro lugar y de otra forma traté estas cosas2; no obstante, también les diré que en este actual libro nuestro, en cuanto podamos, defenderemos el sentido literal de las cosas que dijimos allí figuradas, a fin de que los que rehúsan creer estas cosas porque no se guían por la razón, por causa de un ánimo obstinado o ciego, a lo menos no encuentren razón alguna por la que se convenzan que estas cosas son falsas. Ciertamente, de los nuestros que tienen fe en los libros divinos me admiro cómo creen que el hombre fue hecho como lo fue, cuando nunca lo vieron, y no obstante no quieren entender el paraíso en sentido literal, es decir, como un lugar amenísimo, sombreado por árboles frutales, y al mismo tiempo que amplio, fertilizado por una inmensa fuente, siendo así que ven tantos y tan grandes vergeles formarse sin la intervención de la mano del hombre, sólo por la obra oculta de Dios. Pero si también dicen que la formación del hombre debe ser entendida figuradamente, ¿quién engendró a Caín, a Abel y a Seth? ¿O es que éstos también existieron sólo figuradamente y no nacieron los hombres de los hombres? Luego consideren de cerca a qué precipicio les lleve esta presunción y se atrevan a tornar con nosotros en sentido literal todas las cosasque se narran en un principio como hechas. Después, ¿quién no les ayudará a entender lo que puedan representarnos estas mismas en sentido figurado, ya de las mismas naturalezas y afectos espirituales, o también de las cosas futuras? Cierto que si de ningún modo pudieran tomarse corporalmente estas cosas quo corporalmente aquí son relatadas, sin poner en peligro la fe de la verdad, ¿qué nos quedaría, si no entenderlas como dichas figuradamente, antes de culpar de impía a la sagrada Escritura? Mas, por el contrario, si no sólo no lo impide, sino que con más solidez afirma la divina palabra en su narración que estas cosas deben ser entendidas corporalmente, no habrá nadie, como lo creo, tan pérfido y pertinaz que viendo estas cosas expuestas en sentido propio conforme a la norma de la fe, prefiera permanecer en su primera sentencia, porque a él tal vez le parecieron que no podían entenderse si no era figuradamente.
CAPITULO II
Por qué en otro lugar hablando en contra de los maniqueos
expuse el Génesis en sentido alegórico
5. En efecto, yo también después de mi conversión, queriendo prontamente refutar los delirios de los maniqueos y también estimular mi espíritu a buscar en las letras divinas que ellos odian la fe evangélica y cristiana, escribí dos libros contra los maniqueos, los que no solamente yerran tomando en sentido distinto del que tienen las Escrituras del Antiguo Testamento, sino que, rechazándolas en absoluto y detestándolas, blasfeman de ellas. Y porque entonces no se me ocurría de qué modo pudieran tomarse todas las cosas narradas en ellas en sentido literal, es más, me parecía o que no podían ser tomadas en este sentido o que apenas o difícilmente podían ser entendidas así, por no retardar, expliqué con la mayor brevedad y evidencia que pude lo que figuradamente significaban aquellos escritos, cuyo sentido literal no pude entonces encontrar, no fuese que aterrados por la necesidad de mucha lectura o por la oscuridad de la controversia desdeñasen tomarla en sus manos. Sin embargo, recuerdo qué cosa ante todo hubiera preferido entonces, lo que ciertamente no hubiera podido conseguir, a saber: que se entendiesen desde un principio todas las cosas en sentido propio y no figurado. Mas no desesperé por completo que pudieran entenderse al pie de la letra; por eso en la primera parte del segundo libro escribí: «ciertamente diré que el que quisiera entender en sentido literal todas las cosas que han sido dichas, es decir, entenderlas no de otro modo a como suena la letra y pueda evitar las blasfemias y exponerlas en congruencia con la fe católica, no sólo no se le ha de impedir, sino que ha de ser tenido por un excelente intérprete y debe sobremanera ser alabado. Mas si no puede llevarse a cabo de forma que las cosas escritas se entiendan de manera piadosa y digna de Dios a no ser creyendo que han sido dichas figurada y enigmáticamente; teniendo la autoridad Apostólica por quien se solucionan muchísimas cosas obscuras de los libros del Antiguo Testamento, mantengamos la norma que hemos emprendido, ayudándonos Aquel que nos manda pedir, buscar y llamar3, a fin de explicar todas estas figuras de las cosas, según la fe católica, ya sea las que pertenecen a la historia o a la profecía, sin oponernos a un comentario más diligente y mejor, hecho por mí o por otros a quienes se digne el Señor revelarlo4». Entonces dije estas cosas. Mas porque el Señor quiso que revisara y considerara de nuevo las mismas con más diligencia, no en vano en cuanto lo juzgo, estimo que podré por mí demostrar que estas cosas se escribieron en sentido propio y no según el alegórico. Por lo tanto, así como anteriormente pudimos mostrar este sentido literal en las cosas tratadas, así también en las que siguen sobre el paraíso escudriñaremos el mismo sentido.
CAPITULO III
De nuevo se habla de la creación del árbol
6. Y plantó Dios el paraíso en delicias, es decir, en el Edén, al oriente, y colocó en él al hombre a quien había creado. Se escribió de este modo porque de esta manera fue hecho. Después recapitula para aclarar cómo fuera hecho aquello que expuso con brevedad, es decir, cómo plantó Dios el paraíso y colocó en él al hombre que había creado. Así, pues, prosigue: y sacó Dios aún de la tierra todo árbol hermoso a la vista y bueno para comer; no dijo, y sacó Dios de la tierra otro árbol o los demás árboles, sino que dijo sacó aún Dios de la tierra todo árbol hermoso a la vista y bueno para comer. Anteriormente había producido la tierra todo árbol hermoso a la vista y bueno para comer, a saber, en el día tercero. En efecto, en el día sexto había dicho: He aquí que os di todo alimento seminal que siembra semilla la que está sobre toda la tierra, y todo árbol frutal que tiene en sí fruto de semilla seminal, el cual será alimento para vosotros5. ¿Luego, les dio entonces alguna cosa distinta de la que ahora les da? No lo creo, sino que siendo de la misma especie estos árboles plantados ahora en el paraíso que los ya producidos por la tierra en el día tercero, aún sigue produciendo árboles en su propio tiempo. Porque debemos saber que lo escrito entonces: Produjo la tierra árboles, se hacía causalmente en la tierra, es decir, que entonces recibía latente la virtud de producir estos árboles, por cuya virtud se hace también ahora que produzca tales árboles patentemente y en su propio tiempo.
7. Luego las palabras dichas por Dios en el día sexto: He aquí que os he dado a vosotros todo alimento seminal que siembra semilla y que está sobre la tierra y las restantes, no son palabras que suenan, ni palabras proferidas con voz articulada y temporal, sino palabras que están en el Verbo de Dios como potencia creadora. A los hombres no puede decirse, a no ser por medio de sonidos temporales, lo que Dios dijo sin ellos. Había, pues, de llegar el día en que el hombre formado ya del limo y animado con el soplo de vida y toda la descendencia procedente de aquel hombre primero, usase para alimentarse de estos árboles, que habían de nacer sobre la tierra debido a la virtud de engendrar, que ya había recibido la tierra. De cuyo futuro alimento habiendo creado Dios las razones causales en la creación, como si ya existiera, hablaba Dios por la interna y eterna Verdad a la que ni ojo vio ni oído oyó, pero que su Espíritu reveló al escritor.
CAPITULO IV
El árbol de la vida fue verdaderamente creado y
simboliza también la sabiduría
8. Debe considerarse con toda diligencia, aquello que sigue: Y plantó Dios el árbol de la vida en medio del paraíso, y el árbol del conocimiento del bien y del mal, no sea que nos obligue a tomarlos en sentido alegórico, como si no hubieran existido estos dos árboles, y vengan por consiguiente a designar estas palabras alguna otra cosa bajo el nombre de árbol. Pues se ha dicho de la sabiduría que ella es árbol de vida para todos los que la abrazan6. Pero no nos olvidemos que, a pesar de existir una eterna Jerusalén en los cielos, también se edificó otra en la tierra que simboliza a la primera; y que Sara y Agar, aunque simbolizaban a los dos Testamentos, sin embargo eran también dos mujeres7; y que Cristo que nos riega por la pasión de la cruz con el agua espiritual de la gracia, también era piedra, la que herida con la vara manó agua para el pueblo sediento, de cuya piedra se diría más tarde la piedra era Cristo8. Todas estas cosas significaron otra cosa de lo que eran, a pesar de que ellas existieron en la realidad. Así, pues, cuando el historiador las relató no fue su modo de hablar figurado, sino una relación clara de los hechos presentes que también figuraban cosas futuras. Existía, pues, un árbol de la vida, como existía una piedra que era Cristo. No obstante, no quiso Dios que el hombre viviera en el paraíso sin misterios de cosas espirituales, representadas por cosas materiales. Tenía, pues, el hombre su alimento en los demás árboles, y en aquél de la vida también un sacramento, porque al parigual que Cristoes piedra que mana agua para los sedientos, este árbol representaba la sabiduría de la cual se dijo: Es árbol de vida para los que la abrazan. Con razón se impone el nombre a una cosa, que existe antes, para ser figura de otra; así, El es cordero que se inmola en la pascua, y, sin embargo, era una figura, no sólo en cuanto al nombre, sino también en cuanto a su inmolación, porque no puede decirse que aquel cordero no era cordero, ciertamente era cordero que se inmolaba y se comía9, y, no obstante, con aquel hecho se prefigura otro hecho. Esto no es lo mismo que lo del becerro cebado, que a la vuelta del hijo menor a la casa paterna, fue inmolado para celebrar el convite10, porque aquí la narración es figurada, y no hay cosas que hayan sucedido en la realidad simbolizando a otras. Esto no lo narró el evangelista, sino el mismo Señor. El evangelista cuenta haberlo narrado el Señor. Por lo tanto, lo que el evangelista escribe es un hecho, es decir, que el Señor dijo tales palabras, mas la narración del mismo Señor fue una parábola, de la cual nunca se exige que las palabras proferidas en estos discursos correspondan a hechos reales. Cristo es ciertamente la piedra ungida por Jacob11 y la piedra angular que fue reprobada por los que edificaban12, mas aquella piedra y unión también fueron reales, pero esta piedra no es más que una figura. El narrador habló de lo primero como de cosas anteriormente pasadas, y de lo segundo, pronosticando cosas futuras.
CAPITULO V
Sobre el mismo asunto del capítulo anterior
9. Como la Sabiduría, también el mismo Cristo, es el árbol de la vida plantado en medio del paraíso espiritual a donde envió al buen ladrón desde lo alto de la Cruz13. Aunque este árbol significaba la Cruz, sin embargo también fue creado como árbol de vida en el paraíso material, porque la misma Escritura, narrando las cosas hechas en sus propios tiempos, nos lo dijo, y además, narró que el hombre fue hecho corporalmente y que viviendo en cuerpo fue colocado en el paraíso. Por el contrario, si alguno juzga que las almas una vez que salieron de los cuerpos, son encerradas en lugares corporales y visibles, siendo ellas incorpóreas, allá él con su sentencia. No faltaron quienes patrocinaron este modo de pensar, y pretendieron que aquel rico sediento estuvo en un sitio corpóreo, y afirmaron que la misma alma era enteramente corpórea, basados en la ardiente lengua y en la deseada gota de agua que reclamaba del dedo de Lázaro14. Sobre cuestión tan grande, no quiero temerariamente contender. Mejor es dudar sobre lo que está oculto que litigar sobre lo incierto. No dudo que debe entenderse que el rico estaba en el ardor de las penas y el pobre en el descanso del gozo. Mas de qué modo debe entenderse fuera aquella llama del infierno, aquel seno de Abraham, aquella lengua del rico, aquel dedo del pobre, aquella sed de tormento, aquella gota de alivio, tal vez con dificultad se encuentre por los que buscan con calma, pero jamás será encontrado por los que luchan con apasionamiento. Así, pues, al instante y compendiosamente se ha de responder para que esta profunda cuestión, que necesita de prolongados discursos, no nos retarde, que si las almas se encuentran en lugares materiales, aún las que salen de los cuerpos, pudo aquel ladrón ser introducido en el paraíso donde estuvo el cuerpo del primer hombre. Digo esto para salir del paso, porque si alguna necesidad nos obligara, diré en lugar más apto qué cosa juzgo debamos buscar sobre este asunto y de qué modo tomarlo.
10. Ahora no dudo, ni creo dude nadie, que la sabiduría no es un cuerpo y, por lo tanto, ni árbol. Que la sabiduría hubiera podido estar representada por el árbol en el paraíso corporal, es decir, por una creatura corporal, viniendo a ser como un sacramento, solamente no lo cree, o el que no ve cómo en las santas Escrituras existen tantas cosas materiales que son sacramentos de cosas espirituales, o el que combate que no debió vivir el primer hombre con sacramento alguno de esta clase, siendo así que el Apóstol afirma esto mismo al hablar de la mujer, la que creemos fue hecha del costado del varón, cuando dice: Por ella abandonará el hombre a su padre y a su madre y se unirá a su mujer y serán dos en una carne15. Esto es un gran sacramento, pero yo digo, en orden a Cristo y a la Iglesia16. Es digno de admirar, pero apenas puede ser tolerado, que digan estos hombres que el paraíso fue nombrado figuradamente, mas no que existió realmente, siendo también figura de otra cosa. Porque si conceden lo que se dice de Agar y de Sara, de Ismael y de Isaac, es decir, que estos hombres y mujeres fueron reales, y al mismo tiempo figuras de otras cosas, no comprendo por qué no admiten que también el árbol de la vida fue árbol real y al mismo tiempo figura de la sabiduría.
11. A esto añado que aunque aquel árbol ofrecía el alimento corporal, sin embargo prestaba tal virtud, que afianzaba el cuerpo del hombre en una permanente salud; no como dándosela otro alimento, sino procediendo de algún oculto movimiento de salubridad. También el pan común tuvo un poder nutritivo mayor del ordinario, ya que con uno solo sostuvo Dios por espacio de cuarenta días a un hombre sin sentir hambre17. ¿Acaso dudamos que Dios haya podido dar al hombre, mediante el alimento de algún árbol que encerraba un beneficio de la más alta significación, el don por el que su cuerpo no se mudara en peor por la enfermedad o la edad, o llegase a la descomposición por la muerte, cuando El dio al mismo alimento humano la admirable condición de reponerse en los frágiles vasos, escasos de harina y aceite, de tal modo que en adelante no faltasen estas substancias de ellos18? Ahora puede ser que aparezca alguno del gremio de los charlatanes, y diga que Dios debió hacer tales milagros en nuestros tiempos y tierras, mas en el paraíso no debió hacerlos: como si sacar al hombre del polvo o formar a la mujer del costado del varón, lo cual se obró allí, no fuera mayor milagro que resucitar ahora a los muertos.
CAPITULO VI
El árbol de la ciencia del bien y del mal fue un árbol real, mas no dañino.
La obediencia y desobediencia
12. Prosigamos estudiando lo que era el árbol del conocimiento de la ciencia del bien y del mal. Sin duda este árbol también era visible y real como los otros del paraíso. No se ha de dudar que fuera árbol, pero se ha de investigar por qué recibió este nombre. Yo que he considerado mucho este asunto, no puedo decir cuánto me agrada aquella sentencia que dice, que no fue nocivo aquel árbol por su alimento, pues el que hizo todas las cosas sobremanera buenas19 no instituyó en el paraíso cosa alguna mala, sino que el mal para el hombre provino de la transgresión del precepto. Convenía, pues, que se prohibiera algo al hombre colocado bajo el dominio del Señor Dios, para que de este modo su obediencia fuera la virtud que le mereciera la posesión de su Señor; cuya obediencia puedo decir con toda verdad que ella es la sola virtud para toda creatura racional que obra bajo el dominio de Dios; y el primero y más grande de todos los vicios es el orgullo, el cual lleva al hombre a la ruina haciéndole usar de su libertad con detrimento de la reverencia debida a su Dios, cuyo vicio se llama desobediencia. No tendría, pues, el hombre otro medio de reconocer y sentir que tiene sobre él un Señor, a no ser que se le ordenare algo. Por lo tanto, el árbol no era malo, pero se le llamó del conocimiento de la ciencia del bien y del mal, porque si después de la prohibición comiera el hombre de él, en él se daría la futura transgresión del precepto, por la que aprendería en la experiencia del castigo la diferencia que existía entre el bien de la obediencia y el mal proveniente de la desobediencia. Por lo tanto, no se llamó en sentido figurado árbol a este leño, sino que debe ser tomado como árbol real aquel al que se impuso el nombre del discernimiento del bien y del mal, no por causa del fruto o de la manzana que brotara de él, sino por la realidad que había de seguirse si fuera tocado contra lo prohibido por Dios.
CAPITULO VII
Los ríos del paraíso deben tomarse en sentido real
13. Un río brotaba del Edén el cual regaba el paraíso, y de allí se dividía en cuatro. De éstos uno se llama Phison y éste es el que recorre toda la tierra de Evilath, donde hay oro, y el oro de aquella tierra es bueno, también hay allí diamante y esmeralda. El nombre del segundo es Geón, éste es el que atraviesa toda la tierra de Etiopía. El río tercero se llama Tigris, éste es el que se desliza hacia los asirios. El cuarto es el Eufrates. Acerca de estos ríos sólo me esforzaré en demostrar que ellos son verdaderos ríos, y que no se llamó figuradamente a los que no existían, como si únicamente estos nombres signifiquen alguna otra cosa, siendo así que estos ríos son conocidísimos en las regiones por donde ellos corren, y connotadísimos para la mayor parte de los hombres. Ciertamente que la antigüedad cambió los nombres de ellos, como aconteció con el río que se llama Tíber, el cual anteriormente se llamaba Abula; y así el Geón es el mismoque ahora se llama Nilo, y el que se llamaba Phison es el que actualmente se llama Ganges. Mas como nos consta con seguridad de la existencia de estos ríos, por esto mismo nos conviene advertir que primeramente debemos tomar en sentido propio las demás cosas narradas, y no juzgar que se habló en sentido figurado, sino que se narran las cosas tal como son, pudiendo también simbolizar alguna otra cosa. Decimos esto no porque el sentido parabólico no pueda tomar algo de la realidad, constando que no se tome en sentido propio; como acontece con lo que dice el Señor del viajero que descendía de Jerusalén a Jericó y cayó en manos de ladrones20, ¿pues quién no juzgará y comprenderá claramente que esto es una parábola y que todo el discurso es figurado, a pesar de que las dos ciudades nombradas allí se levantan hoy día en sus propios lugares? En este sentido tomaríamos estos cuatro ríos si nos obligara la necesidad a tomar las demás cosas que del paraíso se narran en sentido figurado y no real. Mas ahora, por el contrario, no prohibiéndonos razón alguna entender primeramente en sentido propio estas cosas narradas, ¿por qué no seguiremos sencillamente la autoridad de la divina Escritura en la narración de las cosas hechas, entendiendo primeramente estas cosas en sentido propio, dejando margen para después escudriñar todo lo que puedan significar en sentido figurado?
14. ¿O acaso nos inclinamos a no creer esto en sentido literal por lo que se dice de estos ríos, a saber, que los manantiales de algunos de ellos son conocidos, mientras que los de los otros permanecen ocultos y, por lo tanto, no puede tomarse al pie de la letra el que de un solo río del paraíso precedan los cuatro? Cuando más bien se ha de creer, ya que este mismo lugar del paraíso es ocultísimo al conocimiento del hombre, que de allí se dividen cuatro brazos de agua, como la siempre veraz Escritura lo afirma y que aquellos ríos, de los cuales dicen se conocen las fuentes, se introducen debajo de la tierra en alguna parle, y después de recorrer extensas regiones brotan en algunos lugares, donde se muestran como si entonces se conocieran naciendo de su propias fuentes. ¿Quién ignora que esto suelen hacerlo no pocas corrientes de agua? mas esto se conoce cuando no corren mucho trayecto debajo de la tierra. Brotaba, pues, un solo río del Edén, es decir, del lugar de delicias, y regaba el paraíso, esto es, todos los árboles frutales y hermosos que daban sombra a toda la tierra de aquella región.
CAPITULO VIII
El hombre fue colocado en el paraíso con el fin de que ejerciera la agricultura
15. Y tomó el Señor al hombre que hizo y lo colocó en el paraíso para trabajar y custodiar. Y el Señor Dios impuso a Adán un precepto diciendo: de todo árbol que está en el paraíso comerás alimento, mas del árbol de la ciencia del bien y del mal no comeréis de él, pues el día que comiereis de él moriréis con muerte. Así como había dicho antes con brevedad que Dios plantó el paraíso en el cual colocó al hombre a quien formó, y recapituló después a fin de decir de qué modo fuera hecho el paraíso, igualmente ahora, recapitulando, describe de qué modo colocó Dios en el paraíso al hombre que formó. Veamos qué significa lo que se dijo para trabajar y custodiar. ¿Qué debió trabajar y qué custodiar? ¿Acaso intentó el Señor hacer al primer hombre agricultor? ¿O no es creíble que antes del pecado le hubiera condenado al trabajo? Así ciertamente lo creeríamos, si no viésemos con cuánto empeño se dedican algunos al trabajo de la agricultura, de tal modo que viene a ser un gran castigo apartarlos de ella para colocarlos en otro empleo. Todo lo que la agricultura tiene de agradable lo tenía, y muchísimo más entonces, cuando nada adverso a ella acontecía por parte del cielo o de la tierra. Pues no existía el suplicio del cansancio, sino el regocijo de la voluntad, cuando todas las cosas creadas por Dios nacían con la ayuda del trabajo del hombre más frondosa y abundantemente, por lo cual el mismo Creador sería mucho más ensalzado por haber dado al alma unida al cuerpo animal la razón y la facultad de trabajar cuanto le agradase al hombre sin sufrir molestia, y no verse obligado a hacerlo conforme a las necesidades de su cuerpo.
16. ¿Dónde encontraremos un espectáculo tan grande y maravilloso, o dónde la humana razón puede en cierto modo hablar de una manera más íntima y mejor con la naturaleza de las cosas, que cuando habiendo arrojado las semillas, plantado los retoños, trasladado los arbustos, injertado los árboles, se detiene a interrogar qué puede la fuerza de la raíz y de la semilla, y qué no puede; de dónde lo puede y de dónde no lo puede; qué valor tenga en estas cosas la potencia interior e invisible de los números, y cuánto valga el cuidado exteriormente prestado? Y considerando esto, ver que ni el que planta ni el que riega es algo, sino sólo Dios que da el incremento21; pues aquella obra que se añade exteriormente la pone el hombre a quien sin duda también Dios creó, conduce y rige invisiblemente.
CAPITULO IX
El trabajo agrícola se entiende también en sentido alegórico
17. Desde aquí ya se extiende la mirada del pensamiento sobre todo el mundo como sobre un inmenso bosque de cosas, y se descubre en él la doble acción de la divina Providencia, la cual en parte es natural y en parte voluntaria. La natural aparece en la oculta administración de Dios, por la que da el incremento a los árboles y a las hierbas; la voluntaria, en las obras de los ángeles y de los hombres. Conforme a la primera, se ordenan las cosas celestes en lo más alto y las terrestres en lo más bajo; brillan los luminares y las estrellas; se suceden los cambios del día y de la noche; la tierra firme es regada y rodeada por las aguas; se difunde el aire en las alturas; los árboles y los animales conciben, crecen, se envejecen y mueren, y todo lo demás que se obra en las cosas por un interno y natural movimiento. Conforme a la segunda, se conocen los sucesos; se enseña y se aprende; se cultivan los campos; se gobiernan las sociedades; se ejercen las artes y se ejecutan todas las demás cosas que se operan, ya sea en la sociedad celeste o en la terrestre y mortal, en la que por medio de los malos, ignorándolo ellos, se concurre al bien de los buenos. También en el mismo hombre se encuentra esta doble acción de la divina Providencia. Primero, ejerce la natural, en cuanto al cuerpo, mediante aquel movimiento por el que se forma, crece y envejece; la voluntaria, cuando mira por el bien de él, mediante la comida, el vestido y la conservación. En segundo lugar se encuentra igualmente esta doble acción en cuanto al alma, obrando la natural para que viva y sienta, y la voluntaria, para que entienda y quiera.
18. Así como la agricultura obra exteriormente en el árbol haciendo que tenga un efecto mayor lo que interiormente ejecuta, así también en el hombre, en cuanto al cuerpo, la medicina favorece exteriormente lo que obra la naturaleza interiormente; en cuanto al alma, se administra exteriormente la enseñanza para que la naturaleza sea interiormente bienaventurada. Lo que es para el árbol el abandono del cultivo, esto es para el cuerpo la desidia de la medicina, y para el alma el descuido de la enseñanza. Lo que para el árbol es un riego a destiempo, eso mismo es para el cuerpo un manjar pernicioso, y para el alma un consejo inicuo. Por lo tanto, Dios, que está sobre todas estas cosas y que las crea y las rige, crea siendo bueno, buenas todas las naturalezas, y ordena siendo justo todas las voluntades con justicia. Luego, ¿qué cosa nos aparta de la verdad al creer que el hombre fue colocado en el paraíso, para que ejerciera el laboreo del campo, no con un trabajo servil y molesto, sino con un placer santo del alma? ¿Qué cosa, pues, más inocente que entregarse a este trabajo lleno de gozo? ¿Qué cosa más llena de pensamientos sublimes para los cuerdos?
CAPITULO X
¿Qué significa «para trabajar y custodiar»?
19. ¿Qué quiere decir para custodiar? ¿Acaso debía custodiar el paraíso? ¿Contra quiénes? Pues ciertamente a ningún invasor vecino, a ningún perturbador de límites, a ningún ladrón, a ningún injusto agresor había de temer. Luego entonces, ¿de qué modo hemos de entender que el paraíso material pudo ser custodiado en sentido propio por el hombre? No dijo la Escritura para trabajar y custodiar el paraíso, sino para trabajar y custodiar, aunque si nos atenemos a las palabras escritas en la versión griega leeremos: Y tomó el Señor Dios al hombre que hizo, y le colocó en el paraíso para que le trabajara y custodiara. Mas no sabemos si el que tradujo para trabajar, entendió que puso Dios al hombre para trabajar o para trabajar el mismo paraíso; es decir: que es una expresión ambigua la comprendida en estas palabras «para trabajar el hombre el paraíso». Y más bien parece que la locución exige que no se diga para trabajar el paraíso, sino en el paraíso.
20. A no ser que tal vez se dijo para trabajar el paraíso, como anteriormente se dijo ni existía hombre que trabajara la tierra, pues ciertamente es la misma locución trabajar la tierra que trabajar el paraíso. Expliquemos en ambos sentidos esta ambigua sentencia. Si no es necesario entender que custodiaba el paraíso, sino en el paraíso, entonces, ¿qué es lo que debía custodiar en él? Ya explicamos según nos pareció qué cosa trabajaba en el paraíso. ¿O es que lo que trabajaba en la tierra por medio de la agricultura, debía custodiarlo en sí mismo por la instrucción, es decir, que así como el campo obedecía al que le cultivaba, del mismo modo el hombre al mandarle su Señor y recibir el precepto debía producir el fruto de la obediencia y no las espinas de la insubordinación? En fin, ya que no quiso someterse a guardar en sí mismo la semejanza que le ofrecía el paraíso cultivado por él, recibió castigado un campo semejante a él, pues se le dice, espinas y abrojos producirá para ti22.
21. Si, pues, entendemos aquello para trabajar el paraíso y para custodiar el paraíso en el sentido de que el hombre debía ejecutar esto, podría ciertamente trabajar el paraíso como dijimos arriba, mediante la agricultura, y custodiarle no contra los malvados y los enemigos porque no existían, sino tal vez contra las bestias. Pero ¿de qué modo o por qué así? ¿Acaso ya las bestias se mostraban crueles con el hombre, cuando precisamente no hicieran esto, si no hubiera pecado? No olvidemos que el hombre impuso nombres a todos los animales presentados a él, como lo relata un poco después el escritor sagrado, y además también el hombre en el sexto día por orden de Dios recibió alimentos comunes con las bestias. Y si había ya algo de que temer, referente a las bestias, ¿en virtud de qué condición podría un solo hombre custodiar todo el paraíso?; porque no era un lugar tan pequeño cuando una fuente tan grande lo regaba. Tendría obligación de custodiarlo, si pudiera fortificar el paraíso con un alto y prolongado muro a fin de que no pudiera penetrar la serpiente; mas es de admirar que pudiera antes de amurallarlo excluir de allí a todas las serpientes.
22. ¿Por qué dejaremos de entender lo que tenemos delante de los ojos? Fue colocado, pues, el hombre en el paraíso para trabajarlo, como ya se dijo anteriormente, por medio de un cultivo no penoso, sino agradable, y que excitaba al mismo tiempo la mente del prudente a útiles y excelsos pensamientos. Fue asimismo puesto en el paraíso a fin de custodiar el paraíso en provecho de sí mismo para que no permitiera en él la entrada de cosa alguna inconveniente por la cual mereciera ser expulsado de aquel sitio. Por consiguiente, recibió el precepto que le proporcionaba el medio de custodiar el paraíso en su provecho, es decir, por el que cumpliéndole no sería arrojado de él. Con razón se dice que alguno no guardó alguna prenda suya, cuando obra de tal modo que la pierde, aunque se haya salvado de la pérdida por otro o que la encontró o mereció recuperarla.
23. También tienen otro sentido estas palabras, el que juzgo que debe con motivo preferirse, y es que Dios colocó al hombre en el paraíso para trabajarlo y custodiarlo, porque así como el hombre trabaja la tierra no para hacer que ella sea tierra, sino para hacerla cultivada y fértil, así también Dios trabaja mucho más al hombre a quien formó, para quo sea justo, si el hombre no se aparta de El por la soberbia, porque el apostatar de Dios es el principio de la soberbia, pues dice la Escritura: El principio del orgullo en el hombre es apostatar de Dios23. Luego, como Dios es el bien inmutable, y el hombre, según el alma y el cuerpo, mudable, no puede perfeccionarse para ser justo y feliz a no ser que se dirija al bien inmudable que es Dios. Por esto el mismo Dios que crea al hombre para que sea hombre, trabaja al hombre y le custodia para que sea bueno y bienaventurado. Así, pues, con la mismo locución mediante la cual se dice que el hombre trabaja la tierra, la que ya era tierra, para que sea ornamentada y fértil, con la misma se dice que Dios trabaja al hombre, el que ya era hombre, para que sea piadoso y sabio, y también le custodia para que no se deleite en su propio poder más que en el de Aquel a quien debe estar sujeto, porque despreciando su dominio no puede estar seguro.
CAPITULO XI
Por qué se añadió aquí la palabra «Señor»
24. Por lo tanto, juzgo que no carece de sentido, sino que más bien nos avisa de algo, y de algo muy importante, que desde el comienzo de este libro divino el que comienza así: En el principio hizo Dios el cielo y la tierra, hasta el présenle nunca se escribió El Señor Dios, sino solamente Dios. Ahora, al llegar a donde se dice que colocó al hombre en el paraíso y bajo precepto le mandó trabajar y custodiar, así habla la Escritura: Y tomó el Señor Dios al hombre, a quien formó y le colocó en el paraíso para que le trabajara y custodiara. Esto no lo dice porque Dios no fuese el Señor de las creaturas anteriormente citadas, sino que como no se escribía esto por causa de los ángeles, ni por alguna otra creatura, sino únicamente por el hombre, no quiso ponerlo antes, sino cuando llegó a la colocación del hombre en el paraíso para trabajarlo y custodiarlo, a fin de avisarle en qué grado le era más necesario tener a Dios por Señor, es decir, vivir obediente bajo su dominio, que abusar desenfrenadamente de su propia libertad. Así, pues, ahora no se dice como en las demás cosas que arriba se escribieron: Tomó Dios al hombre que hizo, sino tomó el Señor Dios al hombre que hizo y le puso en el paraíso para trabajarlo, a fin de que fuese justo, y para custodiarlo para estar seguro bajo la dominación propia de Dios, que no es útil para El, sino para nosotros. Ciertamente El no necesita de nuestra servidumbre, pero nosotros necesitamos estar bajo su dominio para que nos trabaje y custodie. Por lo tanto, sólo El es el verdadero Señor, porque no le servimos para su utilidad, sino para nuestro provecho y salud. Si El necesitase de nosotros no sería el verdadero Señor, puesto que remediaría su necesidad por medio de nosotros, bajo la cual aparecería como siervo. Con razón dice el Salmista: Dije al Señor tú eres mi Dios, porque no necesitas de mis bienes24. Pero tampoco debemos pensar sobre lo que dijimos, que nos sirve El para nuestra utilidad y salud, como si esperásemos alguna otra cosa de El fuera de El mismo, el cual es la suma utilidad y salud. Así, pues, sin provecho para El le amamos conforme a lo que canta el salmo: Es un bien para mí unirme a Dios25.
CAPITULO XII
El hombre no puede obrar bien alguno sin el auxilio de Dios
25. No es tal el hombre que una vez creado pueda ejecutar algo bueno como propio suyo, si le abandona el que le hizo, pues toda su acción buena consiste en convertirse hacia aquel por quien fue hecho, y sólo por esto se hace justo, piadoso, sabio, o eternamente bienaventurado. Mas una vez que ha sido hecho tal, no debe apartarse el médico del cuerpo al que sanó, porque el médico fue un ayudador externo de su cuerpo, el cual sirvió a la naturaleza que obraba internamente bajo el poder de Dios, el que da toda salud mediante aquella doble acción de la divina providencia, de la que anteriormente hemos hablado. Luego no debe dirigirse el hombre hacia el Señor de tal modo que, después de haber sido por El justificado, se aparte de El, sino que debe estar en todo momento junto a El para que continuamente sea hecho justo por El; ya que por aquello mismo de no apartarse de El, operando y custodiando Dios, al dominarle mientras le está sumiso y obediente, con su presencia se justifica, es iluminado y consigue la felicidad.
26. Decíamos que el hombre trabaja la tierra para hacerla hermosa y fértil, y después de cultivada se aparta de ella dejándola arada, sembrada, regada o mejorada con algún otro trabajo; y, no obstante, permanece la obra que hizo a pesar de haberse apartado el operante. Dios no trabaja de igual modo al hombre justo, pues le justifica de tal forma que, apartándose, no permanece la justicia en aquel de quien se aparta. Obra más bien en el hombre como la luz obra en el aire, pues el aire con la presencia de la luz, no se convierte establemente en luminoso, sino que se hace transitoriamente claro. Si fuera convertido en aire luminoso no se haría claro sólo transitoriamente, sino que, apartándose la luz, permanecería transparente. Así el hombre, estando Dios presente a él es iluminado, mas apartándose de él inmediatamente se obscurece. De Dios no se aleja el hombre con espacios de lugar, sino con el apartamiento de la voluntad.
27. Así, pues, el que es inmutablemente bueno forme al hombre bueno y lo custodie. Continuamente por El seamos hechos. Siempre por El debemos ser perfeccionados, estando a El unidos y permaneciendo en aquella conversión que consiste en dirigirnos hacia El, de quien se dice por el Salmo: Adherirse a Dios es bueno para mí, y a quien se dice en otro sitio: Por ti guardaré mi fortaleza26. Nosotros somos la hechura de sus manos, no sólo en cuanto somos, sino también en cuanto somos buenos. Por eso el Apóstol, al recomendar la gracia por la cual fuimos salvados27, dice a los fieles convertidos de la iniquidad: Por la gracia habéis sido salvados mediante la fe, y eso no proviene de vosotros, sino que es dádiva de Dios, no en virtud de vuestras obras para que nadie se gloríe; pues de El somos hechura, creados en Cristo Jesús en las obras buenas, que Dios de antemano preparó para que caminásemos en ellas. Como hubiera dicho en otro sitio: Hermanos, con temor y temblor obrad vuestra salud, para que juzgasen que no debían atribuirse a su propio trabajo el hacerse justos y buenos, añadió a continuación: Dios es el que obra estas cosas en vosotros28. Tomó, pues, el Señor Dios al hombre a quien creó y le colocó en el paraíso para que lo trabajase, es decir, para trabajar en él y para custodiarlo.
CAPITULO XIII
¿Por qué se prohibió al hombre comer del árbol de la ciencia del bien y del mal?
28. Y mandó el Señor Dios a Adán, diciendo: de todo árbol que está en el paraíso comerás para alimentarte, mas del árbol del conocimiento del bien y del mal no comeréis de él, pues el día en que comiereis de él moriréis con muerte. Si alguna cosa mala tuviera aquel árbol del que Dios prohibió al hombre comer, aparecería que el hombre moría envenenado con la naturaleza de aquella misma ponzoña. Pero como El, que hizo todas las cosas sobremaneramente buenas, había plantado en el paraíso buenos todos los árboles29, no se encontraba allí ninguna naturaleza mala, puesto que jamás es mala naturaleza alguna. Acerca de esto hablaremos con más detención y cuidado, si el Señor me lo permite, cuando empecemos a tratar de la serpiente. Por lo tanto, de aquel árbol que no era malo se le prohibió comer, a fin de que la misma observancia del precepto fuese de por sí un bien para el hombre, y la transgresión de él un mal.
29. No puede darse a tender más exactamente y mejor, cuán grande sea la sola desobediencia, cuando por ella se hizo el hombre reo de iniquidad, puesto que al tocar el árbol prohibido pecó, el cual no hubiera pecado si lo hubiera tocado sin estar prohibido. El que dice, por ejemplo, no toques esta hierba, pronostica la muerte si ella es venenosa; y si alguno la toca, ciertamente al despreciador del precepto le acaece la muerte; pero, sin duda, igualmente moriría al tocarla aunque nadie se lo hubiera prohibido, puesto que aquella era contraria a la salud y a la vida del hombre, ya se le hubiera o no prohibido tocarla. Cuando alguno prohíbe que sea tocada una cosa que no perjudica al que la toca, sino al que prohíbe tocarla, verbigracia, si alguno metiere las uñas en el dinero del prójimo habiéndoselo prohibido el dueño de él, sería pecado para quien se ha prohibido, porque pudiera ser perjudicial para quien lo prohibió. Cuando se toca algo que no perjudica al que lo toca, a no ser que esté prohibido, ni a algún otro en cualquier tiempo que pueda tocarlo, ¿por qué se prohíbe, sino para demostrar que la obediencia es un bien en sí misma, y la desobediencia de suyo es un mal?
30. En fin, el hombre pecador sólo apeteció no estar bajo el dominio de Dios cuando cometió un delito: Para no cometerlo debiera atender a sola la orden de aquel que lo manda; la cual, si únicamente hubiera cumplido, ¿a qué otra cosa prestaría más atención que a la voluntad de Dios; qué otra cosa amaría sino la voluntad de Dios; qué otra cosa antepondría a la voluntad humana sino la voluntad de Dios? Sólo pertenece al Señor ver por qué mandó esto, al siervo únicamente le toca hacer lo mandado por Dios; y entonces sin duda verá, el que lo mereciese, por qué lo haya mandado. Mas para no detenernos demasiado buscando la causa de este mandato, entendamos que si mandando Dios hace útil lo que quiere mandar, y de El no se ha de temer que pueda mandar lo que es inútil, el mismo mandato es utilísimo al hombre porque por él sirve a Dios.
CAPITULO XIV
Por el desprecio del divino mandato se conoció el mal
31. Es imposible que la voluntad propia del hombre no le haga soportar el peso de una enorme desgracia, si envaneciéndose se antepone a la voluntad superior. Esto lo probó el hombre despreciando el precepto de Dios, y por este experimento conoció la diferencia que existe entre el bien y el mal, mejor dicho, entre el bien de 1a obediencia y el mal de la desobediencia, es decir, de la soberbia y pertinacia, o, lo que es lo mismo, de la falsa imitación de Dios y de la perversa libertad. Esto pudo suceder en el árbol que, como arriba dijimos, recibe el nombre del conocimiento del bien y del mal, por el mismo hecho de la desobediencia. No sentiríamos el mal si no lo conociéramos por la experiencia, porque el mal no existiría si no lo hubiéramos hecho, pues ninguna naturaleza es mala en sí misma, sino que la pérdida del bien recibe el nombre de mal. El bien inmutable es Dios; el hombre, en cuanto a la naturaleza en la cual Dios le creó, es ciertamente un bien, pero no es un bien inmutable como Dios. El bien mudable que sigue al inmudable bien se hace mejor cuando se une al bien inmudable amándole y sirviéndole con su propia y racional voluntad. Por tanto, esta facultad es un gran bien para la naturaleza, porque recibió el que pudiera unirse a la naturaleza del sumo Bien. Si no quiere unirse se priva de un bien y esto es un mal para ella, del que recibirá el castigo mediante la justicia de Dios. ¿Qué cosa más inicua que apartarse del bien para ser bueno? De ningún modo puede acontecer que esto sea un bien, pero algunas veces no se siente el mal al perder el bien supremo, sobre todo si se consigue el bien inferior que fue amado. Mas es propio de la divina justicia, que el que perdió voluntariamente lo que debió amar pierda con dolor lo que amó, siendo, por lo tanto, alabado siempre el Creador de las naturalezas. También es un bien el dolerse del bien perdido, porque a no ser que hubiera quedado algún bien en la naturaleza, ningún dolor habría en la pena del bien perdido.
32. Al que le agrada el bien sin haber experimentado el mal, es decir, antes de sentir la perdida del bien, elija retenerlo para no perderlo, y será digno de ser ensalzado sobre todos los hombres. Si esto no fuere de una gloria singular, no se atribuiría a aquel Niño que nació de la raza de Israel, el que se llamó Enmanuel, es decir, Dios con nosotros,30 y nos reconcilió con Dios siendo hombre mediador entre Dios y los hombres31. Verbo en Dios y carne entre nosotros32, y Verbo Carne entre Dios y nosotros. De El dice el profeta: Antes de conocer el niño el bien y el mal, desprecia la malicia para elegir el bien33. Mas ¿cómo elige o desprecia lo que ignora, si no es porque estas dos cosas se saben unas veces por el conocimiento del bien y otras por la experiencia del mal? Por la inteligencia del bien se conoce el mal, aunque no se sienta. Se retiene, pues, el bien, para no sentir el mal por la pérdida del bien. También por la experiencia del mal se conoce el bien, porque el que pierde algo siente que aquel mal procede del bien que perdió. Luego, antes de conocer el niño por experiencia el bien del que carecía, o el mal que sentiría por la pérdida del bien, despreció el mal para elegir el bien, es decir, no quiso perderloque tenía, para no sentir perdiendo lo que debía no perder. Esto fue un ejemplo singular de obediencia, puesto que no vino a hacer su voluntad, sino la voluntad del que le envió34; no como aquel otro que eligió hacer su voluntad y no la de aquel por quien fue hecho. Con razón, así como por la desobediencia de uno muchos fueron constituidos pecadores, así también por la obediencia de otro solo, muchos se constituyen justos35, y como todos mueren en Adán, todos son vivificados por Cristo36.
CAPITULO XV
¿Por qué el árbol de la ciencia del bien y del mal se llamó así?
33. En vano, pues, muchos se mortifican sin piedad buscando cómo haya podido llamarse el árbol, árbol de la ciencia del bien y del mal, antes de que el hombre hubiera quebrantado en él el precepto y de que por propia experiencia conociera qué diferencia había entre el bien que perdió y el mal que adquirió. El árbol recibió tal nombre a fin de que se evitara, no tocándole según lo mandado, lo que se sentiría al tocarle contra lo preceptuado, puesto que no se hizo él árbol de conocimiento del bien y del mal porque comieron de él, estando prohibido; aunque hubieran sido obedientes y no hubieran arrancado nada de él quebrantando el mandato, rectamente se llamaría así, porque les acontecería esto a los hombres si llegasen a tocarle. Si se llamara a un árbol, árbol de saturidad porque pudieran los hombres saciarse con los frutos de él, ¿acaso llevaría en vano este nombre porque nadie se hubiera acercado a él, cuando podrían probar cuán rectamente se llamaba de este modo aquel árbol al acercarse y saciarse?
CAPITULO XVI
El hombre, antes de experimentar el mal en sí mismo, pudo entender qué cosa era
34. ¿De qué modo dicen entendería el hombre lo que se le decía del árbol de la ciencia del bien y del mal, cuando en absoluto ignoraba qué cosa fuese el mismo mal? Los que tal dicen se fijan muy poco y no ven cómo por las cosas contrarias que nos son conocidas entendemos muchas desconocidas. Ningún oyente se queda en tinieblas cuando se pronuncian en el discurso palabras de cosas que no existen. Lo que absolutamente no es se llama nada (nihil) y, sin embargo, todo el que oye o habla latín entiende estas dos sílabas. ¿De dónde, pues, conoce el sentido, sino de que al contemplar aquello que es, por falta de ello se forma una idea de lo que no existe? Igualmente al decir «vacío», contemplando lo lleno de un cuerpo, entendemos, por la privación de esta plenitud, como cosa contraria, a qué se llame «vacío». Asimismo por el sentido del oído juzgamos no sólo de los sonidos, sino también del silencio. Luego por la vida que tenía el hombre en sí mismo podía evitar su contrario, es decir, la privación de la vida, o sea la muerte. Por tanto, la causa de perder lo que amaba, esto es, la acción que había de acarrear al hombre la pérdida de la vida, podía denominarse con cualesquiera términos, como cuando en latín se la denomina mal o pecado; basta que el hombre la percibiese como signo de la muerte y la discerniese con el entendimiento. ¿Pues cómo entendemos nosotros cuando se habla de la resurrección, si no la hemos experimentado jamás? ¿Acaso no es porque comprendemos qué sea el vivir; y a la privación de esto lo llamamos muerte, y por eso el volver otra vez a lo que en nosotros sentimos, es decir, a la vida, lo llamamos resurrección? Y aunque con algún otro nombre se denomine en cualquiera otra lengua, sin duda el signo se presenta a la mente mediante la voz del que habla, y por él, al ser pronunciado, conoce lo que sin signo pensaba. Es de admirar de qué modo la naturaleza, sin tener experiencia, evita la pérdida de las cosas que ella posee. ¿Quién enseñó a las bestias a soslayar la muerte, sino es el sentido de la vida? ¿Quién enseñó al niño a prenderse de los brazos de aquel que le sostiene y le amenaza con arrojarle hacia el suelo? Este sentimiento comienza a percibirse en cierto tiempo, pero siempre antes de que se tenga experiencia de él.
35. Así, pues, la vida ya era agradable para aquellos primeros hombres, y sin duda evitaban perderla; de aquí que podían entender a Dios de cualquier modo o con cualquier sonido que les hablase. De otra manera no pudiera el tentador persuadirles a cometer el pecado, si antes no les hubiera hecho creer que por aquel hecho no habrían de morir, es decir, no habrían de perder lo que tenían y se gozaban de tenerlo. Pero a su tiempo hablaremos de esto. Adviertan, si aún están indecisos, de qué modo hayan podido entender los primeros padres a Dios que les nombraba y les amenazaba con la muerte, sin tener experiencia de ella, y vean cómo nosotros conocemos sin vacilación alguna los nombres de todas las cosas no experimentadas, por medio de los contrarios, si son nombres que corresponden a privaciones de cosas, o por los semejantes si son palabras de las cualidades de las cosas. A no ser que tal vez alguno no quiera asentir a esto, sin antes saber de qué modo pudieron los primeros padres hablar o entender al que les hablaba, pues no habían aprendido creciendo entre los que hablaban o con algún maestro; como si fuera cosa difícil a Dios enseñarlos a hablar, precisamente a los que de tal modo creó que pudieran aprender el lenguaje de los hombres si éstos hubieran existido antes que ellos.
CAPITULO XVII
¿Fue dado el precepto conjuntamente a Adán y a Eva?
36. Con razón se pregunta si Dios dio este precepto sólo al hombre o también se le dio a la mujer. Sobre todo teniendo en cuenta que aún no se había narrado el modo de hacer a la mujer. ¿O es que tal vez había sido ya hecha, pero se narró después al recapitular el modo como se llevó a cabo lo que anteriormente se hizo? Las palabras de la Escritura son éstas: Y mandó el Señor Dios a Adán, diciendo; no dijo y les mandó, y prosigue: De todo árbol que está en el paraíso comerás alimento, no dijo comeréis; y continúa: Del árbol del conocimiento del bien y del mal no comeréis de él. Ahora sí, como dirigiéndose a los dos habla en plural y termina el precepto en plural diciendo: En el día que comiereis de él moriréis con muerte. ¿O es que sabiendo Dios que había de hacer para el hombre una mujer lo mandó ordenadísimamente, de suerte que el precepto del Señor llegase por medio del varón a la mujer? Esta norma observa en la Iglesia el Apóstol al decir: si algo quieren las mujeres aprender, pregunten en la casa a sus maridos37.
CAPITULO XVIII
Cómo habló Dios al hombre
37. Asimismo puede preguntarse de qué modo ahora habló Dios al hombre que hizo dotado ya de sentido y razón a fin de que pudiera oírle y entenderle; porque de ninguna manera se puede tomar como precepto, de forma que se haga uno reo quebrantándole, a no ser que se entienda haber sido dado como tal. ¿Cómo habló Dios al hombre? ¿Acaso interiormente en el alma de modo intelectual, es decir, entendiendo sabiamente la voluntad y el precepto de Dios, sin auxilio de sonidos corporales o de semejanzas de cosas corpóreas? Yo creo que no habló Dios de esta forma al primer hombre, porque la Escritura narra de tal suerte las cosas que más bien nos induce a creer que Dios habló al hombre en el paraíso como más tarde habló también a los Patriarcas Abraham y Moisés, es decir, en alguna forma corporal. Pues esto se deduce de lo que se dijo: Oyeron la voz del Señor que paseaba por el paraíso al caer de la tarde y se escondieron38.
CAPITULO XIX
Qué es lo que ante todo debemos conocer de Dios
para que podamos entender su obra en las creaturas
38. Aquí se nos ofrece una ocasión magnífica, que no debemos desaprovechar, para considerar, en cuanto podamos y el Señor se digne ayudarnos, la obra dividida en dos partes, de la divina Providencia: La que anteriormente al hablar sobre la agricultura del paraíso resumimos por ofrecérsenos entonces cierta ocasión pasajera, para que desde aquel momento comenzara el ánimo del lector a familiarizarse con ella, lo cual ayuda en gran manera a no entender algo indigno sobre la misma sustancia de Dios. Decimos, pues, que esta sustancia es el supremo, el verdadero y el único y solo Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo, es decir, que Dios, su Verbo y Espíritu de ambos es la misma Trinidad, sin confusión de personas y sin división de naturalezas. Dios es el que sólo tiene la inmortalidad y el que habita en la luz inaccesible, a quien ninguno de los hombres vio ni puede ver39, el cual no está encerrado por espacio de lugar finito o infinito, ni cambia por la sucesión finita ni infinita de los tiempos. Tampoco en la sustancia, por la que es Dios, existe el que sea menor la parte que el todo, como es necesario que acontezca en la sustancia que se mueve sin moverse el quicio, como acontece con la mano que se mueve gracias a su apoyo inmovible (a su articulación). Tampoco en su sustancia hubo algo que ahora ya no exista, ni lo habrá que ahora no lo tenga, como sucede en las naturalezas que están sujetas al cambio del tiempo.
CAPITULO XX
La criatura corporal es mudable en cuanto al lugar y al tiempo,
la espiritual sólo en el tiempo, el Creador ni en uno ni en otro
39. Dios, que vive en eternidad inmutable, creó a la vez todas las cosas por las que comenzaron a correr los tiempos, a llenarse los espacios, a deslizarse los siglos con sus movimientos temporales y locales. De estos seres creó unos espirituales y otros corporales; formó la materia a la cual nadie sino El la estableció informe y formable, de tal modo que su formación se anticipó en origen, mas no en tiempo. También antepuso la creatura espiritual a la corporal; la espiritual solamente puede mudarse en el tiempo y la corporal en el tiempo y en el espacio. Por ejemplo, en el tiempo se mueve el alma, o acordándose de lo que había olvidado, o aprendiendo lo que ignoraba, o queriendo lo que no había querido. El cuerpo se mueve en el espacio, o de la tierra al cielo, o del cielo a la tierra, o del oriente al occidente o de cualquier otro modo parecido. Todo lo que se mueve en el espacio no puede moverse si a la vez no se mueve también en el tiempo, pero no todo lo que se mueve en el tiempo es necesario que también se mueva en el espacio. Luego como a la sustancia que se mueve en el tiempo y en el espacio precede la sustancia que sólo se mueve en el tiempo, así también a ésta se antepone aquella que no se mueve ni en el tiempo ni en el espacio. Por lo tanto, como el espíritu creado se mueve solamente en el tiempo, y él mueve al cuerpo en el tiempo y en el espacio, así también el Espíritu creador inmóvil en el tiempo y en el espacio, mueve al espíritu creado en el tiempo. El espíritu creado se mueve a sí mismo en el tiempo, y mueve al cuerpo en el tiempo y en el espacio; el Espíritu creador se mueve a sí mismo sin tiempo y sin espacio, y mueve al espíritu creado en el tiempo sin el espacio y mueve al cuerpo en el tiempo y en el espacio.
CAPITULO XXI
Por un símil tomado del alma vemos cómo Dios inmovible mueve a las creaturas
40. Cualquiera que intente conocer de qué modo Dios, que es verdaderamente eterno, inmortal e inmudable, y que no se mueve en el tiempo ni en el espacio, mueva con movimiento temporal y local a su creatura, creo que no lo podrá conseguir, a no ser que antes haya entendido cómo el alma, es decir, el espíritu creado, que no se mueve en el espacio sino solamente en el tiempo, mueva al cuerpo en el tiempo y en el espacio: porque, si aún no puede entender lo que en sí mismo se obra, ¿cuánto menos entenderá lo que está encima de él?
41. Efectivamente, el alma está inclinada por la costumbre de los sentidos corporales a creer que ella misma es movida con el cuerpo en el espacio, cuando ella mueve al cuerpo en el espacio. La cual si pudiera examinar con el mayor cuidado de qué modo están ordenados uno por uno los centros, por llamarlos así, cardinales de los miembros de su cuerpo en quienes estriban y de quienes parten los movimientos, encontrará que todas las cosas que se mueven en el espacio se mueven únicamente por aquellas que están fijas en el espacio. Así, pues, no se mueve un solo dedo a no ser que esté la mano fija, desde cuya unión, siendo como centro inmóvil, se mueve sólo el dedo. Del mismo modo cuando se mueve toda la palma de la mano se mueve desde la articulación del húmero, y el húmero desde la articulación del hombro, y así estando fijos los goznes sobre los que descansa el movimiento gira todo lo que se mueve en el espacio.
Igualmente la planta del pie se articula en el talón, la que se mueve estando fijo éste; también la pierna se articula en la rodilla y toda la pierna en la cadera. No existe, pues, en absoluto, movimiento de miembro alguno, a quien la voluntad mueva, que no parta de algún centro articulado al que de antemano fije el imperio de la voluntad, a fin de que el miembro que se mueve pueda ser movido por medio de aquel que no se mueve en el espacio. Finalmente, ni andando se levanta un pie, a no ser que fijo el otro, soporte todo el cuerpo, para que el que se movió de un lugar a otro lo haga apoyándose sobre la articulación inmóvil de su gozne.
42. Si en el cuerpo la voluntad no mueve miembro alguno en el espacio a no ser con la ayuda de la articulación del miembro que está inmóvil, siendo así que la parte del cuerpo que es movida y aquella que la voluntad ha hecho que esté fija a fin de que mueva a la otra, tengan determinadas cantidades corporales por las que ocupan propios espacios de lugar, ¿con cuánta más razón será inmóvil en el espacio la misma voluntad del alma, a quien los miembros obedecen de forma que hace inmóvil a quien quiere para que en este miembro inmóvil se apoye el que es movido? Como el alma no es naturaleza corporal, ni llena el cuerpo ocupando espacio local al modo que el agua llena un odre o una esponja, sino que está unida de un modo maravilloso al cuerpo que vivifica, por la misma incorpórea voluntad, en virtud de la cual ejerce su imperio en el cuerpo por cierta determinación interna, mas no por la fuerza de una masa corporal, ¿con cuánta más razón el mismo acto de su voluntad será movido sin espacio, al mover él al cuerpo en el espacio? El mueve al cuerpo entero por sus partes y a ninguna de éstas las mueve en el espacio, sino por medio de aquellas que ha fijado.
CAPITULO XXII
De cómo mueven Dios y las almas
43. Si es difícil entender lo que hemos dicho en el capítulo pasado, no obstante creamos ambas cosas, que la naturaleza espiritual sin moverse ella en el espacio mueve al cuerpo en el espacio; y que Dios que no se mueve en el tiempo mueve a la creatura espiritual en el tiempo. Si no quiere creer alguno lo que se refiere al alma, con seguridad no sólo lo creería, sino que también lo entendería, si pudiera pensar en una alma incorpórea, como realmente lo es. Porque ¿quién no comprenderá fácilmente que no puede ser movido en el espacio lo que no ocupa lugar?; mas todo lo que ocupa lugar es cuerpo, y, por lo tanto, se deduce que el alma no puede moverse en el espacio, si creemos que ella no es un cuerpo. Pero, como empezaba a decir, si alguno no quiere creer esto del alma no se le ha de urgir en demasía; mas en cuanto a la sustancia de Dios, a no ser que crea que ni en el tiempo ni en el espacio puede moverse, aún no pensará bien sobre su inmutabilidad.
CAPITULO XXIII
Dios, estando en eterno reposo, mueve todas las cosas
44. Mas como aquella naturaleza de la Trinidad es en absoluto inmutable, y por esto de tal modo eterna que no puede haber ninguna cosa coeterna a Ella, Ella en sí misma y dentro de sí misma sin tiempo ni lugar mueve, no obstante, en el tiempo y en el espacio a la creatura que tiene sometida. Crea las naturalezas por bondad y ordena con poder las voluntades, de tal suerte que entre las naturalezas ninguna exista que no haya sido creada por Ella, entre las voluntades ninguna es buena a quien ella no gobierne y ninguna mala de la que no pueda usarla en bien. Mas no dio a todas las naturalezas el libre arbitrio de la voluntad. A quienes se lo dio son más poderosas y excelentes. Las que no tienen voluntad es necesario que estén sujetas a las que la tienen; esto sucede por ordenación del Creador, el cual jamás castiga de tal modo a la voluntad perversa, que le arranque esta dignidad propia de su naturaleza. Luego, como todo cuerpo y toda alma irracional no posean el libre arbitrio de la voluntad, estas naturalezas están sujetas a las naturalezas que están dotadas del libre arbitrio de la voluntad; mas no todas están sometidas a todas, sino como lo ordenó la justicia del Creador. Luego la providencia de Dios, que rige y administra el universo, rige y administra las naturalezas y las voluntades; las naturalezas para que existan; las voluntades para que no sean sin recompensa buenas, ni malas sin castigo. Somete, pues, primeramente, a El todas las cosas, después la creatura corporal a la espiritual, la irracional a la racional, la terrestre a la celeste, la femenina a la masculina, la más débil a la más potente, la más necesitada a la menos indigente. En las voluntades obra Dios de esta manera, las Buenas las somete a El, las otras a las que le están sometidas a El, a fin de que la mala voluntad soporte lo que por el mandato de Dios hiciere la buena, ya por sí misma ya por la mala; mas esto solamente sucede en las cosas, es decir, en los cuerpos que por naturaleza están sometidos también a las malas voluntades; porque las malas voluntades tienen en sí mismas su interno y propio castigo, así como tienen su propia iniquidad.
CAPITULO XXIV
Qué creaturas se hallan sometidas a los ángeles
45. Según esto, toda naturaleza corporal, toda vida irracional, toda voluntad enferma o depravada está sometida a los ángeles excelsos que gozan con sumisión de Dios y le sirven en la bienaventuranza, para que ellos hagan de las sometidas o con las sometidas, mandándolo Aquel a quien están sujetas todas, lo que el orden de la naturaleza exige de todas ellas. Por lo tanto, los ángeles contemplan en Dios la inmutable verdad, y conforme a ella dirigen sus voluntades. Luego ellos se hacen participantes de la eternidad, de la verdad y de la voluntad de Dios, por siempre, sin tiempo y sin espacio. Se mueven también al imperio de la voluntad de Dios temporalmente sin moverse El en el tiempo. Mas esto no se hace de tal forma que se alejen o desfallezcan de la contemplación de Dios, sino a la vez le contemplan sin lugar y sin tiempo y perciben las órdenes de El en las cosas inferiores, moviéndose ellos en el tiempo y moviendo al cuerpo en el espacio y en el tiempo en cuanto conviene a su acción. Así, Dios preside con la doble acción de su divina providencia a toda creatura; en las naturalezas para crearlas; en las voluntades para que sin el mandato o la permisión de El no hagan cosa alguna.
CAPITULO XXV
De qué modo gobierna Dios el universo y sus partes
46. La naturaleza del mundo corporal no es ayudada extrínseca y corporalmente, porque no existe cuerpo alguno que se halle fuera de ella; de otro modo ella no sería universo. Intrínsecamente es ayudada incorporalmente por Dios que obra para que exista como tal naturaleza, pues de El y en El y por El son todas las cosas40. Las partes del mismo universo son objeto de una ayuda incorporal e interna o, mejor dicho, creadas para ser naturaleza y también se las ayuda extrínseca y corporalmente para ser mejores; por ejemplo, con los alimentos, con la agricultura, con la medicina y con cualquier otra cosa que puede servir a su ornato, a fin de que no sólo sean íntegras y más fecundas, sino también más hermosas.
47. Referente a la naturaleza espiritual creada, si es perfecta y feliz como la de los santos ángeles, sólo es ayudada intrínseca e incorporalmente para que exista y para que sea sabia, ya que interiormente la habla Dios de un modo maravilloso e inefable, no por escritura impresa en instrumentos materiales, ni por voces que suenan en oídos corporales, ni por semejanzas de cuerpos como son las que imaginariamente se representan en el espíritu, ya en sueños o en algún arrebato del espíritu al que los griegos llaman (ekstasis) éxtasis, cuya palabra usamos también nosotros en lugar de la latina. Este género de visiones, aunque se verifica de una manera más interna que el que se transmite al alma por los sentidos del cuerpo, sin embargo, como es semejante a éste, cuando tiene lugar o de ningún modo o apenas o rarísimamente puede discernirse de éste. Como la visión extásica es más externa que aquella que la mente racional e intelectual contempla en la misma inmutable verdad, con cuya luz juzga todas estas visiones, creo que la visión extática debe ser contada entre las que son extrínsecas. Luego la creatura espiritual e intelectual perfecta y bienaventurada como es la de los ángeles, según dije, en cuanto se refiere a que exista y sea sabia y bienaventurada, tan sólo intrínsecamente es ayudada por la eternidad, la verdad y la caridad del Creador. Si ha de decirse que también es ayudada extrínsecamente, tan sólo quizá lo es para verse unas a otras, y alegrarse en Dios de la sociedad que forman, y dar gracias y alabar por todos los medios al Creador, porque contemplan también en sí mismas a todas las otras creaturas. En cuanto se refiere a la acción de la creatura angélica, mediante la cual la Providencia de Dios atiende a los seres de todo el universo y principalmente al hombre, ella ayuda extrínsecamente, o mediante las visiones semejantes a las visiones corporales, o por los mismos cuerpos que están sometidos al poderío de la naturaleza angélica.
CAPITULO XXVI
Dios, permaneciendo siempre el mismo e inmoble, gobierna todas las cosas
48. Siendo esto así, Dios omnipotente y absoluto sostenedor del universo, siempre el mismo por la inmutable eternidad, verdad y voluntad, sin moverse en el tiempo ni en el espacio, mueve en el tiempo a la creatura espiritual y mueve en el tiempo y en el espacio a la creatura corporal. Con ese movimiento administra también extrínsecamente las naturalezas que constituye intrínsecamente; mediante las voluntades sometidas a El mueve temporal y espacialmente todas aquellas cosas que en el tiempo y en los cuerpos están sometidas a El y a dichas voluntades, precisamente en aquel tiempo y lugar cuya razón de ser tiene vida en Dios sin tiempo y sin lugar. Cuando Dios obra tales cosas no debemos creer que la sustancia de El, por la cual es Dios, es mudable en el tiempo o en el espacio, o que se mueve en el tiempo o en el espacio, sino que nosotros debemos conocer estas cosas en la obra de la divina Providencia; no en aquella obra por la que crea la naturaleza, sino en aquella por la que administra extrínsecamente a las creadas intrínsecamente, puesto que El, por su inmutable y excelentísimo poder es, sin ningún intervalo de tiempo o espacio de lugar, el más interior a todo ser, ya que en El están todas las cosas, y el más exterior a toda creatura porque El está sobre ellas. Asimismo, sin ningún intervalo de tiempo y de lugar, por su inmutable eternidad, también es el más antiguo de todos los seres porque El existe antes de todos, y el más nuevo porque, envejeciendo todos ellos, El siempre es el mismo.
CAPITULO XXVII
Por lo que se ha dicho podemos colegir de qué modo habló Dios a Adán
49. Por lo tanto, al oír decir: y mandó Dios a Adán diciendo: de todo árbol que está en el paraíso comerás para, alimentarte, mas del árbol del conocimiento del bien y del mal no comeréis de él, pues el día que comiereis de él moriréis con muerte, si preguntamos de qué manera habló Dios estas palabras, diremos que de un modo que no puede ser entendido por nosotros con toda exactitud. Sin embargo, debemos tener por cierto que Dios, o habló por medio de su sustancia, o por la creatura sujeta a El. Por su sustancia habló sólo para crear todas las naturalezas; en cuanto a las espirituales e intelectuales, no sólo para crearlas, sino también para iluminarlas, puesto que éstas pueden ya entender su palabra tal cual ella se halla en El su Verbo, el que en el principio estaba en Dios y el Verbo era Dios, por quien fueron hechas todas las cosas41. Tocante a las naturalezas que no son capaces de entender su locución, cuando habla Dios, las habla solamente por medio de la creatura espiritual, ya sea en sueños o en éxtasis con semejanzas de cosas corporales; o también las habla por la misma naturaleza corporal cuando presenta alguna imagen a los sentidos del cuerpo o se perciben sonidos de voces.
50. Si, pues, Adán era tal que pudiera percibir aquella palabra de Dios que presenta a las mentes angélicas mediante su sustancia, no puede dudarse de que Dios moviera la mente de Adán en el tiempo de un modo maravilloso e inefable sin moverse El en el tiempo; y que le hubiera impreso en su mente el precepto de justicia útil y saludable; y que le hubiera hecho comprender inefablemente por la misma verdad la pena que debía soportar al transgresor. Esto se haría al modo como se oyen y ven todos los buenos preceptos en la misma Sabiduría inmutable, la que se comunica a las almas santas42 a partir de algún tiempo, bien que ella no tenga movimiento alguno en el tiempo. Mas si Adán era justo, pero de suerte que aún le era necesaria la autoridad de otra creatura más santa y más sabia que él, por la cual conociera la voluntad y el precepto de Dios, como para nosotros nos es necesaria la autoridad de los profetas y para éstos la de los ángeles, ¿por qué dudamos que Dios habló al hombre por alguna de estas creaturas con lenguaje que pudiera entender? Ningún conocedor de la fe católica duda en modo alguno que no se efectuó por la misma sustancia de Dios, sino por medio de una creatura sujeta a El, lo que a continuación se escribió: Que después que pecaron nuestros padres, oyeron la voz del Señor Dios que paseaba por el paraíso43. Sobre este asunto he querido disertar un tanto largamente porque creen muchos herejes que la sustancia del Hijo de Dios sin haberse unido al cuerpo, es por sí misma visible y, por lo tanto, juzgan que el mismo Hijo de Dios fue visto tal cual es por los Patriarcas antes de tomar el cuerpo de las entrañas de la Virgen. Como si de sólo el Padre se hubiera dicho: Al que ningún hombre vio ni puede verle44, y por lo mismo, el Hijo hubiera sido visto en su misma sustancia antes de tomar la forma de siervo. Esta impiedad debe ser alejada de la mente católica. Pero acerca de esto hablaré más largamente, si Dios quiere, en otra circunstancia. Ahora, habiendo terminado este volumen, expondré a continuación lo que sigue: Cómo fue creada la mujer del costado del varón.
No hay comentarios. :
Publicar un comentario