domingo, 13 de mayo de 2018

MUÉSTRANOS, SEÑOR, A CUÁL HAS ELEGIDO - HIZO EL SEÑOR LO QUE ÉL MISMO HABÍA ENSEÑADO: LOS APÓSTOLES, LO QUE HABÍAN APRENDIDO DE ÉL




MUÉSTRANOS, SEÑOR, A CUÁL HAS ELEGIDO
San Juan Crisóstomo, Homilía 3 (1.2.3)
sobre el libro de los Hechos de los apóstoles

Uno de aquellos días, Pedro se puso en pie en medio de los hermanos y dijo (cf. Hch 1,15ss). Pedro, a quien se había encomendado el rebaño de Cristo, es el primero en hablar, llevado de su fervor y de su primacía dentro del grupo: Hermanos, tenemos que elegir de entre nosotros. Acepta el parecer de los reunidos, y al mismo tiempo honra a los que son elegidos, e impide la envidia que se podía insinuar.

¿No tenía Pedro facultad para elegir a quienes quisiera? La tenía, sin duda, pero se abstiene de usarla, para no dar la impresión de que obra por favoritismo. Por otra parte, Pedro aún no había recibido el Espíritu Santo. Propusieron -dice el texto sagrado- dos nombres: José, apellidado Barsabá, de sobrenombre Justo, y Matías. No es Pedro quien propone los candidatos, sino todos los asistentes. Lo que sí hace Pedro es recordar la profecía, dando a entender que la elección no es cosa suya. Su oficio es el de intérprete, no el de quien impone un precepto.

Hace falta, por tanto, que uno de los que nos acompañaron. Fijaos qué interés tiene en que los candidatos sean testigos oculares, aunque aún no hubiera venido el Espíritu.


Uno de los que nos acompañaron -precisa- mientras convivió con nosotros el Señor Jesús. Se refiere a los que han convivido con él, y no a los que sólo han sido discípulos suyos. Es sabido, en efecto, que eran muchos los que lo seguían desde el principio. Y, así, vemos que dice el Evangelio: Era uno de los dos que oyeron a Juan y siguieron a Jesús.

Y prosigue: Mientras convivió con nosotros el Señor Jesús, desde que Juan bautizaba. Con razón señala este punto de partida, ya que los hechos anteriores nadie los conocía por experiencia, sino que los enseñó el Espíritu Santo.

Luego continúa diciendo: Hasta el día de su ascensión, y: Como testigo de la resurrección de Jesús. No dice: «Testigo de las demás cosas», sino: Testigo de la resurrección de Jesús. Pues merecía mayor fe quien podía decir: «El que comía, bebía y fue crucificado, este mismo ha resucitado». No era necesario ser testigo del período anterior ni del siguiente, ni de los milagros, sino sólo de la resurrección. Pues aquellos otros hechos habían sido públicos y manifiestos, en cambio, la resurrección se había verificado en secreto y sólo estos testigos la conocían.

Todos rezan, diciendo: Señor, tú penetras el corazón de todos, muéstranos. «Tú, no nosotros». Llaman con razón al que penetra todos los corazones, pues él solo era quien había de hacer la elección. Le exponen su petición con toda confianza, dada la necesidad de la elección. No dicen: «Elige», sino muéstranos a cuál has elegido, pues saben que todo ha sido prefijado por Dios. Echaron suertes. No se creían dignos de hacer por sí mismos la elección, y por eso prefieren atenerse a una señal.

* * *

HIZO EL SEÑOR LO QUE ÉL MISMO HABÍA ENSEÑADO:
LOS APÓSTOLES, LO QUE HABÍAN APRENDIDO DE ÉL 
San Agustín, Comentario sobre el salmo 56,1

Acabamos de oír en el evangelio (Jn 15,9-17), hermanos, cuánto nos ama el Señor y Salvador nuestro Jesucristo, Dios con el Padre y hombre con nosotros, nacido de nosotros y ahora ya a la derecha del Padre. Habéis oído cuánto nos ama. Pues la medida de su amor él mismo la declaró y nos la indicó a nosotros al decirnos que su mandato consistía en que nos amásemos unos a otros. Y para que no anduviéramos indagando, indecisos y perplejos, hasta qué punto debemos amarnos mutuamente, y cuál deba ser la medida perfecta del amor agradable a Dios -perfecta es la medida que no conoce otra mayor-, él mismo nos la explicitó, nos la enseñó, y dijo: Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos.

Hizo él lo que él mismo había enseñado; los apóstoles hicieron lo que habían aprendido de él y nos intimaron a imitarles. Hagámoslo también nosotros. Pues si bien no somos lo que él en cuanto nos creó, somos lo que él en cuanto por nosotros se encarnó. Y si sólo lo hubiera hecho él quizá nadie de nosotros debería tener la audacia de imitarlo, pues él era hombre, pero sin dejar de ser Dios. Pero en cuanto hombre, los siervos imitaron al Señor, los discípulos al Maestro, y lo hicieron asimismo los que nos precedieron en la familia de Dios, que son nuestros padres, pero también consiervos nuestros. Dios no nos hubiera mandado hacerlo, de saber que el hombre era incapaz de realizarlo.

¿Te dejas abatir por el precepto al considerar tu debilidad? Que su ejemplo te conforte. ¿Es que el ejemplo te parece también demasiado para ti? El que nos dio ejemplo está pronto a prestarnos al mismo tiempo la ayuda. Oigamos su voz en este salmo 56. Pues una circunstancia feliz y la divina disposición han hecho que este salmo sintonizara con el evangelio de hoy que nos inculca el amor de Cristo, que dio su vida por nosotros, para que también nosotros demos nuestras vidas por los hermanos. Concordó y sintonizó con este salmo 56, para que viéramos cómo nuestro Señor dio su vida por nosotros, ya que este salmo canta su pasión.

Y que el Cristo total es a la vez cabeza y cuerpo, es cosa que estoy seguro que conocéis perfectamente: la cabeza es nuestro Salvador en persona, que padeció bajo Poncio Pilato y que ahora -una vez resucitado de entre los muertos- está sentado a la derecha del Padre. Su cuerpo es la Iglesia: y no esta o aquella Iglesia, sino la Iglesia extendida por toda la redondez de la tierra; ni sólo la Iglesia compuesta por los hombres que actualmente existen peregrinando en la tierra, sino la Iglesia a la que también pertenecen los que nos precedieron y los que nos seguirán hasta el fin de los tiempos.

La Iglesia universal formada por la totalidad de los fieles, por ser todos los fieles miembros de Cristo, tiene por cabeza a aquel que, estando ya en el cielo, gobierna a su cuerpo; y aunque separado en la visión, está muy compenetrado en la caridad. Y como el Cristo total es cabeza y cuerpo, en todos los salmos hemos de tal modo oír las voces de la cabeza, que escuchemos a la vez las voces del cuerpo. Pues no quiso hablar separadamente, porque no quiso estar separado. Por eso dijo: Y sabed que yo estoy con vosotros hasta el fin del mundo. Si está con nosotros habla en nosotros, habla de nosotros, habla por medio de nosotros, porque también nosotros hablamos en él. Y por eso hablamos la verdad porque hablamos en él.

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