domingo, 13 de mayo de 2018

LA PIEDAD ECLESIAL DE SAN FRANCISCO .




LA PIEDAD ECLESIAL DE SAN FRANCISCO
por Kajetan Esser, OFM

La Santa Madre Iglesia. La palabra y sus ministros

Sería pedir demasiado a san Francisco, que se autotitulaba «ignorante e indocto», una presentación teológicamente formulada de su concepción de la Iglesia. Él encontraba a la Iglesia, la descubría, ante todo y sobre todo en su devoción práctica. Para él la Iglesia es la casa del Señor, a cuyo servicio se sentía llamado por Dios. Por otra parte, en su conciencia de creyente, hay otra realidad que emerge más fuerte y que está en el origen de todo: la Iglesia es siempre para él la santa Madre, que con la palabra y los sacramentos transmite la vida a los hombres, y los guía sobre la tierra como representantes de Cristo.

Francisco, al igual que muchos hombres de aquel tiempo, religiosamente tan inquieto, que estaban apasionados por Dios, vivía en contacto inmediato, del todo nuevo y personal, con la palabra de Dios en la sagrada Escritura, especialmente con el evangelio. «Aunque este hombre bienaventurado no había hecho estudios científicos, con todo, aprendiendo de Dios la sabiduría que viene de lo alto e ilustrado con las iluminaciones de la luz eterna, poseía un sentido no vulgar de las Escrituras. Efectivamente, su ingenio, limpio de toda mancha, penetraba hasta lo más escondido de los misterios, y su afecto de amante entraba donde la ciencia de los maestros no llegaba a entrar» (2 Cel 102). «La suprema aspiración de Francisco, su más vivo deseo y su más elevado propósito, era observar en todo y siempre el santo evangelio y seguir la doctrina de nuestro Señor Jesucristo y sus pasos con suma atención, con todo cuidado, con todo el anhelo de su mente, con todo el fervor de su corazón. En asidua meditación recordaba sus palabras y con agudísima consideración repasaba sus obras» (1 Cel 84).


En este encuentro carismático con la palabra y la vida del Señor descubrió su vocación particular: «Nadie me mostraba qué debía hacer, sino que el Altísimo mismo me reveló que debía vivir según la forma del santo evangelio» (Test 14). Con la inmediatez absoluta del encuentro y con la conciencia de su misión particular -precisamente en oposición a las formas heréticas de los movimientos religiosos de su tiempo- Francisco se sabe íntimamente unido a la Iglesia.

Sólo los clérigos de la Iglesia anuncian la Palabra de Dios y sólo ellos deben ejercer este ministerio. Francisco quiere que ellos y todos los teólogos, los que administran la altísima Palabra de Dios, sean estimados y honrados como quienes «nos administran espíritu y vida» (Test 13). Por eso en el momento decisivo de su conversión pidió que el sacerdote le explicara más exactamente la palabra de Dios escuchada en el evangelio de la misa. Fue la palabra del sacerdote la que le confirmó ante todo que la llamada, sentida en su corazón, venía de Dios. Y desde aquel momento comenzó a practicar la obediencia que se le pedía, de una forma plena e incondicionalmente. Reconocía con la misma actitud de fe: «Desde el día de mi conversión, el Señor puso en boca del obispo de Asís su palabra, con que me aconsejó acertadamente y me confortó en el servicio de Cristo nuestro Señor» (EP 10). Francisco buscaba personalmente la palabra de Dios, pero con perspicacia de creyente se sentía ligado a ella cuando era transmitida por la Iglesia, que se le mostraba en forma indisoluble y concreta en sus servidores consagrados.

Francisco ama y aprecia altamente la vida según la forma del santo evangelio, pero no al margen de la fe de la santa madre Iglesia: «Pensaba que, entre todas las cosas y sobre todas ellas, se había de guardar, venerar e imitar la fe de la santa Iglesia romana, en la cual solamente se encuentra la salvación de cuantos han de salvarse». Esta convicción condicionaba su respeto y veneración a los sacerdotes y a todos los ministros de la Iglesia. Por eso prosigue el texto: «Veneraba a los sacerdotes, y su afecto era grandísimo para toda la jerarquía eclesiástica» (1 Cel 62). Por amor de la fe y del ministerio, Francisco exigía esta misma veneración incluso respecto de los sacerdotes pecadores públicos: «Y no quiero advertir pecado en ellos, porque miro en ellos al Hijo de Dios y son mis señores». Lo que a él le importa es que los sacerdotes vivan según la forma de la santa Iglesia romana y hayan recibido de ella su consagración. Consideraba tan importante esta actitud estrictamente de fe, que de ella hacía depender la bendición o la maldición para el hombre.

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