CONTEMPLAR Y VIVIR CON FRANCISCO Y CLARA DE ASÍS
EL MISTERIO DE CRISTO EUCARÍSTICO
por Michel Hubaut, franciscano
Celebrar la comida del Señor:
rendirle «el homenaje» de toda nuestra vida
Ante la grandeza y la actualidad del don de la Eucaristía, Francisco apremia a sus hermanos a hacer el vacío en sí mismos para acoger al que es todo: «Nada de vosotros retengáis para vosotros, a fin de que os reciba todo enteros el que se os ofrece todo entero» (CtaO 29). ¿Cómo no dar todo al que se nos da todo? En la Eucaristía, la vida eterna encuentra la historia del hombre, el Viviente encuentra al hombre mortal. ¡Qué prodigioso intercambio!
La respuesta del hombre, en la fe, exige la disponibilidad, la pureza de intención y el homenaje de nuestro amor. Es lo que Francisco expresa con frecuencia mediante las palabras respeto (reverentia) y honor. «Os ruego a todos vosotros, hermanos, besándoos los pies y con la caridad que puedo, que manifestéis toda reverencia y todo honor, tanto cuanto podáis, al santísimo cuerpo y sangre de nuestro Señor Jesucristo... Gran miseria y miserable debilidad, que cuando lo tenéis tan presente a él en persona, vosotros os preocupéis de cualquier otra cosa en todo el mundo» (CtaO 12.25).
El temor respetuoso que siente el Poverello ante la presencia eucarística es el de toda la Biblia ante la transcendencia del Dios Altísimo. Encuentra, por otra parte, espontáneamente el gesto oriental de la adoración: la prosternación, frente en tierra, como Moisés ante la Zarza ardiente.
En una época en que un poco en todas partes, en Italia, sobre todo en Lombardía, estallaban motines populares contra los sacerdotes indignos y en que numerosos herejes ponían en duda la validez de sus sacramentos, Francisco manifiesta un respeto sorprendente por el sacerdocio. Escribe en su Testamento: «Si tuviera tanta sabiduría cuanta Salomón tuvo, y hallara a los pobrecillos sacerdotes de este siglo en las parroquias en que moran, no quiero predicar más allá de su voluntad. Y a éstos y a todos los otros quiero temer, amar y honrar como a mis señores» (Test 7-8).
Expresa, pues, su actitud exactamente con los mismos términos que los empleados para la Eucaristía. ¿Se trata de una sacralización abusiva del sacerdocio? Francisco mismo se explica: «Y lo hago por esto, porque nada veo corporalmente en este siglo del mismo altísimo Hijo de Dios, sino su santísimo cuerpo y su santísima sangre, que ellos reciben y ellos solos administran a los otros. Y quiero que estos santísimos misterios sean sobre todas las cosas honrados, venerados y colocados en lugares preciosos» (Test 10-11).
Este ruego no era superfluo en un tiempo en que se dejaban a veces las iglesias en un estado lamentable y aun enmohecerse el pan consagrado. El concilio IV de Letrán, en 1215, deploraba ya que en algunas iglesias los objetos de culto estaban en un abandono y en un estado de suciedad increíbles. En este sentido predica y escribe Francisco con frecuencia a los clérigos. Frecuentemente se le ve, cuando llega a un lugar, comenzar por barrer la iglesia local. Respeta infinitamente todo cuanto toca de cerca o de lejos a la presencia eucarística de su Señor, cuya dignidad parece salpicar sobre todo lo que le rodea (cf. 2 Cel 202).
Esta fe profunda en la presencia nueva de Cristo hace de él un verdadero apóstol de la eucaristía. Cinco de las ocho cartas que se nos han conservado tienen por tema central el respeto a este sacramento. Suplica a los hermanos, clérigos o laicos, que no pisoteen al Hijo de Dios, que no desdeñen y mancillen la sangre de la Alianza, que no ultrajen al Espíritu de la gracia: «Pues el hombre desprecia, mancha y conculca al Cordero de Dios cuando, como dice el Apóstol, sin diferenciar y discernir el santo pan de Cristo de otros alimentos o ritos, lo come de manera vana e indigna» (CtaO 17-19). Reaccionará siempre con vigor ante la irreverencia al Cristo eucarístico. En particular, frente a los clérigos, a quienes dirige una carta muy sentida (cf. CtaCle).
Notemos que Francisco no separa jamás palabra y Eucaristía. A sus ojos, cuerpo y palabra de Cristo son dos manifestaciones visibles, actuales del mismo Altísimo, dos modos de su presencia real. Cristo encarnado es, todavía hoy, por su palabra y sus sacramentos, el que revela a Dios y se da a sus hermanos. La Eucaristía es para Francisco redención y revelación a la vez. Coherencia espiritual que el pobrecillo de Asís ha percibido en la adoración silenciosa y en la participación en la vida litúrgica, donde todos los días estamos invitados a la mesa del pan y a la mesa de la palabra.
Y, desde luego, por algo utiliza el mismo verbo: administrar (el latín administrare significa servir), para hablar de la palabra de Dios y de la Eucaristía. Francisco pide la misma actitud de respeto para «administrar» y acoger la palabra que para «administrar» y recibir la comunión.
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