sábado, 26 de mayo de 2018

Testimoniar el «tomad y comed»

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ORAR CON EL CORAZÓN ABIERTO
Meditaciones diarias para un sincero diálogo con Dios

Por motivos laborales me encuentro en Irán, en la ciudad del norte a la que he viajado no hay cristianos ni tampoco iglesias. Y me falta algo. Tengo el vacío de no poder asistir a la misa diaria. Y la ausencia de templos me llena de desazón.
En la Eucaristía siento vivamente como la Pasión de Cristo y su obra redentora emerge diariamente en la iglesia a la que habitualmente acudo. La Eucaristía es el sacrificio vivo de Cristo. Es un acompañar a Jesús en esa hora del Jueves Santo en que instituyó la Eucaristía en la Santa Cena. Cada vez que se produce el intenso momento de la transubstantación del pan y del vino en su Cuerpo y su Sangre algo se me remueve por dentro. Es impresionante testimoniar la entrega del «tomad y comed esto es mi cuerpo o tomad o bebed esta es mi sangre». Es impresionante revivir como, en cualquiera de los templos, capillas, ermitas o basílicas del mundo, se renueva el sacrificio del Calvario, y la gloria de la Redención que se aplica sobre cada uno de los hombres.
La Eucaristía no solo es la celebración de la Santa Misa en la que Jesús todo lo entrega por nosotros es, también, revivir la traición de Judas, la negación de Pedro, la desbandada general de los apóstoles, los gritos enardecidos de los judíos pidiendo la crucifixión del Señor, la flagelación inmisericorde de los soldados romanos, las burlas del pueblo cuando se dirigía el Señor hacia el calvario, las caídas con la cruz a cuestas, el cruce de miradas con su Madre, el encuentro con la Verónica o con el Cirineo.

A veces lo olvidamos pero cuando en el altar el sacerdote eleva sus manos consagradas al cielo mostrando el Cuerpo y la Sangre de Jesús uno asiste a la representación del calvario mismo y en cada una de las hostias consagradas está allí presente, el Señor, inmolado, unido al Padre y al Espíritu Santo, en sacrificio de redención; esas manos humanas del sacerdote le representa a Él en la tierra.
Por eso la Misa no puede vivirse de una manera pasiva, la misa es imprescindible conocerla, vivirla íntimamente, amarla desde lo más profundo del corazón, hacerla partícipe de la propia vida, saborear cada uno de sus momentos, de sus palabras, de sus gestos, de su significado; es necesario adentrarse profunda y vivencialmente en el gran Misterio.
En la Misa uno no puede esperar sólo que se de Cristo, uno tiene que darse también y ofrecerse en unión con el Señor, por Cristo y en Cristo.
Además, asistir a la Misa es encontrarse también con María, la Madre, y arrodillarse junto a Ella a los pies del madero santo, sintiendo su presencia cooperadora en la redención humana.
Hoy invito a los lectores de esta página a acudir a la Santa Misa y encontrarse íntima y espiritualmente con Jesús y María y unirse al Señor de manera vivencial a su Pasión dándole gracias por tanto amor derramado.


¡Hoy, señor, no voy a poder recibir en mi corazón Tu Cuerpo santo y no podré gozar de un poco del cielo que me trae tu Eucaristía! ¡Pero te doy gracias, Señor! ¡Te doy infinitas gracias, Señor, porque el Jueves Santo, durante la Última Cena, partiste el pan y nos diste el vino para convertirlo en tu cuerpo y en tu sangre para saciar con ello nuestra hambre y nuestra sed de Ti! ¡Te doy gracias con mi corazón abierto, Señor, porque con tu cuerpo y tu sangre llenas mi vida tu presencia! ¡Te doy gracias, Señor, porque en cada Eucaristía te vuelves a presentar ante nosotros creando una comunidad de amor! ¡Te doy gracias, Señor, porque nos podemos unir a ti haciéndonos uno contigo y nos permites unir nuestra vida a la tuya! ¡Señor, que mi encuentro en la Eucaristía de cada día esté presidida por el amor, el cariño, la piedad y la entrega que tú mereces porque quiero adorarte y alabarte, porque quiero disfrutar de los beneficios que tú nos ofreces, porque quiero ser partícipe de tu pasión y porque quiero tener los mismos sentimientos de amor que tienes Tu! ¡Te doy gracias, Señor, porque a tu lado en la Eucaristía me siento muy bien y nada me separa de ti, quiero compartir mis planes, mis preocupaciones, mi familia, mi trabajo, mis amigos, mis necesidades, mis alegrías y mis ilusiones, mis sobresaltos y mis sufrimientos, mi futuro, me entrego a ti que te das por nosotros en el Santísimo Sacramento del altar! ¡Gracias, Señor, gracias por tanto amor y por tu presencia real en la Eucaristía de cada día!

Jaculatoria a María en el mes de mayo: ¡María, Madre Eucaristíca, que amaste tanto a Jesús, haz que mi vida sea un amor perpetuo a la Eucaristía!

¡Qué bello es!, un hermoso canto eucarístico para amar más a Cristo:

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