Sagrada Escritura y Tradición. Estas son las dos fuentes de la Revelación a través de las cuales nos ha llegado el conocimiento del Evangelio. La Tradición no es más que la transmisión oral de la verdad revelada que, a partir de lo dicho y obrado por Jesús, iniciaron los Apóstoles y que perdura initerrumpidamente en la Iglesia bajo la asistencia del Espíritu Santo. Es más, la propia Escritura afirma que existen verdades doctrinales enseñadas por Cristo que deben transmitirse oralmente de generación en generación (II Tim 1, 12-14; I Cor 11,2).
En esta realidad viva y operante que es la Tradición, encontramos la labor de los Santos Padres. Los Padres de la Iglesia son escritores eclesiásticos de la antigüedad cristiana a los que la Iglesia considera como testigos calificados de la fe y que reúnen las siguientes características: ortodoxia en la doctrina, santidad en la vida, antigüedad -en Occidente hasta San Isidoro de Sevilla (fallecido en 636) y en Oriente hasta San Juan Damasceno (fallecido en 749)- y, por último, reconocimiento por parte de la Iglesia.
La sagrada Escritura y los santos Padres están en una íntima conexión. Muchos de ellos han sido discípulos directos de los Apóstoles, por lo que recibieron de forma casi directa el mensaje de Cristo; otros han desarrollado una importante labor de defensa de la Fe frente a las persecuciones de Imperio Romano, o han protegido la doctrina ortodoxa en la confrontación con las diversas herejías que dio casa siglo, permitiendo un mayor y mejor conocimiento de la Revelación.
Los Santos Padres son la base de la tradición viva de la Iglesia. Bajo la asistencia siempre presente del Espíritu Santo han mantenido el cauce de todas aquellas verdades que, desde los tiempos de Cristo, se han transmitido oralmente.
Te invitamos a conocer algunos de estos célebres santos que contribuyeron a cimentar el edificio de nuestra Santa Iglesia. Esperamos que te ayuden a conocer la historia de nuestra fe y te inspiren a llevar el Evangelio a más personas.
*Si te interesa ahondar en este tema puede consultar: «Historia de la Iglesia. Edad Antigua» de Jesús Álvarez Gómez.
1. Los Padres Apostólicos
Con este nombre se designa al conjunto de autores cristianos que escriben inmediatamente después del Nuevo Testamento. Se trata de discípulos inmediatos de los Apóstoles o de alguno de sus sucesores más cercanos y su importancia radica en que fueron testigos inmediatos de la tradición apostólica. Sus escritos suelen ser cartas de tipo pastoral.
En este grupo encontramos al notable san Clemente Romano (fallecido en el año 95), tercer sucesor de San Pedro como obispo de Roma y que redactó la «Carta a la Iglesia de Corinto» a nombre de la Iglesia de Roma para restablecer la disciplina a un conjunto de carismáticos que negaban obediencia a los presbíteros de esa comunidad.
San Ignacio de Antioquía (fallecido en el año 110), es otro de los Padres Apostólicos más conocidos. En las recurrentes persecuciones contra los cristianos que antecedieron al Edicto de Milán (313), san Ignacio fue condenado a muerte y trasladado a Roma para ser expuesto a las fieras. Durante su viaje marítimo desde Antioquía hasta Roma escribió siete cartas -una por cada comunidad donde pasó en su trayecto- que son un testimonio de la primera organización de la Iglesia, reconociendo la existencia de obispos a los que estaban subordinados los presbíteros, los diáconos y los fieles. Además enfatizó el magisterio de la Iglesia de Roma.
2. Los Padres Apologistas
El género literario apologético surgió por iniciativa de algunos autores en el contexto del rechazo del cristianismo, primero por parte del judaísmo y luego por el Imperio Romano. Estos escritores intentan exponer una fiel imagen de su religión, exigiendo a las autoridades del Estado, a los intelectuales y a la plebe un juicio más sereno sobre ellos. Sus escritos van más allá de la defensa del cristianismo para convertirse en una forma de evangelizar a los lectores paganos o judíos.
Frente a la autoridades estatales que condenan a muerte a los cristianos, los apologistas se esfuerzan en mostrar que los cristianos son ciudadanos honrados que pagan los impuestos y cumplen sus obligaciones civiles. A los intelectuales paganos que se burlaban de la novedad del cristianismo, les responden que la religión cristiana hunde sus raíces en Moisés, que es muy anterior a los filósofos griegos. Finalmente, a la plebe que acusa a los cristianos de llevar una vida deshonesta y ser causa de las calamidades públicas, les demuestran la evidante moralidad y ejemplaridad de los cristianos.
El más conocido de los padres apologistas es san Justino Mártir quien, como su nombre indica, murió martirizado hacia el año 165. Se trataba de un filósofo que después de transitar las diferentes corrientes de pensamiento de su época encontró la verdad en Cristo. Además de los temas clásicos mencionados, Justino intentó reconciliar la filosofía con el cristianismo y demostrar la divinidad de Cristo según las profecías.
3. La Escuela alejandrina
San Atanasio fue el padre más importante de esta escuela. Nacido en Alejandría, se convirtío en obispo de aquella sede en el año 328 y tuvo un importante rol en la defensa de la ortodoxa frente al arrianismo (herejía que negaba la divinida de Cristo) en el Concilio de Nicea (año 325). Fue discípulo de San Antonio abad, el principal referente de los monje los anacoretas cuya vida conocemos gracias a la obra La Vida de San Antonio, escrita por el mismo Atanasio. Esta obra inició un género fecundo en la historia de la iglesia como serán las hagiografías, esto es, la narración de la vida de los santos. Si bien san Atanasio ha escrito sobre temas diversos, el núcleo central de su producción literaria fue la defensa de la divinidad de Jesucristo.
4. La Escuela de Antioquía
Antioquía, entonces capital de Siria, era un centro cultural destacado compuesto por un gran número de cristianos y un clero muy formado intelectualmente. Mientras la Escuela alejandrina recurrió al platonismo para sus especulaciones teológicas, la Escuela antioquena se apoyó en el aristotelismo y se ocupó preferentemente de cuestiones prácticas como las costumbres y la vida social cristiana.
San Luciano de Antioquía fue el fundador de esta escuela y dedicó su vida por completo a la enseñanza. Murió mártir hacia el año 312. Entre otro de los grandes padres de esta Escuela encontramos a san Juan Crisóstomo (fallecido hacia 407) abogado, monje, presbítero y finalmente Patriarca de Constantinopla. Recibió el apelativo de “crisóstomo” (boca de oro) por su extraordinaria elocuencia, aunque también se lo conoce como “el príncipe de los exegetas” porque nadie ha explicado como él las Sagradas Escrituras.
5. Padres Capadocios
San Basilio fue un gran teólogo y extraordinario pastoralista quien, además de su trabajo intelectual, es conocido por establecer una regla monástica tras emprender un largo viaje para informarse personalmente de las diferentes formas de vida monástica de Siria, Palestina, Egipto y Asia Menor. San Gregorio de Nisa, hermano de san Basilio, gran exegeta y teólogo. Su mejores obras son de carácter dogmático.
San Gregorio Nacianceno, gran amigo de san Basilio, no solo fue un gran teólogo sino un artista consumado y un poeta prolífico que podía pasar con admirable naturalidad de una vida activa desbordante a la soledad monástica más estricta. Hasta nosotros han llegado sus «Discursos sobre la Trinidad».
6. Grandes padres latinos del siglo IV
El siglo IV -y parte del V- dio algunos de los Padres más importantes de la historia de la Iglesia. Tal es el caso de san Hilario de Poiters (fallecido en 366) quien recibió el apelativo de “el Atanasio de Occidente” por sus prédica en favor de la fe del Concilio de Nicea y sufrió el destierro. Es considerado el mejor exegeta de Occidente.
San Ambrosio (fallecido en 397) es otro de los grandes representantes de la patrística y a quien le correspondió la gloria de haber covertido a san Agustín. Había sido abogado, gobernador de Milán y luego obispo de la misma ciudad. Además de ser consejero de los emperadores Graciano y Teodosio, y entre otras múltiples actividades pastorales, pudo escribir numerosas obras tales como: «Sobre los oficios eclesiásticos» o «Sobre la fe».
Sin duda alguna, el más grande Padre de este período es el ya mencionado san Agustín, uno de lo genios más grandes de todos los tiempos. Su conversión a través de san Ambrosio sobrevino luego de haber pasado por todas las escuelas filosóficas de su tiempo y de llevar una vida bastante licenciosa. Ya como cristiano, se convirtió en obispo de Hipona y dedicó la mayor parte de su vida a escribir contra las herejías como el maniqueismo (que sostenía la existencia de dos principios contrarios y eternos: el bien y el mal), el donatismo (que afirmaba que la Iglesia visible estaba compuesta por los justos y santos) o el pelagianismo (que negaba el pecado original y la necesidad de la gracias para la salvación).
Entre las célebres obras de san Agustín que llegaron a nosotros encontramos sus «Confesiones», libro que narra su vida con una exquisita profundida psicológica y teológica, la «Ciudad de Dios», primera obra dedicada a la teología y filosofía de la historia, o la «Regla para los monjes», que dio origen a una rama particular del monacato.
7. Últimos padres de Occidente
La caída del Imperio Romano de Occidente (en el año 476) inaugura un nuevo período donde tras la progresiva descomposición del mundo romano emergen nuevas culturas con el aporte de los pueblos germánicos. En el plano de los pensadores católicos, este período que termina con San Isidoro de Sevilla en el siglo VII, se caracteriza por escritores que tratan de aplicar la doctrina forjada por los grandes Padres a esta compleja realidad.
Salvo el caso del Papa San Gregorio Magno, no se encuentran escritores de renombre universal, más bien se trata figuras que en cada reino romano-germánico tratan de transmitir el saber profano y teológico acumulado desde la antigüedad. Tal es el caso de san Fulgencio en el norte de África, san Vicente de Lerins y san Gregorio de Tours en la Galia, o san Idelfonso de Toledo y el mencionado san Isidoro de Sevilla en el reino visigodo (península ibérica). A grandes rasgos, el panorama teológico de la época estuvo dominado por las controversias en relación a la gracia.
8. Últimos padres de Oriente
En este período, sobresale la labor de san Juan Damasceno (676-769), quien fue portavoz teológico de los iconódulos (veneradores de las imágenes). La situación de este santo fue muy particular porque pasó toda su vida bajo el gobierno de un califa musulmán, lo cual lo mantenía lejos de las represalias del emperador iconoclasta. A su juicio, el arte sagrado y el culto de las imágenes se justificaba a partir de la encarnación de Cristo. En este sentido, la iconoclasia (repudio a la veneración de imágenes) era una derivación última del monofisismo (herejía que propugnaba que en Jesús solo existía la naturaleza divina pero no la humana)
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