MARÍA SANTÍSIMA Y LA PIEDAD DE SAN FRANCISCO (y VI)
por Constantino Koser, OFM
La devoción marial fue para San Francisco lo que debe ser según la intención divina: una escuela de virtudes. Son tantas las virtudes de la Virgen, que no caben en el alma de cada uno de sus hijos, por lo cual es necesario escoger. San Francisco escogió, orientado aún en esto por su espíritu de caballero y por su piedad trinitaria, principalmente tres centros, tres focos de toda virtud moral. Se extasiaba con la virginidad: Hija Virgen del Eterno Padre, éste le conservó milagrosamente la virginidad cuando la hizo Madre de su Hijo. Madre de Cristo, la Virgen practicó la virtud de la pobreza -y San Francisco encantóse en contemplar la pobreza de la Virgen, la más fiel imagen de la pobreza de Cristo-. Casi siempre la excelsa Madonna Povertà se confunde en San Francisco con la imagen de la Madre de Dios. Finalmente lo llenaba de ternura la contemplación del amor de la Virgen Esposa del Espíritu Santo, y así desembocaba en este centro de toda su espiritualidad: el amor, siempre el amor.
Esta imagen característica de María en la mente de San Francisco tenía que llevarlo también a una piedad mariana de cuño característico. Y fue así. Por encima de todo se esforzó en imitar el amor que el Eterno Padre consagra a su Hija predilecta y singular. San Francisco ardió en amor a María, amor sublime, amor casto, amor intenso y fuerte, amor que no conocía límites, amor que no retrocedía ante las dificultades, amor que le dictaba las más sublimes y arriesgadas proezas de virtud en la glorificación y en la imitación de la Virgen María. Imitó también con el mismo celo seráfico la veneración filial de Cristo para con su Madre. Considerábase hijo de esta Madre de Dios y le dedicó toda la ternura que un corazón tan bien formado como el suyo puede dedicar a Madre tan sublime y amorosa. Correspondió también al modo peculiar del amor del Esposo divino, dedicado a María, todo y sin reserva, sobrenaturalizado e intensificado, todo el amor que los caballeros dedicaban a la Esposa de sus soberanos. Amor intrépido, inquebrantable, fiel, casto y respetuoso. Por todas partes defendió las prerrogativas de la Madre de Dios, las engrandeció, le conquistó los corazones, inflamó en amor mariano las voluntades, colmó de amor filial a las almas, puso en todos los labios la oración celestial del «Ave María».
Hijos de este caballero intrépido de la Madre de Dios, herederos de su piedad y de su teología mariana, es preciso que los franciscanos cultiven el amor a la Virgen. Arda fuerte e inflame en sus corazones el celo por María y la piedad mariana de cuño franciscano.
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