LA CIUDAD DE DIOS
CONTRA PAGANOS
Traducción de Santos Santamarta del Río, OSA y Miguel Fuertes Lanero, OSA
LIBRO XVIII
[Paralelismo entre las dos ciudades]
CAPÍTULO I
Cuestiones que hasta la venida del Salvador han tratado<
en los diecisiete libros precedentes
He prometido que iba a escribir sobre el origen, desarrollo y destinos de las dos ciudades, la de Dios y la de este mundo; en ésta se encuentra al presente la primera como peregrina en cuanto se relaciona con el género humano. Antes, es cierto, tenía que refutar, con la ayuda de la gracia, a los enemigos de la ciudad de Dios, que anteponen sus dioses al fundador de aquélla, Cristo, y recomidos de odio feroz miran con terrible envidia a los cristianos; esto lo he llevado a cabo en los diez primeros libros.
Sobre las tres cuestiones de esa mi promesa que acabo de mencionar, se ha expuesto el origen de las dos ciudades en los cuatro libros que siguen al X; luego, en otro, el XV de esta obra, se trató de su desarrollo desde el primer hombre hasta el diluvio; y desde entonces hasta Abrahán ambas ciudades, como en el tiempo, marcharon de nuevo juntas también en mis escritos. Pero a partir de Abrahán hasta el tiempo de los reyes israelitas, donde concluimos el libro XVI, y desde entonces hasta la venida del mismo Salvador en la carne, hasta donde se extiende el libro XVII, ya parece que en mi obra sigue sola la ciudad de Dios. Aunque en realidad no ha seguido sola, sino que ambas, como fueron idénticas al principio, así han ido variando juntas su desarrollo en el tiempo.
He procedido de esta manera a fin de que, desde que comenzaron a ser más claras las promesas de Dios hasta su nacimiento de la Virgen, en que habían de tener su cumplimiento las primeras promesas, apareciera con trazos más claros la de Dios, sin que pudiera deslucirla por contraste algún obstáculo de la otra ciudad. Aunque ciertamente hasta la revelación del Nuevo Testamento ha caminado en la sombra, no en claridad.
Ahora, pues, tengo que terminar lo que había interrumpido, para examinar, cuanto sea suficiente, cómo se ha desarrollado ella desde los tiempos de Abrahán, a fin de que pueda el buen criterio del lector compararlas entre sí.
CAPÍTULO II
Reyes y tiempos de la ciudad terrena a que corresponden los tiempos
de los santos a partir de Abrahán
1. La sociedad de los mortales se extiende por toda la Tierra y en la mayor diversidad de lugares, pero está unida por la comunión de la misma naturaleza. Al buscar cada uno la satisfacción de sus deseos, no tiene posibilidad de satisfacer el apetito de nadie, o al menos no el de todos, ya que no es de tal naturaleza que pueda satisfacerlos. Esa sociedad -decimos- se divide con harta frecuencia contra sí misma y subyuga la parte prepotente a la otra parte. Y así sucumbe la vencida ante la vencedora, prefiriendo al dominio y aun a la libertad cualquier suerte de paz y de salvación; han causado profunda admiración los que se sometieron a la muerte antes que a la esclavitud. Ha prevalecido, en efecto, casi entre todos los pueblos, como un grito de la naturaleza, la elección de someterse al vencedor que le haya tocado en suerte a cada uno, antes de ser destruidos por devastación bélica universal.
Por ello, no sin especial providencia de Dios, en cuyo poder reside la victoria o la derrota en la guerra, unos han llegado a la posesión de los reinos y otros les han quedado sometidos. Entre tantísimos imperios terrenos, en que se encuentra dividida la sociedad del interés de este mundo y de la pasión (la denominamos con vocablo universal la ciudad de este mundo), vemos destacarse muy por encima de los demás a dos pueblos, el asirio, primero, y luego el romano, tan diversamente organizados entre sí en la geografía y en el tiempo. En efecto, aquél floreció antes que el otro; también aquél estuvo situado en Oriente y éste en Occidente; además, al final del primero siguió inmediatamente el segundo. De los otros imperios y de los otros reyes, yo diría que son como un apéndice de éstos.
2. Era ya Nino el segundo rey de los asirios al suceder a su padre Belo, primer rey de aquel reino, cuando nació Abrahán en tierra de los caldeos. Existía también entonces el reino de los sicionios, aunque diminuto; por él empezó, como para darle antigüedad, el doctísimo Marco Varrón su Historia del pueblo romano. Partiendo de estos reyes sicionios llegó a los atenienses, de los cuales pasó a los latinos, y de éstos a los romanos; aunque en verdad son insignificantes estos detalles antes de la fundación de Roma si se comparan con el Imperio de los asirios. Si bien es verdad que el historiador romano Salustio confiesa que se destacaron muchísimo los atenienses en Grecia, hay que reconocer que tuvo más parte la fama que la realidad. Dice así: «Las gestas de los atenienses, en mi opinión, fueron grandes y magníficas; pero no tan excelentes como las propala su fama. Con todo, como florecieron allí escritores de gran talento, por toda la Tierra pasan los hechos de los atenienses como los más célebres. Y así se pondera tanto la calidad de los que los realizaron, cuanto la pudieron ensalzar con sus palabras sus ilustres ingenios». Se le añade, además, a esta nación la excelsa gloria derivada de la literatura y la filosofía, que tan alto nivel alcanzaron.
Por lo que se refiere al Imperio, no hubo en los primeros tiempos ninguno que alcanzara la extensión y el poderío de los asirios. Se dice, de hecho, que el rey Nino sometió hasta los límites de Libia toda Asia, que se cita como la tercera parte del mundo y como la mitad de todo él por su extensión. Sólo le quedaron por dominar en Oriente los indos, a los cuales, después de su muerte, hizo la guerra su esposa Semíramis. Así que cuantos pueblos y reyes había en aquellas tierras hubieron de someterse al regio dominio de los asirios y estar sujetos a sus mandatos.
Nació, pues, Abrahán en este reino en medio de caldeos en tiempo de Nino. Pero la historia griega nos es mucho más conocida que la de los asirios, y quienes trataron de investigar la raza del pueblo romano en sus primitivos orígenes fueron siguiendo la serie de los tiempos a través de los griegos hasta los latinos y luego hasta los romanos, que son también latinos. Por ello tendremos que citar, cuando sea preciso, a los reyes asirios, a fin de que aparezca cómo Babilonia, como un anticipo de Roma, va caminando con la ciudad de Dios peregrina en este mundo. Ahora bien, los hechos o alusiones que sea preciso insertar en esta obra para comparar las dos ciudades, la terrena y la celestial, será bueno tomarlos de los griegos y latinos, en los cuales aparece Roma como una segunda Babilonia.
3. Así, cuando nació Abrahán, era ya Nino segundo rey entre los asirios, y Europs el segundo entre los sicionios; pues los primeros habían sido: Belo, de aquéllos, y Egialeo, de éstos. En cambio, a la salida de Abrahán de Babilonia, cuando le prometió Dios que le había de nacer un gran pueblo y que en su descendencia serían bendecidas todas las naciones, los asirios tenían ya su cuarto rey y los sicionios, el quinto. Entre aquéllos reinaba el hijo de Nino después de su madre, Semíramis, que se dice fue muerta por el mismo hijo por haber pretendido una unión incestuosa con él. Piensan algunos que ella fue la que fundó Babilonia, que pudo más bien haber instaurado. Sobre el tiempo y el modo de la fundación hablamos ya en el libro XVI. Al hijo de Nino y de Semíramis, que sucedió a su madre en el reino, algunos lo denominan con el mismo nombre de Nino; otros lo han designado con el de Ninias, vocablo derivado del padre. Entre los sicionios reinaba entonces Telxión, en cuyo reinado hubo días tan bonancibles y felices, que al morir le honraron como dios, ofreciéndole sacrificios y celebrando juegos en su honor, que se dice fueron instituidos precisamente entonces por vez primera.
CAPÍTULO III
Qué reyes había entre los asirios y sicionios cuando le nació a Abrahán Isaac,
según la promesa, y cuando le nacieron al mismo Isaac, ya sexagenario,
de Rebeca los gemelos Esaú y Jacob
En tiempo del rey Ninias y de Telxión, según la promesa de Dios, le nació Isaac a su padre Abrahán, ya centenario, de Sara, su esposa, que por su esterilidad y ancianidad había perdido la esperanza de tener descendencia. Los asirios tenían entonces como quinto rey a Arrio. Isaac, ya sexagenario, tuvo a los dos hijos gemelos, Esaú y Jacob, a quienes dio a luz Rebeca, su esposa, viviendo aún el abuelo Abrahán con ciento sesenta años de edad. Éste murió cumplidos los ciento setenta y cinco, bajo el reinado de Jerjes el antiguo entre los asirios, que era designado también con el nombre de Baleo. Entre los sicionios reinaba Turiaco, a quien también llaman con el nombre de Turímaco, ocupando ambos el séptimo lugar en sus respectivos reinos. El reino de los argivos tuvo su origen en tiempo de los nietos de Abrahán, siendo su primer rey Inaco.
No se puede pasar en silencio lo que nos refiere Varrón: que los sicionios solían celebrar sacrificios en el sepulcro de su séptimo rey, Turiaco. A su vez, reinando los reyes octavos, Armamitres de los asirios y Leucipo de los sicionios, y el primero de los argivos, Inaco, fue cuando habló Dios a Isaac, ratificándole las dos promesas que había hecho a su padre: dar la tierra de Canaán a su descendencia y bendecir en ella a todas las naciones. Promesas que se hicieron también a su hijo, nieto de Abrahán, que primero se llamó Jacob y después Israel, reinando ya Beloco, noveno rey de Asiria, y Foroneo, segundo rey de Argos, hijo de Inaco, y continuando todavía en el reino de los sicionios Leucipo.
Por esta época, bajo el reinado de Foroneo de Argos, Grecia se dio a conocer por sus instituciones jurídicas y legales». A la muerte de Fegoo, hermano menor de Foroneo, se levantó un templo en su sepulcro, donde se le honró como dios y se inmolaron toros en su honor. Pienso que le juzgaron digno de tal honor porque, en la parte que le cupo en suerte del reino de su padre (que había distribuido sus tierras entre los dos, reinando cada cual en las suyas en vida aún del padre), había establecido templos para honrar a los dioses y había enseñado a llevar cuenta de los tiempos a través de los meses y los años para su correspondiente numeración. Por la admiración que suscitaron estas novedades entre aquellos hombres aún rudos, a su muerte juzgaron o quisieron que fuera convertido en dios. Lo mismo se dice de Ío, hija de Inaco, que luego fue llamada Isis, a quien se dio culto como la gran diosa en Egipto, bien que otros dicen que vino, siendo reina de Etiopía, a Egipto; y a quien por su dilatado y justo imperio, y por la cultura y bienestar que proporcionó a sus súbditos, le tributaron este culto divino después de su muerte y la tuvieron en tan gran honor que juzgaron reo de crimen capital a quien dijera de ella que había sido una simple mortal.
CAPÍTULO IV
Época de Jacob y de su hijo José
Bajo el reinado del décimo rey de Asiria, Baleo, y del noveno de los sicionios, Mesapo, llamado por algunos Cefiso (si es que se trata de un solo hombre el designado con los dos vocablos, y pudo, en efecto, ser tomado por otro distinto a juicio de los que esto escribieron al designarlo con distinto nombre), y siendo tercer rey de los argivos Apis, murió Isaac a la edad de ciento ochenta años, dejando dos gemelos de ciento veinte años.
El menor de ellos, Jacob, perteneciente a la ciudad de Dios, de la que estamos escribiendo, tras haber sido reprobado el mayor, tenía doce hijos. Uno de ellos, llamado José, fue vendido por sus hermanos a unos mercaderes que pasaban a Egipto, en vida todavía de su abuelo Isaac. Cuando se presentó José ante el faraón -ensalzado de la humillación soportada-, tenía treinta años de edad. Interpretando por el Espíritu divino los sueños del faraón, anunció que vendrían siete años de fertilidad, cuya enorme abundancia habían de devorar otros siete años de esterilidad que les habían de seguir. Por esto le había puesto el faraón al frente de Egipto, después de liberarlo de la cárcel en que le había aherrojado la integridad de su castidad. Había conservado ésta luchando fuertemente contra su señora, perdida de amor por él, y que luego había de calumniarle ante su crédulo esposo, llegando a dejar en la huida su vestido en manos de la seductora antes de consentir en el adulterio.
En el segundo año de la escasez vino Jacob a Egipto con todos los suyos, a la edad de ciento treinta años, según la respuesta que dio él mismo a la pregunta del rey1. Tenía entonces José treinta y nueve, según el cálculo de los treinta que tenía cuando fue honrado por el rey y los siete de abundancia y los dos de escasez que habían pasado.
CAPÍTULO V
Apis, rey de los argivos, a quien los egipcios
honraron como dios bajo el nombre de Serapis
En esta época, Apis, rey de los argivos, marchó por mar a Egipto, murió allí y fue convertido en Serapis, el dios más grande de todos los de Egipto. Sobre el cambio de nombre, es decir, por qué no fue llamado Apis después de su muerte, sino Serapis, nos dio Varrón una explicación bien sencilla. El arca en que se coloca al difunto, y que ya todos llaman sarcófago, se llama en griegoσορός. Habían comenzado a venerarlo allí antes de construir su templo. De Sorós y Apis se llamó primero Sorapis, y luego cambiando una letra, como suele hacerse, lo llamaron Serapis. Se estableció también la pena capital para quien osara llamarlo hombre. Como en casi todos los templos donde se daba culto a Isis y Serapis había una estatua que con el dedo sobre los labios parecía amonestar a guardar silencio, piensa Varrón que esto quería indicar que no se hablase de ellos como de hombres.
En cambio, al buey que los egipcios, engañados en su extraña ilusión, alimentaban con abundosos y exquisitos manjares en honor del dios; a ese buey, como lo veneraban sin sepulcro, lo llamaron Apis, no Serapis. Muerto este buey, al buscar y encontrar un novillo del mismo color, es decir, salpicado de un modo semejante con manchas blancas, lo tenían por un don maravilloso y divino. No era difícil a los demonios, para engañarlos a ellos, mostrar a la vaca ya preñada y en gestación, la imagen de toro semejante, sin ver otra cosa alguna, y con la cual el ansia maternal hiciera aparecer en su feto esa imagen corporal; lo mismo, ni más ni menos, que Jacob con las varas multicolores hizo nacer ovejas y cabras variopintas2. En efecto, lo que los hombres pueden conseguir con verdaderos colores y cuerpos, con toda facilidad pueden los demonios presentarlo con imágenes fingidas al concebir los animales.
CAPÍTULO VI
Quién era el rey de Argos y quién el de Asiria
a la muerte de Jacob en Egipto
Apis, rey de los argivos, no de los egipcios, murió en Egipto. Le sucedió en el reino su hijo Argos, de cuyo nombre viene Argos, y de aquí el de los argivos, pues con los reyes anteriores ni el lugar ni el pueblo tenían ese nombre. Reinando éste entre los argivos, y entre los sicionios Erato, mientras continuaba todavía Baleo entre los asirios, murió Jacob en Egipto a los ciento cuarenta y siete años de edad. Había bendecido, antes de morir, a sus hijos y a sus nietos de parte de José, y había profetizado clarísimamente a Cristo al decir en la bendición a Judá: No faltará príncipe de Judá y de su descendencia el caudillo hasta que se cumpla lo que se le ha prometido. Él será la esperanza de las naciones3.
En el reinado de Argos comenzó Grecia a disfrutar de los frutos del campo y a producir mieses en el cultivo del mismo con las semillas importadas de otros lugares. Después de su muerte también Argos fue tenido por dios y honrado con templo y sacrificios. Este honor antes que a él se le tributó ya durante su reinado a un hombre particular, muerto por un rayo, de nombre Homogiro, por haber sido el primero que unció los bueyes al arado.
CAPÍTULO VII
Reyes contemporáneos de la muerte de José en Egipto
Murió José en Egipto a la edad de ciento diez años4. Era duodécimo rey de los asirios Mamito, undécimo de los sicionios Plemneo, y permanecía todavía Argos en Argos. Después de su muerte, el pueblo de Dios creció de modo maravilloso y permaneció en Egipto ciento cuarenta y cinco años. Al principio vivió tranquilo, hasta la muerte de los que habían conocido a José; luego, siendo mal visto y haciéndose sospechoso por su crecimiento, se vio sometido, hasta su liberación, a persecuciones (en las cuales, sin embargo, seguía creciendo con fecundidad divinamente multiplicada) y trabajos de intolerable esclavitud. Mientras, en Asiria y Grecia continuaban los mismos soberanos.
CAPÍTULO VIII
Reyes contemporáneos de Moisés, y religión que nació en esa época
Reinando en Asiria su decimocuarto rey, Safro, y en Sicione el duodécimo, Ortópolis, y en Argos el quinto, Criaso, nació en Egipto Moisés, por el cual se vio liberado el pueblo de Dios de la esclavitud de los egipcios. En ella sufrió tal opresión a fin de aprender a desear el auxilio de su Creador.
Algunos creen que durante el reinado de estos reyes existió Prometeo, de quien se «dice que formó los hombres de barro; se le tiene por el más sabio; sin embargo, no se demuestra quiénes fueron los sabios de ese tiempo. De su hermano Atlas se dice que fue un gran astrólogo, de donde tomó ocasión la fábula para imaginarlo como portador del cielo; aunque existe un monte con su nombre, por cuya altura ha podido pensar el vulgo que llevaba sobre sí el cielo.
Desde entonces comenzaron también a surgir muchas fábulas en Grecia. Pero hasta Cécrope, rey de los atenienses, en cuyo reinado recibió ese nombre la misma ciudad y durante el cual también sacó Dios, por medio de Moisés, a su pueblo de Egipto, fueron contados en el número de los dioses algunos difuntos por la vana y obcecada costumbre y superstición de los griegos. Entre ellos se encuentra Melantomice, la esposa del rey Criaso, y su hijo Forbas, sexto rey de los argivos después de su padre, y Jaso, hijo del séptimo rey Tríopa, y el noveno rey Estenelas, o Esteneleo, o Estenelo, pues con todos estos nombres se le designa en diversos autores. También se cita en este tiempo a Mercurio, nieto de Atlas por su hija Maya, según lo recuerdan las noticias más extendidas. Floreció como perito de muchas artes, que también enseñó a los hombres; por lo cual quisieron, y aun quizá lo creyeron, que fuera dios después de su muerte.
A Hércules se le tiene como posterior, aunque perteneciendo también a la época de los argivos, bien que algunos lo consideran anterior a Mercurio en el tiempo; sin embargo, pienso que éstos se engañan. De todos modos, en cualquier tiempo que haya nacido, entre los historiadores griegos, que consignaron estas antigüedades por escrito, consta que ambos fueron hombres, y que merecieron los honores divinos por haber otorgado muchos beneficios a los mortales para sobrellevar esta vida con más comodidad.
Minerva es mucho más antigua que éstos. Se cuenta que apareció en tiempo de Ogiges en edad ya de doncella junto al lago Tritón, y por eso recibió el nombre de Tritonia. Se la considera como autora de muchos inventos, y se la ha tenido con tanta mayor facilidad por diosa, cuanto más desconocido ha sido su origen. Si es cierto que se la celebra como nacida de la cabeza de Júpiter, esto debe aplicarse a los poetas y a las fábulas, no a la realidad histórica.
No están de acuerdo los historiadores sobre la época del mismo Ogiges. En su tiempo tuvo lugar también un diluvio, no precisamente aquel supremo en que sólo se salvaron los que pudieron estar en el arca y que no conoce la historia ni griega ni latina de los pueblos gentiles, pero sí uno más grande que el que tuvo lugar después en tiempo de Deucalión. El mismo Varrón comenzó por ahí el libro de que hice mención más arriba, y no encuentra punto de partida más antiguo para llegar a la historia romana que el diluvio de Ogiges, es decir, el que tuvo lugar en tiempo de Ogiges. En cambio, nuestros cronistas, primero Eusebio y después Jerónimo, que siguieron la opinión de algunos historiadores precedentes, mencionan el diluvio de Ogiges como sucedido más de trescientos años después, en el reinado del segundo rey de los argivos, Foroneo. Pero sea el tiempo en que sea, ya se daba culto como diosa a Minerva, reinando entre los atenienses Cécrope, en cuyo reinado se cuenta que fue instaurada o fundada la misma ciudad.
CAPÍTULO IX
Cuándo fue fundada Atenas y motivo de su nombre, según Varrón
El motivo del nombre de Atenas, nombre que procede de Minerva, que en griego se llama 'Aqhna, nos lo explica Varrón así: apareció allí de repente un olivo, y saltó en otro lugar agua; estos prodigios conmovieron al rey, que envió a Apolo de Delfos a preguntar cuál era su significado y qué había de hacer. Respondió aquél que el olivo significaba a Minerva y el agua a Neptuno, y que en manos de los ciudadanos estaba de cuál de los dos dioses, cuyas eran aquellas señales, había de tomar el nombre la ciudad. Recibido este oráculo, Cécrope convocó a votación a todos los ciudadanos de uno y otro sexo (entonces había la costumbre en aquel pueblo de que también las mujeres tomaran parte en las consultas públicas). Y así, convocada la multitud, los hombres dieron el voto a Neptuno, y las mujeres a Minerva, y como había una mujer más, triunfó Minerva.
Irritado entonces Neptuno, asoló las tierras de los atenienses con las alborotadas olas del mar; no es, en efecto, difícil a los demonios desencadenar las aguas por doquier. Para aplacar su cólera, dice el mismo Varrón que castigaron los atenienses a las mujeres con tres sanciones: que en adelante no tuvieran voto alguno, que ningún hijo llevara el nombre de la madre y que nadie pudiera llamarlas ateneas. Así, aquella ciudad, madre y nutricia de las artes liberales y de tantos y tan ilustres filósofos, la más esclarecida y noble de toda Grecia, recibió el nombre femenino de Atenas por la victoria de las mujeres en esa farsa de los demonios sobre la discordia de sus dioses, hombre y mujer. Y maltratada la ciudad por el ofendido, se vio forzada a castigar la misma victoria de la vencedora, temiendo más las aguas de Neptuno que las armas de Minerva. Pues la vencedora Minerva fue vencida en aquel castigo de las mujeres; y no fue capaz de ayudar a las que la votaron, de suerte que, perdida para siempre la facultad del sufragio y privados los hijos del nombre materno, al menos se les consintiese ser llamadas ateneas y merecer el nombre de la diosa a la que con su voto habían hecho triunfar del dios varón. ¡Qué comentarios tan sabrosos se podrían sacar de aquí si otros puntos no nos acosaran con su urgencia!
CAPÍTULO X
Qué nos dice Varrón sobre el nombre de Areópago y sobre el diluvio de Deucalión
De todos modos, Marco Varrón no quiere dar fe a esas ficciones fabulosas que tan poco honran a los dioses por temor de contagiarse con alguna indignidad sobre la dignidad de la majestad de los mismos. Por eso, al tratar del Areópago, donde discutió San Pablo5 con los atenienses y del cual toman su nombre de areopagitas los jueces de la misma ciudad, no quiere que haya recibido ese nombre porque Marte, que en griego se llama Ἄρης, siendo reo del crimen de homicidio, fue absuelto en ese lugar por seis votos, siendo doce los dioses (de hecho, si los votos eran iguales, solía preferirse la absolución a la condenación). Y así, frente a esta opinión, que es mucho más admitida, apoyado en oscuros documentos, se afana por buscar otra base para este nombre, a fin de que no se crea que los atenienses lo han llamado Areópago por los nombres de Marte y de pago, como si dijéramos «el lugar de Marte», redundando todo ello en desdoro de las divinidades, de las cuales procura alejar toda suerte de litigios y altercados. Y afirma que no es menos falso esto que se dice de Marte que lo que se cuenta de las tres diosas Juno, Minerva y Venus cuando contendieron ante Paris como juez por la excelencia de su hermosura en vistas a la manzana de oro; así como lo son también todos esos cánticos y danzas que entre los aplausos de los espectadores se celebran en las representaciones para aplacar a los dioses, que se complacen en estos sus crímenes, verdaderos o falsos.
No admite esto Varrón, temeroso de creer algo inconveniente a la naturaleza y las costumbres de los dioses. Y, no obstante, nos suministra una explicación no fabulosa, sino histórica, sobre el nombre de Atenas, y nos consigna en sus escritos un litigio tan grande entre Neptuno y Minerva, cuyo nombre recibió aquella ciudad, que, al contender en la ostentación de prodigios, ni Apolo siquiera al ser consultado se atrevió a juzgar entre ellos; antes, como Júpiter había remitido la contienda de las tres citadas diosas a Paris, aquél se la remitía a los hombres. Venció por los votos Minerva, y fue vencida en el castigo de las que la votaron: la que pudo dar nombre a la ciudad de Atenas frente a sus adversarios los hombres no pudo conseguir que sus amigas las mujeres se llamaran Atenea.
En esta época, según escribe Varrón, reinando en Atenas Cranao, sucesor de Cécrope, o permaneciendo aún el mismo Cécrope, según dicen nuestros Eusebio y Jerónimo, tuvo lugar el diluvio llamado de Deucalión por ser éste quien reinaba en aquellas regiones donde alcanzó su apogeo. Pero este diluvio no llegó a Egipto ni a sus regiones vecinas.
CAPÍTULO XI
En qué tiempo sacó de Egipto al pueblo Moisés,
y en tiempo de qué reyes murió Jesús Nave, su sucesor
Moisés sacó de Egipto al pueblo de Dios en los últimos días del reinado de Cécrope en Atenas, reinando Ascatades en Asiria, Marato en Sicione y Tríopas en Argos. Después de salir el pueblo, le entregó la ley que había recibido de Dios en el monte Sinaí; ley que se llamó Antiguo Testamento por contener promesas terrenas, y que por medio de Jesucristo había de transformarse en el Testamento Nuevo, en el que se prometía el reino de los cielos. Era preciso observar este orden, como en cada uno de los hombres que camina progresando hacia Dios no tiene lugar primero lo espiritual, como dice el Apóstol, sino lo que es animal, y luego, lo espiritual; dice así, y es verdad: El primer hombre es el terreno, formado de la tierra, y el segundo es el celestial, venido del cielo6.
Moisés gobernó al pueblo en el desierto durante cuarenta años, y murió de ciento veinte, habiendo profetizado a Cristo mediante las figuras de las observancias carnales en el tabernáculo, en el sacerdocio, en los sacrificios y en muchísimos otros mandatos misteriosos. Sucedió a Moisés Jesús Nave, quien introdujo al pueblo y lo asentó en la tierra de promisión, después de someter con el poder divino las gentes dueñas de aquellos lugares. Murió éste también habiendo gobernado al pueblo después de la muerte de Moisés durante veintisiete años. Reinaba entre los asirios su decimoctavo rey, Aminta; entre los sicionios el decimosexto, Córax; Dánao, el décimo entre los argivos, y entre los atenienses su cuarto rey, Erictonio.
CAPÍTULO XII
Ritos sagrados instituidos en honor de los falsos dioses por los reyes de Grecia en el
tiempo que media desde la salida de Israel de Egipto hasta la muerte de Jesús Nave
Durante el tiempo que transcurre desde la salida de Israel de Egipto hasta la muerte de Jesús Nave, en el cual recibió ese pueblo la tierra de promisión, los reyes de Grecia establecieron en honor de los falsos dioses sagradas ceremonias, que recordaron con solemne pompa la memoria del diluvio, el recuerdo de la liberación de los hombres y la azarosa vida de los que unas veces escalaban las alturas y otras descendían a las tierras llanas. Así interpretan también el ascenso y descenso de los Lupercos por la Vía Sacra: representan ellos a los hombres que, a causa de la inundación de las aguas, se dirigieron a las cumbres de los montes. Volvieron las aguas a su cauce y tornaron ellos a las llanuras. En esta época se dice que Dionisio, llamado también Líbero y tenido por dios después de su muerte, enseñó en el Ática el cultivo de la vid a alguien que le había hospedado.
Por esta época se crearon los Juegos Músicos en honor de Apolo de Delfos, que tenían por objeto aplacar su cólera, causa, según pensaban, del castigo que las regiones de Grecia padecían por esterilidad, al no haber defendido su templo, incendiado por el rey Dánao después de invadir aquellas tierras en son de guerra. Instituyeron estos juegos por el aviso de su oráculo. En el Ática fue el rey Erictonio el primero que los estableció, no sólo en honor suyo, sino también en el de Minerva. En los de ésta se le daba al vencedor como premio aceite, y se dice que Minerva fue la introductora, como del vino lo fue Líbero.
Por entonces se dice también que fue raptada Europa por el rey cretense Xanto, de quien encontramos distinto nombre en otros autores; de ellos dos nacieron Radamanto, Sarpedón y Minos, de quienes se propaló más bien que habían sido hijos de Júpiter tenidos de esa misma mujer. Pero para los adoradores de tales dioses responde a la verdad lo que hemos dicho del rey de Creta; en cambio, lo que cantan los poetas de Júpiter, y aplauden los teatros y celebra el pueblo, se tiene como simple fábula, materia de juegos escénicos para aplacar a las divinidades incluso con sus crímenes falsos.
También por estos tiempos era famoso Hércules de Tiria, otro distinto, no aquel de quien hablamos arriba; puesto que una historia más exacta nos informa de que hubo más padres Líberos y más Hércules. De este Hércules, cuyos doce colosales trabajos citan, entre los cuales no menciona la muerte de Anteo el africano, hazaña que pertenece al otro Hércules; de este Hércules cuentan sus escritos que se pegó fuego a sí mismo en el monte Oeta, al no poder soportar la enfermedad que padecía, a pesar de aquel valor con que había sometido a los monstruos.
En aquellos días sacrificaba a sus propios huéspedes en honor de sus dioses el rey, o más bien el tirano Busiris, a quien tienen por hijo de Neptuno, engendrado de su madre Libia, hija de Epafo. Pero para no cargar sobre los dioses este baldón, no se debe creer haya realizado este oprobio Neptuno; más bien debe achacarse esto a los poetas y al teatro como recurso para aplacar a los dioses.
De Erictonio, rey de los atenienses, en cuyos últimos años se cree que murió Jesús Nave, se dice que tuvo por padres a Vulcano y a Minerva. Pero como tienen a Minerva por virgen, sostienen que en la disputa habida entre ambos, Vulcano, excitado, derramó el semen en la tierra, y por eso se puso tal nombre a quien nació de ahí. En lengua griega, en efecto,ἔρις significa contienda y χθών tierra; así el vocablo Erictonio estaría formado por esos dos. Sin embargo, hemos de confesar que los más entendidos desmienten y excluyen de sus dioses tales extremos, y dicen que esta opinión fabulosa tuvo el siguiente origen: en el templo de Vulcano y de Minerva, que era único para ambos dioses en Atenas, se encontró un niño expósito rodeado de un dragón, que indicaba había de ser grande, y por ser el templo común, y desconocidos sus padres, se dijo que era hijo de Vulcano y de Minerva; bien que la razón de su nombre nos la explica mejor aquella fábula que esta historia.
Pero ¿qué importa todo esto? Sea esto enseñanza en los libros veraces para los hombres religiosos, y deleite aquello en los juegos falaces para impuros demonios, a los cuales, sin embargo, honran como dioses los hombres religiosos. Y aunque quieran declararlos inocentes de todo esto, no pueden presentarlos libres de todo crimen, ya que acceden a su petición ofreciéndoles juegos, en que se celebran con torpeza las ceremonias que se niegan razonablemente, y se aplacan los dioses con estas falsedades y torpezas, donde si es verdad que canta la fábula el falso crimen de los dioses, se comete un verdadero crimen al deleitarse con el crimen falso.
CAPÍTULO XIII
Qué ficciones fabulosas nacieron cuando comenzaron los jueces a regir a los hebreos
Después de la muerte de Jesús Nave comenzó en el pueblo de Dios el gobierno de los jueces, en cuyo tiempo se sucedieron alternativamente entre ellos la humillación de los trabajos por sus pecados y la prosperidad de los consuelos debida a la misericordia de Dios. En este tiempo se forjaron una serie de fábulas: la de Triptólemo, que, transportado por orden de Ceres por dos serpientes aladas, llevó en su vuelo el trigo a las tierras necesitadas; la del Minotauro, bestia encerrada en el laberinto, donde el hombre que entraba por sus intrincados recovecos no podía dar con la salida; la de los Centauros, naturaleza conjunta de caballos y de hombres; la de Cerbero, can de los infiernos con tres cabezas; la de Frixo y Hele, su hermana, volando montados sobre un carnero; la de Gorgona, con serpientes por cabellera, que convertía en piedras a cuantos la miraban; la de Belerofonte, llevado en alado caballo, que recibió el nombre de caballo Pegaso; la de Anfión, que ablandaba y atraía las piedras con la suavidad de su cítara; la del ingenioso Dédalo y su hijo Ícaro, que se ajustaron alas y volaron; la de Edipo, que hizo precipitarse y perecer al monstruo llamado Esfinge, cuadrúpedo con rostro humano, habiendo resuelto la cuestión que solía aquélla proponer como insoluble; la de Anteo, a quien mató Hércules; era Anteo hijo de la tierra, y cuando caía en ella, se levantaba más fuerte. En fin, quedarán todavía otras que quizá haya pasado por alto.
Hasta la guerra de Troya, con la que termina Varrón su segundo libro sobre el origen del pueblo romano, con ocasión de las historias que contienen hechos reales, compuso el ingenio estas fábulas con tal maestría que no han significado ningún desdoro para las divinidades. En cambio, existen otras ficciones, como aquella en que se representa a Júpiter arrebatando al hermoso joven Ganimedes para cometer un estupro -crimen del rey Tántalo que la fábula atribuye a Júpiter-, o la otra en que solicitó el coito con Dánae mediante la lluvia de oro, en que se entiende la corrupción del pudor femenino por este metal. Estas fábulas o tuvieron lugar o fueron compuestas en aquellos tiempos, o fueron realizadas por ciertas personas y luego atribuidas a Júpiter. Uno no es capaz de pensar qué maldad suponen en el corazón de los hombres, al juzgarlo capaz de tolerar semejantes mentiras, que, sin embargo, aceptaron con agrado; no obstante, cuanta mayor devoción profesaron a Júpiter, con tanta mayor severidad debieron castigar a quienes osaron atribuirle tales dislates.
Ahora bien, no sólo no se irritaron contra los que hicieron esto, antes bien temieron irritar a los mismos dioses si no se llevaban a las tablas tales representaciones.
También en estos tiempos Latona dio a luz a Apolo; no aquel Apolo cuyos oráculos decíamos antes solían ser consultados, sino al otro que junto con Hércules estuvo al servicio de Admeto. Éste, no obstante, fue tenido por dios hasta el punto de que muchísimos, incluso la mayoría, piensan haber sido uno solo y único Apolo. Por esos tiempos guerreó en la India el padre Líbero, que tuvo en su ejército muchas mujeres, llamadas las Bacantes, no tan célebres por su valor cuanto por su frenesí. Algunos dicen que este Líbero fue vencido y aprisionado, e incluso que fue muerto en lucha por Perseo, sin omitir en lugar donde fue sepultado. No obstante, bajo su nombre, como de un dios, fueron instituidas por los inmundos demonios las solemnidades bacanales o más bien sacrílegas, de cuya frenética torpeza de tal modo se avergonzó el Senado después de muchos años, que las prohibió en la ciudad de Roma.
A la muerte de Perseo y su esposa Andrómeda, con tal convencimiento pensaron entonces que fueron recibidos en el cielo, que ni se avergonzaron ni temieron asociar sus imágenes a las estrellas y llamarlos con el nombre de las mismas.
CAPÍTULO XIV
Los poetas teólogos
Existieron también durante este tiempo los poetas que se llamarían teólogos por haber compuesto poemas sobre los dioses; cierto, unos dioses tales que, aunque grandes, al fin sólo eran hombres, o elementos de este mundo creado por el Dios verdadero, o constituidos entre las autoridades y poderes por voluntad de Dios y sus propios méritos. Y si entre las muchas tonterías y falsedades cantaron algo del único Dios verdadero, honrando junto con Él a otros que no son dioses, prestándoles la servidumbre solamente debida a Dios, no le sirvieron debidamente ni lograron abstenerse de la fabulosa indignidad de sus dioses hasta incluso los mismos Orfeo, Museo, Lino. Cierto que estos teólogos dieron culto a los dioses, pero no fueron honrados como dioses; aunque a Orfeo no sé por qué título le suele poner la ciudad de los impíos al frente de los infiernos sagrados, o mejor, sacrílegos. Por lo que se refiere a la esposa del rey Atamante, llamada Ino, y a su hijo Melicertes, murieron en el mar precipitándose voluntariamente, y fueron elevados a la categoría de dioses por la opinión pública; como también lo fueron otros hombres, Cástor y Pólux, de aquellos tiempos. A esa madre de Melicertes la llaman los griegos Leucotea y los latinos, Matuta, aunque teniéndola unos y otros por diosa.
CAPÍTULO XV
Caída del reino de los argivos, tiempo en que Pico, hijo de Saturno,
recibió el reino de su padre entre los Laurentes
En este período tuvo fin el reino de Argos, trasladado a Micenas, la patria de Agamenón, y nació el reino de los Laurentes, donde Pico, el hijo de Saturno, lo recibió de su padre. Era juez entre los hebreos la mujer Débora. Empero por ella obraba el Espíritu de Dios, ya que era también profetisa, bien que su profecía no sea tan clara, que sin una larga exposición se pueda demostrar referirse a Cristo.
Ya entonces reinaban los Laurentes en Italia, de los cuales, después de los griegos, se descubre claramente procede Roma. Sin embargo, seguía aún en pie el reino de los asirios, cuyo vigésimo rey era Lampares, cuando llegó a ser Pico el primer rey de los Laurentes. Sobre Saturno, padre de este Pico, vean lo que piensan los adoradores de estos dioses, ya que niegan haya sido hombre. De él dicen otros que reinó en Italia antes de su hijo Pico; el mismo Virgilio dice en los conocidos versos: «Él empezó a civilizar aquella raza indómita que vivía errante por los altos montes, y les dio leyes, y puso el nombre de Lacio a estas playas en memoria de haber hallado en ellas un asilo seguro donde ocultarse. Es fama que en los años que reinó Saturno fue la edad de oro».
Puede tenerse todo esto como ficción poética, y pueden asegurar que el padre de Pico fue más bien Esterces, agricultor muy perito que dicen descubrió la fecundación del campo por el estiércol de los animales, que se llamó así derivado de su nombre; algunos, de hecho, lo llaman Estercucio.
Sea cual fuere el motivo de llamarlo Saturno, lo cierto es que a este tal Esterces o Estercucio lo hicieron merecidamente dios de la agricultura. También incluyeron en el número de tales dioses a Pico, su hijo, de quien aseguran fue ilustre augur y guerrero. Pico engendró a Fauno, segundo rey de los Laurentes; también a éste lo tienen o tuvieron por dios. Estos honores divinos tributaron a hombres difuntos antes de la guerra de Troya.
CAPÍTULO XVI
Elevación de Diomedes a la categoría de los dioses después de la guerra de Troya,
y conversión de sus compañeros, según la tradición, en aves
Después de la destrucción de Troya, famosa destrucción cantada por todas partes y conocida incluso por los niños, desastre tan brillantemente divulgado y publicado por la magnitud de la empresa y excelencia de los escritores, llevado a cabo cuando ya reinaba Latino, hijo de Fauno, del cual comenzó el nombre de los latinos, cesando el de los Laurentes; tras esa destrucción, los griegos vencedores, abandonando Troya destruida y tornando a su patria, se vieron destrozados y triturados con varios y horrendos desastres. Y, no obstante, hasta por esas calamidades aumentaron el número de sus dioses. Así, hicieron dios a Diomedes, de quien dicen no tornó a los suyos a causa de un castigo de origen divino; y, asimismo, afirman que sus compañeros fueron convertidos en pájaros, y esto lo tienen no como leyenda mítica, sino como historia comprobada. Dicen de éstos que ni Diomedes -hecho, según ellos, dios- pudo tornarlos a su naturaleza humana ni como novel habitante del cielo lo consiguió de su rey Júpiter. Dicen más: que tiene su templo en la isla Diomedea, no lejos del monte Gárgano, en la Apulia, y que en torno a este templo vuelan y habitan esas aves con un encanto tan admirable, que llenan sus picos de agua, rociándolo luego con ella. Más aún: si se llegan a él griegos o descendientes de griegos, esas aves no sólo se quedan quietas, sino que hasta los acarician. En cambio, si ven a extranjeros, vuelan sobre sus cabezas y los hieren con tan duros golpes que llegan hasta a matarlos. Se dice, en efecto, que están armadas de picos duros y grandes como para estos ataques.
CAPÍTULO XVII
Qué nos dice Varrón sobre las increíbles metamorfosis humanas
Para confirmar estos relatos, recuerda Varrón otros hechos no menos increíbles sobre la famosísima maga Circe, que transformó a los compañeros de Ulises en bestias. Habla también de los arcades, que, según les tocaba la suerte, pasaban a nado al otro lado de cierto estanque y se convertían allí en lobos, viviendo después con semejantes fieras por los desiertos de aquella región. Si no se alimentaban con carne humana, después de nueve años volvían a atravesar nadando el estanque y recobraban su forma de hombres. Cita también, por fin, nominalmente a cierto Demeneto, quien habiendo gustado del sacrificio que los arcades con la inmolación de un niño solían hacer a su dios Liceo, fue convertido en lobo, y que, restituido a su propia forma, se ejercitó en el pugilato y triunfó en los Juegos Olímpicos. Piensa el mismo historiador que no fue otro el motivo de dar en la Arcadia tal nombre a Pan Liceo y Júpiter Liceo, sino por esa transformación de los hombres en lobos, que creían no tenía lugar sino por el poder divino. Lobo, en efecto, se dice en griegoλύκος de donde aparece derivado el nombre de Liceo. Así como dice que los romanos Lupercos han nacido como de la semilla de aquellos misterios.
CAPÍTULO XVIII
Qué se puede creer sobre las transformaciones que parece
les suceden a los hombres por arte de los demonios
1. Ya estarán esperando quizá nuestros lectores cuál es mi opinión acerca de semejante embaucamiento de los demonios. Pero ¿qué hemos de decir, sino que es preciso huir de en medio de Babilonia? Esta amonestación profética7 ha de ser entendida tan espiritualmente, que tenemos que alejarnos de la ciudad de este mundo, sociedad de ángeles y hombres impíos, avanzando hacia el Dios vivo por los peldaños de la fe que obra por medio de la caridad. Y así, cuanto vemos ser mayor el poder de los demonios sobre estas cosas bajas, con tanta mayor tenacidad tenemos que adherirnos al Mediador, por el cual ascendemos desde los abismos a las cumbres.
Si, en efecto, dijéramos que no hay que creer estas cosas, no faltan al presente quienes afirman con toda seguridad que han visto algunas de ellas o las han oído de quienes las pasaron. A mí incluso me ocurrió estando en Italia haber oído semejantes cosas de cierta región de allí, en que mujeres de albergue, imbuidas en estas malas artes, se decía solían dar a los viandantes, que querían o podían, dentro del queso cierto ingrediente que los convertía al instante en bestias de carga para transportarles lo que necesitaran, y después de realizado esto, tornaban de nuevo a su ser. Sin embargo, no se hacía su mente bestial, sino que conservaban la razón humana, como escribió Apuleyo en su libro El asno de oro, que le ocurrió a él mismo: habiendo tomado una vez un veneno, cuenta o finge que se convirtió en asno sin perder su mente humana.
2. Cierto que estas cosas son o falsas o tan extraordinarias que con razón no son aceptadas. Sin embargo, hemos de creer con toda firmeza que el Dios omnipotente puede hacer cuanto quiera, sea para premiar, sea para ayudar, y que los demonios no obran nada según el poder de su naturaleza (ya que ellos son también criaturas angélicas, aunque malignas por su propio pecado), sino lo que les permita Aquel cuyos designios ocultos son muchos, aunque ninguno injusto. Ciertamente tampoco los demonios producen naturaleza alguna si al parecer realizan prodigios semejantes a los que estamos examinando; sí, en cambio, transforman aparentemente las cosas realizadas por el Dios verdadero, y hasta tal punto que quedan desconocidas.
Así, no puedo creer en modo alguno que por arte o poder demoníaco puedan cambiar el alma, ni siquiera el cuerpo, en miembros o rasgos animalescos; en cambio, sí admito una imagen fantástica del hombre, que aun en el pensamiento o el sueño se cambia a través de innumerables representaciones de cosas, e incluso sin ser cuerpo adopta con asombrosa rapidez formas semejantes a los cuerpos; estando adormecidos o aletargados los sentidos corporales, sí admito que esa imagen puede llegar en figura corpórea, de un modo inexplicable, al sentido de los otros. Y esto de tal manera que, yaciendo los cuerpos humanos en alguna parte, vivos ciertamente, pero con sus sentidos mucho más pesada y gravemente cargados que durante el sueño, aparece aquella imagen fantástica a los sentidos ajenos como hecha cuerpo en la figura de algún animal, y el hombre se juzga entonces como podría verse en sueños, y piensa que puede llevar ciertas cargas; cargas que, si son verdaderos cuerpos, son llevadas por los demonios para burlarse de los hombres viendo en parte verdaderos cuerpos de pesos, y en parte falsos cuerpos de bestias.
Contaba un tal Prestancio lo que le había sucedido a su padre; había tomado en su casa aquel veneno introducido en el queso y se quedó en el lecho como dormido; sin embargo, no podía ser despertado de ninguna manera. Pasados algunos días decía que había despertado como de un sueño, y que había referido como si fueran sueños lo que había pasado, a saber: había sido convertido en caballo, que había llevado con otras acémilas la provisión para ciertos soldados, provisión que llaman rética por ser llevada a la Retia. Según su descripción, se comprobó que había sucedido así, aunque a él mismo le parecían sueños suyos.
Contó también otro que había visto en su casa por la noche, antes del descanso, cómo venía a él un filósofo muy conocido suyo y que le había explicado ciertas doctrinas platónicas, que había rehusado ante sus ruegos explicarle antes. Preguntando al mismo filósofo por qué había hecho en casa del primero lo que se había negado a hacer en la suya, recibió esta respuesta: «No lo hice; soñé que lo había hecho». De esta manera, mediante una imagen fantástica, se le mostró al que estaba en vela lo que el otro vio en sueños.
3. Todas estas cosas nos han llegado a nosotros no por referencia de quienes podríamos tener por indignos de crédito, sino por la de aquellos que no podríamos juzgar mentirosos. Por consiguiente, lo que se dice y ha sido consignado por escrito de que los hombres suelen ser convertidos en lobos por los dioses, o mejor por los demonios arcades, y aquello de que «con sus ensalmos cambió Circe a los compañeros de Ulises», me parece pudo realizarse de la manera expuesta; claro, suponiendo que en realidad tuvo lugar alguna vez.
Por lo que se refiere a las aves de Diomedes, ya que -según cuentan- se perpetúa su linaje por la propagación, pienso que no provienen de hombres metamorfoseados, sino de hombres sustituidos por ellas; como apareció la cierva en lugar de Ifigenia, hija del rey Agamenón. No pudieron ser estos artificios difíciles a los demonios, autorizados, de hecho, por designio de Dios; pero como la tal doncella se encontró después viva, se deduce que era fácil la sustitución de la cierva por ella. En cambio, como los compañeros de Diomedes no comparecieron de pronto, ni tampoco aparecieron después en parte alguna, quedando aniquilados por la venganza de los ángeles malos, se cree fueron convertidos en aquellos pájaros llevados ocultamente de otros lugares, donde existe esta misma especie de aves, y puestos repentinamente en lugar de ellos.
No es de admirar, en cambio, que por instigación de los demonios lleven agua en sus picos al templo de Diomedes y lo rocíen, el que acaricien a los griegos y persigan a los extraños; les interesa a ellos persuadir de que Diomedes fue convertido en dios para engañar a los hombres y llevarlos a honrar a muchos dioses falsos con injuria del Dios verdadero, y a servir a hombres muertos, que ni siquiera mientras vivieron tenían una vida verdadera, con templos, altares y sacerdotes (todo lo cual, estando bien ordenado, sólo se debe al único y verdadero Dios).
CAPÍTULO XIX
La llegada de Eneas a Italia coincide con la magistratura
del juez Labdón entre los hebreos
Por esta época, después de la conquista y destrucción de Troya, vino Eneas a Italia con veinticinco naves, portadoras de las reliquias de los troyanos. Reinaba allí Latino, entre los atenienses Menesteo, Polifides en Sicione, Tautanes en Asiria, y era juez entre los hebreos Labdón. Tras la muerte de Latino reinó Eneas durante tres años, mientras seguían los mismos reyes en los citados pueblos, si se exceptúa a los sicionios, cuyo rey era ya Pelasgo, y a los hebreos, cuyo juez era Sansón. Éste, por su asombrosa fuerza, fue tenido por Hércules. En cambio, a Eneas, por desaparecer al morir, le contaron los latinos entre los dioses.
También los sabinos elevaron a la categoría de dios a su primer rey Sanco, o Sancto, según lo llaman algunos. Por estas calendas, Codro, rey de los atenienses, se presentó disfrazado para ser muerto por los peloponesios, enemigos de su pueblo; murió, en efecto, y de este modo publican que liberó a su patria. Los peloponesios habían recibido la respuesta de que vencerían si no mataban al rey de aquéllos. Él los engañó disfrazándose con el vestido de un pobre y provocándolos con un altercado para que lo mataran. De ahí la expresión de Virgilio: «Los altercados de Codro». También a éste le rindieron honores divinos los atenienses haciéndole sacrificios.
Durante el reinado entre los latinos de Silvio, hijo de Eneas, no el de Creusa, Ascanio, que reinó en tercer lugar, sino el de Lavinia, hija de Latino, que se dice fue póstumo de Eneas, en el vigesimonoveno rey de los asirios, Onco; en el decimosexto de los atenienses, Melanto, y siendo juez de los hebreos el sacerdote Helí, tuvo su término el reino de los sicionios, que dicen se prolongó por espacio de novecientos cincuenta y nueve años.
CAPÍTULO XX
La sucesión de los reyes entre los israelitas después de los jueces
A continuación, reinando los mismos en los pueblos citados, terminado el tiempo de los jueces, comenzó por Saúl el reino de Israel. En ese tiempo existió el profeta Samuel. Y comenzó también la serie de reyes latinos que llamaron Silvios, pues a partir del primero -Silvio, hijo de Eneas- se designaba a los siguientes con sus propios nombres, pero sin falta nunca del sobrenombre; como mucho después se denominaron Césares los que sucedieron a César Augusto. Reprobado luego Saúl, eliminada del trono toda su estirpe, le sucedió David, después de cuarenta años del gobierno de Saúl. Entonces, tras la muerte de Codro, dejaron de tener reyes los atenienses, instituyéndose las magistraturas para la administración pública. Después de haber reinado también David cuarenta años, le sucedió como rey de Israel su hijo Salomón, que construyó el famosísimo templo de Jerusalén. En este tiempo fue fundada entre los latinos Alba, desde donde comenzó la denominación de reyes albanos, no latinos, aunque siempre en el mismo Lacio. A Salomón sucedió su hijo Roboán, bajo el cual tuvo lugar la división del pueblo en dos reinos, teniendo cada uno de ellos su rey propio.
CAPÍTULO XXI
Los reyes del Lacio, cuyo primero, Eneas, y el duodécimo,
Aventino, fueron tenidos por dioses
El Lacio, después de Eneas, a quien había hecho dios, tuvo once reyes, ninguno de los cuales alcanzó este honor. En cambio, Aventino, que sigue a Eneas en el duodécimo lugar, fue derrotado en la guerra y sepultado en el monte todavía hoy designado con ese nombre; luego se le añadió al número de esos dioses que ellos se hacían. Cierto que otros no permitieron la versión escrita de que había sido muerto en el combate, sino que dijeron simplemente que había desaparecido; y que el tal monte no fue llamado Aventino por el nombre de él, sino por la llegada (adventu) de las aves. Después de éste a ningún otro se le hizo dios en el Lacio, a excepción de Rómulo, fundador de Roma. Entre el uno y el otro se encuentran dos reyes, el primero de los cuales, para servirnos del verso virgiliano, es «Procas, prez de la nación troyana».
En su tiempo, mientras se iba gestando ya el alumbramiento de Roma, el soberano de todos los reinos, el de los asirios, llegó al término de duración tan prolongada. Fue traspasado, en efecto, al reino de los Medos casi a los mil trescientos cinco años, contando el tiempo de Belo, padre de Nino, que fue el primer rey allí, contento con aquel primer insignificante Imperio.
Procas reinó antes de Amulio. Y Amulio había hecho virgen vestal a la hija de su hermano Numitor, Rea de nombre, que también se llamó Ilia, y fue madre de Rómulo. Dicen que ésta concibió dos gemelos del dios Marte, tratando así de cohonestar o excusar el pecado, y empleando el argumento de que una loba alimentó a los niños abandonados. Piensan que esta raza de animales pertenece a Marte, y por eso la loba dio de mamar a los gemelos, porque reconoció en ellos a los hijos de Marte, su señor. Aunque no falta quien afirma que, gimoteando en el suelo los abandonados, fueron recogidos por no sé qué meretriz, cuyas mamas fueron las primeras que chuparon (a las meretrices las llamaban lobas -lupæ-, de donde los lugares de sus torpezas reciben aún hoy el nombre de lupanar). Luego llegaron a poder del pastor Fáustulo, y fueron alimentados por su esposa Aca. Aunque nada tiene de particular que para confundir a un hombre rey, que había mandado con toda crueldad arrojarlos al agua, Dios tuviera a bien socorrer mediante una fiera lactante a estos infantes divinamente liberados de las aguas, por los cuales había de ser fundada tan gran ciudad. Sucedió a Amulio en el reino del Lacio su hermano Numitor, abuelo de Rómulo. En el primer año de Numitor fue fundada Roma; y así en adelante reinó con su nieto Rómulo.
CAPÍTULO XXII
El tiempo de la fundación de Roma coincide con la caída del reino de los asirios
y con el reinado de Ezequías en Judá
No voy a demorarme en muchas consideraciones. La ciudad de Roma fue fundada como otra Babilonia, y como hija de la primera Babilonia, por medio de la cual le plugo a Dios someter el orbe de la Tierra y apaciguarlo en sus inmensas dimensiones, reduciéndolo a una sola sociedad de la misma administración y de las mismas leyes. Había ya, efectivamente, pueblos pujantes y poderosos, y gentes ejercitadas en las armas, que no cederían fácilmente y que era preciso superar a costa de grandes peligros, de ingente devastación por ambas partes y de formidables esfuerzos. Porque cuando el Imperio de los asirios subyugó a casi toda Asia, aunque lo realizó mediante la guerra, no fueron precisas para llevarlo a cabo ásperas y difíciles campañas, por ser las gentes inexpertas para la resistencia, poco numerosas y de escaso poder. Realmente después del colosal y universal diluvio, cuando sólo ocho personas se salvaron en el arca de Noé, no habían pasado mucho más de mil años hasta que Nino subyugó a toda Asia, con excepción de la India.
Roma, en cambio, no pudo dominar con mucha rapidez y facilidad a tantas gentes de Oriente y Occidente que vemos sometidas al Imperio romano, ya que adondequiera que se extendía las iba encontrando, acreciéndose en robustez y belicosidad. Así que cuando se fundó Roma, el pueblo de Israel llevaba ya en la tierra de promisión setecientos dieciocho años. Veintisiete de ellos pertenecen a Jesús Nave, y los trescientos veintinueve siguientes al período de los jueces. Desde el comienzo de los reyes habían pasado trescientos sesenta y dos. Entonces reinaba en Judá el rey Acaz, o, según el cómputo de otros, Ezequías, que le sucedió, rey excelente y piadosísimo, que consta reinó en la época de Rómulo. Y en la parte del pueblo hebreo que se llamó Israel había comenzado a reinar Oseas.
CAPÍTULO XXIII
La Sibila de Eritrea, conocida entre las demás sibilas
por los muchos testimonios que cantó de Cristo
1. Por estos tiempos dicen algunos que lanzó sus profecías la Sibila de Eritrea. Varrón nos dice que existieron muchas, no una sola Sibila. Esta Sibila de Eritrea escribió algunas profecías bien claras sobre Cristo; lo que yo mismo he leído en latín en unos versos defectuosos, debido, según supe después, a la impericia de cierto traductor. En efecto, el ilustre Flaciano, que fue procónsul, hombre de gran facilidad de palabra y de vasta erudición, hablando un día conmigo de Cristo me presentó un códice griego que decía contener las profecías de la Sibila de Eritrea, donde mostró cómo en determinado lugar el orden de las letras en el comienzo de los versos expresaban en acróstico claramente estas palabras: Ιησους Χρειστὸς Θεου υἱὸς Σωτήρ, que en latín significan Jesucristo, Hijo de Dios Salvador (Iesus Christus Dei Filius Salvator).
Estos versos latinos, cuyas primeras letras nos dan el sentido que hemos transcrito, tienen el siguiente contenido, según los tradujo un autor a la lengua latina y en verso:
«Señal del juicio: la tierra se humedecerá de sudor. Vendrá del cielo el Rey que reinará por los siglos; es decir, estará en la carne para juzgar al orbe, por donde el incrédulo y el fiel, al final ya de los tiempos, verán al Dios excelso con sus santos. Con su carne estarán presentes las almas, que juzga Él mismo, mientras yace el orbe en enmarañados zarzales. Los hombres rechazarán sus simulacros, y también toda riqueza. Buscando el mar y el cielo, quemará el fuego, las tierras; desbaratará las puertas del sombrío Averno. En cambio, se otorgará una luz brillante al cuerpo de los santos, mientras a los culpables les abrasará eterna llama. Descubriendo los actos ocultos, cantará entonces cada uno sus secretos, y abrirá Dios los corazones a la luz. Habrá entonces también lamentos, rechinarán todos con sus dientes. Se arrebatará al sol su resplandor, desaparecerá el coro de los astros. Se transformará el cielo, morirá el esplendor de la luna; derribará las colinas, levantará desde el hondo los valles. Nada sublime o elevado quedará en las cosas humanas. Ya se igualan los montes con los campos, y acabará por completo el azul del mar; desaparecerá la tierra resquebrajada; así también el fuego abrasará fuentes y ríos. Pero entonces la trompeta lanzará triste sonido desde el alto orbe, lamentando el miserable espectáculo y los múltiples agobios, y abriéndose la tierra dejará ver el caos del Tártaro. Aquí se presentarán los reyes juntos ante el Señor. Bajará fuego del cielo y un torrente de azufre».
En estos versos latinos, vertidos mal que bien del griego, no puede corresponderse el latín con el griego en los versos que empiezan en griego con la letraΥ , ya que no se pudieron encontrar las correspondientes palabras latinas que comenzaran por esa letra y se adaptaran al sentido. Sólo ocurre esto en tres versos: el quinto, el decimoctavo y el decimonoveno. En resumidas cuentas, si resumimos las letras iniciales de cada verso, sin contar las de estos tres versos, y recordamos que en esos lugares está puesta laΥ , vemos escrito en esas cinco palabras: Jesu-Cristo Hijo de Dios Salvador; claro que en griego, no en latín. Y son en total veintisiete versos, que es el cubo del número tres, ya que tres multiplicado por tres nos da nueve, y multiplicando nueve por tres tenemos veintisiete, como si tratáramos de elevar la figura superficial a lo alto. Si se unen las cinco primeras letras de las palabras griegas Ιησους Χρειστὸς Θεου υἱὸς Σωτήρ, que en latín nos dan Jesu-Cristo Hijo de Dios Salvador, tenemos la palabra ἰχθύς, esto es, pez, con la que místicamente se significa a Cristo, porque sólo Él ha podido mantenerse vivo, es decir, sin pecado, en el abismo de nuestra mortalidad, tan semejante a la profundidad de las aguas.
2. Por otra parte, esta Sibila de Eritrea o, como piensan otros, de Cumas, en toda la profecía -de la que es una mínima parte lo citado- no tiene parte alguna que pueda referirse al culto de los dioses falsos o fabricados. Antes bien, habla tan abiertamente contra ellos y contra sus adoradores que parece debe ser catalogada entre los que pertenecen a la ciudad de Dios. También Lactancio incluye en una obra suya algunos vaticinios de la Sibila sobre Cristo, aunque sin decir de quién son.
He creído oportuno reunir en una sola cita, aunque un tanto prolija, las breves que él nos dejó aisladas. Dice: «Caerá después en las manos inicuas de los infieles: con manos impuras propinarán bofetadas a Dios, y con su inmunda boca le escupirán envenenados salivazos; y Él ofrecerá sencillamente su santa espalda a los azotes. Y callará al ser abofeteado, a fin de que nadie conozca que es el Verbo y de dónde viene para hablar a los muertos y ser coronado de espinas. Como alimento le dieron hiel y como bebida, vinagre; tal es la mesa hospitalaria que le ofrecerán. Y, necia de ti, no conociste a tu Dios, que se presenta disfrazado a las mentes de los mortales; antes lo coronaste de espinas y le preparaste una mezcla de horrible hiel. Se rasgará el velo del templo, y en la mitad del día dominará una tenebrosísima noche durante tres horas. Dormirá con un sueño de tres días, y tornará entonces el primero desde los infiernos a la luz, siendo una demostración del principio de la resurrección para los oprimidos».
A través de sus elucubraciones, Lactancio, según lo exigía la cuestión que trataba de probar, empleó a trozos estos testimonios, que yo, sin interponer nada, sino reuniéndolos en una serie ordenada, he procurado distinguirlos por sólo las primeras palabras, si los escritores posteriores no descuidan su conservación. Es verdad que algunos autores escribieron que la Sibila de Eritrea no existió en tiempo de Rómulo, sino en el de la guerra de Troya.
CAPÍTULO XXIV
Durante el reinado de Rómulo florecieron los siete sabios, y entonces tuvo lugar la
cautividad de las llamadas diez tribus de Israel por los caldeos.
Muerto Rómulo, fue elevado a los honores divinos
Reinando Rómulo se dice que existió Tales de Mileto, uno de los siete sabios que después de los poetas teólogos, entre los cuales se destacó sobre todo Orfeo, fueron llamados sofo?, en latín sabios. Por ese mismo tiempo, las diez tribus que en la división del pueblo se llamaron de Israel fueron sojuzgadas por los caldeos y llevadas cautivas a su tierra, quedando sólo en la tierra de Judea las otras dos tribus llamadas de Judá, que tenían a Jerusalén como sede de su reino.
Muerto Rómulo, al no comparecer, los romanos lo elevaron a la categoría de los dioses, como es bien conocido vulgarmente. Esto ya no solía hacerse ni se hizo después sino por adulación, no por error, en tiempo de los Césares. Cicerón llega a enumerar entre las grandes alabanzas de Rómulo el haberse hecho acreedor a estos honores, no en una época ruda e indocta, cuando los hombres se equivocaban con facilidad, sino cuando corrían tiempos cultos y eruditos; bien que no se había desatado todavía ni había cundido la garrulería aguda y sutil de los filósofos.
Claro que aunque los tiempos posteriores no hicieron dioses a los hombres muertos, continuaron honrando y teniendo como dioses a los consagrados por los antiguos; más aún, aumentaron con estatuas desconocidas de los antiguos el incentivo de la estúpida e impía superstición. Así, con el engaño de falaces oráculos conseguían los inmundos demonios en sus corazones que mediante los juegos de honor de esas mismas falsas divinidades se celebrasen torpemente aun los crímenes fabulosos de los mismos dioses, que en un siglo ya más civilizado no se inventaban.
A continuación de Rómulo reinó Numa, que creyó oportuno defender la ciudad con una caterva de falsos dioses, y no fue juzgado digno a su muerte de engrosar sus filas; como si hubiera reunido en el cielo tal multitud de dioses que no quedó ya lugar para él. Durante su reinado en Roma, y al comienzo del reinado de Manasés entre los hebreos, por quien se dice que fue muerto impíamente el profeta Isaías, cuentan que existió la Sibila de Samos.
CAPÍTULO XXV
Filósofos que florecieron en el reinado de Tarquinio Prisco entre los romanos,
y en el de Sedecías entre los hebreos, cuando fue conquistada Jerusalén
y destruido el templo
Durante el reinado de Sedecías entre los hebreos y de Tarquinio Prisco, sucesor de Anco Marcio, entre los romanos fue llevado, cautivo a Babilonia el pueblo judío, después de la conquista de Jerusalén y la destrucción del famoso templo construido por Salomón. Tales eran las calamidades que les habían anunciado venideras al recriminarles sus iniquidades e impiedades los profetas, sobre todo Jeremías8, que llegó hasta a fijarles el número de los años.
En este tiempo se dice que existió Pítaco de Mitilene, otro de los siete sabios. Y también los otros cinco, que con Tales, ya citado, y este Pítaco completan el número de siete, escribe Eusebio que existieron cuando el pueblo de Dios era retenido como cautivo en Babilonia. Esos cinco son: Solón, de Atenas; Quilón, de Lacedemonia; Periandro, de Corinto; Cleóbulo, de Lindos, y Bías, de Priene. Todos estos siete llamados sabios florecieron después de los poetas teólogos, porque se adelantaban en cierto género laudable de vida a los demás hombres y reunieron en breves adagios algunos preceptos de moral. Ciertamente que no dejaron, en cuanto se refiere a la escritura, monumento alguno a la posteridad. Solamente se dice que Solón dio algunas leyes a Atenas, y que Tales fue físico y dejó escritos libros con sus enseñanzas.
También en ese tiempo de la cautividad de los judíos florecieron los físicos Anaximandro, Anaxímenes y Jenófanes. Así como brilló igualmente Pitágoras, a partir de quien comenzaron los sabios a llamarse filósofos.
CAPÍTULO XXVI
Contemporaneidad de la libertad judía y romana
Por este tiempo, Ciro, rey de los persas, que dominaba también a los caldeos y a los asirios, suavizando un poco la cautividad de los judíos, hizo volver a cincuenta mil de ellos para reconstruir el templo. Éstos sólo comenzaron los fundamentos y construyeron el altar, ya que por las incursiones de los enemigos no pudieron proseguir la edificación, retrasándose la obra hasta Darío. También por esta época tuvieron lugar los acontecimientos consignados en el libro de Judit, libro que los judíos, por cierto, no han recibido en el canon de las Escrituras.
Y ya bajo Darío, rey de los persas, cumplidos los setenta años anunciados por el profeta Jeremías, terminada la cautividad, les fue devuelta la libertad a los judíos, siendo séptimo rey en Roma Tarquinio. Con la expulsión de éste comenzaron también los romanos a ser libres de la dominación de sus reyes. Hasta entonces, tuvo profetas el pueblo de Israel; y aunque fueron muchos, de sólo unos pocos se conservan escritos canónicos tanto entre los judíos como entre nosotros. De ellos prometí al final del libro anterior escribir algo en éste, lo que voy a hacer ahora.
CAPÍTULO XXVII
Tiempo de los profetas cuyos oráculos quedan consignados por escrito;
ellos escribieron mucho sobre la vocación de los gentiles cuando
comenzó el reino de los romanos y terminó el de los asirios
Para precisar el tiempo de su existencia, tenemos que remontarnos un poco a los años anteriores. En el comienzo del libro de Oseas, el primero de los doce profetas, está escrito: Palabra del Señor que recibió Oseas, hijo de Beerí, durante los reinados de Ozías, Yotán, Acaz y Ezequías en Judá9 También Amós escribe que profetizó en los días del rey Ozías, y añade también a Jeroboán, rey de Israel, que vivió por entonces10. Igualmente Isaías, hijo de Amós, ya sea del citado profeta, ya, como parece más probable, de otro no profeta con el mismo nombre, menciona en el comienzo de su libro a los mismos reyes que Oseas, en cuyos días adelanta que profetizó. También Miqueas recuerda los mismos tiempos de su profecía después de Ozías, ya que menciona los tres reyes que siguieron citados por Oseas, es decir, Yotán, Acaz y Ezequías11. Éstos son los que consta por sus escritos que profetizaron en el mismo tiempo. A ellos hay que añadir a Jonás durante el reinado del mismo Ozías, y a Joel, reinando ya Yotán, que sucedió a Ozías. El tiempo de estos dos profetas lo hemos podido encontrar en los libros de las Crónicas, no en sus propios libros, puesto que no hablan de cuándo vivieron.
Esta época se extiende desde Proca, rey de los latinos, o quizá desde Aventino, que le precedió, hasta Rómulo, rey ya de los romanos, o incluso hasta los comienzos del reinado de su sucesor, Numa Pompilio. En efecto, Ezequías, rey de Judá, reinó hasta entonces; por ello aparecieron a la vez como fuentes de profecía la caída del Imperio asirio y el comienzo del romano: es decir, así como en el primer tiempo del reino de los asirios existió Abrahán, a quien se le hacían con toda claridad las promesas de la bendición de todos los pueblos en su descendencia, de la misma manera se cumplieron en el comienzo de la Babilonia occidental, en cuyo Imperio había de venir Cristo, y en cuya persona se cumplieron las promesas de los oráculos de los profetas, que no sólo hablaban, sino que escribían también para testimonio de tal acontecimiento futuro. No faltaron casi nunca profetas al pueblo de Israel desde que comenzaron allí los reyes, y sólo atendían a su interés, no al de los otros pueblos. Pero cuando se hizo más pública la escritura profética, que pudiera aprovechar finalmente a los pueblos, era preciso comenzar en la época de fundarse este Estado que había de gobernar al mundo.
CAPÍTULO XXVIII
Profecías de Oseas y Amós que se refieren al Evangelio de Cristo
El profeta Oseas es tanto más difícil de comprender cuanto con más profundidad se expresa. Pero se hace preciso tomar algo de él y exponerlo aquí según lo hemos prometido. Dice: Y sucederá que en el lugar en que se les dijo: Vosotros no sois mi pueblo, serán llamados hijos del Dios vivo12. Los mismos apóstoles interpretaron este testimonio profético como la vocación del pueblo gentil, que antes no pertenecía a Dios13. Y, como incluso el pueblo gentil está espiritualmente entre los hijos de Abrahán, y por ello es llamado justamente Israel, continúa el profeta diciendo: Se reunirán israelitas con judíos, y se nombrará un único caudillo, y resurgirán de la tierra14. Pretender explicar este pasaje sería desvirtuar el sabor de la palabra profética. Recuérdese, sin embargo, aquella piedra angular y aquellos dos muros formados uno por los judíos y otro por los gentiles15, y reconozcamos cómo suben ambos de la tierra apoyándose aquél en el nombre de los hijos de Judá y éste en el de los hijos de Israel, tendiendo a una misma meta bajo un único príncipe. Y aun de estos mismos israelitas carnales, que no creen ahora en Cristo, pero que creerán después, esto es, de sus hijos (pues éstos pasarán a ocupar el lugar de ellos tras su muerte), da testimonio el mismo profeta diciendo: Porque muchos años vivirán los israelitas sin rey y sin príncipe, sin sacrificios y sin altar, sin sacerdocio ni revelaciones. ¿Quién no ve que esto es un retrato de los judíos al presente? Pero escuchemos lo que dice a continuación: Después volverán a buscar los israelitas al Señor, su Dios, y a David, su rey; temblando acudirán al Señor y su riqueza, al final de los tiempos16. Nada hay más claro que esta profecía si entendemos en el nombre del rey David significado a Cristo, que -según dice el Apóstol- por línea carnal nació de la estirpe de David17.
Anunció también este profeta que Cristo resucitaría al tercer día, y lo anunció con la profundidad profética digna de tal hecho al decir: Al tercer día nos restablecerá y resucitaremos al tercer día18. Y según esto nos dice el Apóstol: Si habéis resucitado con Cristo, buscad lo de arriba19.
Sobre esta misma materia profetiza Amós: Prepárate, Israel, para invocar a tu Dios. He aquí que yo soy el que forma los truenos y crea los vientos y el que anuncia a los hombres su Cristo20. Y en otro pasaje: Ese día restauraré el tabernáculo de David, que está por tierra, y restableceré lo igualado con la tierra, y reharé lo destruido, y lo reedificaré como en tiempos pasados. De suerte que me busque el resto de los hombres y todas las naciones en que se invocó mi nombre, dice el Señor, hacedor de tales maravillas21.
CAPÍTULO XXIX
Predicciones de Isaías sobre Cristo y la Iglesia
1. El profeta Isaías no se encuentra en el libro de los doce profetas -llamados menores por la brevedad de sus escritos en comparación con los llamados mayores-. Él escribió volúmenes más extensos. A este número pertenece Isaías, a quien añado a los dos citados porque sus profecías son de la misma época.
Isaías, entre las reprensiones de la iniquidad, las instrucciones sobre la justicia y las predicciones de los males que caerán sobre el pueblo pecador, tiene muchas más profecías que los demás sobre Cristo y la Iglesia, es decir, sobre el rey y la ciudad por él fundada. Hasta el punto de que muchos lo llaman más bien evangelista que profeta. Pero en atención a los límites de la obra citaré ahora uno sólo de los muchos pasajes. Dice hablando en la persona de Dios Padre: Mirad, mi siervo tendrá éxito, subirá y crecerá mucho. Como muchos se espantaron de él, porque desfigurado no parecía hombre ni tenía aspecto humano; así asombrará a muchos pueblos; ante Él los reyes cerrarán la boca al ver algo inenarrable y contemplar algo inaudito. ¿Quién creyó nuestro anuncio? ¿A quién se reveló el brazo del Señor? Creció en su presencia como brote, como raíz en tierra árida, sin figura, sin belleza. Lo vimos sin aspecto atrayente, despreciado y evitado de los hombres, como un hombre de dolores acostumbrado a sufrimientos, ante el cual se ocultan los rostros, despreciado y desestimado. Él soportó nuestros sufrimientos y aguantó nuestros dolores; nosotros lo estimamos leproso, herido de Dios y humillado, pero Él fue traspasado por nuestras rebeliones, triturado por nuestros crímenes. Nuestro castigo saludable cayó sobre Él, sus cicatrices nos curaron. Todos errábamos como ovejas, cada uno siguiendo su camino, y el Señor cargó sobre Él todos nuestros crímenes. Maltratado se humillaba y no abría la boca: como cordero llevado al matadero, como oveja ante el esquilador, enmudecía y no abría la boca. Sin defensa, sin justicia, se lo llevaron; ¿quién meditó en su destino? Lo arrancaron de la tierra de los vivos, por los pecados de mi pueblo lo hirieron. Le dieron sepultura con los malvados y una tumba con los malhechores, aunque no había cometido crímenes ni hubo engaño en su boca. El Señor quiso triturarlo con el sufrimiento y entregar su vida como expiación: verá su descendencia, prolongará sus años, lo que el Señor quiere prosperará por su mano. Por los trabajos de su alma verá la luz; el justo se saciará de conocimiento. Mi siervo justificará a muchos porque cargó con los crímenes de ellos. Le daré una multitud como parte, y tendrá como despojo una muchedumbre. Porque expuso su vida a la muerte y fue contado entre los pecadores, él cargó con los pecados de muchos e intercedió por los pecadores. Esto por lo que toca a Cristo22.
2. Escuchemos también lo que dice sobre la Iglesia: Alégrate, la estéril, que no dabas a luz, rompe a cantar de júbilo la que no tenías dolores, porque la abandonada tendrá más hijos que la casada, dice el Señor. Ensancha el espacio de tu tienda, despliega sin miedo tus lonas, alarga tus cuerdas, hinca bien tus estacas; porque te extenderás a derecha e izquierda. Tu estirpe heredará las naciones y poblará ciudades desiertas. No temas, no tendrás que avergonzarte, no te sonrojes, que no te afrentarán. Olvidarás el bochorno de tu soltería, ya no recordarás la afrenta de tu viudez. El que te hizo te tomará por esposa: su nombre es Señor de los ejércitos. Tu redentor es el Santo de Israel, se llama Dios de toda la Tierra23. Y aún continúa. Pero nos basta esto. Claro que en todo ello hay que explayar algunas cosas; pero creo me parecen suficientes las que están tan claras, que hasta los adversarios se ven forzados a comprenderlas, mal que les pese.
CAPÍTULO XXX
Profecías de Miqueas, Jonás y Joel relativas al Nuevo Testamento
1. El profeta Miqueas, presentando a Cristo en la figura de un gran monte, dice: Al final de los tiempos estará firme el monte de la casa del Señor en la cima de los montes, encumbrado sobre las montañas. Hacia él confluirán las naciones, caminarán pueblos numerosos; dirán: Venid, subamos al monte del Señor, a la casa del Dios de Jacob; Él nos instruirá en sus caminos y marcharemos por sus sendas; porque de Sión saldrá la ley de Jerusalén, la palabra del Señor. Será el árbitro de muchas naciones, el juez de numerosos pueblos24.
Prediciendo incluso el lugar en que nació Cristo, dice este profeta: Pero tú, Belén de Efrata, pequeña entre las aldeas de Judá, de ti sacaré el que ha de ser jefe de Israel: su origen es antiguo, de tiempo inmemorial. Pues los entrega sólo hasta que la madre dé a luz y el resto de los hermanos vuelva a los israelitas. En pie pastoreará con el poder del Señor, en nombre de la majestad del Señor, su Dios; y habitarán tranquilos cuando su grandeza se extienda hasta los confines de la Tierra25.
2. En cambio, el profeta Jonás profetizó sobre Cristo no tanto con sus escritos cuanto con la especie de Pasión que soportó, y en verdad con más claridad que si proclamara con su voz la muerte y la resurrección de Aquél. En efecto, ¿cuál fue el fin de ser engullido en el vientre del cetáceo y ser devuelto a los tres días, sino significar a Cristo que había de volver al tercer día de lo profundo del Infierno?
3. La profecía de Joel obliga a una explicación prolongada para poner en claro lo que se refiere a Cristo y a la Iglesia. Sin embargo, no puedo pasar por alto un pasaje que también citaron los apóstoles cuando, reunidos los creyentes, descendió el Espíritu Santo, como había prometido Cristo26. Dice así: Después derramaré mi espíritu sobre todos: vuestros hijos e hijas profetizarán, vuestros ancianos soñarán sueños, vuestros jóvenes verán visiones. También sobre siervos y siervas derramaré mi espíritu aquel día27.
CAPÍTULO XXXI
Anuncios de Abdías, Naún y Habacuc sobre la salvación del mundo en Cristo
1. Nos encontramos con tres profetas menores, Abdías, Naún y Habacuc, que ni ellos nos dicen cuándo profetizaron ni se encuentra referencia en Eusebio y Jerónimo. Citan a Abdías con Miqueas, pero no precisamente cuándo se conmemora el tiempo en que, según sus escritos, profetizó Miqueas; pienso que ello tuvo lugar por la equivocación y negligencia de los que describen los trabajos ajenos. De los otros dos, en cambio, aunque no hemos podido dar con ellos en los códices de las Crónicas que hemos tenido a nuestro alcance, como se encuentran en el canon, no debemos pasarlos en silencio.
Respecto a Abdías, es el más breve de los profetas en los escritos que nos dejó, y habla en ellos contra Idumea, linaje de Esaú, el mayor de los dos gemelos hijos de Isaac (nietos de Abrahán), que fue reprobado. Si por el modo de hablar de Idumea, en el cual se toma el todo por la parte, vemos que está puesta en lugar de los gentiles, podemos conocer que se refieren a Cristo muchos pasajes que se intercalan: En el monte Sión quedará un resto que será santo. Y poco después, al final de la misma profecía: Y los redimidos del monte de Sión surgirán para defender el monte de Esaú, y reinará el Señor28.
Es claro que vendrá el cumplimiento cuando los redimidos, en quienes se reconoce, sobre todo, a los apóstoles, creyendo en Cristo, subieron del monte Sión, esto es, de Judea, para defender el monte de Esaú. ¿Cómo podrían defenderlo sino haciendo salvos, por la predicación del Evangelio, a los que creyeron, para ser liberados del poder de las tinieblas y ser trasladados al reino de Dios? Eso expresó a continuación con el colofón y reinará el Señor. En efecto, el monte de Sión significa a Judea, donde se predijo había de estar la salvación y la santidad, que es Cristo; en cambio, el monte de Esaú es la Idumea, en la que se significa la Iglesia de los gentiles, que defendieron, como dije, los redimidos procedentes del monte de Sión, para que reinara el Señor. Esto era oscuro antes de suceder; pero una vez sucedido, ¿qué fiel no lo reconocerá?
2. El profeta Naún o, mejor, Dios por su medio dice: Quebraré los ídolos tallados y de fundición, y los pondré en sepultura, porque he aquí sobre los montes los pies ligeros del que viene a evangelizar y a anunciar la paz. Solemniza tus festividades y cumple tus votos, que ya no se acercarán más a ti para que envejezcas. Todo está consumado, cumplido y derrocado. Ya sale a campaña el que alienta en tu rostro y te libra de la tribulación29. Quién es el que subió de los infiernos y sopló el Espíritu Santo en el rostro de Judá, es decir, de los discípulos judíos, reconózcalo quien recuerde el Evangelio. Porque pertenecen al Nuevo Testamento aquellos cuyas festividades se renuevan espiritualmente en tal manera que no pueden tornar ya al pasado. De igual modo vemos quebrados ya los ídolos tallados y de fundición, esto es, los ídolos de dioses falsos, y como sepultados en el olvido. También en esto vemos cumplida la profecía.
3. Con relación a Habacuc, ¿de qué otra llegada habla, sino de la de Cristo, que iba a venir? Éstas son sus palabras: El Señor me respondió: Escribe la visión, grábala en tablillas, de modo que se lea de corrido: la visión tiene un plazo, jadea hacia la meta, no fallará; aunque tarde, espérala, que ha de llegar sin retraso30.
CAPÍTULO XXXII
Profecía que se contiene en la oración y el cántico de Habacuc
En la oración con su cántico, ¿a quién sino a Cristo el Señor dice Habacuc: Oí, Señor, tu palabra y me llené de temor. Señor, he contemplado tus obras y me he quedado asombrado? ¿Qué es esto sino la admiración inefable de la salvación de los hombres conocida de antemano, nueva y repentina? En medio de dos vivientes serás conocido; ¿qué quiere significar sino en medio de los dos Testamentos, o en medio de los dos ladrones, o en medio de Moisés y Elías platicando con él en el monte? Cuando venga tu hora, serás conocido, y en llegando el tiempo te manifestarás. Palabras que no necesitan explicación. Cuando se haya turbado mi alma en él, en lo más recio de tu cólera, te acordarás de tu misericordia: ¿qué quiere significar sino a los judíos representados en Él, que era de su nación, por quienes, al crucificar llenos de ira a Cristo, oró Él acordándose de su misericordia: Padre, perdónalos, que no saben lo que hacen?31
Dios vendrá de Temán, y el Santo de un monte umbroso y espeso. En las palabras vendrá de Temán han interpretado otros «del Austro» o «del Ábrego», por el cual se significa el mediodía, esto es, el fervor de la caridad y el esplendor de la verdad. En cambio, con relación al monte umbroso y espeso, aunque pueda interpretarse de muchos modos, yo lo tomaría más bien por la profundidad de las Escrituras, en que está profetizado Cristo; puesto que allí se contienen muchos misterios llenos de sombra y preñados de sentido para ejercitar la mente del investigador. Y de ellas procede también el hallazgo del que llega a entenderlos.
Su resplandor eclipsa el cielo, y la tierra se llena de sus alabanzas; ¿no es lo mismo que se dice en el salmo: Elévate sobre el cielo, Dios mío, y llene la tierra tu gloria?32 Su esplendor será como la luz, ¿qué quiere decir sino que su fama iluminará a los creyentes? El poder está en sus manos, ¿qué otra cosa es sino el trofeo de la cruz? Ha puesto la caridad como fundamento de su fuerza; palabras que no necesitan explicación. Ante Él vendrá la palabra, y ella saldrá en el despoblado tras sus pisadas; ¿quiere decir otra cosa sino que fue anunciado antes de venir aquí y proclamado después de tornar de aquí? Se detuvo y la tierra se conmovió; bien claro es que se detuvo para socorrer, y que la tierra se conmovió para creer.
Miró y se marchitaron las naciones, esto es, se compadeció y llevó a los pueblos a la penitencia. Quebrantó con violencia los montes, que significa: con la fuerza de los milagros aplastó la soberbia de los orgullosos. Los collados eternos se abatieron, es decir, fueron humillados temporalmente a fin de levantarse para siempre. He visto sus entradas eternas, precio de sus trabajos, o sea, vi los trabajos de la caridad premiados con la eternidad. Los tabernáculos de Etiopía y las tiendas de la tierra de Madián se cubrirán de espanto; esto es, atemorizados de pronto los pueblos por el anuncio de tus maravillas, aun los que no están bajo el yugo romano se encontrarán en el pueblo cristiano.
¿Te enojaste, Señor, contra los ríos y montaste en cólera contra el mar? Dijo esto porque no viene ahora para juzgar al mundo33, sino para que el mundo se salve por Él. Porque montas sobre tus caballos, y tu viaje es la salvación; esto es, te llevarán tus evangelistas, que son gobernados por Ti, y tu Evangelio será la salvación de los que creen en Ti. Flecharás tu arco contra los cetros, dice el Señor; es decir, amenazarás con tu juicio aun a los reyes de la tierra. Los ríos rasgarán la tierra, o sea, bajo el poder de la oratoria de los que te predican para confesarte se abrirán los corazones de los hombres, a quienes se dijo: Rasgad los corazones y no los vestidos34.
¿Qué significa Te verán y se dolerán los pueblos, sino que serán felices en su llanto? ¿Y qué Al andar dispersarás las aguas, sino que andando entre los que te anuncian por doquier, esparcirás a diestra y siniestra los raudales de tus enseñanzas? ¿Qué significa El abismo alzó su voz? ¿No quiere decir que la profundidad del corazón humano expresó lo que le parece? La profundidad de su fantasía es como una exposición del verso anterior, ya que la profundidad es igual que el abismo. Las palabras de su fantasía envuelven alzó su voz; esto es, lo que dijimos expresó lo que le parece. La fantasía, en efecto, es una visión que Él no retuvo ni encubrió, sino que proclamó en su alabanza.
Se elevó el sol y la luna permaneció en su orden; quiere decir: Cristo subió a lo alto, y la Iglesia quedó constituida bajo su rey. Tus flechas irán a la luz, es decir, tus palabras no serán lanzadas a las tinieblas, sino a plena luz. Al decir Al resplandor del relampaguear de tus armas, se sobreentiende tus flechas irán, pues que Él había dicho a los suyos: Lo que os digo en la noche, decidlo a la luz del día35. Tus amenazas achicaron la tierra, esto es, con tus amenazas humillarás a los hombres. Y derribarás las naciones con tu furor, porque con tu venganza quebrantarás a los que se ensoberbecen.
Saliste para salvar a tu pueblo, para salvar a tus ungidos enviaste la muerte sobre la cabeza de los pecadores. No necesita esto explicación alguna. Los cargaste de cadenas hasta el cuello. Se pueden entender aquí los óptimos vínculos de la sabiduría, de suerte que queden aprisionados los pies en sus grillos y los cuellos en sus argollas. Las rompiste hasta poner espanto en la mente; se refiere a las cadenas, pues los sometió a las buenas y les rompió las malas, de las cuales se dice:Has roto mis cadenas36; y esto, con espanto en la mente, esto es, de un modo admirable. Las cabezas de los poderosos se moverán en ella, es decir, en esa admiración.
Y abrirán sus bocas como el pobre que come a escondidas. Algunos poderosos de los judíos acudían al Señor admirando sus hechos y sus palabras, y comían hambrientos el pan de su doctrina, pero a escondidas por miedo a los judíos, como lo muestra el Evangelio37. Metiste en el mar tus caballos y se agitaron muchas aguas; no son otra cosa que la multitud de pueblos. Pues ni unos se convertirán por el temor ni otros proseguirán arrebatados por el terror, si no se sintieran todos perturbados. Reparé en esto, y se pasmó mi corazón al considerar mis propias palabras. Y un temblor penetró hasta mis huesos, y todo mi interior se turbó. Para la atención en lo que iba diciendo, y se siente atemorizado por su misma plegaria, que emitía proféticamente viendo en ella lo que había de suceder; pues con perturbación de la multitud de pueblos vio las tribulaciones que se cernían sobre la Iglesia, y se sintió en seguida miembro de ella, y exclamó: Reposaré en el día de la tribulación38; al fin, como perteneciendo a los que se gozan en la esperanza y sufren en la tribulación. A fin de irme a encontrar con el pueblo de mi peregrinación; apartándome del pueblo maligno de parentesco carnal, que ni es peregrino en esta tierra ni busca la patria celestial.
Porque la higuera no dará frutos y las viñas no brotarán. Faltará el fruto a la oliva y los campos no darán qué comer. No habrá ovejas en las majadas ni bueyes en los establos. Veía que esta nación, que había de dar muerte a Cristo, iba a perder la abundancia de sus riquezas espirituales, que simbolizó a usanza profética en la fecundidad terrena. Y como aquella nación tuvo que soportar tal cólera de Dios por desconocer la justicia del mismo Dios y tratar de establecer la suya propia39, dice el profeta a continuación: Yo me holgaré ante el Señor y me regocijaré en Dios, mi Salvador. El Señor, mi Dios y mi poder, asentará perfectamente mis pies y me pondrá en lo alto para que salga victorioso por su cántico40; es decir, el cántico aquel del que tales cosas se dicen en el salmo: Afianzó mis pies sobre roca y aseguró mis pasos; me puso en la boca un canto nuevo de alabanza a nuestro Dios41. Así, pues, triunfa en el cántico del Señor quien se complace en la alabanza del mismo, no en la suya propia, de suerte que el que se gloría, se gloríe en el Señor42. Aunque a mí me parece mejor lo que ponen algunos códices: Me regocijaré en Dios, mi Jesús, que es a lo que al traducir otros esto al latín no pusieron el mismo nombre, más amable para nosotros y más dulce.
CAPÍTULO XXXIII
Lo que dijeron con espíritu profético Jeremías y Sofonías
sobre Cristo y la vocación de los gentiles
1. Jeremías es uno de los profetas mayores, como Isaías, no de los menores, como los otros de quienes ya cité algunos pasajes. Profetizó reinando en Jerusalén Josías, y Anco Marcio en Roma, estando ya próxima la cautividad de los judíos. Su profecía se prolongó hasta el quinto mes de la cautividad, según nos cuentan sus escritos. Se le agrega Sofonías, uno de los profetas menores; también éste nos dice que profetizó en los días de Josías, aunque no dice hasta cuándo43. Profetizó, pues, Jeremías no sólo en los días de Anco Marcio, sino también en los de Tarquinio Prisco, quinto rey de los romanos, ya que había comenzado a reinar cuando tuvo lugar la cautividad de Babilonia.
Hablando Jeremías de Cristo, nos hace esta profecía: El Cristo, el Señor, resuello de nuestra boca, ha sido preso por nuestros pecados44, manifestando con esa brevedad que Cristo es Señor nuestro y que padeció por nosotros. También dice en otro lugar: Él es nuestro Dios y no hay otro frente a Él: investigó el camino de la inteligencia y se lo enseñó a su hijo Jacob, a su amado Israel. Después apareció en el mundo y vivió entre los hombres45. Testimonio que algunos no atribuyen a Jeremías, sino a un amanuense suyo llamado Baruc, aunque más corrientemente se le tiene como de Jeremías. De nuevo dice el mismo profeta de Cristo: Mirad que llegan días, oráculo del Señor, en que daré a David un vástago legítimo. Reinará como rey prudente, y administrará la justicia y el Derecho en el país; en sus días se salvará Judá, Israel vivirá en paz y le darán el título «Señor, justicia nuestra»46.
También habló así de la vocación de los gentiles, que era entonces futura y que nosotros vemos ya cumplida: El Señores mi fuerza y fortaleza, mi refugio en el peligro. A ti vendrán los paganos, de los extremos del orbe, diciendo: Qué engañoso es el legado de nuestros padres, qué vaciedad sin provecho47. Sobre el desconocimiento que sobre Él tendrían los judíos, que llegarían a darle muerte, dice el profeta: Pesado y profundo es el corazón del hombre, y ¿quién lo conocerá?48 Del mismo profeta es el pasaje citado en el libro XVII sobre el Nuevo Testamento, cuyo mediador es Cristo. Dice así Jeremías: Mirad que llegan días, oráculo del Señor, en que haré una nueva alianza con Israel y con Judá49. Y continúa todavía más.
2. Con relación al profeta Sofonías, que profetizaba con Jeremías, citaré de momento estos pasajes: Espérame, dice el Señor, en el día de mi resurrección, porque mi voluntad es congregar las naciones y reunir los reinos50. Y dice también: Terrible se les mostrará el Señor cuando deje macilentos a todos los dioses de la Tierra; entonces lo adorarán desde sus puestos las islas de los paganos51. Y un poco después: Entonces purificaré los labios de los pueblos para que invoquen todos el nombre del Señor y le sirvan todos de común acuerdo; desde allende los ríos de Etiopía, de la dispersión, los que me rezan me traerán ofrendas. Aquel día no tendrás que avergonzarte de las acciones con que me ofendiste, porque extirparé tus soberbias bravatas y no volverás a insolentarte en mi monte santo. Dejaré en ti un pueblo pobre y humilde, un resto de Israel que se acogerá al Señor52. Éstos son los restos de que se profetiza en otra parte, y que también recuerda el Apóstol: Aunque el número de los hijos de Israel fuese como la arena del mar, se salvará sólo el residuo53. Este residuo de aquel pueblo es el que creyó en Cristo.
CAPÍTULO XXXIV
Profecía de Daniel y Ezequiel que se cumple en Cristo y en la Iglesia
1. Más adelante, en la misma cautividad de Babilonia, profetizaron primero Daniel y Ezequiel, otros dos de los profetas mayores. Daniel llegó a determinar las fechas en que había de vivir y padecer Cristo, lo cual sería demasiado extenso demostrar por medio del cálculo, y ya lo han realizado otros antes de nosotros. Sobre el poder y la gloria de Cristo habló así: Seguí mirando, y en la visión nocturna vi venir en las nubes del cielo una figura humana, que se acercó al anciano y se presentó ante él. Le dieron poder real y dominio: todos los pueblos, naciones y lenguas lo respetarán. Su dominio es eterno y no pasa, su reino no tendrá fin54.
2. También Ezequiel expresa a Cristo en David según el estilo profético por haber tomado carne de la estirpe de David, y por su forma de siervo, que le hizo hombre, se llama también siervo de Dios el mismo Hijo de Dios; anuncia a Cristo en la profecía haciendo hablar a Dios Padre: Les daré un pastor único que los pastoree: mi siervo David; él los apacentará, él será su pastor. Yo, el Señor, seré su Dios, y mi siervo David, príncipe en medio de ellos55. Y en otro lugar dice: Les haré un solo pueblo en su país, en los montes de Israel, y un solo rey reinará sobre todos ellos. No volverán a ser dos naciones ni a desmembrarse en dos monarquías. No volverán a contaminarse con sus ídolos y fetiches y con todos sus crímenes. Los libraré de sus pecados y prevaricaciones, los purificaré: ellos serán mi pueblo y yo seré su Dios. Mi siervo David será su rey; el único pastor de todos ellos56.
CAPÍTULO XXXV
Vaticinio de los tres profetas Ageo, Zacarías y Malaquías
1. Quedan tres profetas menores que profetizaron al final de la cautividad: Ageo, Zacarías y Malaquías. Ageo tiene una profecía breve, pero bien clara, sobre Cristo y la Iglesia: Y así dice el Señor de los ejércitos: Dentro de muy poco yo agitaré cielo y tierra, mares y continentes; haré temblar a todas las naciones, y vendrá el Deseado de todas las gentes57. Parte de esta profecía se ve ya cumplida, y parte espera su cumplimiento al final. Conmueve, en efecto, el cielo con el testimonio de los ángeles y de los astros en la encarnación de Cristo. Conmueve la tierra con el gran milagro,el mismo parto de una virgen. Conmueve el mar y la tierra cuando es anunciado Cristo en las islas y en el orbe entero. Así vemos cómo se enlazan todos los pueblos hacia la fe. Lo último que sigue: Y vendrá el Deseado de todas las gentes, esperamos su cumplimiento en su última venida. Efectivamente, para ser deseado por los que le esperan debió primero ser amado por los creyentes.
2. Zacarías dice de Cristo y de la Iglesia: Alégrate, ciudad de Sión; aclama, Jerusalén; mira a tu rey que está llegando: justo, victorioso, humilde, cabalgando un asno, una cría de borrica. Dominará de mar a mar, del Gran Río al confín de la tierra58. Cómo se verificó esto, es decir, que Cristo el Señor se sirviera en el camino de un asno de este tipo, lo leemos en el Evangelio, donde en parte se recuerda esta profecía59, cuanto pareció suficiente en aquel lugar. Dice en otro lugar hablando con Cristo en espíritu de profecía sobre la remisión de los pecados por la virtud de su sangre: Y tú por la sangre de tu testamento hiciste salir a los tuyos, que se hallaban cautivos, del lago sin agua60. ¿Qué quiere dar a entender por medio de este lago? Se admiten diversas interpretaciones dentro de la ortodoxia de la fe. Para mí la más apropiada es la profundidad de la miseria humana, seca y estéril en cierto modo, donde no corren las aguas de la justicia, sino el lodo de la iniquidad. Pues así se dice también sobre esto en el salmo: Me levantó de la fosa fatal, de la charca fangosa61.
3. El profeta Malaquías, anunciando a la Iglesia, que vemos propagada por medio de Cristo, dice con toda claridad a los judíos en la persona de Dios: Mi afecto no va hacia vosotros, dice el Señor de los ejércitos; ni aceptaré de vuestra mano ofrenda alguna. Porque desde Levante a Poniente es grande mi nombre entre las naciones, y en todo lugar se sacrificará y se ofrecerá a mi nombre una ofrenda pura, pues es grande mi nombre entre las naciones, dice el Señor62. Vemos cómo en todo lugar, desde Levante a Poniente, se ofrece a Dios este sacrificio mediante el sacerdocio de Cristo según el rito de Melquisedec; y, por tanto, no pueden negar que ha cesado el sacrificio de los judíos, a quienes se dijo: Mi afecto no va hacia vosotros ni aceptaré de vuestra mano ofrenda alguna. ¿Por qué esperan todavía otro Cristo, cuando todo esto que leen profetizado y ven cumplido no puede ser cumplido sino por Él mismo? Dice aún poco después del mismo sobre la persona de Dios: Mi alianza con él fue alianza de vida y de paz, y yo le di que me temiera santamente y tuviera respeto a mi nombre. La ley de la verdad regía su boca, anduvo conmigo en paz y convirtió a muchos de sus pecados. Los labios del sacerdote han de ser el depósito de la ciencia, y han de esperar todos la ley de su boca, porque es el ángel del Señor omnipotente63.
No debe causar admiración que Cristo Jesús sea llamado ángel de Dios omnipotente. Así como se llamó esclavo por la forma de esclavo en que vino a los hombres, así recibe el nombre de ángel por el evangelio que anunció a los mismos hombres. Porque si interpretamos estas palabras según el griego, evangelio significa buen anuncio, y ángel significa mensajero. Sigue diciendo del mismo: Mirad, yo envío a un mensajero a prepararme el camino. De pronto entrará en el santuario el Señor que buscáis; el mensajero de la alianza que deseáis miradlo entrar, dice el Señor omnipotente. ¿Quién resistirá cuando él llegue? ¿Quién quedará en pie cuando aparezca?64 En este lugar anunció la primera y la segunda venidas de Cristo; es a saber, la primera, de la cual dice: De pronto entrará en el santuario, esto es, en su carne, sobre la cual dijo en el Evangelio: Destruid este templo y en tres días lo levantaré65; la segunda, en cambio, está anunciada en las palabras: Miradlo entrar, dice el Señor omnipotente. ¿Quién resistirá cuando él llegue? ¿Quién quedará en pie cuando aparezca?
Por lo que se refiere a las palabras: El Señor que buscáis; el mensajero de la alianza que deseáis, significan que Cristo busca y solicita todavía a los judíos según las Escrituras que ellos mismos leen. Pero muchos de ellos, obcecados en sus corazones por sus merecimientos anteriores, no han reconocido la venida de aquel que buscaron y quisieron. La alianza de que habla aquí hemos de entenderla o de la de arriba, donde dice: Mi alianza con él, o de la de aquí, donde habló del mensajero de la alianza. En todo caso, siempre será la nueva alianza, en que se hallan las promesas eternas, no la antigua, en que se encuentran las temporales. Precisamente por tener muchos débiles en gran aprecio éstas y por servir mercenariamente al verdadero Dios por tales cosas, se sienten turbados cuando ven que abundan en ellas los impíos.
Por eso el mismo profeta, para distinguir la felicidad eterna propia de la nueva alianza, que no se dará sino a los buenos, de la felicidad terrena propia de la antigua, que muchas veces se da también a los malos, dice: Tomaron cuerpo vuestras palabras contra mí, dice el Señor, y dijisteis: ¿En qué te hemos difamado? Habéis dicho: Es vano todo aquel que sirve a Dios. Y ¿qué nos viene a nosotros de haber guardado tus mandamientos y de haber andado en oración delante del Señor omnipotente? Ahora nosotros beatificamos a los extraños y se renuevan los obradores del mal, y los que han ido contra Dios también se salvan. Esto hablaron entre sí los que temían a Dios. Y Dios estuvo atento y escuchó y escribió ante él un libro de memoria a los que temen al Señor y reverencian su nombre. En este libro se significa el Nuevo Testamento. Escuchemos, finalmente, lo que sigue: Y ellos serán mi heredad, dice el Señor omnipotente, el día que yo me ponga a actuar, y yo los elegiré como el padre elige al hijo obediente. Y vosotros mudaréis de parecer, y notaréis la diferencia que hay entre el justo y el injusto, entre el que sirve a Dios y el que no le sirve. Porque he aquí que llega el día encendido como un horno ardiendo y los abrasará. Todos los extranjeros y todos los pecadores serán como estopa, y ese día que se aproxima los quemará, dice el Señor omnipotente, y no quedarán de ellos ni ramas ni raíces. Y a vosotros los que teméis mi nombre os nacerá el sol de justicia, que trae la salvación a la sombra de sus alas. Saldréis fuera y saltaréis de gozo como novillos sueltos. Hollaréis a los pecadores y serán polvo bajo vuestros pies el día en que yo actúe, dice el Señor omnipotente66. Éste es el que se llama día del juicio, del cual hablaremos más despacio, si Dios quiere, en su lugar.
CAPÍTULO XXXVI
Esdras y los libros de los Macabeos
Después de los tres profetas, Ageo, Zacarías y Malaquías, durante el mismo tiempo de la liberación del pueblo de la esclavitud de Babilonia, escribió también Esdras, que es considerado más bien como un escritor de grandes gestas que como un profeta; algo así como el libro de Ester, cuya historia en alabanza de Dios no dista mucho de estos tiempos. Con la diferencia de que Esdras profetizó de Cristo en aquella discusión suscitada entre ciertos jóvenes sobre qué era lo más importante en la vida: uno dijo que los reyes; otro, que el vino, y otro, que las mujeres, que muchas veces mandan sobre los reyes; al fin, este último demostró que sobre todas ellas prevalecía la verdad67. Y consultando el Evangelio, conocemos que Cristo es la Verdad.
Desde el tiempo de la restauración del templo entre los judíos no hubo ya reyes, sino príncipes, hasta Aristóbulo. El cálculo del tiempo de éstos no se encuentra en las santas Escrituras llamadas canónicas, sino en otros escritos, entre los cuales están los libros de los Macabeos, que no tienen por canónicos los judíos, sino la Iglesia, y esto merced a las torturas terribles y admirables de algunos mártires, que lucharon por la ley de Dios hasta su muerte, aun antes de la encarnación de Cristo, y soportaron los más graves y horribles tormentos.
CAPÍTULO XXXVII
La autoridad profética es más antigua que la primitiva filosofía gentil
En tiempos, pues, de nuestros profetas, cuyos escritos llegaron ya a noticia de casi todos los pueblos, aún no existían los filósofos gentiles que tuvieran este nombre. Empezaron a llamarse así con Pitágoras de Samos, que comenzó a sobresalir y ser conocido precisamente en el tiempo en que tuvo lugar la liberación de la cautividad de los judíos. Y así concluimos con más razón que los demás filósofos vivieron después de los profetas. El mismo Sócrates de Atenas, maestro de todos los que más se distinguieron por entonces, y el más importante en la materia llamada moral o práctica, vive después de Esdras según el libro de las Crónicas. No mucho después nació también Platón, que tanto aventajó a los restantes discípulos de Sócrates.
A ellos, es verdad, se pueden añadir los anteriores, que no tenían todavía el nombre de filósofos, como los siete sabios, y luego los físicos que sucedieron a Tales, limitando su dedicación a la investigación de la Naturaleza, como fueron Anaximandro, Anaxímenes, Anaxágoras, y algunos otros antes de Pitágoras, tenido como el primer filósofo. Pues bien, ninguno de éstos precedió en el tiempo a alguno de nuestros profetas. El mismo Tales, a quien sucedieron los demás, se dice que descolló en el reinado de Rómulo, cuando el torrente de la profecía saltó de las fuentes de Israel en aquellos libros que se esparcieron por todo el orbe.
Por consiguiente, sólo los llamados poetas teólogos -Orfeo, Lino, Museo y algún otro que existiera entre los griegos- son anteriores en el tiempo a los profetas hebreos, cuyos escritos se encuentran en el canon de nuestras Escrituras. Pero ni aun éstos existieron antes de nuestro verdadero teólogo Moisés, que con toda veracidad predicó al único Dios verdadero, y cuyos escritos tienen actualmente una primacía en el canon de la autoridad. Por ello, en lo referente a los griegos, en cuya lengua floreció lo mejor de la literatura de este mundo, no tienen motivo alguno para hacer la apología de su sabiduría, como si pareciera, si no superior, al menos más antigua que nuestra religión, en que brilla la verdadera sabiduría.
Cierto: hay que confesar que, si no en Grecia, sí entre los bárbaros, como en Egipto, existía ya antes de Moisés alguna doctrina, considerada como sabiduría suya. De lo contrario no se hubiera escrito en los libros santos que Moisés fue instruido en toda la sabiduría de los egipcios68 cuando nació allí y fue adoptado y criado por la hija del faraón. Pero ni aun así la sabiduría de los egipcios pudo anteceder en el tiempo a la de nuestros profetas, ya que el mismo Abrahán fue profeta69. ¿Qué sabiduría pudo existir en Egipto antes que les enseñara las letras Isis, a quien tuvieron a bien honrar como la gran diosa después de su muerte? Se tiene a Isis como hija de Inaco, que fue el primer rey de los argivos, cuando Abrahán ya había tenido nietos.
CAPÍTULO XXXVIII
Algunos escritos de santos personajes no fueron admitidos en el canon por su excesiva
antigüedad por temor de que a causa de esto se mezclara lo falso con lo verdadero
Si todavía intentamos remontarnos a tiempos más antiguos, antes del famoso diluvio universal, existía ya nuestro patriarca Noé, que no sin razón podríamos llamar profeta. En efecto, el arca que construyó, y en la que se salvó con los suyos, fue una profecía de nuestros tiempos. Y ¿qué decir de Henoc, el séptimo a partir de Adán? ¿No se dice en la epístola canónica del apóstol Judas que también él profetizó?70 Si sus escritos no han sido recibidos en el canon ni entre los judíos ni entre nosotros, es debido a su excesiva antigüedad, que podría hacerlos sospechosos de poner cosas falsas por verdaderas. Así, se han publicado en su nombre algunas cosas por aquellos que a su arbitrio creen sin distinción lo que quieren. No pudo la pureza del canon admitir esas cosas, no como reprobación de la autoridad de esos hombres que agradaron a Dios, sino porque no se creía que les pertenecieran a ellos.
Y no debe sorprendernos se tengan como sospechosas cosas que se publican en nombre de antigüedad tan grande; aun en la misma historia de los reyes de Judá y de los reyes de Israel, que contienen muchos hechos sobre los que creemos a la misma Escritura canónica, se relatan numerosos sucesos que no explican allí y se dice que están en otros libros escritos por los profetas, e incluso en alguna parte se citan los nombres de esos profetas;71 y, sin embargo, no se encuentran en el canon que admitió el pueblo de Dios. Confieso que desconozco el motivo; aunque pienso que aquellos mismos a quienes ciertamente revelaba el Espíritu Santo lo que debía figurar con autoridad de la religión pudieron muy bien escribir unas cosas como hombres con esmero histórico y otras como profetas por inspiración divina; y que estas cosas fueron tan distintas, que aquéllas se les atribuyeran a ellos mismos, y las otras, como inspiradas por el mismo Dios que hablaba por ellos. De esta suerte, aquéllas pertenecerían a la abundancia de conocimientos; éstas, en cambio, a la autoridad de la religión, en cuya autoridad se conserva el canon, fuera del cual hasta los escritos que se presentan bajo el nombre de los antiguos profetas no pueden tener valor ni para la misma ciencia, ya que es incierto sean de quienes se dice que son. Por eso no se puede tener fe en ellos, sobre todo si se trata de aquellos en que se leen algunos extremos contra la fe de los libros canónicos, argumento suficiente de que en modo alguno les pertenecen.
CAPÍTULO XXXIX
Los escritos hebreos que siempre estuvieron en su lengua original
No se debe creer, por tanto, lo que piensan algunos, es decir, que la lengua hebrea se conservó sólo a través de Héber, de quien procede el nombre de los hebreos, y que después llegó hasta Abrahán, y que, en cambio, las letras hebreas comenzaron por la ley dada por Moisés. Más bien hay que pensar que dicha lengua fue conservada con sus letras o caracteres a través de la sucesión de los padres. Moisés luego estableció en el pueblo de Dios maestros que estuvieran al frente de la enseñanza de las letras, aun antes que conocieran cualesquiera letras de la ley divina. La Escritura llama a éstosγραμματοεισαγωγοί , que pueden ponerse en latín como guías o introductores de las letras, porque las llevan o introducen en cierto modo en las inteligencias de los alumnos, o mejor quizá introducen a los mismos en ellas.
Que ningún pueblo, pues, se jacte fatuamente sobre la antigüedad de su sabiduría por encima de nuestros patriarcas y profetas, en quienes estaba la sabiduría divina. Ni siquiera Egipto, que suele gloriarse falsa e inútilmente de la antigüedad de sus doctrinas, se ha anticipado en clase alguna de sabiduría a la sabiduría de nuestros patriarcas. No habrá quien se atreva a afirmar que fueron ellos muy peritos en las doctrinas admirables antes de conocer las letras, es decir, antes de llegar allí Isis y de habérselas enseñado. La misma doctrina memorable, que recibió el nombre de sabiduría, ¿qué era sino sobre todo la astronomía, u otra disciplina semejante más a propósito de ordinario para ejercitar los ingenios que para iluminar las mentes con la verdadera sabiduría? Pues por lo que se refiere a la filosofía, que asegura enseñar algo con que los hombres lleguen a la felicidad, esta clase de estudios floreció en aquellas tierras hacia los días de Mercurio, a quien llamaron Trismegisto. Cierto, mucho tiempo antes que los sabios o filósofos de Grecia, pero también después de Abrahán, de Isaac, de Jacob y de José; y también después de Moisés. En efecto, cuando nació Moisés, se dice que vivía el gran astrólogo Atlas, hermano de Prometeo, abuelo materno de Mercurio el mayor, cuyo nieto fue este Mercurio Trismegisto.
CAPÍTULO XL
Pretensión totalmente falsa de los egipcios, que asignan a su ciencia
una antigüedad de cien mil años
Con presunción a todas luces exagerada se jactan algunos diciendo que han pasado más de cien mil años desde que Egipto conoce la astrología. ¿En qué libros pudieron recoger estas afirmaciones quienes aprendieron las letras de su maestra Isis no hace mucho más de dos mil años? No es de vulgar categoría como historiador Varrón, que fue el que nos dijo esto, que no está en desacuerdo con la verdad de las divinas letras. Si desde el primer hombre, llamado Adán, no se han cumplido todavía seis mil años, ¿no serán más dignos de risa que de refutación quienes intentan persuadirnos de cosas tan peregrinas y contrarias a verdad tan conocida? ¿A qué narración del pasado hemos de dar fe con más garantía que a la de quien nos anunció las cosas futuras que ya vemos presentes? El mismo desacuerdo de los historiadores entre sí nos fuerza a creer más a quien no esté en desacuerdo con la historia divina que tenemos. Aun los miembros de la ciudad impía, desparramados por todas las tierras, cuando leen a hombres doctísimos, cuya autoridad en nada parece despreciable, discrepando entre sí sobre los hechos que recuerda nuestra edad, no saben cómo arreglárselas para creer a alguno de ellos. Nosotros, empero, apoyados en la autoridad divina con relación a la historia de nuestra religión, no tenemos la menor duda de la falsedad de cuanto se opone a esa autoridad, sea cual fuere su postura en las demás cosas que se refieren a la historia profana, que, sean verdaderas o sean falsas, no nos aportan ventaja alguna para una vida justa y feliz.
CAPÍTULO XLI
Desacuerdo de las opiniones filosóficas y concordia
de las Escrituras canónicas en la Iglesia
1. Dejando a un lado ya el conocimiento de la Historia, vengamos a los mismos filósofos por los que hemos comenzado, los cuales dan la impresión de que en todos sus afanes sólo se han preocupado de encontrar la manera de vivir a tono para alcanzar la felicidad: ¿por qué están en desacuerdo los discípulos con los maestros y con los condiscípulos entre sí, sino porque han buscado esto como puros hombres con sentidos y razonamientos humanos? Aunque pudiera haber en eso el afán de la gloria, en la que cada uno ansía parecer más sabio y profundo que el otro; y no precisamente como secuaz en cierto modo de una doctrina ajena, sino como creador de su propia opinión doctrinal; sin embargo, concedamos que hubo algunos y hasta muchos de ellos a quienes apartó de sus maestros o condiscípulos el amor a la verdad, esforzándose por conseguir lo que como tal veían, fuera realmente así o no lo fuera, ¿qué pretende para llegar a la felicidad, qué meta, qué camino emprende la infelicidad humana si no la guía la autoridad divina?
En cambio, nuestros autores, en quienes con toda razón está impreso el canon de las sagradas letras, no tienen motivo alguno para estar en desacuerdo entre sí. De ahí que con justa razón, al escribir esas cosas, no fueron unos cuantos charlatanes los que en escuelas y gimnasios, a base de discusiones litigiosas, creyeron que Dios había hablado por medio de ellos, sino que fueron muchos y muy importantes pueblos los que con sus sabios e ignorantes creyeron por campos y por ciudades. Ciertamente debieron de ser pocos esos escritores a fin de no perder categoría por la multitud, lo que era preciso estimar tanto por la religión, pero no tan pocos que no suscitara admiración su concordia. Pues incluso en la multitud de filósofos, que por su actividad literaria nos legaron el monumento de sus doctrinas, sería difícil encontrar algunos que estén de acuerdo en todo. Demostrar esto aquí sería muy largo.
2. Por otra parte, ¿qué fundador hay de secta alguna, en esta ciudad adoradora de los demonios, tan de fiar que haya que rechazar a todos los que han tenido diversas o contrarias ideas? ¿No florecían en Atenas los epicúreos, sosteniendo que las cosas humanas no eran de incumbencia de los dioses, y los estoicos, que, al contrario, sostenían que ellas eran gobernadas y protegidas por los dioses, sus autores y defensores? Me maravillo de que Anaxágoras fuera tenido como reo al decir que el sol era una piedra ardiente, negando a Dios; y mientras, florecía con toda tranquilidad en la misma ciudad Epicuro, que no creía en la divinidad del sol ni de astro alguno, y negaba a la vez que morase en el mundo Júpiter o algún otro dios a quien puedan llegar las oraciones suplicantes de los hombres. ¿No descolló allí Aristipo, que cifraba el bien supremo en el placer del cuerpo; y Antístenes, afirmando que el hombre llegaba a la felicidad precisamente por la virtud del espíritu, filósofos ambos bien conocidos y ambos discípulos de Sócrates, haciendo consistir el ideal de la vida en fines tan diversos y contrarios entre sí? ¿No se procuraba cada uno discípulos que continuasen su escuela, diciendo el uno que se había de huir de la administración del Estado, y exigiendo el otro que era de incumbencia del sabio la política?
Allí públicamente, en el ilustre y celebérrimo pórtico, en los gimnasios, en los jardines, en los lugares públicos y privados, defendía cada uno coreado por sus secuaces sus propias opiniones: unos afirmaban que existía un solo mundo; otros, que innumerables; unos, que ese mismo mundo único tuvo un principio; otros, que no lo había tenido; éstos, que había de desaparecer; aquéllos, que existiría siempre; unos, que era gobernado por una mente divina; otros, que por la suerte y el azar; los unos, que las almas eran inmortales; los otros, que eran mortales; y los que las tenían por inmortales, decían unos que se convertían en bestias; otros, que de ningún modo; en cambio, los que las tenían por mortales, éstos decían que morían después del cuerpo, y aquéllos que vivían incluso después del cuerpo, poco o mucho, aunque no para siempre; unos, que establecían el bien supremo en el cuerpo; otros, en el alma; otros, en uno y otro, añadiendo otros al alma y al cuerpo también bienes del exterior; juzgando unos se había de dar siempre fe a los sentidos del cuerpo, diciendo otros que no siempre, y afirmando otros que nunca.
¿Qué pueblo jamás, qué senado, qué poder o dignidad pública de la ciudad impía se preocupó de seleccionar estas casi innumerables disensiones de los filósofos, de probar y admitir unas y rechazar y reprobar las otras? ¿No admitió más bien en su seno indistintamente sin discernimiento alguno y en tropel tantas controversias de hombres que disentían, no sobre campos y casas o sobre cualquier otro motivo pecuniario, sino sobre las cosas necesarias para una vida desgraciada o feliz? Y además, si en esas discusiones se decían algunas cosas verdaderas, con la misma licencia se expresaban las falsas. No en vano ha recibido tal ciudad la denominación mística de Babilonia. Babilonia, efectivamente, significa confusión, como recuerdo que ya lo dijimos. Y no le importa al diablo, su gobernador, en qué errores tan contrarios se debatan quienes por la múltiple y variada impiedad se hallan igualmente bajo su posesión.
3. En cambio, aquella nación, aquel pueblo, aquella ciudad, aquel Estado, aquellos israelitas a quienes fueron confiadas las palabras de Dios, jamás admitieron con igual tolerancia a los seudoprofetas y a los profetas verdaderos; antes eran reconocidos y mantenidos como autores veraces de las sagradas letras los que estaban concordes entre sí y sin disentir en nada. Para ellos eran sus filósofos, esto es, amantes de la sabiduría, sus sabios, sus teólogos, sus profetas, sus doctores en la honradez y en la piedad. Cuantos vivieron y se sintieron a tono con sus enseñanzas sintieron y vivieron no según los hombres, sino según Dios, que habló por boca de ellos.
Si en esas enseñanzas se prohibía el sacrilegio, era Dios el que lo prohibía. Si se decía: Honra a tu padre y a tu madre,era Dios el que lo mandaba. Si se dijo: No matarás, no cometerás adulterio, no robarás72, y cosas por el estilo, no fueron los labios humanos, sino los oráculos divinos, los que pronunciaron estas palabras. Hubo verdades que entre sus falsedades pudieron descubrir algunos filósofos y trataron de persuadirlas con laboriosos debates, por ejemplo, que Dios hizo este mundo, y lo gobierna con su providencia; se dijeron aciertos sobre la honradez de las virtudes, sobre el amor a la patria, la fidelidad en la amistad, las obras buenas y otras cosas referentes a la honradez de costumbres. Ignoraban a qué fin y cómo se habían de enderezar estas cosas. Pues bien, todos estos extremos habían sido encomendados al pueblo en aquella ciudad por palabras proféticas, divinas, bien que por medio de hombres; y no habían sido reiteradas con debatidas argumentaciones. Quien llegaba a conocer todo esto temía menospreciar no el genio de los hombres, sino la palabra de Dios.
CAPÍTULO XLII
Providencia de Dios en la traslación de la Sagrada Escritura
del Antiguo Testamento de la lengua hebrea a la griega
con el fin de que llegara a conocimiento de los gentiles
Uno de los Ptolomeos, rey de Egipto, tuvo interés en conocer y poseer estas sagradas letras. Tras la muerte de Alejandro de Macedonia, por sobrenombre el Grande, que había sometido bajo su magnífico y poco duradero poderío a toda el Asia, y a casi todo el orbe, en parte con la fuerza de las armas, en parte por el terror, habiendo invadido y obtenido también entre los demás pueblos de Oriente la Judea; a su muerte, sus generales habían disipado más bien que dividido aquel inmenso reino que no podían poseer pacíficamente entre sí, y dispuestos a devastarlo todo con sus guerras, empezaron los reyes Ptolomeos a reinar en Egipto. El primero de ellos, hijo de Lago, llevó de Judea muchos cautivos a Egipto.
Sucediendo a éste otro Ptolomeo, llamado Filadelfo, permitió que volvieran libres todos los que aquél había llevado cautivos; más aún, envió obsequios regios al templo de Dios y solicitó del sacerdote Eleazar le diera las Escrituras, que seguramente por la fama que tenían había oído eran divinas, por lo cual había deseado tenerlas en la celebérrima biblioteca que había creado. Se las envió dicho pontífice en hebreo, y luego pidió que le enviase traductores. Se le dieron setenta y dos, seis de cada una de las doce tribus, muy peritos en ambas lenguas, hebrea y griega. Prevaleció la costumbre de llamar a esta traducción versión de los Setenta.
Se cuenta que hubo en las palabras de ellos un acuerdo tan admirable, tan asombroso y plenamente divino, habiéndose dedicado por separado a esta obra (así le plugo a Ptolomeo probar su fidelidad), que ninguno discrepó del otro en palabra alguna que no tuvieran el mismo significado y el mismo valor, o en el orden de las mismas palabras; antes bien, como si fuera un solo traductor, era una sola cosa lo que habían interpretado todos; porque, en realidad, era uno sólo el Espíritu en todos. Y habían recibido de Dios un don admirable, a fin de que incluso con esto quedara reforzada la autoridad de aquellas Escrituras, no como humanas, sino, como eran en verdad, divinas, y así fuera útil esa autoridad a los gentiles que andando el tiempo habían de creer en ellas, como lo vemos ya comprobado.
CAPÍTULO XLIII
Autoridad de los setenta intérpretes, que, salvando el honor del estilo hebreo,
debe ser preferida a todos los traductores
Hubo también otros que tradujeron las palabras divinas del hebreo al griego: tales fueron Aquila, Símaco y Teodoción. Existe, además, otra versión, de autor desconocido, y por no tener nombre de traductor, se la llama «quinta edición». Sin embargo, la Iglesia recibió ésta de los Setenta como si fuera la única, y de ella se sirven los griegos cristianos, la mayor parte de los cuales ignoran si existe otra.
De esta versión de los Setenta se trasladó al latín el texto que usan las Iglesias latinas. Aunque en nuestros días el presbítero Jerónimo, hombre tan sabio y perito en las tres lenguas, tradujo las mismas Escrituras al latín, no del griego, sino del hebreo. Los judíos, si bien confiesan que su esfuerzo literario es veraz, pretenden que los setenta intérpretes se equivocaron en muchas cosas. Sin embargo, las Iglesias de Cristo piensan no debe anteponerse nadie a la autoridad de estos varones, elegidos entonces por el pontífice Eleazar para obra de tal calibre. En realidad, aunque no hubiera aparecido entre ellos un solo Espíritu, divino sin duda, sino que los setenta sabios hubieran confrontado entre sí como hombres las palabras de su versión, quedando lo que hubieran acordado todos, no debió anteponérseles a ellos la obra de uno en particular. Ahora bien, habiendo aparecido entre ellos un signo tan manifiesto de la divinidad, ciertamente cualquier otro traductor veraz de aquellas Escrituras del hebreo a otra lengua, o está de acuerdo con aquellos setenta intérpretes, o si no parece estar de acuerdo, debe pensarse que en ella hay un profundo misterio profético.
En efecto, el Espíritu que había en los profetas cuando escribieron aquellas cosas era el mismo que existía también en los setenta varones al traducirlas. Bien pudo ese Espíritu con autoridad divina decir otra cosa, como si aquel profeta hubiera dicho ambos extremos, porque los dos los decía el mismo Espíritu; y pudo decir esto mismo de otra manera, de suerte que, si no las mismas palabras, sí al menos apareciera el mismo sentido a los que lo entendían bien; como pudo también pasar algo por alto y añadir algo; así se demostraría también por esto que no había en aquella obra una esclavitud humana que sujetaba al intérprete a las palabras, sino más bien un poder divino que llenaba y regía la mente del intérprete.
Algunos, sin embargo, han pensado que el texto griego de la traducción de los Setenta debe ser corregido según el hebreo; pero no se han atrevido a quitar lo que no tiene el hebreo y pusieron los Setenta, sino que se contentaron con añadir lo que se encontraba en el hebreo y no tienen los Setenta, y lo pusieron al principio de los mismos versículos con ciertos signos a modo de estrellas, que se llaman asteriscos. En cambio, lo que no tiene el texto hebreo, y sí los Setenta, lo anotaron igualmente al principio de los versillos con unos trazos horizontales a semejanza de la escritura uncial. Muchos textos en latín se han difundido por todas partes con estos signos. Lo que no se haya omitido o añadido, sino que se ha dicho de otra manera, ya tengan otro sentido no contrario al primero, ya expliquen claramente de otro modo el mismo sentido, no puede ser descubierto sino cotejando los dos textos.
Por consiguiente, si, como es debido, no vemos en aquellas Escrituras sino lo que ha dicho el Espíritu de Dios por medio de los hombres, cuanto se encuentra en el texto hebreo y no en los Setenta, se ve que el Espíritu de Dios no quiso decirlo por medio de éstos, sino por medio de aquellos profetas. En cambio, cuanto se encuentre en los Setenta, y falta en hebreo, quiso el mismo Espíritu decirlo por medio de aquéllos mejor que por éstos, manifestando así que unos y otros fueron profetas. De la misma manera dijo, como le plugo, unas cosas por Isaías, otras por Jeremías, otras por un profeta, otras por otro, o también las mismas cosas de distinta manera por éste o por el otro. Así, cuanto se encuentra en unos y otros, el único y mismo Espíritu quiso decirlo por unos y otros; pero de tal manera que aquéllos precedieron en la profecía y éstos interpretaron después proféticamente. A la manera que hubo un solo Espíritu de la paz en aquéllos al decir cosas verdaderas y concordes, así apareció el único mismo Espíritu en éstos, cuando sin consultarse unos con otros lo tradujeron todo como con una sola boca.
CAPÍTULO XLIV
Cómo debe entenderse la destrucción de Nínive, cuya amenaza debía
llevarse a cabo en el espacio de cuarenta días en el hebreo,
y en los Setenta se limita a la brevedad de tres días
Claro que se puede preguntar: ¿cómo se puede saber lo que dijo Jonás a los ninivitas, si Tres días y Nínive será destruida, o dentro de cuarenta días?73 ¿Quién no ve, en efecto, que no pudo decir ambas cosas el profeta que había sido enviado para atemorizar a la ciudad con la amenaza de la destrucción inminente? Si la ruina le había de venir a la ciudad en el tercer día, no le vendría en el cuadragésimo, y si en el cuadragésimo, no en el tercero.
Si, pues, se me pregunta a mí qué es lo que dijo Jonás, tengo como más acertado lo que se lee en el hebreo: Cuarenta días y Nínive será destruida. Bien pudieron los Setenta en su versión muy posterior decir otra cosa, que, sin embargo, viniera al caso y concordase en el mismo sentido, aunque bajo distinta manera de significarlo, lo cual sería un aviso para el lector, a fin de que, sin desdeñar ninguna de las dos autoridades, se elevase de la narración de la historia a la búsqueda de la realidad pretendida al escribir la historia. Cierto que esos acontecimientos tuvieron lugar en la ciudad de Nínive, pero a la vez significaron algo que superaba la dimensión de la ciudad; como tuvo lugar la estancia del mismo profeta por tres días en el vientre del cetáceo, y, sin embargo, fue una figura de la presencia del Señor de los profetas durante tres días en lo profundo del Infierno.
Así que si aquella ciudad significa la Iglesia de los gentiles figurada proféticamente, es decir, destruida por la penitencia, de suerte que no fuera ya lo que había sido, como esto fue hecho por Cristo en la Iglesia de los gentiles, figurada por Nínive, es el mismo Cristo el significado por los cuarenta o por los tres días; es a saber: por los cuarenta, porque pasó cuarenta días con sus discípulos después de la resurrección, y luego subió al cielo; y por los tres días, porque fue al tercer día cuando resucitó. Como si al lector, preocupado casi únicamente por la verdad histórica de los acontecimientos, le despertaran del sueño los setenta intérpretes y los mismos profetas para penetrar la profundidad de la profecía y, en cierto modo, le dijeran: «Busca en los cuarenta días al mismo que puedes encontrar en el triduo: aquello lo verás en su ascensión, esto en su resurrección». Por ello muy bien pudo estar significado Cristo en uno y otro número, el uno expresado por el profeta Jonás, el otro por la profecía de los setenta intérpretes, y, ambos inspirados por el mismo Espíritu.
No quiero alargarme en demostrar con muchos comentarios este pasaje, en que se puede pensar que los setenta intérpretes se apartan de la verdad hebraica y, sin embargo, bien entendidos, están de acuerdo con ella. Por eso yo también, siguiendo a mi corto entender las huellas de los apóstoles, puesto que también ellos tomaron los testimonios de los profetas del hebreo y de los Setenta, juzgué conveniente usar de una y otra autoridad, ya que ambas son una misma y divina.
Pero tratemos ya de llevar a término como podamos lo que nos queda.
CAPÍTULO XLV
Después de la restauración del templo, los judíos dejaron de tener profetas,
y a continuación se vieron afligidos de continuas calamidades hasta el nacimiento
de Cristo, para que quedara demostrado que la edificación del otro templo
había sido prometida por anuncios proféticos
1. Cuando el pueblo judío comenzó a carecer de profetas, la nación empeoró evidentemente, y precisamente cuando esperaba que había de mejorar tras la restauración del templo después de la cautividad de Babilonia. Así, en efecto, entendía aquel pueblo carnal lo anunciado por el profeta Ageo al decir: La gloria de este segundo templo será mayor que la del primero. Lo que demostró un poco antes que se había dicho del Nuevo Testamento cuando, prometiendo abiertamente a Cristo, dice: Yo pondré en movimiento a todas las naciones, y vendrá el Deseado de todas las gentes74. A este pasaje le dieron los Setenta con autoridad profética un sentido más acomodado al cuerpo que a la cabeza, es decir, más apropiado a la Iglesia que a Cristo: Vendrán las naciones que el Señor ha elegido entre todas, esto es, los hombres, de quienes dijo el mismo Jesús en el Evangelio: Muchos son los llamados y pocos los escogidos75. Con estos elegidos de las naciones se construye con piedras vivas en el Nuevo Testamento la casa de Dios, mucho más gloriosa que pudo ser el famoso templo construido por Salomón y restaurado después de la cautividad. Y por eso aquel pueblo no tuvo ya profetas desde entonces, y sufrió muchas calamidades por parte de los reyes extranjeros y de los mismos romanos, a fin de que no tuviera por cumplida esta profecía de Ageo en la restauración del templo.
2. Efectivamente, no mucho después se vio subyugado el pueblo con la venida de Alejandro. Y aunque no hubo devastación alguna, porque no se atrevieron a oponérsele y con su fácil sumisión aplacaron al vencedor, no fue, sin embargo, tan grande la gloria de esta casa como lo había sido en la libre potestad de sus reyes. Cierto que Alejandro inmoló víctimas en el templo de Dios; pero no para darle culto convertido con verdadera piedad, sino pensando en su impía fatuidad, que debía ser adorado junto con los dioses falsos.
Después Ptolomeo, el hijo de Lago, como recordé arriba, a la muerte de Alejandro llevó cautivos los judíos a Egipto, devolviéndolos su sucesor Ptolomeo Filadelfo con toda generosidad. A éste se debió lo que acabo de contar: la versión de las Escrituras por los Setenta. Luego se vieron quebrantados por las guerras que nos cuentan los libros de los Macabeos. Después de éstas fueron llevados cautivos por el rey de Alejandría Ptolomeo, llamado Epífanes; inmediatamente se vieron constreñidos con muchas e inauditas crueldades por Antíoco, rey de Siria, a dar culto a los ídolos, y hasta el mismo templo se vio mancillado con las sacrílegas supersticiones de los gentiles. Fue Judas Macabeo, el esforzado paladín de los judíos, quien lo purificó de esa contaminación idolátrica después de expulsar a los generales de Antíoco.
3. No mucho después, un cierto Alcimo, sin pertenecer a la casta sacerdotal, fue nombrado pontífice por ambición; acto considerado como impío. Después de casi cincuenta años sin que gozaran de paz, aunque llevaron a feliz éxito algunas empresas, asumió Aristóbulo el primero la diadema y se hizo rey y pontífice a la vez. Desde que volvieron de la cautividad de Babilonia y fue restaurado el templo, no habían tenido reyes, sino sólo caudillos o príncipes; bien que el llamado rey puede también recibir el nombre de príncipe por la potestad de mandar y el de caudillo por ser conductor del ejército. En cambio, los príncipes o caudillos no pueden llamarse por esto reyes, como lo fue Aristóbulo.
Le sucedió a éste Alejandro, rey y pontífice también, de quien se dice reinó con crueldad sobre los suyos. Después de él fue reina de los judíos su esposa Alejandra, y desde entonces se vieron agobiados en adelante por males más graves. Porque los hijos de esta Alejandra, Aristóbulo e Hircano, lucharon entre sí por el mando, y provocaron la intervención del poderío romano contra el pueblo de Israel, ya que Hircano les pidió auxilio contra su hermano.
Para entonces, Roma había sometido ya África y Grecia, y ejerciendo un amplio imperio sobre otras partes del orbe, como si no pudiera soportarse a sí misma, se había, en cierto modo, resquebrajado con el peso de su poder. Había llegado a profundas sediciones internas, pasando luego a las guerras sociales y más tarde a las civiles; y a tal grado de quebrantamiento y debilidad llegó, que se vio inminente la transformación del régimen en monarquía. Pompeyo, el príncipe más ilustre entonces entre los romanos, entrando en son de guerra en Judea, tomó la ciudad, abrió el templo, no por religiosa piedad, sino por el derecho del vencedor, y se llegó al Santo de los Santos, adonde sólo se permitía la entrada al sumo sacerdote, no en plan de veneración, sino más bien de profanación. Confirmó a Hircano en el pontificado, e impuso como guardián de la nación sometida a Antípatro, con el nombre de procurador, como entonces los llamaban; a Aristóbulo lo llevó consigo encadenado. Desde entonces comenzaron los judíos a pagar tributo a los romanos. Después, Casio llegó hasta a saquear el templo. Y a continuación, al cabo de pocos años, merecieron tener como rey al extranjero Herodes, en cuyo tiempo nació Cristo.
Era ya llegada la plenitud de los tiempos, anunciada por el espíritu profético en la boca del patriarca Jacob, cuando dice: No faltará príncipe de Judá ni caudillo de su posteridad hasta que venga Aquel a quien se aguardó, que es la esperanza de las naciones76. No faltó, de hecho, príncipe de los judíos de origen judío hasta el tal Herodes, a quien tuvieron por primer rey extranjero. Ya se cumplía, pues, el tiempo de la venida de Aquel en quien estaba la promesa de la nueva alianza, de suerte que Él fuera la expectación de los pueblos. No podían esperarle venidero las gentes, como le vemos esperado para llevar a cabo el juicio en la manifestación de su poder, si no hubieran creído en Él antes, cuando vino a ser sometido a juicio en la humildad de su paciencia.
CAPÍTULO XLVI
Nacimiento de nuestro Salvador en cuanto Verbo hecho carne,
y dispersión de los judíos entre todas las gentes según la profecía
Reinando Herodes en Judea, transformada ya la administración de la República entre los romanos, durante el imperio de César Augusto y apaciguado por su mano el orbe, nació Cristo, según la profecía precedente77, en Belén de Judá, apareciendo como hombre nacido de una virgen humana, ocultando la divinidad recibida de Dios Padre. Así lo había anunciado el profeta: Mirad, la joven está encinta y dará a luz un hijo, y le pondrá por nombre Emmanuel, esto es, Dios con nosotros78. Y Él, para manifestar su divinidad, realizó muchos milagros, algunos de los cuales ha recogido la Escritura evangélica, según le pareció oportuno para darlo a conocer. El primero de ellos fue el haber nacido de modo tan maravilloso, y el último el haber subido al cielo con su cuerpo resucitado de entre los muertos.
En cambio, los judíos, que le dieron muerte y no quisieron creer que había de morir y resucitar, fueron terriblemente destruidos por los romanos, arrancados de raíz de su reino, donde ya los dominaban los extranjeros, y dispersados por todas las tierras (realmente están por todas partes). Con sus Escrituras nos sirven de testimonio de que no hemos inventado nosotros las profecías sobre Cristo; y muchos de ellos, considerando esas profecías, ya antes de su Pasión, pero sobre todo después de su resurrección, creyeron en Él. De ellos se anunció: Aunque fuera tu pueblo Israel como la arena del mar, serán salvados los restantes79. Los otros han sido cegados, según se predijo de ellos: Que su mesa se vuelva una trampa; sus manjares, un lazo; que sus ojos se nublen y no vean, que su espalda siempre flaquee80. Por consiguiente, cuando no creen en nuestras Escrituras se cumplen en ellos las suyas, que leen como ciegos. A no ser que quieran decir que los cristianos fingieron acerca de Cristo las profecías que se publican bajo el nombre de las sibilas o de otros, si hay algunos que no pertenecen al pueblo judío.
A nosotros, ciertamente, nos bastan las que proceden de los libros de nuestros enemigos, que sabemos, por el testimonio que sin quererlo nos ofrecen teniendo y conservando estos libros, han sido dispersados por todos los pueblos por dondequiera se ha extendido la Iglesia de Cristo. De ello, ya en el salmo, que leen ellos también, tenemos la profecía que dice: Mi Dios me prevendrá con su misericordia. Mi Dios me lo mostrará en mis enemigos, diciéndome: No acabes con ellos, no sea que olviden tu ley. Dispérsalos con tu poder81. Demostró Dios así a la Iglesia la gracia de su misericordia en sus enemigos los judíos, porque, como dijo el Apóstol, su crimen es la salvación de los gentiles82.
Por eso no los destruyó, es decir, no les quitó lo que tienen de judíos, aunque hayan sido sometidos y oprimidos por los romanos: para que no pudieran, olvidados de la ley de Dios, dejar de dar testimonio de lo que tratamos. Según eso, poco era el decir: No acabes con ellos, no sea que olviden tu ley, si no añadiese: Dispérsalos. Porque si con este testimonio de la Escritura estuvieran sólo en su tierra, no en todas partes, no podría la Iglesia, que está en todas partes, tenerlos como testigos, entre todas las gentes, de las profecías que se anunciaron de Cristo.
CAPÍTULO XLVII
¿Hubo antes del cristianismo, fuera del pueblo de Israel,
hombres que pertenecieran a la comunidad de la ciudad celeste?
Por eso, si algún extranjero, esto es, no nacido de Israel ni recibido por aquel pueblo en el canon de las sagradas letras, de quien se diga que ha profetizado de Cristo, ha llegado o llega a nuestro conocimiento, podemos citarlo nosotros para mayor abundancia. No porque nos sea necesario, ya que podría faltar, sino porque no hay inconveniente en creer que ha habido entre otros pueblos hombres a quienes se ha revelado este misterio y que se han visto impulsados a anunciarlo, ya hayan sido participantes de la misma gracia, ya la hayan conocido adoctrinados por los ángeles malos, de quienes sabemos han confesado a Cristo presente, a quien no reconocían los judíos.
Ni creo que los mismos judíos pretendan osadamente que nadie ha pertenecido al pueblo de Dios fuera de los israelitas, de donde comenzó la descendencia de Israel, con la reprobación del hermano mayor. En efecto, no hubo otro pueblo que propiamente fuera llamado pueblo de Dios; pero no podemos negar que hubo también en los otros pueblos algunos hombres que pertenecieron, por comunicación no terrena, sino celeste, a los verdaderos israelitas ciudadanos de la patria celeste. Si se atrevieran a negar esto, se les convencería fácilmente con el santo y admirable Job, que no era indígena ni prosélito, esto es, advenedizo del pueblo de Israel, sino que procedía de la nación idumea, donde había nacido y donde murió. Y, sin embargo, es tal la alabanza que le tributan las divinas letras que ningún coetáneo suyo se le puede igualar en santidad y piedad83. Sobre el tiempo de su existencia nada encontramos en las Crónicas; sin embargo, atendiendo a su libro, que por su valor admitieron los israelitas en el canon, podemos colegir que vivió tres generaciones después de Israel.
No puedo dudar que la divina Providencia intentó por medio de éste hacernos sabedores de que pudieron existir también entre otros pueblos quienes vivieron según Dios y le agradaron, perteneciendo, por tanto, a la Jerusalén espiritual. Cierto que no se debe creer haya sido concedido esto a nadie, sino a quien Dios ha revelado al único mediador entre Dios y los hombres, el hombre Cristo Jesús. Su venida en la carne fue anunciada a los santos antiguos como se nos anunció a nosotros ya su presencia. Así será una única fe en Él mismo la que lleve a Dios a todos los predestinados a la ciudad de Dios, a la casa de Dios, al templo de Dios. Cierto que las profecías de otros acerca de la gracia de Dios por Cristo Jesús pueden tomarse como preparadas por los cristianos. Por eso, si hay quien suscite controversias sobre esto, el argumento más fuerte para convencer a los extraños y hacerlos nuestros, si obran con rectitud, es que se divulguen precisamente las profecías divinas sobre Cristo que están escritas en los libros de los judíos. Es claro que arrancados éstos de sus lares y dispersados por el orbe entero para dar este testimonio, se ha extendido por todas partes la Iglesia de Cristo.
CAPÍTULO XLVIII
La profecía de Ageo: en ella se dijo que la gloria futura de la casa de Dios
sería mayor que lo había sido antes; no llega a su cumplimiento
en la reedificación del templo, sino en la Iglesia de Cristo
Esta casa de Dios tiene una gloria más excelente que la que tuvo aquella primera construida con madera, piedra y demás materiales y metales preciosos. Así, pues, no se cumplió la profecía de Ageo en la restauración de aquel templo. En efecto, desde que se restauró no tuvo jamás gloria tan grande como la que tuvo en tiempo de Salomón; antes bien, está demostrado, como lo testifica lo dicho anteriormente, que la gloria de aquella casa quedó disminuida, primero por la cesación de la profecía, y luego por los tremendos desastres que sufrió el mismo pueblo hasta la ruina definitiva causada por los romanos.
En cambio, esta casa perteneciente al Nuevo Testamento se halla adornada de gloria tanto mayor cuanto son más nobles las piedras vivas, los creyentes y los renovados que la construyen. Pero la razón de ser significada por la instauración de aquel templo se debe a que la renovación de tal edificio significa en la palabra divina el Testamento llamado Nuevo. De suerte que lo que Dios dijo por el profeta citado: En este sitio daré la paz84, debe entenderse por el lugar significante el que es significado por él; y así por aquel lugar restaurado fue significada la Iglesia, que había de ser edificada por Cristo, y no tienen otro sentido aquellas palabras: En este sitio daré la paz, sino el de daré la paz en el lugar que significa ese sitio. En efecto, las cosas que encierran una figura parecen significar, en cierta manera, las cosas en ella figuradas; como dijo el Apóstol: La piedra era Cristo85, porque aquella piedra de que se decía esto representaba ciertamente a Cristo.
Por tanto, la gloria de la casa de este Nuevo Testamento supera a la gloria del Testamento primero, y aparecerá tal en el día de la dedicación. Porque entonces Vendrá el Deseado de las naciones86, como se lee en el hebreo. Su primera venida aún no era deseada por todas las gentes, ya que no conocían al que debían desear, porque todavía no habían creído en Él.
También entonces, según los Setenta (puesto que también éste es sentido profético), vendrán los que ha escogido el Señor en todas las naciones, ya que no vendrán sino los elegidos, de los cuales dijo el Apóstol: Nos eligió con Él antes de crear el mundo87. En realidad, el mismo arquitecto que dijo: Muchos son los llamados y pocos los escogidos88, había de mostrar la casa edificada con estos elegidos, sin temor a ruina alguna venidera, no con aquellos que acudieron a la llamada, pero para ser arrojados del convite. Al presente, cuando llenan las iglesias los que serán separados en la era por el bieldo, no aparece tan grande la gloria de esta casa, como aparecerá entonces cuando uno esté donde ha de estar para siempre.
CAPÍTULO XLIX
Multiplicación indiscriminada de la Iglesia; en ésta se encuentran
muchos réprobos mezclados durante esta vida con los elegidos
En este siglo perverso, en estos días calamitosos, en que la Iglesia conquista su exaltación futura por medio de la humildad presente, y es adoctrinada con el aguijón del temor, el tormento del dolor, las molestias de los trabajos y los peligros de las tentaciones, teniendo en la esperanza su único consuelo, si acierta a dar con el consuelo auténtico, se encuentran muchos réprobos mezclados con los buenos. Los unos y los otros se ven reunidos como en la red evangélica89; y en este mundo, como en el mar, nadan encerrados sin discriminación en las redes hasta llegar a la orilla, donde los malos serán separados de los buenos, y en los buenos como en su templo sea Dios todo para todos90. Entonces conocemos que se cumple la palabra del salmo que dice: Intento decirlas y contarlas, pero superan todo número91. Esto se cumple ahora, desde que comenzó por la boca de su precursor, Juan, y continuó anunciando por su propia boca: Haced penitencia porque está cerca el reino de los cielos92.
Escogió sus discípulos y los llamó apóstoles93: de humilde nacimiento, desconocidos, sin letras, a fin de que, cuando llegaran a ser grandes o hicieran algo grande, lo fuera y lo hiciera Él en ellos. Tuvo uno entre ellos, de quien siendo malo se sirvió para el bien, a fin de poder cumplir el propósito de su pasión y proporcionar a su Iglesia un ejemplo de cómo había de tolerar a los malos. Después de sembrar, en cuanto era preciso con su presencia corporal, la semilla del santo Evangelio, padeció, murió y resucitó, demostrando con su Pasión lo que debemos soportar por la verdad, y con su resurrección lo que hemos de esperar en la eternidad, aparte del profundo misterio de su sangre, que fue derramada para remisión de los pecados.
Pasó con sus discípulos cuarenta días en la tierra, y ante su vista subió al cielo, enviando a los diez días el Espíritu Santo que había prometido. Su venida sobre los que habían creído en Él tuvo un signo extraordinario y muy necesario entonces: que cada uno de ellos hablara en las lenguas de todos los gentiles; significando de esta manera la unidad de la Iglesia Católica, que había de extenderse por todas las gentes y hablar en todas las lenguas.
CAPÍTULO L
Predicación del Evangelio, que se hizo más conocida y poderosa
por los sufrimientos de sus predicadores
Luego, en cumplimiento de aquella profecía: De Sión saldrá la ley, y de Jerusalén la palabra del Señor94, y según los anuncios de Cristo el Señor, cuando, después de la resurrección, ante la admiración de sus discípulos les abrió el entendimiento para que comprendieran las Escrituras, y añadió: Así estaba escrito: El Mesías padecerá, resucitará al tercer día, y en su nombre se predicará el arrepentimiento y el perdón de los pecados a todos los pueblos, comenzando por Jerusalén95; y también cuando de nuevo les respondió al preguntarle sobre su última venida: No os toca a vosotros conocer los tiempos y las fechas que el Padre ha reservado a su autoridad. Pero recibiréis una fuerza, el Espíritu Santo, que descenderá sobre vosotros, para ser testigos míos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria y hasta en los confines de la tierra96. Según todos estos anuncios, la Iglesia comenzó a difundirse por Jerusalén, y habiendo recibido la fe muchos en Judea y Samaria, se propagó a otros pueblos, anunciándoles el Evangelio aquellos que, como antorchas encendidas, había Él preparado con su palabra y había encendido con el Espíritu Santo. Les había dicho, en efecto: No tengáis miedo a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma97. Claro que para que no cedieran por su frialdad al temor, estaban abrasados en el fuego de la caridad.
Finalmente, no sólo por medio de los que habían visto y oído antes de su Pasión y después de su resurrección, sino también después de la muerte de éstos, por medio de los que les sucedieron, entre las horrendas persecuciones y género de muerte de los mártires, fue predicado en todo el orbe de la tierra el Evangelio, confirmándolo Dios con maravillas y portentos, con toda clase de virtudes y dones del Espíritu Santo. De esta manera, creyendo los pueblos gentiles en el que había sido crucificado para su redención, venerarían con amor cristiano la sangre de los mártires, que con diabólico furor habían derramado; y los mismos reyes, que con sus leyes asolaban a la Iglesia, se someterían para su bien a este nombre, que habían intentado suprimir cruelmente de la tierra, y comenzarían a perseguir los dioses falsos, por cuya instigación habían perseguido antes a los adoradores del verdadero Dios.
CAPÍTULO LI
La fe católica queda fortalecida incluso con las disensiones de los herejes
1. Pero el diablo, viendo cómo eran abandonados los templos de los dioses y cómo el género humano acudía al nombre del Mediador liberador, puso en movimiento a los herejes para que bajo el nombre de cristianos se opusieran a la enseñanza cristiana; como si pudieran albergarse tranquilamente y sin recriminación en la ciudad de Dios, a la manera que la ciudad de la confusión albergó en su seno pasivamente a filósofos de opiniones diversas y encontradas. Dentro de la Iglesia de Cristo, cuantos mantienen doctrinas malsanas y perversas, si son corregidos para que enderecen sus doctrinas98 y se resisten contumazmente y se niegan a enmendar sus mortíferos dogmas, persistiendo en la defensa de los mismos, llegan a ser herejes; se salen del redil y son considerados como enemigos que la están probando.
En verdad que aun así con su mal están siendo útiles a los miembros verdaderamente católicos, ya que Dios usa bien hasta de los males, y todo coopera al bien de los que lo aman. Pues todos los enemigos de la Iglesia, cegados por cualquier error y depravados por cualquier clase de malicia, si tienen el poder de molestar corporalmente, ponen a prueba la paciencia de la misma; si solamente le son contrarios con su depravada doctrina, ponen a prueba su sabiduría; y como han de ser amados como enemigos, ejercitan su caridad o también su beneficencia, ya se les trate con la persuasión de la doctrina, ya con el temor de la disciplina.
De esta manera, ni el diablo, príncipe de la ciudad impía, tiene licencia para perjudicar a la ciudad de Dios por mucho que trate de suscitar sus ejércitos contra ella mientras vive desterrada en este mundo. Ella, sin duda, está protegida por la divina Providencia con el consuelo en la prosperidad, a fin de que no se deje vencer de la adversidad, y con el ejercicio en la adversidad, para que la prosperidad no la corrompa. De esta suerte, uno y otro extremo se contrapesan mutuamente. Es preciso reconocer que a esto se encaminan las palabras del salmo: A proporción de los muchos males que atormentaron mi corazón, tus consuelos han llenado de alegría mi alma99. A esto mismo se refiere aquello del Apóstol: Alegres en la esperanza y sufridos en la tribulación100.
2. Asimismo lo que dice el mismo Doctor: Todo el que se proponga vivir como buen cristiano será perseguido101, no se puede pensar deje de cumplirse en tiempo alguno. En efecto, puede parecer, y en realidad ocurre, que exista tranquilidad por parte de los perseguidores de fuera, y esto produce mucho consuelo, sobre todo a los débiles; pero no faltan -más bien hay muchos dentro- quienes atormentan con sus desastrosas costumbres los corazones de los que viven religiosamente; porque a causa de ellos es blasfemado el nombre de cristiano y de católico, que cuanto más estiman los que quieren vivir piadosamente en Cristo, tanto más se lamentan de que por la presencia de los malos en la Iglesia se ame a Cristo menos de lo que desea el corazón de los hombres religiosos.
Esos mismos herejes, aun teniendo el nombre y los sacramentos cristianos, sus Escrituras y su profesión, causan también un gran dolor en los corazones de los hombres religiosos, ya que muchos que quieren hacerse cristianos se ven perplejos ante las disensiones que ellos provocan, y muchos maldicientes encuentran en ellos materia para blasfemar del nombre cristiano, puesto que con este nombre se presentan aquéllos. De esta suerte, los que quieren vivir piadosamente en Cristo, sin que haya nadie que los ataque o maltrate en su cuerpo, tienen que sufrir la persecución de los hombres a causa de esos herejes y de sus costumbres y errores detestables. Soportan ciertamente esta persecución, no en sus cuerpos, sino en sus corazones. A esto aluden aquellas palabras: A proporción de los muchos dolores que atormentaron mi corazón. No dice: «mi cuerpo». Claro que, como las promesas divinas se sabe son inmutables, y como dice el Apóstol: El Señor conoce a los suyos102, y: Pues a los que tiene previstos, también los predestinó para ser conformes a la imagen de su Hijo103, no puede perecer ninguno de ellos. De ahí que continúa el salmo: Tus consuelos han llenado de alegría mi alma. Cierto que ese mismo dolor causado en el corazón de los piadosos, perseguidos por las costumbres de los cristianos malos o falsos, les es provechoso a los que lo sufren, ya que procede de la caridad, que no quiere se pierdan ellos ni impidan la salud de los otros.
Por otra parte, existen grandes consuelos por las conversiones de ellos; derraman ellas la alegría en las almas de los piadosos, cual fuera el dolor con que por su perdición los atormentaron. De esta manera, peregrinando entre las persecuciones del mundo y los consuelos de Dios, avanza la Iglesia por este mundo en estos días malos, no sólo desde el tiempo de la presencia corporal de Cristo y sus apóstoles, sino desde el mismo Abel, primer justo a quien mató su impío hermano, y hasta el fin de este mundo.
CAPÍTULO LII
¿Se debe creer, según piensan algunos, que terminadas las diez persecuciones,
no queda ya sino la undécima, que tendrá lugar en el tiempo ya del Anticristo?
1. Todo esto me hace pensar y afirmar sin temeridad que no debe admitirse lo que les ha parecido y les parece a algunos: que la Iglesia no ha de sufrir ya más persecuciones hasta el tiempo del Anticristo; que las que ha padecido, esto es, diez, y que la undécima y última será la que proceda del Anticristo. Se cuenta como primera la llevada a cabo por Nerón, la segunda la de Domiciano, la tercera la de Trajano, la cuarta la de Antonino, la quinta la de Severo, la sexta la de Maximino, la séptima la de Decio, la octava la de Valeriano, la novena la de Aureliano, la décima la de Diocleciano y Maximiano. Piensan que las plagas de Egipto, que fueron diez precisamente, antes de comenzar el éxodo del pueblo de Dios, deben entenderse en este sentido. Y así, la última persecución del Anticristo respondería a la undécima plaga en que los egipcios, persiguiendo obstinadamente a los hebreos, perecieron en el mar Rojo, mientras los judíos pasaban a pie enjuto.
Yo no pienso que estas persecuciones estén significadas proféticamente en aquellos sujetos de Egipto, por más que quienes defienden esto parece que descubren con habilidad e ingenio cada una de las persecuciones representadas en cada una de las plagas. Claro que no lo han hecho alumbrados por el Espíritu, sino apoyados en conjeturas de la mente humana, que a veces ha llegado al verdadero sentido y otras se ha equivocado.
2. En realidad, ¿qué pueden decir quienes piensan esto sobre la persecución que acarreó la crucifixión al mismo Señor? ¿En qué número la colocarían? Si quieren exceptuar a ésta y que se cuenten sólo las que se refieren al cuerpo, no aquella en que fue atacada y muerta la misma cabeza, ¿qué dirán de la que tuvo lugar en Jerusalén después de la ascensión de Cristo a los cielos, en que fue apedreado Esteban y muerto al filo de la espada Santiago, el hermano de Juan, en que encarcelaron a Pedro para matarlo y fue liberado por un ángel, en que fueron puestos en fuga y dispersados los hermanos, en que Saulo, llamado después el apóstol Pablo, devastaba la Iglesia; aquella en que él mismo, evangelizando ya la fe que perseguía, tuvo que soportar lo mismo que perseguía, cuando predicaba con tal vehemencia a Cristo por Judea, por las otras gentes, por todas partes? Según esto, ¿por qué les parece debe comenzarse por Nerón, si la Iglesia había llegado hasta los tiempos de Nerón creciendo en medio de las persecuciones más atroces, que sería muy prolijo tratar de referir en toda su extensión? Y si piensan que deben contarse en el número de las persecuciones las hechas por los reyes, el rey Herodes fue quien desencadenó una durísima después de la ascensión del Señor.
Por otra parte, ¿qué responden sobre la persecución de Juliano, a quien no cuentan entre los diez? ¿No persiguió él también a la Iglesia, con la prohibición intimada a los cristianos de no enseñar ni aprender las artes liberales? Bajo su imperio, Valentiniano el Mayor, que fue tercer emperador después de él, fue un confesor de la fe cristiana, y privado por ello del reino. Y paso por alto la faena que había comenzado a realizar en Antioquía si no le hubiera causado terror y admiración la libertad y alegría con que en medio de los tormentos de los garfios cantaba un joven de gran piedad y constancia, uno de entre muchos apresados para someterlos al tormento y que fue el primero en sufrirlo durante un día entero. Ante ese espectáculo se sintió presa del temor de verse más avergonzado aún ante los demás.
Finalmente, todavía en nuestro tiempo, el arriano Valente, hermano del citado Valentiniano, ¿no devastó la Iglesia Católica con una gran persecución en Oriente? Falta de ponderación argüiría considerar que la Iglesia que da frutos y crece por todo el mundo puede padecer persecución de parte de los reyes en unas partes y no soportarlas en otras. A no ser que no se considere entre ellas la persecución que el rey de los godos suscitó con tremenda crueldad contra los cristianos en la misma Gotia, cuando sólo había allí católicos, muchísimos de los cuales fueron coronados con la palma del martirio. Así lo hemos oído de algunos de los hermanos que eran niños entonces y recordaban sin dudar haber visto estas cosas. ¿Qué ha ocurrido hace poco en Persia? ¿No se enardeció tanto la persecución contra los cristianos (si es que ha terminado ya) que huyendo de allí llegaron muchos hasta las ciudades romanas?
Pensando yo estas y otras muchas cosas, me parece no debe andar limitándose el número de las persecuciones en que es preciso se ejercite la Iglesia. Y no supone menor temeridad afirmar a la vez que ha de haber algunas de parte de los reyes, a más de la última, que no duda ningún cristiano. Dejamos, pues, así la cuestión en suspenso, sin tratar de afirmar, o mejor destruir, ninguna de las dos partes, sino de apartar solamente de la presunción audaz de afirmar cualquiera de esos dos extremos.
CAPÍTULO LIII
El tiempo de la última persecución, desconocido para todos
1. Cierto que la última persecución, que tendrá lugar por parte del Anticristo, será el mismo Cristo con su presencia quien la aplastará. Así se dice que al impío el Señor Jesús destruirá con el aliento de su boca, y aniquilará con el esplendor de su venida104. Ante esto se suele preguntar: ¿cuándo tendrá lugar? Cuestión a todas luces importuna. Pues si nos fuera de alguna utilidad el conocerlo, ¿quién sería el más indicado para manifestarlo que el Maestro Dios cuando se lo preguntaban los discípulos? Ya que no se callaron en su presencia, sino que le preguntaron: Señor, ¿es ahora cuando vas a restaurar el reino de Israel? A lo que contestó: No os toca a vosotros conocer los tiempos que el Padre ha reservado a su autoridad105. Cierto que no le preguntaban ellos al recibir esta respuesta por la hora, el día o los años, sino por el tiempo.
Es inútil, por tanto, que nosotros intentemos calcular o limitar los años que le quedan a este mundo, ya que escuchamos de la boca de la Verdad que no nos importa a nosotros. Y, sin embargo, algunos dijeron que se cumplirían cuatrocientos años, otros que quinientos, otros incluso que mil, desde la ascensión del Señor hasta su última venida. Muy largo sería, e innecesario, exponer el motivo en que cada uno fundamenta su opinión. Se apoyan en conjeturas humanas, sin expresar garantía alguna cierta de la Escritura canónica. Antes descompone los dedos de los calculadores sobre esta cuestión y les ordena no moverse el que dice: No os toca a vosotros conocer los tiempos que el Padre ha reservado a su autoridad.
2. Pero como esto es una sentencia evangélica, nada tiene de particular que quienes rinden culto a muchos y falsos dioses no se sientan impedidos por ella para, ateniéndose a la respuesta de los demonios, que honran como dioses, asegurar el tiempo que había de permanecer la religión cristiana. Pues viendo que no habían podido destruirla persecuciones tan grandes, antes había cobrado con ellas admirable incremento, se imaginaron no sé qué versos griegos, como inspirados por un oráculo divino a alguien que le consultaba, en que ciertamente consideraban a Cristo inocente de esta especie de crimen sacrílego, añadiendo, en cambio, que Pedro consiguió con maleficios que fuera honrado el nombre de Cristo durante trescientos sesenta y cinco años, y completado este número, tendría su fin sin dilación.
¡Oh mentes de hombres sabios! ¡Oh ingenios eruditos capaces de creer semejantes patrañas de Cristo! Vosotros, que no queréis creer en Cristo, puesto que su discípulo Pedro, según vosotros, no aprendió de Él las artes mágicas, sino que, siendo inocente, fue como su hechicero, y con sus artes mágicas, con sus trabajos y sus peligros -finalmente hasta con el derramamiento de su sangre-, prefirió fuera amado el nombre de Aquél más que el suyo. Si Pedro consiguió con sus artes mágicas que el mundo amara de esta manera a Cristo, ¿qué hizo el inocente Cristo para que así llegara a amarlo Pedro? Contéstense a sí mismos, pues, si pueden; comprendan que aquella gracia suprema fue la que consiguió que el mundo amara a Cristo por la vida eterna, y que esa gracia hizo que Pedro lo amara por la vida eterna, que había de recibir de Él hasta soportar por Él la muerte temporal.
Por otra parte, ¿qué clase de dioses son estos que pueden predecir tales cosas y no pueden alejarlas, sucumbiendo a un solo encantador y a un solo crimen mágico, por el cual, como dicen, un niño de un año fue muerto, descuartizado y sepultado con rito nefasto, y sucumbiendo de suerte que permitiesen que una secta contraria a sí se haya fortalecido durante tanto tiempo, haya superado, no resistiendo, sino soportando las horrendas crueldades de tantas y tan importantes persecuciones, y haya llegado a la destrucción de sus simulacros, de sus templos, de sus lugares sagrados, de sus oráculos? ¿Qué dios finalmente es, no nuestro, sino suyo, el que ha sido atraído o impulsado por crimen tan grande a realizar estas cosas? No es, en efecto, al demonio, sino a un dios, a quien atribuyen aquellos versos que Pedro ha realizado con su arte mágico estas cosas. ¡Donoso dios tienen los que no tienen a Cristo!
CAPÍTULO LIV
Mentira a todas luces insensata de los paganos, con la que se imaginaron que la
religión cristiana no había de durar más de trescientos sesenta y cinco años
1. Recogería estas y otras historias semejantes si no hubiera pasado aún el año prometido por la fingida adivinación y creído por la burlada vanidad. Pero habiéndose completado hace algunos años ya los trescientos sesenta y cinco desde que fue instituido el culto del nombre de Cristo por su presencia en la carne y por medio de sus apóstoles, ¿qué otro argumento hemos de buscar para refutar tamaña falsedad? Aun sin poner el comienzo de este culto en el nacimiento de Cristo, ya que de infante y de niño no tenía discípulos; sin embargo, cuando comenzó a tenerlos, se dio a conocer, sin duda, la doctrina y religión cristiana por su presencia corporal, lo cual tuvo lugar después de su bautismo en el río Jordán por el ministerio de Juan. Y por ello se había anticipado a propósito de Él aquella profecía: Dominará de un mar a otro y desde el Gran Río hasta el confín de la tierra106.
Pero antes de su Pasión y resurrección de entre los muertos no había sido anunciada la fe aún a todos, ya que lo fue en la resurrección de Cristo (así lo dice el apóstol Pablo dirigiéndose a los atenienses: Manda ahora a todos los hombres en todas partes que se enmienden, porque tienen señalado un día en que juzgará el universo con justicia por medio del hombre que ha designado, y ha dado a todos garantía de esto resucitándolo de la muerte)107. Por eso, para resolver esta cuestión tomamos como punto de partida la resurrección, principalmente porque entonces se dio también el Espíritu Santo, como convenía fuera dado después de la resurrección de Cristo en aquella ciudad, desde la que debió comenzar la segunda ley, es decir, el Nuevo Testamento. La primera tuvo lugar en el monte Sinaí por medio de Moisés, y se llama Antiguo Testamento. De ésta, que había de ser dada por medio de Cristo, se anunció: De Sión saldrá la ley; de Jerusalén, la palabra del Señor108. De ahí que Él mismo dijo que era preciso predicar la penitencia en su nombre a través de todas las gentes, pero comenzando por Jerusalén109.
Allí, pues, tuvo su origen el culto de este nombre, es decir, la fe en Cristo Jesús, que había sido crucificado y había resucitado. Allí comenzó a brillar ésta con tan vivos fulgores que varios miles de hombres convertidos con prontitud admirable al nombre de Cristo, vendido lo que tenían para distribuirlo entre los pobres, llegaron en su propósito santo y caridad ardiente a la pobreza voluntaria, y ante el bramido y sed de sangre de los judíos se preparaban para luchar por la verdad hasta la muerte, no con el poder de las armas, sino con la paciencia, que es más poderosa. Si esto no se realizó con mágico artificio, ¿por qué dudan en creer que esto puede realizarse por todo el mundo con el mismo divino poder con que se realizó aquí?
Pero si fue el maleficio de Pedro el que consiguió que en Jerusalén se enardeciera de tal manera para dar culto al nombre de Cristo, tan gran multitud de hombres que le había clavado preso en la cruz o se había mofado de Él viéndolo allí enclavado, habrá que investigar desde esa fecha cuándo se han cumplido los trescientos sesenta y cinco años. Murió Cristo bajo el consulado de los dos Géminos, el veinticinco de marzo. Resucitó al tercer día, como lo experimentaron los apóstoles con sus propios sentidos. Luego, a los cuarenta días subió al cielo, y después de diez, es decir, al quincuagésimo de su resurrección, envió al Espíritu Santo. Entonces, ante la predicación de los apóstoles creyeron en Él tres mil hombres. De suerte que entonces comenzó el culto de aquel hombre, como nosotros confesamos y es la verdad, bajo el impulso eficaz del Espíritu Santo, o como lo fingió o pensó la necia impiedad, atribuyéndolo a los maleficios mágicos de Pedro.
También poco después tuvo lugar aquel milagro de saltar sano y salvo con la palabra del mismo Pedro cierto mendigo cojo desde el seno de su madre, que era llevado por otros y colocado a la puerta del templo para pedir limosna. Ante este hecho fueron cinco mil los que creyeron; y luego, con sucesivas adhesiones, se fue incrementando la comunidad de los creyentes. Y por eso se viene a conocimiento del día en que comenzó este primer año, es decir, cuando fue enviado el Espíritu Santo, o sea, el quince de mayo.
Por consiguiente, según el cálculo de los cónsules, los trescientos sesenta y cinco años se ven cumplidos por el mismo quince de mayo en el consulado de Honorio y Eutiquiano. Pero en el año siguiente, siendo cónsul Malio Teodoro, cuando, según aquel oráculo de los demonios o invento de los hombres, ya no debió existir la religión cristiana, no fue necesario investigar lo que quizá tuvo lugar por otras regiones de la Tierra. Sí sabemos que en nuestra famosísima y tan sobresaliente Cartago de África, Gaudencio y Jovio, lugartenientes del emperador Honorio, el día diecinueve de marzo destruyeron los templos de los dioses falsos e hicieron pedazos sus simulacros. Y desde entonces hasta el presente, en un espacio de casi treinta años, ¿quién no echa de ver cómo se ha aumentado el culto del nombre de Cristo, sobre todo desde que se hicieron cristianos muchos de aquellos que eran apartados de la fe por la que parecía verdadera profecía, que luego vieron vacía y ridícula al cumplirse aquel número de años?
Nosotros, pues, que somos y nos llamamos cristianos, no creemos en Pedro, sino en el mismo que creyó Pedro: edificados por las palabras de Pedro sobre Cristo, no encandilados por aquellos encantamientos; no engañados por sus maleficios, sino ayudados por sus beneficios. El mismo Cristo, maestro de Pedro, es también nuestro maestro en la doctrina que lleva a la vida eterna.
2. Terminemos ya, por fin, este libro, libro en el que hemos explicado y tratado de demostrar, cuanto nos ha parecido suficiente, cuál es el desarrollo, en esta vida mortal, de las dos ciudades, la celeste y la terrena, mezcladas desde el principio hasta el fin. La terrena se fabricó dioses falsos a su gusto, tomándolos de donde sea, y aun de entre los hombres, para honrarlos con sus sacrificios; en cambio, la celeste, que peregrina en la tierra, no se fabrica dioses falsos, sino que ha sido hecha por Dios para ser ella misma un verdadero sacrificio. Las dos, sin embargo, disfrutan igualmente de los bienes temporales, o igualmente son afligidas por los males, ciertamente con fe diversa, con diversa esperanza, con caridad diversa, hasta que sean separadas en el último juicio y consiga cada una su propio fin, que no tendrá fin. De estos fines de ambas ciudades vamos a tratar a continuación.
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