LA CIUDAD DE DIOS
CONTRA PAGANOS
Traducción de Santos Santamarta del Río, OSA y Miguel Fuertes Lanero, OSA
LIBRO XVII
[De los profetas a Cristo]
CAPÍTULO I
Los tiempos de los profetas
¿Cómo llegan a su cumplimiento las promesas de Dios a Abrahán? A su descendencia sabemos que pertenece, por la misma promesa de Dios, el pueblo israelita según la carne y todos los demás pueblos según la fe. La respuesta nos la irá dando, según la sucesión de los tiempos, el desarrollo de la ciudad de Dios. Y puesto que el libro anterior llegó hasta el reinado de David, al presente vamos a tratar los acontecimientos que siguen a partir de este reinado con la extensión conveniente a la obra que hemos emprendido.
Llamamos «tiempo de los profetas» a todo el transcurrido desde que Samuel comenzó a profetizar, continuando luego hasta la cautividad de Israel en Babilonia, y, según la profecía del santo Jeremías1, desde esa época hasta la reconstrucción de la casa del Señor, setenta años después de vueltos los israelitas. Aunque también podríamos llamar justamente profetas al mismo patriarca Noé, en cuyos días destruyó el diluvio toda la Tierra, y a otros anteriores y posteriores hasta el comienzo de los reyes en el pueblo de Dios; y eso en virtud de haberse significado o anunciado por su medio de alguna manera ciertos acontecimientos relativos a la ciudad de Dios y al reino de los cielos; sobre todo teniendo en cuenta que algunos, como Abrahán2 y Moisés3, fueron así llamados expresamente. No obstante, se llaman clara y principalmente «días de los profetas» los que transcurren desde que comenzó a profetizar Samuel. Éste, por mandato de Dios, ungió como rey primero a Saúl y, tras la reprobación de éste, a David, de cuya estirpe nacerían los demás hasta cuando fuera oportuno.
Por consiguiente, aunque tratara solamente de mencionar cuanto anunciaron de Cristo los profetas, mientras la ciudad de Dios avanza a través de estos tiempos, muriendo en los que pasan y renovándose en los que les suceden; si tratara -digo- de mencionar todo esto, acometería una obra gigantesca. En primer lugar, porque la misma Escritura, exponiendo ordenadamente la historia de los reyes, sus gestas y sus hechos, aparenta estar ocupada en narrar con histórica diligencia las empresas realizadas; en cambio, si con la ayuda de Dios se la considera atentamente, se descubrirá que está más atenta, o ciertamente no menos, al anuncio de las cosas futuras que a la exposición de las pasadas. Y ¿quién, por poco que reflexione, ignorará el esfuerzo, espacio y volúmenes necesarios para indagar esto con un estudio a fondo y tratar de llevar a cabo su exposición? Además, entre las mismas cosas que no dicen relación con la profecía hay tantas sobre Cristo y el reino de los cielos, o sea, la ciudad de Dios, que para descubrirlo se precisaría una investigación más amplia de la que exige el plan de esta obra. Y así, en cuanto me sea posible, procuraré poner freno a mi pluma, a fin de que en la realización de esta obra según el plan de Dios no exprese nada superfluo ni omita lo necesario.
CAPÍTULO II
Cuándo se cumplió la promesa de Dios sobre la tierra de Canaán,
que recibió también su posesión el Israel carnal
Hemos dicho en el libro precedente que desde el principio le fueron prometidas por Dios a Abrahán dos cosas: la una, que su descendencia había de poseer la tierra de Canaán. Lo que expresan estas palabras: Vete a la tierra que te mostraré, y haré de ti un gran pueblo. La otra, mucho más excelente, no se refiere a la descendencia carnal, sino a la espiritual. En virtud de ella es padre no de sólo el pueblo de Israel, sino de todos los pueblos que siguen la huella de su fe; promesa que se comenzó por estas palabras: Con tu nombre se bendecirán todas las familias del mundo4. Y después hemos demostrado en muchísimos testimonios que se renovaron estas promesas.
Por lo tanto, estaba ya en la tierra de la promesa la descendencia de Abrahán, esto es, el pueblo de Israel según la carne; y había ya empezado a dominar allí no sólo con el dominio y posesión de las ciudades de los adversarios, sino también con la institución de los reyes. Y se habían cumplido ya en gran parte las promesas de Dios sobre el mismo pueblo: no sólo las que habían sido hechas a los tres primeros patriarcas: Abrahán, Isaac y Jacob, y las que tuvieron lugar en sus épocas, sino también las que se hicieron por el mismo Moisés mediante el cual fue librado el pueblo de la servidumbre de Egipto y reveladas en su tiempo todas las cosas pasadas mientras conducía al pueblo por el desierto.
Pero la promesa de Dios sobre la tierra de Canaán, desde cierto río de Egipto hasta el gran río Éufrates5, no se llevó a término por medio del gran caudillo Jesús Nave. Por su medio fue introducido aquel pueblo en la tierra de promisión, y después de someter a los pueblos la dividió antes de morir entre las doce tribus, según lo había mandado Dios; pero tampoco se llevó a término después de él, en tiempo de los jueces. Sin embargo, ya no se profetizaba la cuestión como futura, sino que se esperaba su cumplimiento. Éste tuvo lugar por medio de David y de su hijo Salomón, cuyo reino alcanzó toda la extensión prometida. En efecto, sometieron a todos aquellos pueblos y los hicieron tributarios.
Por consiguiente, bajo el mando de estos reyes se había establecido la descendencia de Abrahán según la carne en la tierra de promisión, que es la tierra de Canaán; y de tal modo que sólo quedaba una cosa en el cumplimiento de la promesa de Dios: que el pueblo hebreo, obedeciendo las leyes del Señor, su Dios, permaneciera en la misma tierra, en lo referente a su prosperidad temporal, en situación estable a través de su posteridad hasta el término de este siglo mortal.
Pero como sabía el Señor que ese pueblo no había de cumplir las leyes, se sirvió también de penas temporales para probar a los pocos fieles que en él tenía, y amonestar a los que lo serían luego en todos los pueblos. Era conveniente fueran amonestados aquellos en quienes, mediante la encarnación de Cristo, había de cumplir la otra promesa, una vez revelado el Nuevo Testamento.
CAPÍTULO III
Tres sentidos de las profecías que se refieren ya a la Jerusalén terrena,
ya a la celestial, ya a una y otra
1. Así, pues, como los oráculos divinos dirigidos a Abrahán, Isaac y Jacob, lo mismo que los otros signos o expresiones proféticos se realizaron en las sagradas letras precedentes, así también las restantes profecías, desde este tiempo, de los reyes pertenecen, en parte, a la descendencia carnal de Abrahán, y en parte a aquella otra descendencia en la que son bendecidos todos los coherederos de Cristo por el Nuevo Testamento con vistas a la posesión de la vida eterna y del reino de los cielos. Una parte, pues, pertenece a la esclava que engendra en la servidumbre: la Jerusalén terrena, que sirve con sus hijos; otra parte, a la ciudad libre de Dios: la Jerusalén verdadera y eterna de los cielos, cuyos hijos, los hombres, vivirán según Dios y que está como forastera en la tierra. Pero hay también en esas profecías algo que se refiere a ambas: a la esclava literalmente, y a la libre en figura.
2. Hay, pues, tres clases de profecías: unas relativas a la Jerusalén terrena; otras, a la celestial, y algunas, a una y otra. Habrá que probar esto con ejemplos. Fue enviado el profeta Natán para corregir al rey David de su grave pecado y anunciarle los males que se le seguirían6. ¿Quién duda que pertenecen a la ciudad terrena éstas y semejantes profecías, ya sean públicas, es decir, para la salud o utilidad del pueblo, ya privadas, por ejemplo, si alguno en beneficio propio se hace acreedor a las palabras divinas que le den a conocer algo futuro en el ejercicio de la vida temporal?
Por otra parte, el siguiente pasaje se refiere, sin duda, a la Jerusalén celeste, cuya recompensa es el mismo Dios, y cuyo supremo y completo bien es tenerle a Él y pertenecer al mismo: Mirad que llegan días -oráculo del Señor- en que haré una alianza nueva con Israel y con Judá: no será como la alianza que hice con sus padres cuando los agarré de la mano para sacarlos de Egipto; la alianza que ellos quebrantaron y yo mantuve -oráculo del Señor-; así será la alianza que haré con Israel en aquel tiempo futuro -oráculo del Señor-: meteré mi ley en su pecho, la escribiré en su corazón; yo seré su Dios, y ellos serán mi pueblo7.
En cambio, a una y otra se refiere el ser llamada Jerusalén ciudad de Dios y el profetizarse en ella la futura casa de Dios, cuya profecía parece tener su cumplimiento en la edificación de aquel templo tan célebre por parte de Salomón. Porque estas cosas tuvieron lugar, según la Historia, en la Jerusalén terrena, y fueron figuras de la Jerusalén celestial.
Este género de profecía está como formado y mezclado con los otros dos; se halla en los antiguos libros canónicos, que contienen la narración de diversas obras llevadas a cabo; ha tenido una gran importancia y ha intrigado mucho y sigue intrigando los ingenios de los investigadores escrituristas para descubrir cómo los hechos históricos anunciados y completados en la descendencia de Abrahán según la carne pueden tener un significado alegórico que se ha de realizar en la descendencia del mismo Abrahán según la fe. Y esto hasta tal punto que, en opinión de muchos, no existe nada en esos libros anunciado y luego realizado, o simplemente realizado sin anuncio previo, que no insinúe, en sentido figurado, algo relativo a la ciudad celeste de Dios y a sus hijos peregrinos en esta vida.
Si esto es así, ya serán dos y no tres las clases de oráculos de los profetas, o mejor de todas las Escrituras contenidas en el término «Antiguo Testamento». No habrá en él nada que pertenezca únicamente a la ciudad terrenal si cuanto de ella, o por su causa, se dice o realiza en tales libros significa algo referente también -de forma alegórica- a la Jerusalén celestial; habrá solamente dos clases de oráculos o palabras: una que se refiere a la Jerusalén libre, y la otra, a las dos conjuntamente.
Pero tengo para mí que yerran de plano quienes piensan que ninguno de los hechos referidos en estos escritos significan otra cosa que lo que cuentan. Pero tengo también por muy osados a quienes pretenden que todo lo contenido allí está envuelto en figuras alegóricas. Por eso dije que tenían tres sentidos, no dos. Así pienso yo, sin culpar, por supuesto, a los que pueden encontrar allí en cualquier acontecimiento un sentido espiritual con tal de salvar, ante todo, la verdad histórica. Por lo demás, si se hacen afirmaciones que no pueden acomodarse a los hechos realizados o realizables divina o humanamente, ¿qué fiel puede dudar de que no han sido dichas en vano?; ¿quién no les atribuirá un sentido espiritual, si puede, o admitirá que se lo busque quien sea capaz?
CAPÍTULO IV
El cambio figurado del reino y del sacerdocio de Israel, y las profecías de Ana,
madre de Samuel, figura de la Iglesia
1. Por lo tanto, el desarrollo de la ciudad de Dios durante los reyes cuando David, por la reprobación de Saúl, fue el primero en reinar, y de tal manera que sus sucesores reinaran después en prolongada sucesión sobre la Jerusalén terrena, nos presenta un símbolo al significar y anunciar con sus hechos, cosa que no se debe pasar en silencio, un cambio del futuro que pertenece a los dos Testamentos, el Antiguo y el Nuevo: la transformación del sacerdocio y el reino por el que es, a la vez, sacerdote y rey nuevo y sempiterno, Cristo Jesús. Pues, rechazado el sacerdocio de Helí, lo sustituyó en el ministerio de Dios Samuel, sacerdote a la vez y juez, como también fue establecido en el reino David tras la reprobación de Saúl. Y esos dos fueron figuras de lo que estoy diciendo.
La misma Ana, madre de Samuel, que primero había sido estéril, y luego se alegró con la fecundidad, no parece profetizar otra cosa al dar gracias llena de gozo al Señor cuando le consagró el niño, terminada la lactancia, con la misma religiosidad con que se lo había pedido. He aquí sus palabras: Mi corazón se regocija en el Señor, mi poder se exalta por Dios, mi boca se ríe de mis enemigos porque celebro su salvación. No hay santo como el Señor, no hay roca como nuestro Dios. No multipliquéis discursos altivos, no echéis por la boca arrogancias, porque el Señor es un Dios que sabe, Él es quien pesa las acciones. Se rompen los arcos de los valientes, mientras los cobardes se ciñen de valor; los hartos se contratan por el pan, mientras los hambrientos engordan; la mujer estéril da a luz siete hijos, mientras la madre de muchos queda baldía. El Señor da la muerte y la vida, hunde en el abismo y levanta; da la pobreza y la riqueza, el Señor humilla y enaltece. Él levanta del polvo al desvalido, alza de la basura al pobre, para hacer que se sienta entre príncipes y que herede un trono glorioso, pues del Señor son los pilares de la tierra y sobre ellos afianzó el orbe. Él guarda los pasos de sus amigos mientras los malvados perecen en las tinieblas -porque el hombre no triunfa por su fuerza-: el Señor desbarata a sus contrarios, el Altísimo truena desde el cielo, el Señor juzga hasta el confín de la tierra. Él da la fuerza a su rey, exalta el poder de su Ungido.
2. ¿Se pensará, acaso, que éstas son palabras de una mujercilla que se felicita por el nacimiento de un hijo?; ¿tan apartada está de la luz la mente de los hombres que no comprende que esas expresiones superan la capacidad de una mujer? Y quien se siente justamente conmovido por los mismos; sucesos cuyo cumplimiento ha comenzado ya también en esta peregrinación terrena, ¿no comprende, no ve, no reconoce, que por esta mujer -cuyo nombre, Ana, significa gracia- ha hablado de esta manera, con espíritu profético, la misma religión cristiana, la ciudad misma de Dios, cuyo rey y fundador es Cristo; finalmente, la misma gracia de Dios, de la que se alejan los soberbios para caer y se llenan los humildes para levantarse, sentimientos que, sobre todo, pone de relieve este himno? A no ser que alguno quiera decir que no fue profecía alguna lo que dijo esta mujer, sino que lo único que hizo fue alabar a Dios con un canto de regocijo por el niño que con sus oraciones había logrado. Entonces, ¿qué significan aquellas palabras: Se rompen los arcos de los valientes, mientras los cobardes se ciñen de valor; los hartos se contratan por el pan, mientras los hambrientos engordan; la mujer estéril da a luz siete hijos, mientras la madre de muchos queda baldía?; ¿acaso había ella tenido siete, a pesar de su esterilidad? Cuando decía esto tenía uno sólo; y ni aun después tuvo siete, o seis, siendo Samuel el séptimo, sino solamente tres varones y dos hembras8. Además, si aún no existía el reino de aquel pueblo, ¿por qué, si no era profetizando, dice al final: Él da fuerza a su rey, exalta el poder de su Ungido?
3. Diga, pues, la Iglesia de Cristo, la ciudad del gran Rey, llena de gracia y madre fecunda, diga lo que fue profetizado de sí tanto tiempo antes por boca de la religiosa mujer: Mi corazón se ha afianzado en el Señor, mi poder se ha exaltado en mi Dios. En verdad su corazón está afianzado y su poder exaltado; porque no lo ha puesto en sí, sino en el Señor, su Dios. Mi boca se ríe de mis enemigos, porque la palabra de Dios no está atada en las angustias de las persecuciones ni en los predicadores apresados; porque celebro tu salvación. Cristo es este Jesús a quien el anciano Simeón, como nos cuenta el Evangelio, abrazándolo niño y reconociéndolo grande, exclama: Ahora, Señor, según tu promesa, puedes despedir a tu siervo en paz, porque mis ojos han visto a tu Salvador9.
Diga, pues, la Iglesia: Celebro tu salvación. No hay santo como el Señor, no hay justo como nuestro Dios, como santo que santifica, como justo que justifica. No hay santo fuera de Ti, porque nadie puede llegar a serlo sino por Ti. Continúa finalmente: No multipliquéis discursos altivos, no echéis por la boca arrogancias, porque el Señor es un Dios que sabe. Él os conoce hasta donde nadie conoce; porque, si alguno se figura ser algo cuando no es nada, él mismo se engaña10. Esto va encaminado a los enemigos de la ciudad de Dios, que pertenecen a Babilonia, que presumen de sus fuerzas, que se glorían en sí y no en el Señor. De este número son también los israelitas carnales, ciudadanos terrenos de la terrena Jerusalén, que, como dice el Apóstol, desconocen la justicia de Dios, esto es, la que recibe el hombre de Dios, que es el único justo y que justifica, y quieren establecer la suya11 como si fuera producto suyo y no dada por Él. Y así no se sometieron a la justicia de Dios precisamente porque son soberbios y piensan poder agradar a Dios fiados en sí mismos, no en Él, que es el Dios de las ciencias y, por consiguiente, árbitro de las conciencias, donde ve los pensamientos de los hombres, que son insustanciales si son de los hombres y no proceden de Él.
Dice también: Él prepara sus propios designios12. ¿A qué designios pensamos se refiere sino al derrocamiento de los soberbios y a la exaltación de los humildes? Y vemos cómo va realizando estos designios: Se rompen los arcos de los valientes, mientras los cobardes se ciñen de valor. Se rompen los arcos, es decir, la intención de los que se juzgan tan poderosos que pueden cumplir los divinos mandatos con solas las fuerzas humanas sin la gracia de Dios y su ayuda. Y, en cambio, son revestidos de poder los que claman en su interior: Misericordia, Señor, que desfallezco13.
4. Dice luego: Los hartos se contratan por el pan, mientras los hambrientos engordan. ¿Quiénes deben entenderse por hartos sino esos mismos que se creen poderosos, a saber: los israelitas, a quienes se confiaron los oráculos de Dios?14 Pero en ese mismo pueblo los hijos de la esclava se contrataron por el pan. Expresión quizá poco latina, pero que expresa bien que de mayores se hicieron menores, precisamente porque en esos mismos panes, es decir, los oráculos divinos, que de entre todos los pueblos recibieron únicamente los israelitas, han saboreado sólo las cosas terrenas. Sin embargo, los gentiles, que no habían recibido esa ley, llevados por el Nuevo Testamento a esos oráculos acuciados por el hambre, trascendieron la tierra, porque no se pararon en el sabor terreno de aquéllos, sino que buscaron el celestial.
Y, como si se buscara el motivo de esto, dice: La mujer estéril da a luz siete hijos, mientras la madre de muchos queda baldía. Aquí brilló con todo esplendor la profecía para los que reconocen el número septenario en que queda figurada la perfección de la Iglesia universal. De ahí que el apóstol Juan dirige sus cartas a las siete Iglesias, pensando que de este modo escribía a la plenitud de la única Iglesia15. Y ya en los Proverbios de Salomón simbolizaba esto la sabiduría al decir: Se ha edificado una casa, ha labrado siete columnas16. Pues la ciudad de Dios era estéril en todos los pueblos antes del nacimiento de este germen que vemos. Vemos también cómo se ha debilitado ahora la ciudad terrena que tantos hijos tenía. En efecto, su poder consistía en los hijos de la libre que estaban en ella; pero como al presente sólo hay en ella letra y no espíritu, perdido ese poder, se ha debilitado.
5. El Señor da la muerte y la vida: dio la muerte a la que tenía muchos hijos, y la vida a la estéril, que dio a luz a siete. Aunque quizá tenga mejor sentido decir que da vida a los que ha dado muerte, puesto que añade como repitiendo lo mismo: Hunde en el abismo y levanta. Pues al decir el Apóstol: Si habéis resucitado con Cristo, buscad lo de arriba, donde Cristo está sentado a la derecha de Dios, se dirige a los que han recibido del Señor una muerte saludable, y para ellos añade también: Gustad las cosas del cielo, no las de la tierra; de suerte que son ellos mismos los que por su hambre han trascendido la tierra. Pues -añade- habéis muerto: he aquí cómo da el Señor una muerte saludable. Y continúa: Y vuestra vida está escondida con Cristo en Dios17. He aquí, a su vez, cómo da Dios vida a los mismos.
Pero ¿son los mismos que llevó a los infiernos y que trajo de allí? Sin vacilación alguna de los fieles vemos claramente cumplidos ambos extremos precisamente en nuestra Cabeza, con quien dice el Apóstol que está escondida nuestra vida en Dios. Pues como no escatimó a su propio Hijo, sino que lo entregó por nosotros18, ésta fue la manera ciertamente de darle la muerte. Y al resucitarlo de entre los muertos, le dio de nuevo la vida. Y como es reconocida su voz en la profecía: No abandonarás mi alma en el infierno19, es el mismo a quien llevó a los infiernos y de allí lo sacó.
Con su pobreza hemos sido enriquecidos, pues que el Señor da la pobreza y la riqueza. Para conocer bien esto escuchemos lo que sigue: Él humilla y enaltece: humilla a los soberbios y enaltece a los humildes. Y lo que se lee en otra parte: Dios se enfrenta con los arrogantes, pero concede gracia a los humildes20, se encierra en las palabras de ésta, cuyo nombre significa gracia de Dios.
6. Lo que se dice a continuación: Él levanta del polvo al desvalido, a nadie puede referirlo mejor que a aquel que, siendo rico, se hizo pobre por nosotros para -como dije poco antes- enriquecernos con su pobreza21. Y lo levantó de la tierra tan pronto que su carne no pudiera ver la corrupción. Como hay que aplicarle lo que se añadió: Alza de la basura al pobre; ya que pobre es lo mismo que indigente; y por el estiércol de donde fue levantado se pueden entender perfectamente los perseguidores judíos, entre cuyo número dice el Apóstol que persiguió a la Iglesia, añadiendo luego: Todo eso que para mí era ganancia lo tuve por pérdida comparado con Cristo; más aún: lo consideré no sólo como pérdida, sino también como estiércol por ganar a Cristo22.
Por consiguiente, el pobre fue levantado de la tierra sobre todos los ricos, y el indigente fue sacado de aquel estiércol por encima de todos los opulentos para hacer que se siente entre los príncipes, a los cuales dice: Os sentaréis en doce tronos. Y les da en herencia un trono de gloria. Pues esos poderosos habían dicho: Nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido23: verdadero alarde de poder el hacer semejante promesa.
7. Pero ¿de dónde les ha venido a ellos esto sino de quien a continuación se dice: Él otorga el objeto del voto al que lo hace? Si no fuera así, serían éstos del número de aquellos cuyo arco fue debilitado. Él otorga el objeto del voto al que lo hace.No podría ofrecer algo conveniente al Señor sino quien recibiere de él lo que ofrece. Y así continúa: Él bendijo los años del justo24; para que viva sin término con aquel a quien se dijo: Tus años no se acabarán. Los años suyos, en efecto, están firmes allí, y aquí pasan, mejor aún, perecen; pues no existen antes de venir, y cuando han venido, ya no son, porque vienen con su término.
De las dos cosas: Él otorga el objeto del voto al que lo hace y él bendice los años del justo; la primera es lo que hacemos nosotros; la segunda, lo que recibimos. Pero esto último no se recibe de la liberalidad de Dios si no se ha practicado lo primero con su ayuda: Porque el hombre no triunfa con su fuerza. El Señor desbarata a su adversario, es decir, al envidioso de quien hace un voto y trata de impedirle cumplir lo que prometió. De la ambigüedad del texto griego también se puede entender al adversario suyo; porque desde el momento en que Dios empieza a poseernos, quien había sido adversario nuestro se hace también adversario suyo, y es vencido por nosotros, aunque no con nuestras propias fuerzas: porque el hombre no es poderoso por su propia fuerza. Por consiguiente, el Señor desbaratará a su adversario, el Señor santo, para que lo puedan vencer los santos, a los que ha hecho tales el Señor, el Santo de los santos.
8. De suerte que: No se gloríe el sabio de su saber, no se gloríe el soldado de su valor, no se gloríe el rico de su riqueza; quien quiera gloriarse, que se gloríe de esto: de conocer y comprender al Señor y de practicar el derecho y la justicia en medio de la tierra25. No es poco lo que conoce y entiende del Señor quien conoce y entiende que hasta esto le viene del Señor, el conocerlo y comprenderlo. Ya lo dice el Apóstol: ¿Qué tienes que no hayas recibido? Y si, de hecho, lo has recibido, ¿a qué tanto orgullo, como si nadie te lo hubiera dado? Como si hubiera en ti algo de qué gloriarte.
Practica el derecho y la justicia el que vive rectamente. Y vive rectamente el que obedece a Dios que manda. Pero el fin del precepto, esto es, a lo que se encamina el precepto, es el amor que brota del corazón limpio, de la conciencia honrada y de la fe sentida26. Pero este amor, como testifica el apóstol San Juan, viene de Dios27. Por lo tanto, practicar el Derecho y la justicia viene de Dios. Y ¿qué quiere decir en medio de la tierra? ¿Acaso no deben practicar el Derecho y la justicia los que moran en los lugares más lejanos de la tierra? ¿Quién se atrevería a decir esto? ¿Por qué, pues, se añadió en medio de la tierra? Si no se hubiera añadido esto, y se dijera solamente practicar el Derecho y la justicia, este precepto parecería referirse más bien a las dos clases de hombres: los del interior y los de las costas.
Pero para que nadie pensara que, después de la vida que se pasa en este cuerpo, quedaba todavía tiempo de practicar el Derecho y la justicia, que no practicó mientras estuvo en la carne, y así podría eludir el juicio divino, en medio de la tierra me parece se refiere al tiempo que uno vive en el cuerpo. En esta vida, en efecto, cada uno está envuelto por su propia tierra, tierra que, al morir, es recibida por la tierra común para devolvérsela cuando resucite. Así, en medio de la tierra, es decir, mientras nuestra alma está encerrada en este cuerpo terreno, es cuando se debe practicar el Derecho y la justicia; lo que no será de provecho en el futuro, cuando cada uno reciba lo suyo, bueno o malo, según se haya portado mientras tenía este cuerpo28.
Con las palabras mientras tenía este cuerpo señala el Apóstol el tiempo que vivió en el cuerpo. Pues si alguien con corazón perverso y mente impía blasfema, aunque no realice esto con algún miembro corporal, no deja de ser reo porque no lo haya hecho con movimientos del cuerpo; lo que cuenta es haberlo realizado durante el tiempo que vivió en el cuerpo. De este modo puede entenderse convenientemente también lo que se dice en el salmo: Pero Tú, Dios mío, eres rey desde siempre, Tú ganaste la victoria en medio de la tierra29; de suerte que el Señor Jesús sea tenido como nuestro Dios, que es antes de los siglos, ya que por él han sido creados los siglos; Él es el autor de la victoria en medio de la tierra cuando el Verbo se hizo carne y vivió en cuerpo terreno30.
9. Luego, tras las palabras de Ana en que se profetizó cómo debe gloriarse el que se gloría, no en sí, por supuesto, sino en el Señor, expone como motivo la recompensa que tendrá lugar en el día del juicio: El Altísimo truena desde el cielo. El Señor juzga hasta el confín de la tierra, porque es justo. Siguió exactamente el orden de la profesión de fe de los fieles. Pues Cristo el Señor subió al cielo, y de allí ha de venir para juzgar a vivos y muertos. Porque, como dice el Apóstol, ¿quién ascendió sino el que descendió a los lugares más ínfimos de la tierra? El que descendió, ése mismo es el que ascendió sobre todos los cielos para llenarlo todo31. Así es que tronó en medio de sus nubes, las cuales llenó el Espíritu Santo cuando subió. A estas nubes se refiere cuando amenaza por el profeta Isaías a la esclava de Jerusalén, esto es, a la viña ingrata, que no mandará sobre ella la lluvia32.
Dice también: El Señor juzga hasta el confín de la tierra, como si dijera «incluso los extremos de la tierra». Pues no dejará de juzgar las otras partes quien ha de juzgar a todos los hombres. Pero mejor que los extremos de la tierra debe entenderse los extremos del hombre; ya que no se juzgarán las acciones que cambian a mejor o a peor en el tiempo intermedio, sino las circunstancias en que se encuentre al final el que ha de ser juzgado. Por eso se ha dicho: Quien resista hasta el final se salvará33. De suerte que quien practica con perseverancia el Derecho y la justicia en medio de la tierra no será condenado cuando se juzguen los extremos de la tierra.
Dice también: Él da fuerza a nuestros reyes para no tener que condenarlos en el juicio. Les da fuerza para que con ella gobiernen su carne como reyes y venzan al mundo en aquel que derramó su sangre por ellos. Exalta el poder de su Ungido. ¿Cómo puede Cristo exaltar el poder de su Ungido? Porque Aquel de quien se dijo: El Señor subió a los cielos, es decir, Cristo el Señor, es el mismo de quien se dice aquí: Exalta el poder de su Ungido. ¿Quién es, pues, el Cristo de su Cristo? ¿Exaltará quizá el poder de cada uno de sus fieles, como dice ésta misma en el comienzo de su himno: Mi poder ha sido exaltado por mi Dios? Podemos llamar, en efecto, justamente cristos a todos los ungidos con su crisma, porque este cuerpo entero con su cabeza es el Cristo único.
Ésta es la profecía de Ana, la madre de Samuel, el varón santo tan alabado. En él se figuró entonces el cambio del antiguo sacerdocio, y se cumple al presente, al quedar debilitada la que tenía muchos hijos, a fin de que tuviera la estéril, que dio a luz a siete, un nuevo sacerdocio en Cristo.
CAPÍTULO V
Las palabras que con espíritu profético dijo el hombre de Dios al sacerdote Helí,
manifestando que se le había de quitar el sacerdocio instituido según Aarón
1. Este nuevo sacerdocio se lo manifestó con más claridad al mismo sacerdote Helí un varón de Dios, cuyo nombre, por cierto, se calla, pero se le reconoce, sin duda alguna, como profeta por su oficio y su ministerio. Así está escrito: Un hombre de Dios se presentó a Helí y le dijo: Así dice el Señor: Yo me revelé a la familia de tu padre cuando eran todavía esclavos del faraón de Egipto. Entre todas las tribus de Israel me lo elegí para que fuera sacerdote, subiera a mi altar, quemara mi incienso y llevara el efod en mi presencia, y concedí a la familia de tu padre participar en las oblaciones de los israelitas. ¿Por qué habéis tratado con desprecio mi altar y las ofrendas que mandé hacer en mi templo? ¿Por qué tienes más respeto a tus hijos que a mí, cebándolos con las primicias de mi pueblo, Israel, ante mis mismos ojos? Por eso -oráculo del Señor, Dios de Israel-, aunque yo te prometí que tu familia y la familia de tu padre estarían siempre en mi presencia, ahora -oráculo del Señor- no será así. Porque yo honro a los que me honran y serán humillados los que me desprecian. Mira, llegará un día en que arrancaré tus brotes y los de la familia de tu padre, y nadie llegará a viejo en tu familia. Mirarás con envidia todo el bien que voy a hacer; nadie llegará a viejo en tu familia. Y si dejo a alguno de los tuyos que sirva a mi altar, se le consumirán los ojos y se irá acabando; pero la mayor parte de tu familia morirá a espada de hombres. Será una señal para ti lo que les va a pasar a tus dos hijos Jofní y Fineés: los dos morirán el mismo día. Yo me nombraré un sacerdote fiel que hará lo que yo quiero y deseo; le daré una familia estable y vivirá siempre en presencia de mi Ungido. Y los que sobrevivan de tu familia vendrán a prosternarse ante él para mendigar algún dinero y una hogaza de pan, rogándole: Por favor, dame un empleo cualquiera como sacerdote para poder comer un pedazo de pan34.
2. No se puede decir que esta profecía, en que tan claramente se anuncia el cambio del antiguo sacerdocio, se cumplió en Samuel. Aunque Samuel no era de otra tribu que la destinada por Dios para servicio del altar, sin embargo, no era de los hijos de Aarón, cuya descendencia había sido designada para perpetuar el sacerdocio. Y por ello en este acontecimiento está representado este mismo cambio que había de tener lugar por medio de Jesucristo; y la misma profecía de la realidad, no de la palabra, pertenecía propiamente al Antiguo Testamento, figuradamente al Nuevo; significando ciertamente en un hecho lo que se había dicho de palabra al sacerdote Helí por el profeta.
En realidad, hubo después sacerdotes de la descendencia de Aarón, como Sadoc y Abiatar en el reinado de David35, y más tarde otros antes de llegar el tiempo en que fue preciso se realizaran por Cristo las cosas que habían sido anunciadas tanto tiempo antes sobre el cambio del sacerdocio. Y ¿quién, mirando ahora estas cosas con los ojos de la fe, no ve que han tenido su cumplimiento? Ciertamente no les quedó ni tabernáculo, ni templo, ni altar, ni sacrificio, y, por ende, tampoco sacerdote alguno a los judíos, a quienes se había mandado en la ley de Dios que fueran elegidos de la posteridad de Aarón. Lo que se ha mencionado aquí al decir aquel profeta: Oráculo del Señor Dios de Israel: aunque yo te prometí que tu familia y la familia de tu padre estarían siempre en mi presencia, ahora -oráculo del Señor- no será así. Porque yo honro a los que me honran y serán humillados los que me desprecian.
Al mencionar la casa de su padre, no habla de su padre inmediato, sino de aquel Aarón, primer sacerdote instituido, de cuya descendencia habían de seguir los demás, como lo demuestran los detalles precedentes: Yo me revelé a la familia de tu padre cuando eran todavía esclavos del faraón de Egipto. Entre todas las tribus de Israel me lo elegí para que fuera sacerdote. ¿De qué padre se trata aquí sino de Aarón en aquella esclavitud de Egipto, después de la cual fue elegido para sacerdote pasada la liberación? De la estirpe, pues de éste se dijo en dicho lugar que no habría en adelante sacerdotes. Esto ya lo vemos cumplido.
Esté atenta la fe, las cosas están claras, se ven, se tocan y entran por los ojos de los que no quieren ver. Dice: Mira, llegará un día en que arranque tus brotes y los de la familia de tu padre, y nadie llegará a viejo en tu familia, y exterminaré para ti de mi altar a todo hombre, de suerte que se consuman sus ojos y se vaya acabando. Ya han llegado los días que fueron anunciados. No hay sacerdote según el orden de Aarón, y cualquiera de los de su linaje, al ver brillar el sacrificio de los cristianos en todo el mundo y que se les ha arrebatado a ellos semejante honor, se consumen sus ojos y desfallece su alma consumida por la tristeza.
3. Mas a la casa de este Helí, a quien se decían estas cosas, le pertenece propiamente lo que sigue: Cuantos quedaren de tu casa morirán a espada de hombre. Será una señal para ti lo que les va a pasar a tus dos hijos Jofní y Fineés: los dos morirán el mismo día. La misma señal que marcó el cambio del sacerdocio de la casa de éste señaló también el cambio del mismo de la casa de Aarón. La muerte, efectivamente, de los dos hijos de aquél significó no la muerte de los hombres, sino la del sacerdocio de los hijos de Aarón.
Lo que sigue ya pertenece a aquel sacerdote cuya figura representó Samuel sucediendo a Helí; por lo tanto, se refiere a Cristo Jesús, verdadero sacerdote del Nuevo Testamento:Yo me nombraré un sacerdote fiel, que hará lo que yo quiero y deseo; le daré una familia estable; ésa es la eterna y celestial Jerusalén. Sigue: Y vivirá siempre en presencia de mi Ungido. Vivirá siempre-dijo-,esto es, estará ante él; como había dicho antes de la casa de Aarón:Yo te prometí que tu familia y la familia de tu padre estarían siempre en mi presencia. Al decir vivirá en presencia de mi Ungido debe entenderse de la misma casa, no aquel sacerdote, que es Cristo, Mediador y Salvador. Su casa, pues, vivirá en su presencia. También vivirá puede entenderse: pasará de la muerte a la vida todos los días en que se realiza esta mortalidad hasta el fin de este siglo.
Cuando dice Dios: Él hará todo lo que yo quiero y deseo, es decir, lo hará todo según mi corazón y mi alma, no vamos a pensar que Dios tiene alma cuando es creador del alma; sino que esto se dice de Dios metafórica, no propiamente, como se habla de las manos, los pies y los demás miembros del cuerpo. No se vaya a creer que el hombre ha sido hecho en la forma de esta carne a imagen de Dios; para ello le añaden las alas, que ciertamente no tiene el hombre, y así se dice de Dios Protégeme bajo la sombra de tus alas36. Así entenderán los hombres que tal afirmación se hace de su naturaleza inefable con términos figurados, no propios.
4. Se añade luego:Y los que vivan de tu familia vendrán a prosternarse ante él.No se habla aquí de la casa de este Helí, sino de la de aquel Aarón, de la cual han sobrevivido hombres hasta la venida de Jesucristo, y no faltan todavía hoy. De la casa de este Helí ya se dijo arriba: Cuantos quedaren de tu casa morirán a espada de hombres. No pudo realmente decir aquí: Y los que vivan de tu familia vendrán a prosternarse ante él, si es verdad que nadie escaparía a la espada vengadora; sino que quiso se interpretara por aquellos que pertenecen a la descendencia del sacerdocio total según, el orden de Aarón.
Por consiguiente, si éste pertenece a los restantes predestinados de quienes dijo otro profeta: Las reliquias se salvarán37, y así el Apóstol dice: Lo mismo ahora, en nuestros días, ha quedado un residuo, escogido por puro favor38, como se ve claramente que se trata de tales residuos al decir: Cuantos quedaren de tu casa, ciertamente éste cree en Cristo, como creyeron muchísimos de esa estirpe en tiempos de los apóstoles. Y como no faltan ahora, aunque sean muy pocos, quienes creen se cumple así en ellos lo que este hombre de Dios añade a continuación: Vendrá a adorarlo con un óbolo de plata. ¿A quién vendrá a adorar sino a aquel supremo sacerdote, que es Dios? Pues ni en aquel sacerdocio según el orden de Aarón acudían los hombres al templo o al altar de Dios a adorar al sacerdote. Y ¿a qué se refiere con un óbolo de plata sino a la brevedad de la palabra de la fe, sobre la cual menciona el Apóstol el pasaje: El Señor producirá sobre la tierra una palabra breve y reducida?39 El uso de esta plata por la palabra nos lo atestigua el salmo cuando canta: Las palabras del Señor son palabras auténticas, como plata limpia de ganga40.
5. ¿Qué dice, pues, este que viene a adorar al sacerdote de Dios y al sacerdote Dios? Dame un empleo cualquiera como sacerdote para poder comer un pedazo de pan. No pretendo ser colocado en el honor de mis padres, que no existe ya. Dame una parte de tu sacerdocio, ya que he escogido ser el ínfimo en la casa de Dios41; deseo ser un miembro cualquiera de tu sacerdocio. Por sacerdocio designa aquí al mismo pueblo, cuyo sacerdote es el Mediador de Dios y los hombres, el hombre Cristo Jesús. A este pueblo llama el apóstol San Pedro pueblo santo, sacerdocio real42.
Algunos han interpretado de tu sacrificio, no de tu sacerdocio; pero ello significa igualmente al pueblo cristiano. De ahí las palabras del apóstol San Pablo: Como hay un solo pan, aun siendo muchos, formamos un solo cuerpo43. Y cuando añade: para poder comer un pedazo de pan, expresa también con elegancia el mismo género de sacrificio, de que dice el mismo sacerdote: El pan que voy a dar es mi carne, para que el mundo viva44. He aquí el sacrificio, no según el orden de Aarón, sino según el orden de Melquisedec: que lo entienda el que lo lee.
De suerte que es breve, pero saludablemente humilde, la confesión contenida en estas palabras: Dame un empleo cualquiera como sacerdote para poder comer un pedazo de pan; aquí tenemos el óbolo de plata, porque es breve y es la palabra de Dios que habita en el corazón del creyente. Arriba había dicho que Él había dado a la casa de Aarón alimentos de las víctimas del Antiguo Testamento en aquellas palabras: Concedí a la familia de tu padre participar en las oblaciones de los israelitas; y éstos habían sido los sacrificios de los judíos. Por eso dice aquí comer un pedazo de pan, que en el Nuevo Testamento es el sacrificio de los cristianos.
CAPÍTULO VI
Sacerdocio y reino de los judíos, que aunque en su fundación se proclamaban eternos,
no permanecen, a fin de que se entendieran otros, cuya eternidad se promete
1. A pesar de haberse anunciado estas realidades con tal profundidad entonces y de brillar ahora con tal claridad, puede alguno con razón extrañarse y preguntar: ¿cómo podemos confiar nosotros en la realización futura de las predicciones de estos libros si no ha podido llevarse a efecto lo que anunció el oráculo divino: Tu familia y la familia de tu padre estarán siempre en mi presencia? Hemos visto, efectivamente, el cambio de aquel sacerdocio, y que no hay esperanza de que llegue alguna vez a cumplimiento lo que se prometió a aquella casa, puesto que se proclama más bien eterno el que le sucedió a éste cuando fue reprobado y cambiado.
Quien tal arguye no entiende, o no recuerda, que el mismo sacerdocio, según el orden de Aarón, fue establecido como figura del futuro sacerdocio eterno; y así, cuando se le prometió la eternidad, no se prometió a la misma sombra y figura, sino a quien estaba representado y figurado por ella. Y para que no se pensara que esa sombra había de permanecer, debió también anunciarse su cambio.
2. De este modo el reino de Saúl; que ciertamente fue reprobado y rechazado, era sombra del reino futuro destinado a durar eternamente. En efecto, el óleo con que fue ungido, y de cuya unción recibió el título de Cristo, debe ser entendido místicamente y considerado como un profundo misterio. Por eso lo honró tanto David en él, que sintió presa de pavor su corazón cuando, oculto en la oscura cueva adonde Saúl había también entrado urgido por una necesidad de la naturaleza, le cortó ocultamente por detrás un poco de su vestido para poder demostrar cómo lo había perdonado pudiendo matarlo, y quitar así de su ánimo la sospecha en que tenía al santo David por enemigo y lo perseguía con saña.
Tuvo gran miedo de hacerse reo de la profanación de tan profundo misterio en Saúl por haberse atrevido a tocar solamente su vestido. Se dice, en efecto: Le remordió la conciencia por haberle cortado a Saúl el borde del manto. Y también respondió a los que estaban con él y trataban de persuadirlo a que diera muerte a Saúl, caído en sus manos: Dios me libre de hacer eso a mi señor, el ungido del Señor, extender la mano contra él; es el Ungido del Señor45. Tal veneración se tributaba a esta sombra del futuro, no por ella misma, sino por lo que prefiguraba. Tenemos también lo que dijo Samuel a Saúl: Si hubieras cumplido la orden del Señor, tu Dios, Él consolidaría tu reino sobre Israel para siempre. En cambio, ahora tu reino no durará. El Señor se ha buscado un hombre a su gusto y lo ha nombrado jefe de su pueblo, porque tú no has sabido cumplir la orden del Señor46. No han de tomarse estas palabras como si Dios hubiera preparado un reino eterno al mismo Saúl, y, por su pecado, hubiera rehusado conservárselo, pues no ignoraba que pecaría; había preparado su reino como figura del reino eterno. Y por eso añadió: En cambio, ahora tu reino no durará. Duró, sí, y durará lo que se significó en él; pero no dudará para él, porque ni él había de reinar para siempre, ni su descendencia, para que ni siquiera sucediéndose unos a otros sus descendientes, pareciera cumplirse el oráculo para siempre.
Dice también: El Señor se ha buscado un hombre: ya designe a David, ya al mismo mediador del Nuevo Testamento, figurado en el óleo con que fue ungido David y sus descendientes. Y no busca el Señor un hombre como si no supiera dónde está, sino que habla por un hombre a usanza de los hombres, pues que nos busca hablando así.
No sólo el Dios Padre, sino también su Unigénito, que vino a buscar lo que se había perdido47, nos conocía tan cabalmente, que en él mismo habíamos sido elegidos antes de la creación del mundo48. Al decir, pues, se ha buscado, quiere decir que lo tendrá. Por ello en la lengua latina este verbo lleva preposición, y se dice adquirit (adquiere), cuyo significado es bien conocido. Aunque también, sin preposición, quærere (buscar) puede significar «adquirir»; de ahí que los lucros se llaman también «adquisiciones».
CAPÍTULO VII
Sobre la división del reino de Israel, que es figura de la división perpetua
entre el Israel espiritual y el Israel carnal
1. De nuevo pecó Saúl por desobediencia, y de nuevo Samuel le dijo en nombre del Señor: Por haber rechazado al Señor, el Señor te rechaza hoy como rey. Y una vez más le dijo por el mismo pecado, al reconocerlo Saúl y pedir perdón, rogando a Samuel que volviera con él para aplacar al Señor: No volveré contigo. Por haber rechazado la palabra del Señor, el Señor te rechaza como rey de Israel. Samuel dio media vuelta para marcharse. Saúl le agarró la orla del manto, que se rasgó, y Samuel le dijo: El Señor te arranca hoy el reino de Israel, y se lo entrega a otro más digno que tú. Israel quedará dividido en dos partes. Él no se arrepentirá ni se volverá atrás, porque no es un hombre para arrepentirse; el hombre amenaza y no persevera49.
Este a quien se dice:El Señor te rechaza como rey de Israel, y El Señor te arranca hoy el reino de Israel, reinó durante cuarenta años sobre Israel, tanto tiempo como el mismo David, y oyó esto al principio de su reinado. Con ello se nos quiere manifestar que nadie de su estirpe había de reinar; y que volvamos la mirada a la estirpe de David, de la cual nació según la carne el Mediador entre Dios y los hombres, el hombre Cristo Jesús.
2. No se lee en la Escritura lo que está en la mayor parte de los códices latinos: Arrancará el Señor el reino de Israel de tu mano, sino lo que hemos puesto nosotros tomado de los griegos: El Señor arrancará de Israel y de tu mano el reino, queriendo significar que de tu mano es igual que de Israel. Representaba, pues, este hombre figuradamente al pueblo de Israel, pueblo que había de ser el reino cuando entrara en posesión del reino, no carnal, sino espiritualmente, Cristo Jesús, Señor nuestro, por el Nuevo Testamento.
Cuando dice de él: Y lo daré a un allegado tuyo, se refiere al parentesco carnal, pues Cristo procede de Israel según la carne, lo mismo que Saúl. Pero al añadir: más digno que tú, se puede entender mejor que tú,ya que así lo han interpretado algunos; aunque el sentido de más digno que tú es más aceptable, equivaliendo a «como él es bueno, por eso está sobre ti», según aquella otra profecía: Mientras yo pongo a tus enemigos bajo tus pies50. Entre los cuales está Israel, a quien, como a perseguidor suyo, arrebató el reino Cristo. Aunque también estaba allí el otro Israel, en quien no había engaño51, especie de trigo entre paja. Porque de él procedían también los apóstoles, de él tantos mártires, el primero de los cuales fue Esteban; de él tantas iglesias que menciona el apóstol Pablo dando gloria a Dios por su conversión52.
3. Estoy bien seguro que a esto hay que aplicar las palabras que siguen: Israel quedará dividido en dos partes, es decir, el Israel enemigo de Cristo y el Israel que se une a Cristo; el Israel que pertenece a la esclava, y el Israel que pertenece a la libre. Pues estos dos linajes coexistían al principio, como si Abrahán estuviera unido aún a la esclava, hasta que la libre fecundada por la gracia de Cristo clamó: Expulsa a esa criada y a su hijo53.
A causa del pecado de Salomón, en el reinado de su hijo Roboán, sabemos que Israel fue dividido en dos y que persevero así, teniendo cada parte sus reyes, hasta que el pueblo entero, en un gran desastre, fue destruido y llevado por los caldeos. Pero ¿qué tiene que ver esto con Saúl, ya que tal amenaza debía hacerse más bien al mismo David, cuyo hijo era Salomón? En fin, ahora el pueblo hebreo no está dividido entre sí, sino dispersado indistintamente por todo el mundo y de acuerdo en un mismo error. Y aquella división con que Dios amenazó al mismo reino y al pueblo en la persona de Saúl, que los representaba, se consideró como eterna e inmutable a tenor de las palabras que siguen: Él no se arrepentirá ni volverá atrás, porque no es un hombre para arrepentirse; éste amenaza y no persevera. Es decir, el hombre amenaza y no persevera, pero no Dios, que no se arrepiente como el hombre. Aun cuando dice que se arrepiente, se quiere significar el cambio de las cosas, permaneciendo inmutable la presciencia divina. Cuando se dice que no se arrepiente, se debe entender que no cambia.
4. Por estas palabras vemos que Dios ha pronunciado una sentencia irrevocable y perpetua sobre esta división del pueblo de Israel. Cuantos han pasado, pasan o pasarán de ese pueblo a Cristo no eran de allí según la presciencia divina, aunque sí según la unidad e identidad de la naturaleza del género humano. Los israelitas que, uniéndose a Cristo, perseveran en Él, jamás estarán con los israelitas que perseveran siendo enemigos suyos hasta el fin de esta vida, sino que permanecerán en la división que se ha anunciado aquí. El Antiguo Testamento, que procede del monte Sinaí y que engendra hijos para la esclavitud54, no tiene utilidad alguna sino la de dar testimonio del Nuevo Testamento. Por lo demás, mientras se lee a Moisés, se echa un velo sobre el corazón; y al pasar a Cristo, se quita ese velo55. Lo que cambia es la intención de los que pasan del viejo al nuevo, no buscando ya la felicidad de la carne, sino la del espíritu.
Es así que el gran profeta Samuel, antes de ungir rey a Saúl, clamó al Señor por Israel y fue escuchado; y estando ofreciendo los holocaustos, al acercarse los enemigos en plan de batalla contra el pueblo de Dios, tronó el Señor sobre ellos, fueron confundidos, chocaron contra Israel y fueron vencidos. Entonces tomó Samuel una piedra, la colocó entre la nueva y la antigua Masefat y la llamó Abennézer, que quiere decir piedra de la ayuda, diciendo: Hasta aquí nos ayudó el Señor56. Masefat significa intención. La piedra del auxiliador es la mediación del Salvador, por quien hay que pasar de la Masefat antigua a la nueva, esto es, de la intención con que se esperaba en el reino de la carne la falsa felicidad carnal, a la intención con que se esperaba por el Nuevo Testamento, en el reino de los cielos, la auténtica felicidad espiritual. Y como no hay nada mejor, hasta a alcanzarla nos ayuda Dios.
CAPÍTULO VIII
Las promesas hechas a David en su hijo: en modo alguno se cumplieron en Salomón,
sino plenamente en Cristo
1. Me parece ya tiempo de poner en claro qué le prometió Dios a David, sucesor de Saúl en el reino, en cuyo cambio fue figura de aquel otro cambio final con el que se relaciona todo lo dicho y escrito por Dios y que pertenece al tema que nos ocupa. Habiéndole sucedido prósperamente muchas empresas al rey David, pensó levantar un templo a Dios, el templo tan excelente y famoso que fue construido más tarde por su hijo Salomón. Estando él en este pensamiento, dirigió el Señor la palabra al profeta Natán para que la transmitiera al rey. Le dijo que no sería David el que edificaría la casa, y que no había Él mandado en tan largo tiempo a nadie de su pueblo que le edificara una casa de cedro. Después le dijo: Di esto a mi siervo David: Así dice el Señor de los ejércitos: Yo te saqué de los apriscos, de andar tras las ovejas, para ser jefe de mi pueblo, Israel. Yo he estado contigo en todas las empresas; he aniquilado a todos tus enemigos; te haré famoso como a los más famosos de la tierra; daré un lugar a mi pueblo, Israel; lo plantaré para que viva en él sin sobresaltos, sin que vuelvan a humillarlo los malvados como antaño, cuando nombré jueces en mi pueblo, Israel; te daré paz con todos tus enemigos, y, además, el Señor te comunica que te dará una dinastía. Y cuando hayas llegado al término de tu vida y descanses con tus antepasados, estableceré después de ti a una descendencia tuya, nacida de tus entrañas, y consolidaré tu reino. Él edificará un templo en mi honor y yo consolidaré su trono real para siempre. Yo seré para él un padre, y él será para mí un hijo; si se tuerce, lo corregiré con varas y golpes, como suelen los hombres; pero no le retiraré mi lealtad como se la retiré a Saúl, al que aparté de mi presencia. Tu casa y tu reino durarán por siempre en mi presencia; tu trono permanecerá por siempre57.
2. Quien piense que esta gran promesa tuvo su cumplimiento en Salomón se encuentra en un grave error; se fija en las palabras Él edificará un templo en mi honor, porque Salomón construyó aquel noble templo; pero no se fija en las otras: Tu casa y tu reino durarán por siempre en mi presencia. Atienda, pues, y mire la casa de Salomón llena de mujeres extranjeras adorando falsos dioses, y al mismo rey, sabio en otro tiempo, seducido y arrastrado a la misma idolatría. A buen seguro que no osará pensar que Dios ha prometido esto con mentira, o que no pudo conocer cómo se había de portar Salomón y su casa. Ni aun así deberíamos dudar nosotros, aunque no viéramos el cumplimiento de estas profecías en Cristo nuestro Señor, que procede de la descendencia de David según la carne58, para no vernos forzados a buscar vana e inútilmente a otro mesías, como lo hacen los carnales judíos. Pues ellos mismos reconocen claramente que no es Salomón el hijo que leen se prometió a David en este lugar; y, sin embargo, a pesar de estar revelado con tal claridad el prometido, afirman con notable ceguera que todavía esperan a otro.
Es verdad que se verificó en Salomón, en cierto modo, una imagen de lo que vendría, precisamente en la construcción del templo, en el mantenimiento de la paz a tono con su nombre (Salomón quiere decir pacífico) y en la admirable alabanza que mereció al comienzo de su reinado. Pero en su misma persona, como sombra del futuro, anunciaba, no mostraba, a Cristo Señor nuestro. Por ello se escribieron de él algunas cosas, como si fueran predicciones sobre él mismo, cuando la Escritura santa, que mezcla la profecía con los hechos realizados, nos dibuja en él, en cierto modo, la figura de cosas futuras. Pues, aparte de los libros históricos, donde se cuenta su reinado, tenemos inscrito a nombre suyo el salmo setenta y uno. En él se dicen muchas cosas que de ningún modo pueden convenirle, y, en cambio, le convienen a Cristo el Señor con clara transparencia: aparece evidentemente que en aquél se dibujó cierta figura y en éste se presentó la misma realidad. Son bien conocidas, de hecho, las fronteras del reino de Israel; y, no obstante, en este salmo se lee, entre otras cosas:Dominará de un mar a otro, y desde el río a los confines de la tierra59. Esto lo vemos cumplido en Cristo. Comenzó su dominio desde el río, donde, bautizado por Juan y mostrado por él, comenzó a ser conocido por sus discípulos, que lo llamaron no sólo Maestro, sino también Señor.
3. Salomón comenzó a reinar todavía en vida de su padre, lo que no sucedió con ninguno de aquellos reyes; para manifestar claramente con esto que no es él a quien figura esta profecía, que se dirige a su padre diciendo: Y cuando hayas llegado al término de tu vida y descanses con tus antepasados, estableceré después de ti a una descendencia tuya, nacida de tus entrañas, y consolidaré tu reino.¿Cómo en lo que sigue: Él edificará un templo en mi honor, se ha de juzgar que está profetizado Salomón, y, en cambio, en lo que antecede: Cuando hayas llegado al término de tu vida y descanses con tus antepasados, estableceré después de ti a una descendencia tuya, no se ha de entender que ha sido prometido el otro pacífico, que ha de levantarse, según el anuncio, no antes, como aquél, sino después de la muerte de David? Pues por mucho tiempo después que viniera Cristo, sin duda era después de la muerte del rey David, a quien se prometió que era preciso viniera él a edificar la casa del Señor, no de madera y piedra, sino de hombres, como nos regocijamos de que la está edificando. A esta casa, esto es, a los fieles de Cristo, dice el Apóstol: El templo de Dios es santo, y ese templo sois vosotros60.
CAPÍTULO IX
Cuán semejante es la profecía sobre Cristo en el salmo 88 a las promesas
que se hacen en los libros de los Reyes por boca del profeta Natán
Por esto también, en el salmo 88, titulado «Instrucción a Etán israelita», se hace mención de las promesas hechas por Dios al rey David, y se dicen algunas cosas semejantes a las que se encuentran en el libro de los Reyes; tales son: He jurado a David, mi siervo: Te fundaré un linaje perpetuo. Y también aquello: Un día hablaste en visión a tus amigos: He ceñido la corona a un héroe, he levantado un soldado contra el pueblo. Encontré a David, mi siervo, y lo he ungido con óleo sagrado; para que mi mano esté siempre con él y mi brazo lo haga valeroso no lo engañará el enemigo ni los malvados lo humillarán; ante él desharé a sus adversarios y heriré a los que me odian. Mi fidelidad y misericordia lo acompañará, por mi nombre crecerá su poder; extenderé su izquierda hasta el mar, y su derecha hasta el gran río. Él me invocará: Tú eres mi padre, mi Dios, mi roca salvadora. Y yo lo nombraré mi primogénito, excelso entre reyes de la tierra. Le mantendré eternamente mi favor, y mi alianza con él será estable; le daré una posteridad perpetua y un trono duradero como el cielo61.
Todas estas palabras, si se las entiende bien, se refieren al Señor Jesús bajo el nombre de David, a causa de la forma de siervo que el mismo Mediador tomó del linaje de David en el seno de una virgen. A continuación se dice también de los pecados de sus hijos algo semejante a lo que se dice en el libro de los Reyes, y que con facilidad se le aplicaría a Salomón. Pues dice allí, en el libro de los Reyes: Si se tuerce, lo corregiré con varas y golpes, como suelen los hombres; pero no le retiraré mi lealtad62. Por los golpes se significan las heridas de la corrección, de donde el aviso: No toquéis a mis ungidos63. ¿Qué quiere decir sino que no los «molestéis»?
Y en el salmo se dice, como tratando de David, algo semejante: Si sus hijos abandonan mi ley y no siguen mis mandamientos, si profanan mis preceptos y no guardan mis mandatos, castigaré con la vara sus pecados y a latigazos sus culpas; pero no le retiraré mi favor64. No dijo «les» hablando de sus hijos, sino que dijo «le»; bien entendido, tiene el mismo sentido. Porque no se pueden encontrar en el mismo Cristo, cabeza de la Iglesia, los pecados que necesitan del castigo divino con correctivos humanos, salvada siempre la misericordia, pero sí se encuentran en su cuerpo y sus miembros, que forman su pueblo. Por eso en el libro de los Reyes se habla de la iniquidad de él, y en el salmo, en cambio, de la de sus hijos; para darnos a entender que en cierto modo se dice de él mismo lo que se dice de su pueblo. Razón por la cual él mismo le dice, desde el cielo a Saulo cuando perseguía a su cuerpo, que son sus fieles: Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?65 Y en el salmo a continuación dice: No faltaré jamás a la verdad, ni violaré mi alianza, ni cambiaré mis promesas. Una vez juré por mi santidad no faltar a mi palabra con David. Es decir, que jamás mentiré a David; locución habitual en la Escritura. Y qué es que no miente, lo dice a continuación: Su linaje será perpetuo, y su trono, como el sol en mi presencia, como la luna, que siempre permanece y es testimonio fiel en el cielo66.
CAPÍTULO X
Cuán grandes diferencias entre lo que sucedió en el reino de la terrena Jerusalén
y las promesas que había hecho Dios para dar a entender que la verdad de la promesa
pertenecía a la gloria de otro rey y otro reino
Después de las eficacísimas garantías de tan importante promesa, a fin de que no se tuvieran por cumplidas en Salomón, como si esperara y no se cumpliera esto, dice:Pero Tú, Señor, lo has rechazado y desechado. Esto sucedió con el reino de Salomón en sus descendientes, hasta la ruina de la misma Jerusalén terrena, que fue la sede de su Imperio, y, sobre todo, hasta la destrucción del mismo templo que había sido edificado por Salomón. Pero para que no se pensase por esto que el Señor había obrado contra sus promesas, añadió en seguida: Has dado largas a tu Cristo67. Si se han dado largas al Cristo del Señor, no lo es ni a Salomón ni al mismo David. Todos los reyes consagrados con aquel crisma místico eran llamados cristos del Señor, no sólo desde el rey David en adelante, sino también desde Saúl, que fue ungido primer rey de este pueblo68; el mismo David, en efecto, lo llama cristo del Señor. Pero había un solo Cristo verdadero, cuya figura representaban aquéllos por la unción profética; y éste, según el sentir de los hombres, que pensaban había de ser visto en David o en Salomón, era diferido para muy largo tiempo; pero, según la disposición de Dios, era preparado para venir en su tiempo.
Y mientras éste llegaba, ¿qué sucedió con el reino de la Jerusalén terrena, donde se esperaba que reinaría él? Lo añade el salmo a la seguida: Has roto la alianza con tu siervo y has profanado hasta el suelo su corona; has derribado sus murallas y derrocado sus fortalezas; todo viandante lo saquea, y es la burla de sus vecinos; has sostenido la diestra de sus enemigos y has dado el triunfo a sus adversarios; pero a él le has embotado la espada y no lo has confortado en la pelea; has quebrado su cetro glorioso y has derribado su trono; has acortado los días de su juventud y lo has cubierto de ignominia69. Todas estas desgracias cayeron sobre la esclava Jerusalén en que reinaron también algunos hijos de la libre, poseyendo aquel reino en administración temporal, pero teniendo en la verdadera fe el reino de la Jerusalén celestial, de quien eran hijos, y esperando en el verdadero Cristo. Cómo tuvo lugar esto en ese reino nos lo demuestra la lectura de la historia que narra los acontecimientos.
CAPÍTULO XI
La naturaleza del pueblo de Dios realizada por la encarnación de Cristo,
único que tuvo el poder de arrancar su alma de los infiernos
Tras estos vaticinios, el profeta se vuelve para rogar a Dios; aunque esa misma oración es ya una profecía: ¿Hasta cuándo, Señor, apartas para siempre?70 Se sobreentiende tu rostro, como se dice en otra parte: ¿Hasta cuándo apartarás de mí tu rostro?71 Ciertos códices no dicen apartas, sino «apartarás»; bien que se puede entender: «Apartas tu misericordia, que prometiste a David». Y la palabra in finem, ¿qué significa sino «hasta el fin»? Y este fin debe interpretarse como el último tiempo, en que creerá en Cristo Jesús incluso esa nación; pero antes de tal fin se habrán de realizar las calamidades lloradas más arriba por el profeta.
Por ello continúa aquí: Arderá como un fuego tu cólera. Recuerda de qué estoy hecho. Nada se entiende mejor aquí que el mismo Jesús como parte de ese pueblo, del cual procede su naturaleza carnal. Pues -dice- no en vano has creado todos los hijos de los hombres72. Si no fuera el único Hijo de hombre parte de Israel, por quien se librarán muchos hijos de los hombres, en vano habrían sido creados todos los hijos de los hombres. Ahora bien, toda la naturaleza humana cayó por el pecado del primer hombre de la verdad a la miseria, y así dice otro salmo: El hombre es igual que un soplo; sus días, una sombra que pasa73. Aunque no en vano creó Dios a todos los hijos de los hombres, ya que libra a muchos de la desventura por el mediador Jesús; y respecto a los que supo que no se habían de librar, no los creó en vano en el magnífico y ordenado concierto de la creación racional entera; los creó para utilidad de los que se habían de librar y para comparación por contraste de las dos ciudades entre sí.
Luego sigue: ¿Quién vivirá sin ver la muerte? ¿Quién sustraerá su vida a la garra del abismo?74 ¿Quién puede ser éste sino la parte de Israel procedente de la estirpe de David, Cristo Jesús? De él dice el Apóstol que, resucitado de la muerte, no muere ya más, que la muerte no tiene dominio sobre él75. Así vivirá, en efecto, y no verá la muerte, aunque en realidad haya muerto; pero arrancó su alma del poder del abismo, adonde había bajado para romper las ligaduras infernales de algunos. Y arrancó su alma en virtud de aquel poder de que habla el Evangelio: Está en mi mano desprenderme de mi vida y está en mi mano recobrarla76.
CAPÍTULO XII
A qué persona pertenece la insistente súplica de las promesas de que se habla
en el salmo: «¿Dónde está, Señor, tu antigua misericordia?», etc.
El resto de este salmo dice: ¿Dónde está, Señor, tu antigua misericordia, que por tu fidelidad juraste a David? Acuérdate, Señor, de la afrenta de tus siervos: lo que tengo que aguantar de las naciones, de cómo afrentan, Señor, tus enemigos, de cómo afrentan las huellas de tu Ungido.Con razón puede cuestionarse si esto se dice de los israelitas que deseaban se les devolviera a ellos la promesa hecha a David, o más bien de los cristianos, que son israelitas, no según la carne, sino según el espíritu. Porque estas cosas fueron dichas o escritas en el tiempo de Etán, de quien recibió el título este salmo; tiempo también del reino de David. Y así, no se diría: ¿Dónde está, Señor, tu antigua misericordia que por fidelidad juraste a David?A no ser que el profeta transfigurara en sí la persona de aquellos que habían de vivir en un futuro lejano, para quienes sería antiguo este tiempo, en que se formularon al rey David estas promesas.
Aunque puede entenderse que muchas naciones, cuando perseguían a los cristianos, les echaban en cara la Pasión de Cristo, llamada mutación por la Escritura, ya que muriendo se hizo inmortal. Puede también entenderse la mutación de Cristo como echada en rostro a los israelitas, pues esperando que vendría para ellos, se pasó a los gentiles. Esto mismo les reprochan ahora muchas naciones que han creído en Él por el Nuevo Testamento, mientras ellos permanecen en sus antiguallas. Y entonces las palabras: Acuérdate, Señor, de las afrentas de tu siervo, no vienen a que el Señor se olvide de ellos, sino a que tiene compasión, y después de este reproche también ellos han de creer.
Pero me parece más apropiado el sentido que propuse, ya que esta expresión: Acuérdate, Señor, de las afrentas de tu siervo, no se adapta bien a los enemigos de Cristo, a quienes se echa en cara que Cristo les haya dejado a ellos pasándose a las naciones; en efecto, no deben llamarse siervos de Dios tales judíos. En cambio, corresponden estas palabras a quienes, soportando graves humillaciones de persecuciones por el nombre de Cristo, pudieron recordar que había sido prometido a la descendencia de David un reino excelso, y, llevados del deseo del mismo, es decir, no desesperando, sino pidiendo, buscando, llamando: ¿Dónde está, Señor, tu antigua misericordia, que por tu fidelidad juraste a David? Acuérdate, Señor, de la afrenta de tu siervo: lo que tengo que aguantar de las naciones; esto es, lo que soporté con paciencia en mi interior; de cómo afrentan, Señor, tus enemigos, de cómo afrentan las huellas de tu Ungido; no juzgándolas, en cambio, sino como anonadamiento. Y ¿qué quiere decir Acuérdate, Señor, sino compadécete, y por mi humillación soportada con tal paciencia, devuélveme la altura que prometiste a David con juramento en tu fidelidad?
Si atribuimos estas palabras a los judíos, sólo pudieron decir tales cosas aquellos siervos de Dios que, después de tomada la Jerusalén terrena, antes de venir Jesucristo en su humanidad, fueron conducidos a la cautividad, comprendiendo el cambio de Cristo, es decir, que no se había de esperar por él la felicidad terrena y carnal, como se manifestó en los breves años del rey Salomón, sino que se había de esperar con fidelidad la celestial y espiritual. E ignorando esta felicidad la infidelidad de las naciones, cuando se regocijaba e insultaba al pueblo de Dios por su cautividad, ¿qué otra cosa sino el cambio de Cristo les reprochaba, aunque sin darse cuenta, a los que lo sabían?
Por esto lo que sigue, la conclusión del salmo: Bendito el Señor por siempre. ¡Amén! ¡Amén!77, se apropia convenientemente a todo el pueblo de Dios que pertenece a la Jerusalén celestial, ya en los que estaban ocultos en el Antiguo Testamento, antes de revelarse el Nuevo, ya en los que, después de revelarse el Nuevo, se ve claramente que pertenecen a Cristo. Porque la bendición del Señor en la descendencia de David no apareció para sólo algún tiempo, como en los días de Salomón, sino que debe esperarse para siempre; y en esa esperanza certísima se dice: ¡Amén! ¡Amén!La repetición de esta palabra señala la confirmación de la esperanza.
Así, David, dándose cuenta de esto, dice en el segundo libro de los Reyes, del cual hemos pasado a este salmo: Has hecho a la casa de tu siervo una promesa para el futuro;añadiendo por eso poco después: Dígnate, pues, bendecir a la casa de tu siervo para que esté siempre en tu presencia78; y lo que sigue. Porque entonces había de engendrar un hijo cuya descendencia se prolongaría hasta Cristo, mediante el cual su casa había de ser eterna y a la vez casa de Dios. Casa de David por el linaje de David; y la casa misma, casa de Dios, por el templo de Dios: templo hecho de hombres, no de piedras, donde habite para siempre el pueblo con su Dios y en su Dios, y Dios con su pueblo y en medio de su pueblo; de tal suerte que Dios llene a su pueblo, y el pueblo esté lleno de Dios, cuando Dios sea todo para todos79: el premio en la paz, el mismo que es la fuerza en la guerra.
Así, a las palabras de Natán: Te anunciará el Señor que le edificarás una casa, corresponden las de David: Tú, Señor de los ejércitos, Dios de Israel, has hecho a tu siervo esta revelación: Te edificaré una casa80. Casa que también nosotros edificamos viviendo bien, y ayudándonos Dios para vivir bien; porque si el Señor no construye la casa, en vano se cansan los albañiles81. Cuando tenga lugar la última edificación de esta casa, entonces se cumplirá lo que dijo Dios aquí por el profeta Natán: Daré un puesto a mi pueblo, Israel; lo plantaré para que viva en él sin sobresaltos, sin que vuelvan a humillarlo los malvados como antaño, cuando nombré jueces en mi pueblo, Israel82.
CAPÍTULO XIII
¿Se puede asignar a los tiempos que corrieron bajo Salomón
el cumplimiento de la paz prometida?
Quien espera bien tan grande en este siglo y en esta tierra está calificado de insensato. ¿Puede pensar alguno que fue cumplido en la paz del reino de Salomón? Cierto, la Escritura encomia con excelente elogio aquella paz como sombra del futuro. Pero ella misma se apresura a salir al paso de esa opinión cuando, después de decir: Sin que vuelvan a humillarlo los esclavos, sigue diciendo: como antaño, cuando nombré jueces en mi pueblo, Israel. Pues antes que comenzasen a existir allí los reyes, ya los jueces habían sido establecidos sobre aquel pueblo, desde que recibió la tierra de promisión. Y ciertamente lo humilló el hijo de la iniquidad, esto es, el enemigo extranjero, durante los períodos en que leemos alternaban la paz y las guerras. Se encuentran, no obstante, períodos de paz más prolongados que los que hubo en tiempos de Salomón, que reinó durante cuarenta años. Pues bajo el juez llamado Aod hubo un período de paz de ochenta años83.
Desechamos, pues, la idea de que son los tiempos de Salomón los anunciados en esta promesa, y mucho menos los de cualquier otro rey. Ninguno de ellos reinó en una paz tan grande como la suya; ni jamás aquel pueblo tuvo tal dominio del reino que no estuviera preocupado por la sumisión a los enemigos, ya que, en la volubilidad de las cosas humanas, ningún pueblo tuvo nunca tal seguridad que se viera libre de ataques funestos a su vida. Por consiguiente, el lugar prometido de mansión tan pacífica y segura es eterno y se debe a los moradores eternos de la madre libre Jerusalén, donde estará el verdadero pueblo de Israel; porque este nombre significa «el que ve a Dios». Por el deseo de este pueblo es preciso llevar una vida santa por la fe en este peregrinar lleno de miserias.
CAPÍTULO XIV
Empeño de David en la disposición y misterio de los salmos
Desarrollándose así a través de los tiempos la ciudad de Dios, reinó David primeramente en la Jerusalén terrena, sombra del futuro. Era David hombre erudito en el arte del canto, y amaba la armonía musical, no por un deleite vulgar, sino por sentimiento religioso, sirviendo en ella a su Dios, el verdadero Dios, en transporte místico de una gran realidad. Porque el concierto apropiado y moderado de los diversos sonidos manifiesta con su armoniosa variedad la unidad compacta de una ciudad bien ordenada. Casi todas sus profecías se encuentran en los salmos, que en número de ciento cincuenta tenemos en un libro llamado «Salterio».
Piensan algunos que de esos salmos sólo son de David los que llevan su nombre. Otros creen que no han sido compuestos por él sino los que llevan la inscripción Del mismo David, y, en cambio, los que tienen en el título al mismo David, compuestos por otros, habrían sido colocados bajo su nombre. Esta opinión queda refutada por boca del mismo Salvador cuando dice que el mismo David anunció en el espíritu que Cristo es su Dios84, y esto es precisamente el comienzo del salmo ciento nueve: Oráculo del Señor a mi Señor: Siéntate a mi derecha y haré de tus enemigos estrado de tus pies85. Y este salmo no tiene precisamente el título Del mismo David, sino, como muchísimos, Al mismo David.
A mí me parece más aceptable la opinión de los que atribuyen a su obra todos esos ciento cincuenta salmos, y que intituló algunos con el nombre de otros personajes que representaban alguna figura que hacía al caso, y los demás tuvo a bien dejarlos sin nombre alguno, y que todo ello fue una inspiración del Señor, oscura, desde luego, pero no sin motivo. No es objeción válida contra esto el que se encuentren inscritos en algunos de estos salmos los nombres de ciertos profetas que vivieron mucho después del tiempo del rey David, y que lo que se dice allí parece dicho por ellos. Bien pudo el espíritu profético revelar al rey profeta David estos nombres de los futuros profetas para que cantara proféticamente algo acomodado a la persona de éstos. Como el rey Josías, que había de nacer y reinar más de trescientos años después, le fue revelado con su nombre a cierto profeta que predijo también sus hechos futuros86.
CAPÍTULO XV
¿Deben aducirse para el contexto de esta obra todas las profecías de los salmos
sobre Cristo y la Iglesia?
Me parece que ya se espera de mí explique en este lugar qué es lo que profetizó David en los salmos sobre Cristo nuestro Señor y su Iglesia. Para llevar a cabo esta empresa, como parece exigirlo esa espera (aunque ya lo he hecho con un salmo), me es más bien un obstáculo la abundancia que la escasez. En efecto, no puedo citarlo todo en gracia de la brevedad; temo, por otra parte, que al elegir algunos textos pase por alto otros que a muchos, conocedores de los mismos, parezcan más necesarios. Además, como el testimonio que se aduce del contexto de todo el salmo debe tener la garantía de que nada existe que se le oponga, si no apoya todo el contenido, temo también pueda parecer que, a usanza de los centones, andamos desgajando versículos para nuestro intento, como de un gran poema que no trata de ese asunto, sino de otro muy diverso. Pero para demostrar esto en cada uno de los salmos se hace preciso exponerlo todo entero; y cuál sea la envergadura de obra semejante lo declaran suficientemente mis tratados y los que han llevado a cabo otros. Léalos, pues, quien lo desee y tenga tiempo; allí encontrará las muchas y grandes profecías que David, rey y profeta, hizo sobre Cristo y su Iglesia, es decir, sobre el Rey y la ciudad que fundó.
CAPÍTULO XVI
Cosas que en realidad o en figura se dicen en el salmo 44 referentes
a Cristo y a la Iglesia
1. Aunque sobre cualquier cuestión hay palabras proféticas propias y manifiestas, necesariamente van entreveradas con otras metafóricas. Y éstas, sobre todo por los de inteligencia más corta, exigen de los entendidos un duro esfuerzo de exposición y comentario. Cierto que algunos pasajes, con sólo su lectura, nos muestran a Cristo y a la Iglesia; bien que; teniendo espacio, siempre hay que explicar ciertas cosas que no se entienden tan claramente; tal es el siguiente pasaje del libro de los Salmos:Me brota del corazón un poema bello, recito mis versos a un rey; mi lengua es ágil pluma de escribano. Eres el más bello de los hombres, en tus labios se derrama la gracia, el Señor te bendice eternamente. Cíñete al flanco la espada, valiente: es tu gala y tu orgullo; cabalga victorioso por la verdad y la justicia, tu diestra te enseñe a realizar proezas. Tus flechas son agudas, los pueblos se rinden, se acobardan los enemigos del rey. Tu trono, ¡oh Dios!, permanece para siempre; cetro de rectitud es tu cetro real; has amado la justicia y odiado la impiedad: por eso el Señor, tu Dios, te ha ungido con aceite de júbilo entre todos tus compañeros. A mirra, áloe y acacia huelen tus vestidos, desde los palacios de marfiles te deleitan las arpas. Hijas de reyes salen a tu encuentro87.
¿Quién, por tardo que sea de entendimiento, oyendo hablar a Dios, cuyo trono es eterno, no reconoce aquí a Cristo, a quien predicamos y en quien creemos, y este mismo Cristo ungido por Dios a la manera que Él unge, no con crisma visible, sino con espiritual e inteligible? ¿Quién hay tan ignorante en esta religión, o tan sordo frente a su fama tan difundida, que desconozca que ha sido llamado Cristo por el crisma, esto es, por la unción? Pero una vez reconocido Cristo como rey, el que se ha sometido al que es rey de verdad, de mansedumbre y de justicia, que investigue según sus disponibilidades todo lo que aquí se dice metafóricamente: cómo es el más bello de los hombres, con una hermosura tanto más amable y admirable, cuanto menos corporal; cuál es su espada, cuáles son sus flechas, y todo lo demás que se ha expuesto no propia, sino metafóricamente.
2. A continuación mire a su Iglesia, unida a esposo tan ilustre en matrimonio espiritual y amor divino. De ella se habla a continuación: De pie a tu derecha está la reina enjoyada con oro de Ofir. Escucha, hija, mira: inclina el oído, olvida tu pueblo y la casa paterna: prendado está el rey de tu belleza; póstrate ante él, que él es tu señor. La ciudad de Tiro viene con regalos, los pueblos más ricos buscan tu favor. Ya entra la princesa bellísima, vestida de perlas y brocado; la llevan ante el rey con séquito de vírgenes, la siguen sus compañeras: las traen entre alegría y algazara, van entrando en el palacio real. A cambio de tus padres tendrás hijos, que nombrarás príncipes por toda la tierra. Quiero hacer memorable tu nombre por generaciones y generaciones, y los pueblos te alabarán por los siglos de los siglos88.
No creo haya nadie tan insipiente que pueda pensar se celebra y se describe aquí a cualquier mujerzuela, sino que es la esposa de aquel a quien se dice: Tu trono, ¡oh Dios!, permanece para siempre cetro de rectitud es tu cetro real; has amado la justicia y odiado la impiedad: por eso el Señor, tu Dios, te ha ungido con aceite de júbilo entre todos tus compañeros. Se trata aquí de Cristo, a los ojos de los cristianos. Éstos son sus compañeros, de cuya unidad y concordia en todos los pueblos surge esta reina, de la que se dice en otro salmo: Ciudad del gran rey89. Ella es la Sión espiritual, cuyo nombre significa «contemplación»; porque ella contempla el gran bien del siglo futuro, ya que allí se dirige su intención. Ella es también de igual modo la Jerusalén espiritual, de la que ya hemos hablado mucho.
Su enemiga es la ciudad del diablo, Babilonia, que significa «confusión». De esta Babilonia, sin embargo, se libra esta reina por la regeneración en todos los pueblos, y pasa así del peor al mejor de los reyes, esto es, del diablo pasa a Cristo. Por eso se le dice: Olvida tu pueblo y la casa paterna. De esa ciudad impía son una parcela los israelitas por sola la carne, no por la fe; enemigos también ellos de este gran rey y de esta reina. Pues habiendo venido a ellos Cristo y siendo muerto por ellos, se pasó a otros que no había visto en la carne. De ahí que en la profecía de cierto salmo dice ese rey nuestro: Me libraste de las contiendas de mi pueblo, me hiciste cabeza de naciones, un pueblo extraño fue mi vasallo; me escuchaban y me obedecían90. Éste es el pueblo de los gentiles, a quien no conoció Cristo con presencia corporal, y que creyó en Cristo cuando le fue anunciado, de suerte que justamente se dice de él: Me escuchaban y me obedecían91; porque la fe viene del oído. Este pueblo -digo-, agregado a los verdaderos israelitas, según la carne y la fe, es el que forma la ciudad de Dios, que dio a luz también a Cristo cuando existía sólo en aquellos israelitas. De los cuales procedía la Virgen María, en cuyo seno tomó carne Cristo para hacerse hombre.
De esta ciudad canta otro salmo: Se dirá de Sión: Uno por uno, todos han nacido en ella; el Altísimo en persona la ha fundado92. ¿Quién es este Altísimo, sino Dios? Y por eso Cristo Dios, antes de hacerse hombre por medio de María en aquella ciudad, la fundó él mismo en los patriarcas y profetas. A esta reina, pues, ciudad de Dios, se dijo tanto tiempo antes por la profecía lo que ya vemos cumplido: A cambio de tus padres tendrás hijos, que nombrarás príncipes por toda la Tierra.De sus hijos, en efecto, hay jefes y padres a través de toda la Tierra, ya que la aclaman los pueblos acudiendo a ella con una confesión de eterna alabanza por los siglos de los siglos. Por consiguiente, cuanto se diga aquí veladamente en expresiones figuradas, de cualquier modo que se entienda, debe estar de acuerdo con estas cosas tan manifiestas.
CAPÍTULO XII
Lo que en el salmo 109 se refiere al sacerdocio de Cristo y en el 21 a su pasión
Lo mismo ocurre en el salmo en que se habla clarísimamente del sacerdocio de Cristo, como en el otro de su reinado: Oráculo del Señor a mi Señor: Siéntate a mi derecha y haré de tus enemigos estrado de tus pies. Que Cristo está sentado a la diestra de Dios Padre es una verdad que creemos, no lo vemos; que sus enemigos estén puestos bajo sus pies, aún no aparece; se está llevando a cabo, aparecerá al fin; también esto se cree ahora, se verá después. Pero lo que sigue: Desde Sión extenderá el Señor el poder de tu cetro; somete en la batalla a tus enemigos, es tan manifiesto, que el negarlo sería no sólo infidelidad e infelicidad, sino también desfachatez.
Confiesan los mismos enemigos que desde Sión fue promulgada la ley de Cristo, que nosotros llamamos Evangelio, y reconocemos como cetro de su poder. Que Él reina en medio de sus enemigos lo atestiguan los mismos entre quienes reina, rechinando los dientes y deshaciéndose, pero sin poder nada contra Él.
Algo después dice: El Señor lo ha jurado y no se arrepiente. Con estas palabras significa que será eterno lo que añade: Tú eres sacerdote eterno según el rito de Melquisedec93. Porque no existirá ya el sacerdocio y el sacrificio según el rito de Aarón, y se ofrecerá por doquier por el sacerdote Cristo el que ofreció Melquisedec cuando bendijo a Abrahán94. ¿Quién se atreverá a dudar de quién dijo esto? Y a estas cosas claras hay que referir otras, expresadas algo más oscuramente en el mismo salmo, si se han de entender rectamente. Lo cual ya hemos hecho nosotros en nuestros sermones al pueblo.
Así, en aquel salmo donde Cristo expresa por la profecía la humillación de su Pasión diciendo: Me taladran las manos y los pies, puedo contar mis huesos. Ellos me miran triunfantes. Con estas palabras se significó el cuerpo extendido en la cruz, con pies y manos sujetas y traspasadas con los clavos, y ofreciéndose de este modo en espectáculo a los que lo contemplaban y observaban. Y añade también: Se reparten mi ropa, echan a suerte mi túnica95. La historia evangélica nos cuenta cómo se cumplió esta profecía96.
Así se entienden rectamente otros detalles que se citan allí con menor claridad si están de acuerdo con las cosas que brillan con tal claridad; sobre todo, porque los hechos que no creemos como pasados, sino que vemos presentes, al igual que se leen anunciados tanto tiempo antes, se ven ya manifiestos ahora en el mundo entero. En efecto, se dice un poco después: Lo recordarán y volverán al Señor hasta los confines del orbe; en su presencia se postrarán las familias de los pueblos. Porque del Señor es el reino, Él gobierna a los pueblos97.
CAPÍTULO XVIII
Profecías sobre la muerte y resurrección del Señor en los salmos 3, 40, 15 Y 67
1. Tampoco los oráculos de los salmos pasaron en silencio su resurrección. ¿Qué significa si no lo que en nombre suyo se canta en el salmo tercero: Yo me dormí y me entregué a un profundo sueño, y me levanté porque el Señor me tomó bajo su amparo?98 ¿Puede alguien errar tanto hasta pensar que el profeta quiso indicarnos algo grande por lo de dormir y levantarse, si este sueño no fuese la muerte, y el despertar la resurrección, que fue preciso profetizar en tales términos de Cristo? Esto se pone mucho más de manifiesto en el salmo 40, donde, según la costumbre, se narran en la persona del mismo Mediador como pasadas las cosas que se profetizan como futuras, porque las que habían de venir se tomaban ya en la predestinación y presciencia de Dios como realizadas, por ser seguras. Dice: Mis enemigos me desean lo peor: A ver si se muere y se acaba su apellido. El que viene a verme habla con fingimiento, disimula su mala intención; y cuando sale afuera la dice. Mis adversarios se reúnen a murmurar contra mí, hacen cálculos siniestros: ¿Acaso el que duerme ha de volver a levantarse? Cierto, estas palabras no tienen otro sentido que: ¿acaso el que muere ha de resucitar? Pues lo que antecede demuestra que sus enemigos habían pensado y preparado su muerte, y que esto había sido llevado a cabo por el que entraba a ver y salía a traicionar. ¿A quién no se le ocurre pensar que éste es Judas, hecho de discípulo, traidor? Y como habían de hacer lo que maquinaban, es decir, le habían de dar muerte, demostrándoles la ineficacia de su malicia al tratar de dar muerte en vano al que había de resucitar, añadió ese verso como diciendo: «¿Qué hacéis, necios? Vuestro crimen será mi sueño». ¿Acaso el que duerme ha de volver a levantarse?
Sin embargo, el gran crimen que iban a cometer no había de quedar impune, como lo indican los versos siguientes: Incluso mi amigo, de quien yo me fiaba, que compartía mi pan, es el primero en traicionarme; es decir, me ha pisoteado. Pero Tú, Señor, apiádate de mí, haz que pueda levantarme para que yo les dé su merecido99. ¿Quién puede negar esto viendo a los judíos tras la muerte y la resurrección de Cristo arrancados de raíz de sus moradas con los estragos y destrucción de la guerra? Pues el que había sido muerto por ellos resucitó infligiéndoles un correctivo corporal, a más del que reserva para los incorregibles, cuando venga a juzgar a los vivos y a los muertos. El mismo Señor Jesús, descubriendo a los apóstoles el traidor al alargarle el pan100, mencionó el verso de este salmo diciendo que se cumplía en sí mismo: El que compartía mi pan es el primero en traicionarme. Aquello de quien yo me fiaba no conviene a la cabeza, sino al cuerpo, pues el Salvador conocía a aquel de quien ya había dicho antes: Uno de vosotros es un diablo101. Pero acostumbra a referir a sí la persona de sus miembros y atribuirse lo que es de ellos, porque la cabeza y el cuerpo son un solo Cristo. Y por eso aquello del Evangelio: Tuve hambre y me disteis de comer, que explica diciendo: Cada vez que lo hicisteis con un hermano mío de ésos más humildes, lo hicisteis conmigo102. Así dijo que había esperado lo que habían esperado de Judas sus discípulos cuando fue agregado a los apóstoles.
2. Pero los judíos piensan que el Cristo que esperan no ha de morir. Por eso no creen que el nuestro es el anunciado por la Ley y los Profetas, sino no sé qué otro suyo, que se figuran ajeno a la prueba de la muerte. Y así sostienen con sorprendente ingenuidad y ceguera que las palabras citadas no significan la muerte y la resurrección, sino el sueño y el despertar. Pero bien claro les grita el salmo decimoquinto: Por eso se me alegra el corazón, se gozan mis entrañas, y mi carne descansa en la esperanza. Porque no abandonarás mi alma en el abismo ni dejarás a tu fiel conocer la corrupción103. ¿Quién sino el que resucitó al tercer día podía decir que su carne había descansado con la esperanza de no ser abandonada por su alma en el Infierno, sino de ser vivificada al tornar ésta a fin de que no se corrompiese como se corrompen los cadáveres? Ciertamente no pueden aplicar esto al profeta y rey David.
También les grita el salmo 67: Nuestro Dios es un Dios que salva, y el Señor saldrá de la muerte104. ¿Se puede decir cosa más clara? El Dios que salva es el Señor Jesús, que quiere decir Salvador o salud. La explicación de este nombre se dio cuando se dijo antes de nacer de una virgen: Dará a luz un hijo y le pondrás de nombre Jesús, porque Él salvará a su pueblo de los pecados105. Para remisión de esos pecados fue derramada su sangre y fue preciso que no tuviera otra salida de esta vida que la muerte. Por eso cuando se dijo: Nuestro Dios es un Dios que salva, se añadió a continuación: El Señor saldrá de la muerte; para dar a entender que nos había de salvar con la muerte. Y se pronunció con admiración Y el Señor, como si dijera: «Es tal esta vida de los mortales, que ni el mismo Señor puede salir de ella sino por la muerte».
CAPÍTULO XIX
El salmo 68 declara la obstinada
infidelidad de los judíos
Al resistir tenazmente los judíos a los testimonios tan claros de esta profecía, aun después de su cumplimiento tan evidente y cierto, bien se cumple en ellos lo que está escrito en el salmo que sigue a éste. Refiriéndose allí proféticamente a la persona de Cristo, las cosas que pertenecen a su Pasión, se menciona lo que está claro en el Evangelio: En mi comida echaron hiel; para mi sed me dieron vinagre106. Y como tras el ofrecimiento de tal banquete y de semejantes viandas añade a continuación: Que su mesa les sirva de trampa; sus manjares, de lazo; que sus ojos se nublen y no vean, que su espalda siempre flaquee107, etc. Palabras que no expresan un deseo, sino una profecía bajo la apariencia de un deseo. ¿Qué es, pues, de maravillar no vean cosas tan patentes quienes tienen los ojos oscurecidos para no ver? ¿Qué es de maravillar no miren las cosas de arriba quienes tienen la espalda siempre encorvada, forzados a inclinarse a las cosas terrenas? Por estas comparaciones con el cuerpo se significan los vicios del alma.
Para no excederme basta con lo dicho acerca de los salmos, es decir, sobre la profecía del rey David. Y tengan la bondad de disculparme al leer estas cosas los entendidos, y no se lamenten si comprenden o piensan que he pasado por alto otras quizá más importantes.
CAPÍTULO XX
El reino y los méritos de David y de su hijo Salomón, y la profecía que se refiere a
Cristo y que se encuentra en los libros suyos o en los que se los han unido
1. Reinó David, hijo de la Jerusalén celestial, en la Jerusalén terrena, grandemente encomiado por el testimonio divino; sus delitos, en efecto, fueron compensados por saludable y humilde penitencia, con piedad tan grande que se encuentra, sin duda, entre los que él celebró al decir: Dichoso el que está absuelto de su culpa, a quien le han sepultado su pecado108.
Después de él gobernó a todo su pueblo su hijo Salomón, que, como se dijo antes, comenzó a reinar aún en vida de su padre. Éste tuvo buenos principios, pero mala terminación. Pues la prosperidad, que agobia el ánimo de los sabios, le produjo más perjuicios que los beneficios de la misma sabiduría, tan memorable ahora y siempre, y ya entonces celebrada por doquier. También él profetizó en sus libros, tres de los cuales han sido reconocidos como canónicos: Proverbios, Eclesiastés y Cantar de los Cantares. Otros dos, la Sabiduría y el Eclesiástico, se los ha atribuido la costumbre a Salomón por cierta semejanza de estilo, aunque los más entendidos no dudan en descartarlo. Sin embargo, la Iglesia, sobre todo la occidental, los reconoció desde antiguo como canónicos.
En uno de ellos, en el de la Sabiduría, de Salomón, está profetizada con toda claridad la Pasión de Cristo. Se menciona allí a sus impíos asesinos, que dicen: Acechemos al justo, que nos resulta incómodo, se opone a nuestras acciones, nos echa en cara las faltas contra la ley, nos reprende las faltas contra la educación que nos dieron; declara que conoce a Dios, que Él es hijo del Señor; se ha vuelto acusador de nuestras convicciones; sólo verlo da grima; lleva una vida distinta de los demás y va por un camino aparte; nos considera de mala ley y se aparta de nuestras sendas como si contaminasen; proclama dichoso el destino del justo y se gloría de tener por padre a Dios. Vamos a ver si es verdad lo que dice, comprobando cómo es su muerte; si el justo ése es hijo de Dios, él lo auxiliará y lo arrancará de las manos de sus enemigos. Lo someteremos a tormentos despiadados para apreciar su paciencia y comprobar su temple; lo condenaremos a muerte ignominiosa, pues dice que hay quien mira por Él. Así discurren y se engañan, porque los ciega su maldad109.
En el libro del Eclesiástico se anuncia con estas palabras la fe futura de los gentiles: Sálvanos, Dios del universo, infunde tu terror a todas las naciones; amenaza con tu mano al pueblo extranjero para que sienta tu poder. Como les mostraste tu santidad al castigarnos, muéstranos así tu gloria castigándolos a ellos, para que sepan, como nosotros lo sabemos, que no hay Dios fuera de Ti110. En Cristo vemos cumplida esta profecía bajo forma de deseo y de plegaria. Cierto, no tiene tanta fuerza frente a los contradictores por no estar en el canon de los judíos.
2. En cambio, en los otros tres -que consta son de Salomón y que tienen por canónicos también los judíos-, se hace preciso un debate laborioso para demostrar que pertenecen a Cristo y a la Iglesia las cosas que sobre esto se dicen allí; y esto nos haría extendernos más de lo conveniente si nos entretenemos en ello. Sin embargo, lo que dicen los impíos, que nos trae el libro de los Proverbios, no es tan oscuro que no se entienda fácilmente, sin una trabajosa exposición de Cristo y de la Iglesia, que es posesión suya; dice así: Escondamos injustamente en la tierra al varón justo; nos lo tragaremos vivo, como el abismo. Borremos su memoria de la tierra; obtendremos magníficas riquezas111. Algo semejante nos muestra el mismo Señor Jesús en la parábola evangélica que dijeron los malos colonos: Éste es el heredero: venga, lo matamos y nos quedamos con su herencia112.
También en el mismo libro, aquel pasaje que hemos resumido antes al tratar de la estéril que dio a luz a siete, fue entendido, tan pronto como se pronunció, de Cristo y de la Iglesia por los que conocen a Cristo como Sabiduría de Dios: La sabiduría se ha edificado una casa, ha labrado siete columnas, ha preparado un banquete, mezclado el vino y puesta la mesa; ha despachado a sus criados para que lo anuncien en los puntos que dominan la ciudad: Los inexpertos, que vengan aquí; quiero hablar a los faltos de juicio: Venid a comer de mi pan y a beber el vino que he mezclado113. Reconocemos aquí ciertamente a la Sabiduría de Dios, esto es, el Verbo coeterno con el Padre, que se preparó un cuerpo humano en el seno virginal, y que unió a éste a su Iglesia como los miembros a su cabeza, que preparó la mesa con el vino y el pan, donde aparece también el sacerdocio según el rito de Melquisedec, y que convocó a los ignorantes y pobres de espíritu. Ya dijo el Apóstol que eligió a los débiles de este mundo para convertir a los fuertes114.
No obstante, a estos débiles les dice lo que sigue: Dejad la inexperiencia y viviréis, seguid el camino de la prudencia115. Hacerse partícipes de esta mesa es comenzar a tener vida. Pues en lo que dice en otro libro, el del Eclesiastés: El único bien del hombre es comer y beber116, ¿se puede creer -dijo- algo más digno de crédito que lo que pertenece a la participación de esta mesa, que el mismo Mediador del Nuevo Testamento nos presenta, según el rito de Melquisedec, abastecida de su cuerpo y de su sangre? Porque este sacrificio sucedió a todos aquellos sacrificios del Antiguo Testamento, que se inmolaban como sombra del futuro. Por lo cual reconocemos también en el salmo 39 la voz del mismo Mediador que habla por boca del profeta: Tú no quieres sacrificios ni ofrendas, pero me has dado un cuerpo perfecto117. En efecto, en lugar de todos aquellos sacrificios y ofrendas, se ofrece su cuerpo y se administra a los que comulgan.
Este Eclesiastés, en su teoría del comer y beber, que repite frecuentemente y recomienda mucho, muestra bien claramente que no se refiere al placer de los banquetes carnales, según aquello: Más vale visitar la casa en duelo que la casa en fiestas; y aún poco después: El sabio piensa en la casa en duelo, el necio piensa en la casa en fiesta118.
Pero en este libro tengo por más digno de mención lo que se refiere a las dos ciudades, la del diablo y la de Cristo, y a los reyes de las mismas, el diablo y Cristo: ¡Ay del país donde reina un muchacho y sus príncipes madrugan para sus comilonas! Dichoso el país donde reina un noble y los príncipes comen a su tiempo en fortaleza y no en confusión119. Llama muchacho al diablo por su necedad, soberbia, temeridad, petulancia y demás vicios que suelen abundar en esa edad; en cambio, a Cristo lo llama hijo de nobles, es decir, de los santos: patriarcas, que pertenecen a la ciudad libre, de los cuales fue engendrado según la carne.
Los príncipes de aquella ciudad comen muy de mañana, es decir, antes de la hora conveniente, porque no esperan la verdadera felicidad oportuna, que está en el siglo futuro, y desean regodearse a toda prisa con los placeres de este mundo; en cambio, los príncipes de la ciudad de Cristo esperan pacientemente el tiempo de la felicidad no engañosa. Por eso dice en fortaleza y no en confusión;porque no les falla la esperanza de que dice el Apóstol: La esperanza no defrauda120. Y también el salmo: Pues los que esperan en ti no quedan defraudados121.
Por lo que se refiere al Cantar de los Cantares, es una especie de placer de almas santas en las bodas de aquel rey y aquella reina de la ciudad, es decir, Cristo y la Iglesia. Pero este placer está envuelto en velos alegóricos con el fin de que sea deseado con más ardor y manifestado con mayor satisfacción, y aparezca el esposo, a quien se dice en el mismo cántico: Los justos te aman122; y la esposa que oye: La caridad en tus delicias123.
Pasamos muchas cosas en silencio por la premura en acabar esta tarea.
CAPÍTULO XXI
Reyes sucesores de Salomón, tanto en Judá como en Israel
Los príncipes de aquella ciudad comen muy de mañana, en Judá como en Israel, apenas encontramos hayan pronunciado alguna palabra o realizado alguna acción simbólica que proféticamente pueda referirse a Cristo y a la Iglesia. Judá e Israel son los nombres de las partes en que, como castigo de Dios, fue dividido aquel pueblo, por el pecado de Salomón, en tiempo de su hijo Roboán, que sucedió a su padre en el reino. En efecto, las diez tribus que recibió Jeroboán, servidor de Salomón, constituido rey de ellas en Samaria, fueron llamadas propiamente Israel, aunque éste era el nombre de todo aquel pueblo. En cambio, las otras dos tribus, es decir, de Judá y Benjamín, por miramiento a David, para que no quedase totalmente arrancado el reino de su estirpe, recibieron el nombre de Judá, por ser ésta la tribu de que procedía David. Y la tribu de Benjamín, perteneciente, como dije, al mismo reino, era de donde procedía Saúl, rey anterior a David. Estas dos tribus, como se ha dicho, se llamaban Judá, y con ese nombre se distinguían de Israel, nombre propiamente de las otras diez tribus con su rey.
La tribu de Leví, como fue sacerdotal, dedicada al servicio de Dios, no al de los reyes, hacía el número trece. Porque José, uno de los doce hijos de Israel, no formó una sola tribu, como los demás, sino dos, Efraín y Manasés. Sin embargo, la tribu de Leví pertenecía más bien al reino de Jerusalén, donde estaba el templo de Dios, al cual ella servía.
Tras la división del pueblo, el primero que reinó en Jerusalén fue Roboán, rey de Judá, hijo de Salomón; y en Samaria, Jeroboán, rey de Israel, servidor de Salomón. Habiendo querido Roboán debelar esa especie de tiranía de la parte dividida, se prohibió al pueblo luchar con sus hermanos, diciendo Dios por el profeta que era Él quien había hecho esto124. Por donde apareció que no había pecado alguno en esto ni por parte del rey de Israel ni de su pueblo, sino que se cumplía el castigo impuesto por la voluntad de Dios. Y así, conocida ésta, ambas partes quedaron tranquilas entre sí; no se había hecho la división de la religión, sino del reino.
CAPÍTULO XXII
Jeroboán llevó a su pueblo a la impiedad idolátrica, aunque no por eso dejó Dios
de inspirar a los profetas y de guardar a muchos del crimen de idolatría
El rey de Israel, Jeroboán, no confió, por su perversidad, en Dios, cuya veracidad había probado al prometerle y darle a él el reino. Temió, en efecto, que yendo al templo de Dios, que estaba en Jerusalén, adonde tenía que acudir todo aquel pueblo, según la ley, para sacrificar, fuera seducido éste y sometido a la estirpe de David como descendencia real. Estableció la idolatría en su reino y, con nefasta impiedad, arrastró consigo al pueblo de Dios ligándolo con el culto de los simulacros. No cesó Dios, sin embargo, de argüir por medio de los profetas no sólo a aquel rey, sino también a sus sucesores e imitadores de su impiedad, lo mismo que al pueblo. Allí surgieron aquellos grandes e insignes profetas Elías y su discípulo Eliseo, que realizaron también muchas maravillas. Allí también, al decir Elías: Señor, han asesinado a tus profetas, han derruido tus altares; sólo quedo yo, y me buscan para matarme125, se le respondió que había allí siete mil varones que no habían doblado la rodilla ante Baal.
CAPÍTULO XXIII
Vicisitudes de los dos reinos de los hebreos, hasta que ambos fueron llevados
en distinta fecha a la cautividad; vuelta después Judá a su reino,
pasó últimamente al poder de los romanos
Tampoco faltaron profetas en Judá, que pertenecía a Jerusalén, en la sucesión de sus reyes, según le plugo al Señor enviarlos, ya para anunciar lo que fuese necesario, ya para corregir los pecados y recomendar la justicia. También allí, aunque mucho menos que en Israel, hubo reyes que ofendieron gravemente a Dios con sus pecados, y fueron castigados más benignamente con el pueblo que los imitaba. Cierto que también hubo reyes piadosos, cuyos grandes méritos son alabados. En cambio, entre los reyes de Israel, unos más, otros menos, los encontramos a todos reprobables.
Una parte y la otra, según ordenaba o permitía la divina Providencia, ya se veían levantadas con la prosperidad, ya abatidas por la desgracia. Y a tal punto llegaba la angustia, no sólo con guerras exteriores, sino también civiles, que se ponía de manifiesto la misericordia o la cólera de Dios a tenor de las causas que provocaban una u otra; hasta que creciendo su indignación, todo aquel pueblo no sólo fue derrocado en sus tierras por los caldeos, sino también trasladado en su mayor parte a las tierras de los asirios, donde durante setenta años vivió en la cautividad: fue primero llevada la parte llamada Israel, integrada por diez tribus, y luego también Judá, tras la destrucción de Jerusalén y su nobilísimo templo.
Liberada después de esos años, reconstruyó el templo que había sido destruido. Y aunque muchísimos vivían en tierra extranjera, no tuvo luego dos reinos ni dos reyes diversos en cada una de las partes. Antes había uno principal en Jerusalén, y en determinados tiempos acudían todos desde donde estuviesen y pudiesen al templo de Dios que allí se alzaba. No les faltaron, sin embargo, enemigos y conquistadores de otras naciones. Al venir Cristo, los encontró tributarios de Roma.
CAPÍTULO XXIV
Últimos profetas que hubo entre los judíos y los que la historia evangélica
nos señala hacia el nacimiento de Cristo
En todo aquel tiempo desde la vuelta de Babilonia, después de Malaquías, Ageo y Zacarías, que profetizaron entonces, y de Esdras, no tuvieron profetas hasta la llegada del Salvador, si no es el otro Zacarías, padre de Juan, e Isabel, su esposa, inminente ya el nacimiento de Cristo. Y después del nacimiento encontramos al anciano Simeón y a la viuda Ana, de edad ya muy avanzada, y como último al mismo Juan. Éste, siendo joven, no anunció como futuro a Cristo, también joven, sino que, con un conocimiento profético, lo mostró cuando aún no era conocido. Por eso dijo el mismo Señor: La Ley y los Profetas hasta Juan126.
El Evangelio nos da a conocer las profecías de estos cinco; y en él también la misma Virgen, madre del Señor, se encuentra profetizando antes de Juan127. Pero los judíos réprobos no reciben la profecía de éstos; aunque sí la recibieron los innumerables que de entre ellos creyeron en el Evangelio. Porque entonces de verdad Israel se dividió en dos bandos, según la división anunciada como irrevocable al rey Saúl por el profeta Samuel.
En cambio, incluso los judíos réprobos han recibido en su canon como últimos a Malaquías, Ageo, Zacarías y Esdras. Pues hay escritos suyos que, como los de otros que en tan reducido número de tan gran multitud de profetas escribieron sus profecías, merecieron la autoridad del canon. De sus predicciones, en relación con Cristo y con la Iglesia, considero necesario exponer algunas en esta obra. Pero será más cómodo hacerlo en el libro siguiente para no recargar éste demasiado.
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