miércoles, 9 de mayo de 2018

EL HOMBRE Y LAS AGUAS

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Camino de Emaús



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ANTONIO PAVÍA 

EN EL ESPÍRITU DE LOS SALMOS (EDITORIAL SAN PABLO) | SALMO 29
En este Salmo se hace hincapié en el dominio de Dios sobre las aguas con fuerza y majestad, por el poder que despliega su Voz, es decir, su Palabra. «La voz del Señor sobre las aguas; el Dios de la gloria ha tronado, el Señor sobre las aguas torrenciales. La voz del Señor es potente, la voz del Señor es esplendorosa».

En la Escritura, las aguas simbolizan el caos, la confusión… todo aquello que tiene que ver con la muerte. Vayamos al principio de la Biblia: «En el principio creó Dios los cielos y la tierra. La tierra era caos y confusión y oscuridad por encima del abismo, y un viento de Dios aleteaba por encima de las aguas». Este viento de Dios preconiza ya la salvación que Dios va a infundir sobre esta agua rodeada de caos, confusión y oscuridad.

De hecho, este «viento» es la antesala de la Palabra, pues inmediatamente el texto continúa: «Dijo Dios: haya luz» (Gén 1,1-3). Es a partir de la luz que Dios va creando el mundo introduciendo una armonía en el caos. Estas palabras de la Escritura nos adelantan que hay una realidad de pecado que envuelve dentro de sí un caos y confusión que amenaza al hombre.


Damos un salto desde el inicio de la Creación hasta el pueblo de Israel en su salida de Egipto, y nos encontramos que apenas inicia la partida, se encuentra con una muralla infranqueable: las aguas del mar Rojo. Israel se queda paralizado, preso de mortal angustia. Por detrás tiene al ejército egipcio dándoles alcance para doblegarlos nuevamente, por delante no hay otro horizonte que las aguas caudalosas del mar Rojo; imposible traspasarlas. Aguas, muerte, destrucción es lo que se cierne sobre el pueblo, y Dios interviene con fuerza y majestad sobre las aguas para que su pueblo pueda franquearlas sin que éstas supongan su tumba.

«Yavé dijo a Moisés: extiende tu mano sobre el mar, y las aguas volverán sobre los egipcios, sobre sus carros y sobre los guerreros de los carros. Extendió Moisés su mano sobre el mar… y los israelitas pasaron a pie enjuto por en medio del mar, mientras las aguas hacían muralla a derecha e izquierda» (Éx 14,26-29).

En este y no pocos textos del Antiguo Testamento, vemos cómo Yavé sale al paso de Israel en sus peligros de exterminio, reteniendo las aguas en su sentido amplio de situaciones concretas de destrucción y aniquilamiento; es decir, Dios hace continuos milagros en favor de la supervivencia de su pueblo.

Al llegar la plenitud de los tiempos, en la Encarnación, el enviado de Dios: su Hijo Jesucristo, va a hacer presente la gran novedad de amor de Dios sobre el hombre. Jesucristo no va tanto a separar las aguas que le ahogan y destruyen cuanto a darle el poder de caminar sobre ellas, de no hundirse en sus propias frustraciones, en las autodestrucciones que el hombre se hace por su lejanía de Dios.

Vamos a ver a los Apóstoles en la angustia terrible que experimentan en una noche de tempestad estando ellos en la barca. Nos dice el texto que esta estaba mar adentro y zarandeada por las olas, ya que el viento era contrario. Cuando el pánico alcanza su cénit, ven a alguien caminando sobre el mar. Es tal el terror, que se turbaron y gritaban: ¡es un fantasma! Es normal que clamaran así, nadie puede caminar sobre las aguas de la destrucción. Jesús les gritó: ¡Ánimo! que soy yo; no temáis.

Pedro está atónito y suplica a Jesús el poder caminar hacia Él sobre las aguas. Pedro simboliza la confianza ilimitada de los niños de los que nos habla Jesús: los únicos que acogen la fe, el Evangelio en su plenitud. Y decimos esto porque Pedro está pidiendo a Jesucristo un atributo que solamente es de Dios: caminar sobre las aguas, sobre la destrucción, sobre la muerte…

Jesús acepta con agrado la propuesta de Pedro, pues para esto ha venido del Padre, para que el hombre reciba el poder sobre las aguas destructoras, y le dice: ¡Ven! Pedro bajó de la barca hacia las aguas y caminó; se hundió y gritó a Jesús, y fue levantado por Él (Mt 14,24-33).

Esto es la fe. Un caminar sobre las aguas, un dudar, un hundirnos, un suplicar, una mano de Dios que nos vuelve a levantar, un afirmarnos… Esto es la fe.

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