Por Josep Miró i Ardèvol
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SERVICIO CATOLICO.
Isabel Coixet exhibía un cartel en la última entrega de los premios Goya, del 3 de febrero, que remendaba la famosa proclama comunista sobre el proletariado. Decía: “women of the worl, unite”. La mujer, como nueva clase social, que sustituía a la obsoleta clase trabajadora. El feminismo de clase, el que postula esta visión, no es la continuidad del feminismo histórico de corte liberal, más bien su contrario, y surge de los presupuestos de la perspectiva de género, una ideología de pretensión totalizante, de la misma manera que el marxismo desencadenó diversas formulaciones políticas de la que el comunismo fue la principal. El gender tiene como presupuesto necesario y antagónico, que justifica su existencia, al hombre heterosexual, la mitad de la humanidad, de la misma manera que el marxismo tiene a la burguesía y el ateísmo tiene a Dios. No existen por sí mismos, solo son en función de su opuesto. Este principio de su ontología explica la radicalidad de su incompatibilidad con quien es su adversario y su demonización como sujeto de todos los males. Los tres postulados por negativa, ateísmo, marxismo y gender son reacciones a excesos, injusticias o contradicciones de sus antagónicos, y señalan hiperbólicamente sus causas. Y eso es útil. Lo peligroso radica en que, más allá de la renuncia convertidos en alternativa social, es decir, política, son terriblemente destructivos cuando alcanzan el poder. Sus diagnósticos poseen, sobre todo el marxismo, aspectos de necesaria consideración, su práctica ya sabemos a dónde conduce, a la liquidación de la libertad, a la injusticia y a la represión
Es en este contexto que debe situarse la anunciada huelga política de las mujeres de 24 horas de duración; al menos en la intención de sus convocantes. La convocatoria va más allá de una huelga general y a la vez es menos que ella. Va más allá porque atañe no solo al trabajo, sino a toda la actividad femenina. Significa según sus convocantes no consumir (sic), faltar a las clases, no cuidar a la familia (¿y a los ancianos y dependientes?). También exigen más libertad para abortar en el país que está en la cabecera de los países de Europa por el número de casos, que también persigue abolir los conciertos escolares, excluir la clase de religión en la escuela y que sea obligatoria la educación en el feminismo. Es contra el patriarcado, la violencia machista y el neoliberalismo, contra la brecha salarial, los recortes, por las pensiones justas. En definitiva, un revuelto de cosas que solo tienen encaje en una huelga política y, por ello, ilegal. Son muchas las cosas mezcladas, en parte, imposiciones ideológicas; en otra buena medida, las hay que son deseables para todos, pero, y por ello es menos que una huelga, solo son convocadas las mujeres y se excluye deliberadamente a los hombres, como si el neoliberalismo, los recortes, las pensiones, las injusticias salariales, no fueran algo que a todos afecta. Hay también entre tanta reivindicación omisiones escandalosas referidas a las mujeres. Concretamente estas: la discriminación laboral de las embarazadas, el escándalo español del tráfico de mujeres y la prostitución, la penosa situación de las pensiones de viudedad, y la pornografía, escuela para jóvenes de cosificación de la mujer e imaginario de la violencia contra ella. Es un insulto a la capacidad de razonar que las mismas que aplauden que el Museo de Manchester retirara la obra de John William Waterhouse Hilas y Ninfetas (1896) que narra visualmente el poder de las ninfas, (no se pierda el cuadro aquí) con el criterio tan mezquino de que los museos ya pueden prepararse para cerrar, como muestra la próxima víctima en el punto de mira: Teresa Soñando (1938) de Baltus en el Metropolitan Museum de Nueva York, o que consigan eliminar a las azafatas de la línea de salida de la Fórmula 1, y que al mismo tiempo callen como muertas ante la inundación de la pornografía o el uso del exhibicionismo sexual que practican cantantes y actrices que se declaran feministas.
Lo que postula la huelga de las feministas de género y de clase es la lucha de clases aplicada contra el hombre. Sin matices, porque ellos son los responsables de todos los males, y, sino que se lo pregunten a Gloria Lomana que no siente ninguna vergüenza intelectual en sostener la teoría política que Trump y Putin ganan gracias a los hombres blancos que tienen en crisis su masculinidad, que por lo visto son millones. O sea, que o se pasan y son machistas, o los que no llegan votan a Trump y aplauden a Putin (aunque Lomana no explica porque tantas mujeres lo votan; seguramente hay que añadir al cómputo decenas de millones de mujeres alienadas). Y esta misma visión a caballo ante el sectarismo y el oportunismo es la que hace que Margarita Robles, la portavoz del PSOE en el Congreso, critique la candidatura De Guindos al BCE porque “supone un desprecio para las mujeres”, y pretenda justificar algo tan contrario al Estado de derecho, como la editorial de El País del 21 de enero, que justifica la iniciativa #Metoo de acudir a los medios de comunicación social antes que a los juzgados porque así “por la vía del oprobio y el repudio social logrará la sanción que ni los tribunales ni los abusos fueron capaces de ofrecer en su momento”. Ya ve, no se trata de buscar la justicia, sino de guerrear en la red, no para reparar el daño, sino para conseguir el oprobio y el repudió; tomar la justicia por la propia mano, liquidar masivamente un fundamento del Estado de derecho como es la presunción de inocencia. Y eso lo predica El País que lanza proclamas en nombre del estado liberal – sin derechos.
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