Ave María, llena de gracia, intercede por nosotros! Tú has querido servirte de nosotros, miserables, llamándonos misericordiosamente al altísimo privilegio de servir a Cristo en los pobres; has querido que fuéramos servidores, hermanos y padres de los pobres, viviendo de gran fe y totalmente abandonados en la Divina Providencia.
Nos has dado hambre y sed de almas, ardentísima caridad: ¡almas, almas!
¿Qué hubiéramos podido hacer nosotros sin Ti? ¿Qué podríamos hacer si Tú no estuvieras con nosotros? Por lo tanto, ¿a quién iremos, si no es a Ti?
¿No eres Tú la meridiana luz de la caridad? ¿No eres la fuente viva de aceite y de bálsamo? ¿No es en Ti, bendita entre todas las mujeres, donde Dios ha reunido toda la potencia, la bondad y la misericordia? Sí: “En Ti la misericordia, en Ti la piedad, en Ti la magnificencia; en Ti se reúne todo lo que hay de bondad en la criatura”. ¡Sí, sí, santa Virgen mía! Tú lo tienes todo y “Tú puedes todo lo que Tú quieres”.
Por lo tanto, desciende y ven a nosotros; corre, oh Madre, porque el tiempo es breve. Ven e infúndenos una profunda vena de vida interior y de espiritualidad. Haz que nuestro corazón arda de amor a Cristo y a Ti
Haz que veamos y sirvamos a tu divino Hijo en los hombres; que con humildad, en el silencio y con anhelo incesante conformemos nuestra vida a la vida de Cristo; que lo sirvamos con santa alegría y con gozo espiritual vivamos nuestra parte de la herencia del Señor en el misterio de la Cruz. ¡Vivir, palpitar, morir a los pies de la Cruz o en la Cruz con Cristo!
Da a tus hijos, Beatísima Madre, amor, amor; ese amor que no es terreno, que es fuego de caridad y locura de la cruz.
Amor y veneración al “dulce Cristo en la tierra”; amor y devoción a los Obispos y a la Iglesia; amor a la Patria, así como Dios lo quiere; amor purísimo a los niños, a los huérfanos y a los abandonados; amor al prójimo, particularmente a los hermanos más pobres y que más sufren; amor a los rechazados, a los que son considerados como restos, desechos de la sociedad; amor a los trabajadores más humildes, a los enfermos, a los inhábiles, a los abandonados, a los infelices, a los olvidados; amor y compasión por todos: los más alejados, los más culpables, los más adversos, todos; y amor infinito a Cristo.
Danos, María, un ánimo grande, un corazón grande y magnánimo, que llegue a todos los dolores y a todas las lágrimas. Haz que seamos verdaderamente como nos quieres: los padres de los pobres.
Que toda nuestra vida esté consagrada a dar a Cristo al pueblo y el pueblo a la Iglesia de Cristo; que ésta arde y resplandezca de Cristo y que se consuma en Cristo, en una luminosa evangelización de los pobres. Que nuestra vida y nuestra muerte sean un cántico dulcísimo de caridad y un holocausto al Señor.
¡Y después… después, el santo Paraíso! Cerca tuyo, María, siempre con Jesús, siempre contigo, sentados a tus pies, ¡oh Madre nuestra, en el Paraíso, en el Paraíso!
Fe y valor: ¡Ave María y adelante! Nuestra celestial Madre nos espera y nos quiere en el Paraíso. Y será pronto.
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