lunes, 26 de febrero de 2018

Das a tu hijo el último abrazo


Das a tu hijo el último abrazo

Emma-Margarita R.A. -Valdés


Esperas el cadáver de tu hijo
amortajado ya con sangre y agua,
envuelto en el temblor del mundo antiguo,
celado por el velo de la Alianza.
Tú aguardas aterida,
mientras cruzan tu mente las espadas
contemplando
su cabeza inclinada,
sus manos extendidas a la muerte
y su carne seráfica
macilenta,
y la orfandad del labio sin parábolas.

En tu glaciar exhaustas golondrinas
quieren abrir sus alas
y elevarse.
Mujer-Madre te ha hecho, tus entrañas
parirán con dolor al hombre nuevo
que nacerá mañana,
y tienes que vivir sobre la tierra
hasta que la semilla este granada.

Desenclavan a tu hijo.
Presurosa te lanzas y le abrazas.
Su rigidez helada te conmueve,
te haces llama,
se subleva el volcán de tu dulzura
y el fuego por tus besos se derrama.
Apoyada tu frente en sus cabellos
gimes la última nana.
Un suspiro de incienso, un aleluya,
un inconsciente hosanna
se escapa por jirones del relámpago
que te abrasa.



José de Arimatea, con permiso 
que Pilatos le dio sin pedir nada,
va a enterrar a tu hijo en su sepulcro,
compró una nueva sábana,
y Nicodemo trae una mixtura
de mirra y áloe, para la mortaja.

Con el cortejo fúnebre
te llevan a la tumba, una cueva cercana.
Su cuerpo yerto, exánime,
han vendado con fajas impregnadas
en la olorosa mezcla. 
Respetuosos lo envuelven en la sábana.
Por la abertura baja y estrechísima
pasas de la antecámara
al lugar de su solitario lecho,
donde un banco de piedra frío y gris le esperaba.
Le tienden sobre él, su bello rostro
cubren con una tela fina y blanca,
el sudario.
Te vence el desconsuelo y te abalanzas
sintiéndote morir.
Te pesa el alma,
se aferra a la reliquia del amado,
en Él está su casa.

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