ORAR CON EL CORAZÓN ABIERTO
Meditaciones diarias para un sincero diálogo con Dios
El domingo pasado vi con mis dos hijos pequeños la película el Libro de la Selva, un film cautivador y un prodigio de técnica que convierte cada escena en algo verdaderamente real. Me quedo con una frase hermosa de cuando Mowgli y Baloo se adentran en territorio extranjero. El oso le espeta al niño criado en la jungla: «Somos de la misma sangre, tú y yo». Son las palabras que Mowgli debe gritar en caso de peligro. El oso quiere decir que mi cuerpo es diferente pero obsérvame como uno de los tuyos que yo te defenderé. Es una invitación a ir más allá de las apariencias, es entrar e invocar la sangre que nos hace hermanos. La sangre que es vida, que es darlo todo por el prójimo, por el amigo, por el cercano.
Le doy vueltas a esta frase. Y me digo que me propongo desterrar de mi corazón todo aquello que destruye mi relación con el otro: los celos, la soberbia, las envidias, las críticas, los juicios, el egoísmo, las mentiras… porque todos somos de la misma sangre, capaces de lo mejor y lo peor es cierto, pero todos anhelamos la vida y el amor, la verdad y la justicia, la bondad y la alegría…. Somos de la misma sangre, una sangre que silenciosamente exclama a Dios que necesita ser salvada y reorientada hacia el bien.
Dios escucha atentamente este grito y viene a la jungla de nuestra vida. De hecho, por medio de Cristo tomó la naturaleza humana y enfatizó: «Somos la misma sangre, tú y yo». Después de hacer el bien, Cristo fue sentenciado a morir en la ignominia de la cruz. Nos entregó su sangre, hecho que rememoramos en cada Eucaristía: «Este es el cáliz de mi sangre, sangre de la alianza nueva y eterna que será derramada… para el perdón de los pecados». Cristo desea que su sangre fluya en nuestras venas como una transfusión. Es la sangre del nuevo y eterno Pacto, el que me convierte en hijo de Dios. Jesús me entrega su sangre y durante la comunión soy vivificado, transformado, santificado. Su sangre irriga toda mi persona, penetra mis sentidos, transforma mis hábitos, mis palabras y mis acciones. Su sangre dirige la mía hacia lo bueno y la purifica separándolo gradualmente de lo rancio. Con su sangre, es su vida y su amor lo que fluye por mis venas. Soy uno en Cristo.
Por eso debo abrirme por completo a Cristo. Hacerme uno con Cristo. Dejar que su sangre circule en mi interior para recibir su sed de perdón, su anhelo de salvarme, su sed de hacerme su hermano, su sed de hacer en todo la voluntad del Padre. «Somos de la misma sangre, tú y yo». Uno con Cristo: ¡por eso quiero que la sangre de Cristo fluya en mi! ¡por eso quiero estar cada día en comunión con la sangre de Cristo, acercarme a la copa de la salvación, escuchar a Cristo que me dice: «Deja que mi sangre fluya en tus venas. Y luego ve y dásela al mundo amándolo como yo lo amaba. ¡Entonces seremos realmente de la misma sangre, tú y yo y todos con los que te encuentres por el camino!»
¡Gracias, Señor, por tu preciosa sangre que nos rescata! ¡Gracias, Señor, por tu preciosa sangre que nos purifica! ¡Gracias, Señor, por tu preciosa sangre que nos limpia del pecado! ¡Gracias, Señor, por tu preciosa sangre que nos reconcilia con Dios! ¡Gracias, Señor, por que nos entrega tu espíritu! ¡Gracias, Señor, porque nos das el valor que necesitamos para vivir! ¡Gracias, Señor, porque tu preciosa sangre es el precio redentor que nos rescate y redime del pecado! ¡Gracias, Señor, porque tu preciosa sangre nos une más a Dios! ¡Gracias, Señor, porque tu preciosa sangre nos permite caminar a la luz de Dios! ¡Gracias, Señor, porque por tu preciosa sangre somos santificados! ¡Gracias, Señor, porque por tu preciosa sangre nuestra conciencia nos limpia de toda culpabilidad y nos hace libres en cuerpo, mente y alma para servirte a Ti! ¡Gracias, Señor, porque con tu sangre en la cruz completaste la obra de la redención! ¡Gracias, Señor, porque tu preciosa sangre purifica nuestra conciencia de obras muertas para servir al Dios vivo! ¡Gracias, Señor, porque por tu preciosa sangre somos nuevas criaturas en Cristo y podemos servir al Dios vivo, para glorificarle, y para gozar de El por una eternidad! ¡Gracias, Señor, porque tu preciosa sangre nos da vida, nos alimenta el alma, nos socorre en tiempos de necesidad, nos fortalece contra el pecado! ¡Gracias, Señor, porque tu preciosa sangre nos une al hermano, nos hace uno con el prójimo porque todos, unidos a ti, somos de la misma sangre!
En este primer día de febrero, el Papa Francisco nos pide rezar durante este mes para que aquellos que tienen un poder material, político o espiritual no se dejen dominar por la corrupción. Nos unimos con el corazón abierto a sus intenciones.
Cantamos a Cristo que por sus sangre cambió nuestra historia personal:
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