domingo, 11 de febrero de 2018

Porque para amar a alguien el primer paso es amarse a uno mismo




Nadie es un bicho raro, aunque todos en la adolescencia nos hayamos creído que lo éramos. Pero en ese periodo de formación de nuestra personalidad siempre nos encontramos entre dos disyuntivas: una según la cual quisiéramos ser como los demás y otra que nos empuja a realizar nuestra individualidad. Solo el tiempo nos va descubriendo que hay que elegir lo esencial de lo segundo y lo obvio de lo primero, de modo que seamos lo que somos.
eso que somos nos resulta odioso? Tenemos que emprender la tarea de aprender a mirarnos a nosotros mismoscon la misma ternura con que nos miraríamos si fuéramos nuestro propio padre. Entonces descubriríamos que nadie es odioso, que desde cualquier modo de ser, «se puede saltar a la felicidad, aupándose sobre si mismos», como dice Martín Descalzo.
Y cuando hablamos de «ser lo que somos» es bueno no olvidar que soy «para» los demás o para «algo». Por eso generalmente la mejor manera de aprender a amarse a sí mismo es dedicandose a amar a los demás. Hay que asentar bien los pies en lo que somos para poder saltar mucho mejor y mucho más lejos hacia lo que queremos ser y hacia la realidad que nos rodea.
«Sí, todo hombre debe dar dos pasos: el primero, aceptarse a sí mismo; el segundo, exigirse a sí mismo. Sin el primero caminamos hacia la amargura. Sin el segundo, hacia la mediocridad. Todos podemos ser felices y mejores, pero «desde» lo que somos, podando nuestros excesos, desde la fidelidad a lo interior: como el escultor -que quita los pedazos que le sobran a un bloque para convertirse en estatua-, mas no intentando pegarnos trozos postizos, robados aquí o allá. Aceptando lo que viene de fuera, pero sólo después de haberlo convertido -como el alimento- en nuestra sustancia» (José Luis Martín Descalzo)
Este bonito video de Soy Amante, por San Valentín, nos recuerda que el mandamiento que dice «amarás al prójimo como a ti mismo» lo que manda es empezar a amamos a nosotros mismos para luego tener más amor que repartir.

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