Como ovejas entre lobos (Mt 10,16-23)
Esta frase resuena en mi cabeza con mucha frecuencia en estos días.
Mi generación es testigo de una persecución de los cristianos comparable o incluso superior a la llevada a cabo por los romanos. Dar testimonio de Cristo en ciertas partes del mundo hoy puede significar hacerse acreedor a ser fusilado, quemado o apedreado hasta morir. Los avances de la tecnología nos permiten ver las imágenes de templos destruidos o profanados. Somos testigos, lo sabemos, lo podemos ver, pero… permanecemos mudos.
¿Cuándo fue que olvidamos que somos miembros de un mismo cuerpo? ¿Cómo no nos duele más lo que nuestros hermanos sufren? ¿Por qué todo es atenuado por el simple hecho de ocurrir a miles de kilómetros? ¿Dónde quedó aquella frase de “Mirad cómo se aman?” Nos indigna pensar que un sagrario pueda ser profanado pero ¿podemos decir honestamente que nosotros tratamos a la Eucaristía con el fervor y respeto que merece?
Muchos hacen oración, cierto; otros ofrecen sacrificios, también es verdad y no dudo que algunos más incluso colaboren en acciones específicas para ayudar a hermanos en desgracia. Pero desafortunadamente, muchos nos quedamos como simples espectadores de una realidad que nos sobrepasa y parece ocurrir a demasiada distancia de nosotros como para poder hacer algo.
¿Qué pasaría si fuéramos amenazados? ¿Estaríamos dispuestos a dar la vida por Cristo? La respuesta lógica y esperada debiera ser sí, pero con frecuencia nos da pena incluso admitir que vamos a misa los domingos. A veces, parece que no queremos asumir la responsabilidad de llevar una vida congruente con el nombre de cristianos.
Si yo pudiera vivir de acuerdo al Evangelio y si eso contagiara a otros para hacer lo mismo, creo que podríamos ser más unidos, más fuertes, llevar la Buena Nueva a más personas, cambiar corazones en nuestro entorno y poco a poco en el mundo, aun cuando fuéramos azotados o enjuiciados.
La misma lectura nos anima a no temer, pues Cristo nos asegura que seremos asistidos por el Espíritu Santo. ¿Por qué no lo creemos? En la vida hemos leído tantas historias de princesas y dragones, que estamos acostumbrados a ver las Sagradas Escrituras como si fueran eso: un cuento, algo que nunca sucederá o ficción pura y no como la Palabra viva de Dios, su Revelación, La Verdad.
Te pido Señor, que me des la fortaleza de lanzarme con todo a extender tu Reino en mi familia y en mi sociedad. Estoy consciente de mis limitaciones y del alcance real de mis actos. Permíteme demostrar lo honrada y bendecida que me siento por ser católica y por mi vocaciónal Regnum Christi. Que esa sea mi ofrenda a ti por aquellos que sufren a causa de profesar su fe.
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