LA MADRE DE JESÚS ES NUESTRA MADRE: DEJÉMOSLA ENTRAR
Concilio Vaticano II, ¿asignatura mariana pendiente o casi sin estrenar?
Llamados a ser Iglesia madre, reflejo de la Madre de Jesús:
“En Ella, la Iglesia admira y ensalza el fruto más espléndido de la Redención y la contempla gozosamente, como una purísima imagen de lo que ella misma, toda entera, ansía y espera ser” (Sacrosantum Concilium, n.103)
Así lo ha vivido la Iglesia desde siempre, como familia de Jesús:
“La Virgen María… es verdaderamente madre de los miembros de Cristo por haber cooperado con su amor a que naciesen en la Iglesia los fieles… a quien la Iglesia católica, enseñada por el Espíritu Santo, honra con filial afecto de piedad como a Madre amantísima” (Lumen Gentium, n.53)
Nuestra relación con la misión materna de María:
“La misión de la Bienaventurada Virgen María en el misterio del Verbo Encarnado y del Cuerpo Místico, los deberes de los hombres redimidos hacia la Madre de Dios, Madre de Cristo y Madre de los hombres” (LG 54)
Madre sigue acompañándonos:
“Durante las nupcias de Caná de Galilea, movida a misericordia, consiguió por su intercesión el comienzo de los milagros de Jesús Mesías (cf. Jn., 2,1-11)” (LG 58)
Madre en el dolor fecundo de la donación:
“La Bienaventurada Virgen… mantuvo fielmente la unión con su Hijo hasta la Cruz… se condolió vehementemente con su Unigénito y se asoció con corazón maternal a su sacrificio, consintiendo con amor en la inmolación de la víctima engendrada por Ella misma, y, por fin, fue dada como Madre al discípulo por el mismo Cristo Jesús, moribundo en la Cruz con estas palabras: ‘¡Mujer, he ahí a tu hijo!’ (Jn 19,26-27)” (LG 58)
Bajo la acción del Espíritu Santo, nos concibe en Cristo:
“Concibiendo a Cristo, engendrándolo, alimentándolo, presentándolo en el templo al Padre, padeciendo con su Hijo mientras El moría en la Cruz, cooperó en forma del todo singular, por la obediencia, la fe, la esperanza y la encendida caridad en la restauración de la vida sobrenatural de las almas. por tal motivo es nuestra Madre en el orden de la gracia” (LG 61)
Dejémosla entrar y actuar, aquí y ahora, ya:
“Y esta maternidad de María perdura sin cesar en la economía de la gracia… Con su amor materno cuida de los hermanos de su Hijo… Mediadora… La Iglesia no duda en atribuir a María un tal oficio subordinado: lo experimenta continuamente y lo recomienda al corazón de los fieles para que, apoyados en esta protección maternal, se unan más íntimamente al Mediador y Salvador” (LG 62)
“Está unida también íntimamente a la Iglesia. la Madre de Dios es tipo de la Iglesia, orden de la fe, de la caridad y de la perfecta unión con Cristo… los fieles a cuya generación y educación coopera con materno amor” (LG 63)
Ella quiere entrar y actuar en nuestro camino de santidad y de misión materna:
“Ahora bien, la Iglesia, contemplando su arcana santidad e imitando su caridad, y cumpliendo fielmente la voluntad del Padre, también ella es hecha Madre por la palabra de Dios fielmente recibida: en efecto, por la predicación y el bautismo engendra para la vida nueva e inmortal a los hijos concebidos por el Espíritu Santo y nacidos de Dios” (LG 64)
“Por lo cual, también en su obra apostólica, con razón, la Iglesia mira hacia aquella que engendró a Cristo, concebido por el Espíritu Santo y nacido de la Virgen, precisamente para que por la Iglesia nazca y crezca también en los corazones de los fieles. La Virgen en su vida fue ejemplo de aquel afecto materno, con el que es necesario estén animados todos los que en la misión apostólica de la Iglesia cooperan para regenerar a los hombres” (LG 65)
En el itinerario vocacional:
“Recuerden, pues, los fieles que la verdadera devoción… procede de la fe verdadera… somos excitados a un amor filial hacia nuestra Madre y a la imitación de sus virtudes” (LG 67)
“Amen y veneren con amor filial a la Santísima Virgen María, que al morir Cristo Jesús en la cruz fue entregada como madre al discípulo” (Optatam Totius, n.8)
“En la Santísima Virgen María encuentran siempre un ejemplo admirable de esta docilidad; ella, guiada por el Espíritu Santo, se entregó totalmente al misterio de la redención de los hombres; veneren y amen los presbíteros con filial devoción y veneración a esta Madre del Sumo y Eterno Sacerdote, Reina de los Apóstoles y auxilio de su ministerio” (Presbyterorum Ordinis, n.18)
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