¡Buenos días, gente buena!
Fiesta de la Ascensión del Señor C
Evangelio:
Lucas 24, 46-53
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «Así está escrito: el Mesías debía sufrir y resucitar de entre los muertos al tercer día, y comenzando por Jerusalén, en su Nombre debía predicarse a todas las naciones la conversión para el perdón de los pecados. Ustedes son testigos de todo esto. Y yo les enviaré lo que mi Padre les ha prometido. Permanezcan en la ciudad, hasta que sean revestidos con la fuerza que viene de lo alto».
Después Jesús los llevó hasta las proximidades de Betania y, elevando sus manos, los bendijo. Mientras los bendecía, se separó de ellos y fue llevado al cielo.
Los discípulos, que se habían postrado delante de él, volvieron a Jerusalén con gran alegría, y permanecían continuamente en el Templo alabando a Dios.
Palabra del Señor.
La Ascensión: Jesús entra en lo profundo de todas las vidas.
La Ascensión es el navegar del corazón, que te conduce desde el encerrarte en ti hacia el amor que abraza al universo (Benedicto XVI). A este navegar del corazón Jesús llama a los once, un grupito de hombres espantados, temerosos y confusos, un núcleo de mujeres valientes y leales, fidelísimas. Les empuja a pensar en grande, a mirar lejos, a ser el relato de Dios para “todos los pueblos”. Después los conduce hacia Betania y, levantando las manos, los bendice. En el momento del adiós, Jesús extiende los brazos a sus discípulos, los reúne y los abraza a sí, antes de enviarlos.
La Ascensión es un acto de enorme confianza de Jesús en estos hombres y estas mujeres que lo han seguido durante tres años, que no han entendido mucho, pero que lo han amado mucho: confía a su fragilidad el mundo y el Evangelio y los bendice. Es su gesto definitivo, la última imagen que nos queda de Jesús, una bendición sin palabras que desde Betania alcanza a todo discípulo, a vigilar sobre el mundo, suspendida para siempre entre el cielo y la tierra. Mientras los bendecía se separó de ellos y era llevado a lo alto, hacia el cielo.
Jesús no se ha ido lejos o a lo alto, a cualquier rincón remoto del cosmos. Ha ascendido a lo profundo de las cosas, a lo íntimo de la creación y de las creaturas, y desde dentro da como bendición una fuerza ascensional hacia una vida más luminosa. No existe en el mundo solamente la fuerza de gravedad hacia abajo, sino también una fuerza de gravedad hacia lo alto, que nios mantiene en pie, que hace verticales a los árboles, las flores, la llama, que levanta el agua de las mareas y la lava de los volcanes. Como una nostalgia del cielo. Con la ascensión Jesús ha ascendido a lo profundo de las creaturas, inicia un navegar en el corazón del universo, el mundo queda bautizado, es decir, inmerso en Dios. Si solo fuera uno capaz de advertir esto, descubriría su presencia en todas partes, caminaría sobre la tierra como dentro de un único tabernáculo, en un bautismo infinito.
San Lucas concluye, sorpresivamente, su Evangelio diciendo: los discípulos volvieron a Jerusalén con grande alegría. Deberían estar tristes más bien, terminaba una presencia, se iba su amor, su amigo, su maestro. Pero desde ese momento se sienten dentro de un amor que abraza al universo, capaces de dar y recibir amor, y están felices. Ellos han visto en Jesús que el hombre no termina con su cuerpo, que nuestra vida es más fuerte que sus heridas. Ven que otro mundo es posible, que la realidad no es solamente esto que se ve, sino que se abre sobre un más allá; que en cada padecer Dios ha puesto chispas de resurrección, rayos de luz en la oscuridad, aberturas en los muros de las prisiones. Que permanece conmigo mi Dios, experto en evasiones.
Ya está dicho: Mientras los bendecía, se separó de ellos. La Iglesia nace de ese cuerpo ausente. Pero Jesús no abandona a los suyos, no se pierde en el cosmos, entra en lo profundo de todas las vidas. No se ha ido más allá de las nubes sino más allá de las formas: si antes estaba junto a sus discípulos, ahora estará dentro de ellos, fuerza ascensional del cosmos entero hacia una vida más luminosa.
¡Feliz Domingo!
¡Paz y Bien!
Fr. Arturo Ríos Lara, ofm.
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