En tiempos en que ciertas tradiciones ceden paso a excesos y frivolidades, resaltar esta costumbre cristiana ayuda a su rescate
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En toda América Latina, el pesebre desembarcó en los buques de los conquistadores españoles, aunque puede haber recibido influencias de las órdenes franciscanas que les acompañaban, reforzada luego por inmigrantes europeos como italianos y alemanes. Junto con facilitar la dispersión y penetración del evangelio en tierras indianas, el símbolo del Nacimiento de Cristo ponía en marcha a toda la comunidad criolla que se involucraba en su confección todos los años, especialmente la de carpinteros y artesanos que levantaban estos Nacimientos en las iglesias, desde donde saltaron a las casas patronales y a antiguos puestos del comercio citadino.
Millones de casas y capillas católicas de América Latina celebran hoy el nacimiento de Jesús en pesebres con figuras de barro, madera o vidrio. Hay quienes lo colocan en las catedrales, pero siempre se los encuentra en los templos parroquiales donde la gente acude a misa de manera regular.
Durante mucho tiempo las tiendas y centros comerciales los hicieron parte de su paisaje navideño y en algunos países abunda en los lugares públicos y oficinas de gobierno. Una tendencia laicista los ha “barrido” de muchos escenarios en países católicos de Europa, Estados Unidos y Canadá.
Aún no es así en Latinoamérica, donde las tradiciones de celebración cristiana se mantienen y su arraigo popular no solo impide que se las borre sino que gobiernos, enfrentados a la Iglesia institucional, más bien las acogen y celebran para mantener un vínculo emocional con los pueblos cuya cercanía y afecto han perdido por sus erradas políticas públicas. Hasta en el país menos religioso de este continente, Uruguay, pendones exhibiendo las figuras del pesebre cuelgan de los balcones en una contundente y abierta manifestación familiar de adhesión cristiana.
El Instituto Nacional de Antropología e Historia de México realiza una exposición llamada Nacimientos en El Carmen, la cual reúne 21 muestras de belenes confeccionados en México como en otros países.
Imágenes de pesebres latinoamericanos aquí:
Hay un belén itinerante al que llaman ‘El pesebre más grande del mundo’ y no es una exageración, puesto que ha recibido cuatro premios del Guiness World Record, dos en sus celebraciones en México y otras dos en Colombia. Recorre distintos destinos. Este año se ubica en Cali entre el 8 de diciembre y hasta el 8 de enero y cuenta con 120 actores dispuestos en escenarios que se extienden en 18.000 metros cuadrados. A diferencia de otros belenes vivientes, que se representan en un escenario y solo pueden verse desde la distancia, en éste los espectadores pueden pasear por la ciudad imaginaria e interactuar con los personajes.
Los belenes peruanos pueden tener características peculiares respecto a los que conocemos en Europa, como los indígenas que representan a las figuras principales, un guiño a esa importante porción de la población del país. Nacimientos tan peculiares se pueden visitar en el Palacio de la Justicia de Lima, que recoge belenes hechos a manos y característicos del lugar de creación por sus rasgos y vestimentas. Las religiones precolombinas se fusionan con el catolicismo, ya que a la virgen María se la llama Pachamama o Madre Tierra.
La Plaza de la Liberación de esta ciudad del estado de Jalisco acoge un gran belén frente a la catedral. Las figuras ocupan distintos escenarios por toda la plaza y su tamaño parece desproporcionado al de las personas. El niño Jesús mide 1,5 metros, un bebé casi tan gigante como un adulto. En las últimas semanas este pesebre ha sido noticia porque ocurrió algo curioso tanto como inédito: ante el frío de la ciudad en estas fechas, un indigente decidió sustituir la pieza del niño por sí mismo y meterse a dormir entre la paja del portal.
Las figuras, según los países y sus climas, son vestidas acorde a ello. Los sureños suelen llevar ponchos y capas. Los caribeños ropas más ligeras, generalmente haciendo guiño a sus trajes típicos. Los colombianos y mexicanos muestran su hermosa variedad de sombreros. Los pastores también hacen presencia portando los instrumentos con los que interpretarán los ritmos y villancicos, que identifican cada lugar, en honor al Niño Dios.
En Venezuela, por ejemplo, los instrumentos, arpa, cuatro –pequeña guitarra a 4 cuerdas- y maracas van derecho al pesebre reproduciendo las notas de los más alegres aguinaldos, como se llama a las canciones de Navidad que se escuchan por doquier, a lo largo de todo el período, desde el Adviento hasta la fiesta de Reyes. En la zona montañosa del estado Lara fabrican figuras de barro que son un hermoso espectáculo y en toda la cordillera andina abundan las tallas en madera que reproducen las sagradas figuras con exquisito gusto. En el Polo Sur, la cestería y tejidos chilenos son famosos y sus figuras en barro también.
Los Nacimientos latinoamericanos autóctonos son elaborados en base a recursos del lugar y llevan mucho colorido. Se utiliza el lodo, la hierba, el yute, la palma, gran variedad de hojas como la de plátano, distintas telas e hilos, el algodón, la piedra, la madera, el latón, papeles rústicos, musgo, corcho, vidrio, troncos y toda clase de elementos de la naturaleza que dan a las representaciones del nacimiento del Salvador una apariencia muy típica. Cada país enfatiza en los recursos a su disposición los que, aunados a la creatividad artesanal inspirada por la profunda fe popular, logra verdaderas obras de arte.
Las flores son protagonistas infaltables. La Navidad en Medellín, Colombia, es un punto de referencia. La plazoleta del Centro Ambiental y Cultural Parque Arví vive la magia de navidad con la exhibición de 30 figuras de gran formato hechas en flores, elaboradas por los silleteros del corregimiento Santa Elena, gracias al aporte de la Secretaría de Cultura Ciudadana de la Alcaldía de Medellín.
La representación navideña incluye escenarios como la gruta del pesebre, los tres reyes magos y su recorrido, los pastores de Belén y el portal de nacimiento del niño Jesús, atravesados por un sendero que los visitantes pueden recorrer para tomar sus fotos y llevar su recuerdo.
En muchos países se realizan concursos de pesebres, no sólo entre dependencias públicas sino entre las casas de familia. Las hay que se esmeran en fabricar piezas de belenes los doce meses -como en San Antonio de Los Altos en Venezuela que no lo desmontan nunca y reservan una habitación con luz y sonido para quienes deseen visitarlo durante todo el año- y quienes, como famosas familias ecuatorianas en Ambato y Cuenca, que llegan a armarlos hasta con 500 figuras. En esas ciudades, tanto como en Ibarra y Portoviejo, la representación del nacimiento de Jesús en ocupa amplios espacios dentro y fuera de las viviendas y hasta abren sus puertas a los curiosos. En Santo Domingo, Quito y Esmeraldas, los pesebres con personajes gigantes también son un atractivo.
En Brasil y Perú son muy visitadas las exposiciones de artesanía navideñas. En Venezuela, lo éramos pues los pesebres de fabricaban en grande y por donde quiera. Hoy, la crisis amenaza la tradición, pero ésta se mantiene en familia, donde aún padres e hijos se reúnen para “montar el pesebre” , adornar el arbolito, escuchar aguinaldos y tomar una copita de nuestro famoso Ponche Crema, infaltable bebida navideña.
Quien sabe si seremos los venezolanos, en esta temporada, los que recibamos con mayor fervor las palabras de obispos de toda América quienes, coreando al Papa Francisco, han sido insistentes que que debemos “descomercializar” la Navidad y vivirla desde el fondo de nuestro corazón, con la esperanza que solo infunde la fe.
¿Quieres conocer más pesebres del resto del mundo? Mira aquí:
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¿No has perdonado, ni amado? Pues empieza hoy
Publicado: 18 de diciembre de 2018 01:22 AM PST
Quizás me he empeñado en hacerlo yo todo bien, yo solo, sin ayuda, y Dios sólo quiere que me haga niño
Me dicen que cuando peco hago daño. Que me hago daño a mí mismo. Y también le hago daño a Dios. No lo sé. Me cuesta entenderlo bien.
Sólo sé apreciar que mi ira hiere al que la recibe y a mí mismo. Y mi indiferencia entristece. Y mi infidelidad decepciona. Mis omisiones son vacíos de amor. Y mi amor egoísta es un mal amor, porque ata y retiene.
Entiendo que mi pecado me aleje de Dios cuando pretendo negar su presencia y huyo. Dejo de amarlo. Y ya no me siento amado.
Tal vez resulta más importante dejarme amar que amar. Y más importante perdonar que pedir perdón.
No quiero esperar que siempre me perdonen. Tal vez mi debilidad sea ignorar mis propias faltas. No reconocer cuándo me equivoco. Y vivir pensando que son los demás los que no me quieren, los que me hieren, los que me matan, los que me ofenden. Y yo sentirme libre de toda culpa.
Decía el padre José Kentenich: “Sembrar o suscitar una infancia espiritual honda y cálida es al mismo tiempo profundizar una sana conciencia de pecado”[1].
Huyo de los extremos que me matan. El sentir que todo lo hago bien. Y el creer que de todo soy culpable. En los dos caigo sin casi darme cuenta. Ninguno de los dos me deja levantarme y mirar con paz a Dios.
No quiero alimentar un insano sentimiento de culpa. Me hace daño. Una culpa medida me hace bien. Me lleva al arrepentimiento y me da fuerzas para volver a empezar.
Mi indiferencia ante el mal causado me duele muy dentro. Siempre peco, aunque no me dé cuenta. Sé que importa lo que hago y lo que no hago. Mi amor y mi desamor.
Creo en el abrazo de un Dios misericordioso. Eso es el Adviento. Un Dios niño que me abraza y yo le abrazo.
Me hace tanto bien querer a un Dios Padre rico en misericordia… Necesito el perdón cuando he fallado.
Sé que mis caídas son sólo una ocasión para levantarme y correr de nuevo al encuentro de mi Padre. Huele a hogar, a pan rallado, a descanso, a luna creciente.
Huele su abrazo a calor de chimenea, a palabras dulces, a paseo al borde de un acantilado mirando el mar profundo. Huele a consuelos, a miradas tiernas, a sonrisas hondas y verdaderas.
Amo a ese Dios misericordioso que me espera con los brazos abiertos para abrazarme. Conozco y conoce mi fragilidad.
Su perdón me sana tanto por dentro… Une las piezas rotas de mi alma. Cura mis heridas más hondas, más sucias.
Mi pecado es carencia de paz interior. Es fruto de mi desorden. ¿Quién podrá poner algo de armonía en medio de tanto caos que llevo dentro? No lo logro. Es tan difícil.
Y mi pecado brota de mi insatisfacción. Tomo caminos desviados. No sé amar como Dios me ama. Hago el mal que deseo evitar. Y el bien soñado queda en el olvido.
Me siento tan frágil, tan herido. Como esos niños que pretenden alcanzar las estrellas y no logran elevar sus pasos.
Quizás me he empeñado en hacerlo yo todo bien, yo solo. Sin ayuda. No asumo que la perfección es de Dios y no me la exige. Sólo quiere que me haga niño. O mejor aún, que confíe y crea como un niño. Que no pretenda resolver todos los desafíos que tengo por delante.
Quiero aceptar la fragilidad de mi pecado. Miro a Jesús en su bondad, en su amor ilimitado. ¡Qué lejos vivo de tanta belleza!
Miro a María y a José. Hogar de Belén. Cuna de un amor que me resulta imposible. Más que no pecar lo que quiero es aprender a amar. Lo hago tan mal. Soy tan torpe.
Estoy tan lejos del amor de Belén. Del amor de esa tierra de paz en medio de la guerra. Tan lejos de una vida plena en medio de mis vicios que me consumen. En medio de mi desorden que me hace perderme.
Me falta amor. Y renuncia. Y alegría. Y paz del alma para cargar con tantos. Para salir de mí con el corazón cargado.
Para eso sirve el Adviento. Para romper los muros que frenan mi carrera. Para no perder el tiempo envuelto en egoísmos.
Adviento es salir de mi rutina y buscar al que está cerca, al más próximo y abrazarlo. Porque el tiempo es corto y no quiero que me pase lo que describe Jorge Luis Borges:
“Con el tiempo aprenderás que intentar perdonar o pedir perdón, decir que amas, decir que extrañas, decir que necesitas, decir que quieres ser amigo, ante una tumba, ya no tiene ningún sentido. Pero desafortunadamente, sólo con el tiempo”.
Con el tiempo no quiero descubrirlo. Quiero saberlo ahora. Empezar hoy ya el camino que me saca de mí mismo. Y perdonar siempre. Y aprender a pedir perdón. Aprender a amar.
Quiero ser amado. Quiero recorrer ese camino infinito que me lleva fuera de mí. Y me adentra en el corazón del otro.
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