Y POR ENCIMA DE TODO ESTO, EL AMOR
Por Gabriel González del Estal
La frase es de la carta de San Pablo a los fieles de Colosas, a los Colosenses, una comunidad cristiana del Asia Menor que tenía bastantes problemas de convivencia. El texto que hoy leemos es de una hondura humana y teológica grande. Hoy, fiesta de la Sagrada Familia, podemos aconsejar esta lectura a todas las familias cristianas, principalmente a las familias que estén viviendo momentos difíciles en su diario convivir. Del diario convivir de la Sagrada Familia, la de José, María y Jesús, sabemos muy poco. Si nos atenemos a los pocos datos que nos dan los evangelios, podemos deducir que no fue un convivir fácil y rutinario: José tiene motivos suficientes para sospechar de la fidelidad de su prometida, antes de empezar a vivir juntos; el niño nace en un viaje accidentado y lleno de sobresaltos; al poco tiempo de nacer el niño, el matrimonio tiene que salir huyendo de su país, porque el rey quiere matar al niño; cuando el niño se hace ya mayorcito, decide por su cuenta quedarse en el templo, dejando a sus padres angustiados y anhelantes; emprende después una vida de predicador itinerante, enfrentándose a las autoridades civiles y religiosas, sin escuchar los consejos de prudencia que le dan sus familiares; es perseguido y muere ajusticiado en una cruz, como un criminal vulgar. Así transcurre la vida de Jesús, antes de la resurrección. Una familia que ha tenido que vivir así, entre tanta angustia y sobresalto, ¿puede haber sido una familia santa y feliz? Sólo con una condición: que el amor haya sido el vínculo y ceñidor de la unidad familiar. Por esto, he querido yo resaltar esta frase de San Pablo, aplicada a la fiesta de hoy. Como creemos que la familia de Jesús fue una familia santa y feliz, tenemos que concluir que fue una familia llena de amor. Sólo por amor decidió José no denunciar a su prometida; sólo por amor soportó María el dolor que le causó la espada que le atravesó el alma; sólo por amor aceptó Jesús ser bandera discutida, cordero inmolado, luz de las naciones y gloria de su pueblo, Israel. Amor a Dios, que se tradujo en obediencia, confianza y entrega, y amor al prójimo que les hizo, a los tres, vivir siempre más preocupados por los demás que por sí mismos.
Vivir hoy en familia tampoco es nada fácil. Ni para los abuelos, ni para los padres, ni para los hijos. No vamos a describir aquí las características de la familia actual, porque es algo que conocemos todos por experiencia propia o ajena. La familia actual es una familia plural en creencias y costumbres. Esta pluralidad dentro de la familia hace difícil y hasta imposible la buena convivencia familiar, si no tenemos en cuenta los consejos que San Pablo nos da en esta carta a los Colosenses. Sí, el uniforme de la familia debe ser la misericordia entrañable, la bondad, la humildad, la dulzura, la comprensión, el perdón y por encima de todo esto, el amor como ceñidor de la unidad consumada. ¡Claro!, podemos pensar, con este uniforme familiar se pueden atravesar valles, ríos y montañas sin ahogarse, ni romperse. Pero ¿qué familia es capaz de vivir, un día sí y otro también, con este uniforme? Pues este es el reto y el mensaje que nos propone hoy esta fiesta de la Sagrada Familia. Sabemos que es muy difícil, pero vamos a intentarlo. Y para esto, vamos a pedirle a José, a María y a Jesús que nos ayuden a crecer continuamente en sabiduría y que la gracia de Dios nos acompañe siempre.
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