sábado, 28 de julio de 2018

LA ORACIÓN, DESARROLLO DE LA «VIDA DE PENITENCIA»

< /div>



LA ORACIÓN, DESARROLLO
DE LA «VIDA DE PENITENCIA»
por Kajetan Esser - Engelbert Grau, OFM

Aplicaciones (II)

2. La fuente de la oración contemplativa debe ser para el franciscano -como lo fue para Francisco-, ante todo, la vida de Jesucristo. «Nuestra máxima preocupación debe consistir en quedarnos en la vida de Jesús», dice Tomás de Kempis en la Imitación de Cristo (I 1,3). Francisco no opina otra cosa cuando confiesa: «Es bueno recurrir a los testimonios de la Escritura, es bueno buscar en ellas al Señor Dios nuestro; pero estoy ya tan penetrado de las Escrituras, que me basta, y con mucho, para meditar y contemplar. No necesito de muchas cosas, hijo; sé a Cristo pobre y crucificado» (2 Cel 105).

La vida de Jesucristo, Dios hecho hombre, tal como se nos presenta en la Sagrada Escritura -sobre todo su encarnación, su pasión y muerte, pero también su resurrección, su ascensión y su segunda venida-, y el Hombre Dios que continúa viviendo en la Iglesia, que permanece presente entre nosotros en el misterio de la Eucaristía, debe constituir el objeto principal de la meditación. Es una característica de la manera franciscana de meditar el no tomar muchos temas en consideración, sino meditar de continuo sobre unos pocos temas asequibles. El énfasis reside no en el conocimiento de un mayor número de verdades de fe, sino en la contemplación amorosa de las maravillas del amor de Dios (cf. S. Buenaventura, Regula novitiorum II, 7; De triplici via II).


En la meditación de la vida de Jesús debería descansar toda nuestra vida. La Buena Nueva debe convertirse para cada uno en evangelio vivo: «Que yo piense como Tú, trabaje contigo, viva en ti». Por eso en la meditación está en primer plano la pregunta: ¿Qué me dice el Señor mediante esta Palabra de la Escritura en la situación concreta de mi vida? En el ejercicio del evangelio vivo tiene que reconocer el franciscano las «vestigia», las huellas que el Hombre Dios nos ha dejado para que le sigamos.

¿Pero cómo podré imitarle si no lo conozco, si no experimento su presencia real y cercana, si no he tenido un contacto vivo con Él? En la meditación conocemos a Jesús cada vez más profundamente y mejor. Pero este conocimiento no hay que entenderlo en el sentido de un enriquecimiento de nuestro saber o como una satisfacción de nuestra curiosidad, sino como un conocimiento en la fe y el amor que naturalmente no puede limitarse al solo tiempo de la oración, sino que debe extenderse como una exigencia incondicional a toda nuestra vida. Francisco llama bienaventurado a aquél que ha aprendido el arte de la meditación: «Bienaventurado aquel religioso que no encuentra placer y alegría sino en las santísimas palabras y obras del Señor, y con ellas conduce a los hombres al amor de Dios con gozo y alegría» (Adm 20).

El oír y gustar una sola vez no basta para penetrar en ese arte; por eso se dice de Francisco: «Leía a las veces en los libros sagrados, y lo que confiaba una vez al alma le quedaba grabado de manera indeleble en el corazón. La memoria suplía a los libros; que no en vano lo que una vez captaba el oído, el amor lo rumiaba con devoción incesante» (2 Cel 102). He aquí el rasgo fundamental de la manera franciscana de meditar: escuchar la palabra de Dios, leerla y considerarla una y otra vez con afecto, rumiarla continuamente; entonces no habrá sido escuchada en balde.

No hay comentarios. :

Publicar un comentario