domingo, 29 de julio de 2018

«El Señor ha hecho en mí maravillas».

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ORAR CON EL CORAZÓN ABIERTO
Meditaciones diarias para un sincero diálogo con Dios

Me estremece el corazón la humildad de la Virgen, su sencillez y su agradecimiento, su alabanza y su ternura. Hay una frase que me emociona: «El Señor ha hecho en mí maravillas».
Estas palabras que proceden del Magnificat representan la alegría de la Virgen María en ese encuentro dulce y tierno con su prima Isabel, en el canto más hermoso de servicio al prójimo. Es el canto repleto de alegría de quien lleva al Hijo de Dios en su vientre. Es la canción de alegría del encuentro con una persona a la que quieres. Es el canto alegre del encuentro de la humanidad con su Salvador. Este cántico de la Virgen, de la Iglesia misma y de cada creyente nos une a todos desde la oración de María para reconocer las maravillas que el Señor hizo por ella en su vida y hace también en nuestras propias vidas.
«El Señor ha hecho en mí maravillas». Para comprender esto hay que aprender a escuchar y prestar el oído del corazón.
En la Biblia, el corazón es nuestro ser más profundo, el lugar de compromiso y lucha. Es de él desde donde brotan las fuentes de la vida.

María es una mujer que busca porque es una mujer que escucha. En la Anunciación, María escucha desde el fondo de su corazón la palabra del ángel y entra en conversación con él para aceptar en su vida el plan de Dios: ser la madre del Salvador. Durante su visita a su prima, María escucha las palabras de Isabel y entra en conversación con ella e, incluso, va aún más lejos porque esta disponibilidad del corazón produce en los dos niños que llevan dentro un fuerte estremecimiento bajo la acción del Espíritu Santo En Caná, a través de su escucha, María intercede ante su Hijo por los novios para que sus invitados no carezcan del vino para la celebración. ¡Y cuántas veces leemos de los evangelistas que María guardaba todo en lo profundo de su corazón! ¡Se escucha a sí misma para que todo su ser esté predispuesta a la escucha de los demás y a la escucha de Dios! Al pie de la Cruz, María, a pesar del dolor, escucha y recuerda la Palabra de Dios, que le permite ponerse de pie y regocijarse de alegría el día de la resurrección. Así, María es la mujer del Magníficat y puede exclamar con gozo: «El Señor ha hecho en mí maravillas».
Esta actitud de escucha es también la de Cristo por su Encarnación. Jesús percibió la voz del Padre a través de las voces humanas: la de su madre, la de José, la de Pedro haciendo su profesión de fe, la de tantos que se acercaron a Él en su caminar por Galilea…
Hoy, como cada sábado, uno se siente invitado a cantar, imitando a la Virgen María: «El Señor ha hecho en mí maravillas». Esta frase es una invitación a dejarse guiar por la Virgen María en esta dinámica de escucha, de encuentro, de oración… Con María, dar un paso más en la fe, en esta mirada de fe en la persona que conozco. La fe ayuda a percibir la presencia de Dios en el otro y el amor nos devuelve, muy concretamente, a la persona del otro. Es en este intercambio de fe y amor donde puedo sentir y contemplar las grandes maravillas que Dios hace cada día por nosotros.


¡Señor, haz de mi parte viva del Magnificat! ¡Ayúdame, María, a ser una persona que sea capaz de escuchar desde el fondo del corazón a Dios y a los demás, a tener una mirada de fe y de amor a imitación tuya! ¡Ayúdame, María, a llenar mi corazón de la Verdad, a acoger en lo más profundo de mi corazón la semilla de la fe, el susurro del Espíritu Santo que me presenta las maravillas que Dios hace por mí¡ ¡Y contigo, María, y con Tu Hijo Jesús, que aprenda a alabar a Dios por las gracias y los dones recibidos cada día!  ¡Que mi vida se convierta en una peregrinación que me lleve al encuentro auténtico con el prójimo, con una escucha abierta y generosa, con una mirada de fe y de amor a todos, a mi familia, a mis amigos, a mis compañeros de trabajo, a la  comunidad, a la parroquia, a nuestro mundo tan necesitado de fe y de amor, de esperanza y de caridad…! ¡Espíritu Santo, como hiciste con María, hazme receptivo a tus gracias y muéstrame cada día las maravillas de Dios hace por mi y ayúdame a dar testimonio de esta verdad! ¡Gracias, Padre, por tantas maravillas que haces cada día en mi vida: mi vida misma, mi familia, mis amigos, mis capacidades, mis decisiones, mi vida de oración, mi Eucaristía, mi encuentro con el prójimo, el disfrutar de las cosas sencillas, mi hogar, mi alimento, el amor de mis cercanos, mi encuentro con la belleza del entorno, mi capacidad para cargar la cruz… todas estas maravillas son producto de tu gran amor!

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