EXAMINAD SI LOS ESPÍRITUS PROVIENEN DE DIOS
De los hechos de san Ignacio de Loyola recibidos
por Luis Gonçalves de Cámara de labios del mismo santo (Cap 1,5-9)
Ignacio era muy aficionado a los llamados libros de caballerías, narraciones llenas de historias fabulosas e imaginarias. Cuando se sintió restablecido, pidió que le trajeran algunos de esos libros para entretenerse, pero no se halló en su casa ninguno; entonces le dieron para leer un libro llamado Vida de Cristo y otro que tenía por título Flos sanctórum, escritos en su lengua materna.
Con la frecuente lectura de estas obras, empezó a sentir algún interés por las cosas que en ellas se trataban. A intervalos volvía su pensamiento a lo que había leído en tiempos pasados y entretenía su imaginación con el recuerdo de las vanidades que habitualmente retenían su atención durante su vida anterior.
Pero, entretanto, iba actuando también la misericordia divina, inspirando en su ánimo otros pensamientos, además de los que suscitaba en su mente lo que acababa de leer. En efecto, al leer la vida de Jesucristo o de los santos, a veces se ponía a pensar y se preguntaba a sí mismo:
«¿Y si yo hiciera lo mismo que san Francisco o que santo Domingo?».
Y, así, su mente estaba siempre activa. Estos pensamientos duraban mucho tiempo, hasta que, distraído por cualquier motivo, volvía a pensar, también por largo tiempo, en las cosas vanas y mundanas. Esta sucesión de pensamientos duró bastante tiempo.
Pero había una diferencia; y es que, cuando pensaba en las cosas del mundo, ello le producía de momento un gran placer; pero cuando, hastiado, volvía a la realidad, se sentía triste y árido de espíritu; por el contrario, cuando pensaba en la posibilidad de imitar las austeridades de los santos, no sólo entonces experimentaba un intenso gozo, sino que además tales pensamientos lo dejaban lleno de alegría. De esta diferencia él no se daba cuenta ni le daba importancia, hasta que un día se le abrieron los ojos del alma y comenzó a admirarse de esta diferencia que experimentaba en sí mismo, que, mientras una clase de pensamientos lo dejaban triste, otros, en cambio, alegre. Y así fue como empezó a reflexionar seriamente en las cosas de Dios. Más tarde, cuando se dedicó a las prácticas espirituales, esta experiencia suya le ayudó mucho a comprender lo que sobre la discreción de espíritus enseñaría luego a los suyos.
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FIESTA DEL PERDÓN,
INDULGENCIA DE LA PORCIÚNCULA
De la Homilía de Fr. José Rodríguez Carballo,
Ministro general OFM (Asís-Porciúncula, 1-VIII-2010)
Estimados hermanos y hermanas: ¡El Señor os dé la paz!
Reflejo del amor trinitario de Dios, el perdón es participación en la victoria de Cristo sobre la muerte. La última palabra en la vida del hombre, su última verdad es siempre el amor de Dios. El hombre es antes que nada, el amado por el Padre que no duda en donar al Hijo para que la humanidad vuelva a la plena comunión con Dios, con los otros y con la creación misma, querida por el Creador desde los inicios. En este sentido podemos decir que «la iglesia es una comunidad de pecadores convertidos, que viven la gracia del perdón, transmitiéndola a su vez a los otros» (J. Ratzinger).
El perdón, del que sentimos la necesidad, nos llega hoy a través de la Indulgencia de la Porciúncula obtenida por Francisco directamente del Papa para mandarnos a todos al Paraíso. Francisco, que había experimentado en su vida la misericordia del Señor, como él mismo confiesa en su Testamento, quiere que todos hagamos esta misma experiencia. Lo específico de esta Indulgencia es su gratuidad. Contrariamente a cuanto sucedía entonces con otras Indulgencias, esta es gratuita. Por esto podemos decir que es la Indulgencia de los pobres, de quien no podía ir a Jerusalén o a Santiago de Compostela. El gran corazón de Francisco no quiere dejar a nadie sin la posibilidad de ir al cielo, sin la posibilidad de ser perdonado.
Estimados hermanos y hermanas, convocados para gustar y celebrar la gracia del perdón, somos igualmente llamados a redescubrir el amor de Dios y a compartir este amor-perdón con los otros. Efectivamente, estas son las actitudes necesarias para participar plenamente en la fiesta del perdón. Lo primero como condición para gustar el perdón, lo segundo como consecuencia de sentirse perdonados.
Quien no es consciente de que Dios lo ama ¿cómo podrá celebrar y hacer fiesta por el perdón? Pero ni siquiera podrá jamás sentir lo que significa el pecado. Son los santos, como Francisco, los que, por sentirse realmente amados, se sienten también perdonados y sienten la urgencia de romper con toda situación de pecado, por pequeña que sea. Cuando Francisco en el monte Alverna grita: El amor no es amado, el amor no es amado, lo hace porque ha experimentado el gran amor que Dios tiene por la humanidad y la insuperable distancia entre el amor de Dios y el amor del hombre. Y cuando afirma en su Testamento «cuando estaba en pecado», no lo dice por humildad, sino que lo dice sintiendo que es real, y lo es, teniendo presente el amor sin límites de Dios por él. Por otro lado, sentirse perdonados nos pone delante de una exigencia de perdonar sin límites: setenta veces siete. Por esto, el Señor, en la versión que Lucas nos ofrece del Padrenuestro, nos enseña a orar así: Perdónanos como nosotros perdonamos. Quien se siente perdonado llega a ser necesariamente apóstol del perdón y de la reconciliación. Nos lo enseña Francisco en su compromiso por reconciliar al obispo y al podestá de Asís, el lobo y la ciudad de Gubbio, etc.
Hermanos y hermanas, amigos todos, celebrando la solemnidad de Santa María, Reina de los Ángeles, celebramos a Aquella a la cual la liturgia aplica el elogio que el libro del Sirácida hace de la Sabiduría. Guiados por esta actualización litúrgica, María es la madre del amor hermoso y del temor, del conocimiento y de la santa esperanza. En Ella se encuentra toda gracia de verdad y el camino, toda esperanza de vida y virtud. Ella es la llena de gracia, como la llama el ángel, cuya memoria perdurará por todos los siglos. Ella es la mujer de la cual nace el Hijo de Dios para rescatar a todos cuantos estábamos bajo la ley del pecado. Ella es la discípula fiel que ha encontrado gracia delante de Dios, porque ha concebido al Hijo primeramente por la fe, antes que en la carne. Ella es la Virgen hecha iglesia, palacio, tabernáculo, casa, vestidura, sierva y Madre de Dios, como le canta el padre san Francisco (SalVM).
Siguiendo el consejo del libro del Sirácida, acerquémonos a Ella, y la Madre de misericordia nos conducirá al Hijo para gustar cuán bueno es el Señor. Y entonces también nosotros encontraremos gracia ante Dios y volviendo a entrar en nosotros mismos, nos pondremos en camino y volveremos a la casa del Padre. Él tendrá compasión de nosotros, saldrá a nuestro encuentro y abrazándonos nos acogerá con gran alegría, porque un pecador se ha arrepentido. Así iniciará la fiesta, la fiesta del perdón, de aquel que estaba muerto y ha vuelto a la vida, de quien estaba perdido y ha sido encontrado, la fiesta de todos nosotros que reconociendo nuestro pecado nos sentimos amados, perdonados y reconciliados. La fiesta del perdón consiste justo en esto: sentir a un Dios al que confesamos como AMOR.
Que la Reina de los Ángeles, medianera de todas las gracias, y el padre san Francisco nos obtengan del Señor la gracia de hacer esta experiencia cada vez que, a causa de nuestra debilidad, nos sentimos pecadores.
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