Domingo IIº de Pascua, Divina Misericordia, Año C (24 abril)
De Corazón a corazón: Hch 5,12-16 ("Todos se reunían con un mismo espíritu"); Ap 1,9-13.17-19 ("Soy el primero y el último, el que vive; estuve muerto, pero ahora estoy vivo"); Jn 20,19-31 ("Señor mío y Dios mío… Bienaventurados los que no han visto y han creído")
Contemplación, vivencia, fraternidad, misión: Las dos apariciones en el Cenáculo apuntan al mismo objetivo: creer sin esperar signos especiales. Los signos, por sí mismos, no serían suficientes, pues es el mismo Jesús quien se manifiesta a quien lo quiere conocer amando. Sin esta fe vivida, se inventan mil teorías para intentar demostrar la validez de nuestras preferencias egoístas. Sólo Jesús puede sanar el corazón. Él es el inicio y el fin, el único que da sentido a la existencia humana, Dios hecho hombre, que murió amando y perdonando, que ha resucitado y nos acompaña en todo momento.
*Con María la Iglesia camina en comunión, abierta a las sorpresas del Espíritu Santo: Como “Madre de Misericordia”, María “comparte nuestra condición humana” y “nos alcanza misericordia" (S. Juan Pablo II, Veritatis Splendor, nn.118-120). “Madre de misericordia, muchas veces hemos experimentado tu ternura providente, tu presencia que nos devuelve la paz, porque tú siempre nos llevas a Jesús, Príncipe de la paz” (Papa Francisco, Consagración, 25 marzo 2022).
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