By Padre Charbel EL ALAM / Orden Libanesa Maronita Abril 20, 2022
En el siglo pasado en Francia vivió una hermana de la Orden de la Visitación que se llamaba Luise Marguerite Claret de la Touche.
Ella era una niña de un alma grande que recibió de Jesús un don y una vocación muy especial.
Aunque pertenecía a una familia de alto nivel social, jugaba como todas las niñas de su edad… y, como era propio de su época, tuvo instrucción religiosa más por deber que por convicción. No era, en ese sentido, una persona de fe, sí alguien con una salud precaria y creciente debilidad física.
Ocurrió entonces que la visitaba una religiosa que le enseñaba a orar.
Esas oraciones constantes la condujeron a un cambio de vida, a un fuerte llamado de conversión que la lleva a tomar la decisión de ingresar al monasterio de la Visitación, donde primero fue religiosa y después llegó a ser la madre superiora.
En 1905 debido a la situación política y religiosa de Francia, debió mudarse a Italia, cerca de Turín. Ahí experimentó una vida mística en la que enfocó su empeño en dejar espacio a la gracia y al actuar de Dios; fue ahí donde Jesús se le reveló al mostrarle su corazón.
Al recibir el llamado a vivir la maternidad espiritual, Jesús le pidió crear un movimiento que se llamara “quiero la misericordia”.
Esta organización, hoy es un movimiento muy grande en el mundo, agrupa aproximadamente a 2000 sacerdotes.
Fue así cómo, Jesús le dijo “ve con el padre Charrier (jesuita) y él te ayudara a crear este
Movimiento”.
Ella, obediente, fue a buscarlo y al encontrarlo le dijo: “Padre Jesús quiere que
con su ayuda conformemos el movimiento”.
Claro, el Padre Jesuita Charrier no le creyó, dudó de lo que ella decía, ella insistía: “Padre, si no me ayuda Jesús se sentirá mal”.
El padre en busca de convencerse o de estar seguro de que venía de Jesús la petición le dijo: “Bueno, pídele a Jesús que te diga uno de mis pecados de la juventud”.
Ella dijo: “Está bien”.
Eso fue su única respuesta: “Está bien”.
Ella regresó a su convento y una semana después se le apareció Jesús y le dijo: “Sé lo que te pidió el padre Charrier pero qué aburrido … es que se me olvidaron sus pecados”.
Con esto, quería decir que cuando Jesús perdona, sí perdona y perdona total y eternamente tus pecados, es suficiente pedirle perdón y tu pecado está olvidado para siempre.
Entonces le dijo Jesús: “dile que tiene un JHS grabado en su corazón y así sabrá que es una señal de mi parte”.
En el siglo XIX y XX era común entre los jesuitas grabarse con un hierro candente las siglas JHS.
Así supo el padre Charrier que era el mismo Jesús quien le pedía esta misión.
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