ORAR CON EL CORAZÓN ABIERTO
Meditaciones diarias para un sincero diálogo con Dios
Me gusta pensar que a los ojos de Cristo nadie es anónimo. Es uno de los cimientos de mi confianza en Él. Me sucede como aquella mujer enferma que, habiendo oído hablar de Jesús, sólo desea tocar su manto. Su fe sobrepasa obstáculos y el intentar llegar a Jesús testimonia su perseverancia y su confianza, dos instrumentos inseparables de la esperanza. Jesús le otorga la paz, la salud del corazón al mismo tiempo que la del cuerpo. La multitud presionaba a Jesús para que pasara de largo, pero su fe firme y su confianza ciega logran rozar el manto de Cristo.
¡Cuántas veces no nos decidimos por vivir en la confianza! ¡Si la fe que persevera siempre da frutos! Los muchos obstáculos que encontraba esta mujer enferma no eran muy diferentes a los que nos encontramos en la vida: las dificultades para acercarnos a Jesús son la agitación, la dispersión, las múltiples tensiones externas e internas que sofocan la Palabra y presencia. Otros obstáculos son el desaliento, la desesperanza, el sufrimiento… alimentados por la incerteza. Sin embargo, el obstáculo más difícil de sobrellevar es la desesperación. La desesperanza es el arma suprema del maligno que quiere destruir de nuestro interior la energía vital más fuerte, ¡la del Dios que vive en nosotros!
Pero Jesús te dice cada día ¡Levántate! Lo dice en lo profundo del corazón. Entonces sientes como esta mano te estira para hacerte superar cualquier obstáculo, para aguantar, para sobrellevar las dificultades. Ese ¡Levántate! te hace consciente de que no puedes caminar por ti mismo, que no tienes por ti solo la fuente de la vida, de la sanación interior, del secreto de la alegría. Esto solo lo recibes de la mano de Dios.
¡Hoy tomo con alegría esta mano, que la siento sobre mi, porque es Dios quien la extiende por medio de su Hijo Jesucristo!
¡Kum! ¡Levántate! ¡Camina! ¿Voy a quedarme impasible ante una invitación así!
¡Señor, me invitas a vencer todos los obstáculos a los que me enfrento con tu compañía! ¡Me invitas a levantarme y caminar y sobrellevar las dificultades con entereza, confianza y esperanza! ¡Me recuerdas con tu amor que hiciste tuyas mis debilidades y cargaste con todos mis dolores y pecados y los clavaste en la cruz para morir por mi, para llenar mi vida de abundancia, de esperanza y de confianza! ¡No quiero defraudar tanto amor, Señor! ¡Quiero darte gracias porque de Ti recibo vida nueva! ¡Tu exclamas que no tenga miedo, que basta con que tenga fe y confianza, que puedo ir en paz, que me levante y camine! ¡Quiero sanar mi corazón para llenarlo de ti, cubrirlo de confianza y esperanza para que nada me aparte del camino de la salvación! ¡Señor, quiero sentir tu sanación interior porque me perdonas, porque me salvas, porque me amas, porque me acompañas! ¡Quiero sentirme sanado porque quitas de mi interior todo aquello que me impedía recibir tu gracia misericordiosa, porque la desconfianza y la desesperanza nos es propia de un seguidor tuyo! ¡Señor, tu hiciste propias todas mis debilidades y carencias y cargaste con todos mis dolores y dudas, te las entrego porque al escuchar el levántate y camina no puedo más que enderezar mi camino y darte gracias! ¡Bendito seas, Señor, por tanto amor y tanta misericordia!
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