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LA FIGURA DE JUAN EL BAUTISTA
Por Francisco Javier Colomina Campos
En este segundo domingo de Adviento irrumpe con fuerza la figura de Juan el Bautista, que aparecerá tanto en este segundo domingo como en el tercer domingo de Adviento. El Bautista, junto con el profeta Isaías y con María, cuya Concepción Inmaculada celebrábamos ayer, son los personajes que de modo particular nos acompañan en este tiempo de Adviento.
1. “Vino la palabra de Dios sobre Juan, hijo de Zacarías, en el desierto”. El evangelista san Lucas, después del Evangelio de la infancia de Jesús que corresponde a los dos primeros capítulos, comienza el tercero introduciendo la figura del Bautista. Comienza san Lucas este relato con una solemne introducción histórica, detallando minuciosamente el momento exacto de la historia en el que aparece Juan. Esto nos indica dos cosas. Por un lado la historicidad de la persona del Bautista, y por lo tanto de Jesús, pues podemos señalar el momento exacto en el que aparece en la historia siguiendo los períodos de gobierno de las distintas autoridades que describe Lucas. Por otro lado, el Evangelista nos hace ver la diferencia entre los distintos gobernantes, tanto romanos como judíos, que vivían rodeados de lujo y de poder, con la sencillez de Juan el Bautista. Éste aparece con humildad en el desierto, que es el lugar del silencio, y precisamente por esto es también el lugar donde se escucha la palabra de Dios. Es curioso que el Evangelio no presenta a Juan como el protagonista, el que tiene la iniciativa, sino que en primer lugar está la palabra de Dios que viene sobre Juan. Es por tanto Dios quien tiene la iniciativa. Él es quien desea llevar adelante su proyecto de salvación para los hombres, por eso es Él quien llama a Juan, le envía su palabra, para que predique la conversión.
2. “Una voz grita en el desierto: preparad el camino del Señor, allanad sus senderos”. En el desierto Juan el Bautista predica un bautismo de conversión. Es la primera llamada que Dios hace a los hombres: volver de nuevo el corazón hacia Dios para que perdone nuestros pecados. Lucas descubre en la persona del Bautista la imagen del profeta Isaías de la voz que grita en el desierto (Is 40, 3-5). Esta imagen se encuentra al comienzo del conocido como “segundo Isaías”, un texto lleno de alegría y de consuelo para Israel. Isaías escribe a Israel que se encuentra en el destierro. En medio de su tristeza resuena una voz de esperanza que llama a preparar en el desierto un camino al Señor, un camino llano y recto. Quizá se refiere Isaías al camino por el que Israel ha de volver a Jerusalén tras el destierro de Babilonia. Lucas, al citar este texto veterotestamentario, lo reinterpreta invitando a preparar el camino para que Dios venga a nosotros. Allanar los senderos, que lo torcido se enderece y lo escabroso se iguale… se refiere a sacar de nuestra vida y de nuestro mundo todos aquellos obstáculos que impiden a Dios llegar a nosotros, como nuestros egoísmos, el odio, la injusticia, la pereza… El Adviento es por tanto un tiempo para preparar nuestro corazón y limpiarlo de toda suciedad para que Dios pueda venir de nuevo a nosotros.
3. “Así llegaréis al día de Cristo limpios e irreprochables”. Pero ¿cómo preparar ese camino al Señor? San Pablo, en la segunda lectura, nos da la clave al exhortar a los Filipenses a que esta comunidad de amor siga creciendo más y más en penetración y en sensibilidad para apreciar los valores. Se trata por tanto de vivir desde el amor, conociendo y apreciando cada día más los valores que Dios quiere de nosotros, llevándolos a la práctica. Así es como el Señor quiere que preparemos la venida de Cristo, llegando a ese día “limpios e irreprochables, cargados de frutos de justicia”. Ésta es por tanto la conversión del corazón a la que invitaba Juan el Bautista cuando predicaba en el desierto. Esto es preparar el camino el Señor.
Sigamos avanzando por este tiempo de Adviento con el corazón alegre, lleno de esperanza, y poniéndonos en marcha para preparar el camino a Dios que viene. Que cuando llegue ese día nos encuentre bien dispuestos, abajando nuestro orgullo, enderezando el camino de nuestra vida, viviendo los valores que Jesús nos enseña. Con la ayuda de María Inmaculada, limpiemos también nosotros nuestro corazón.
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