domingo, 16 de diciembre de 2018

LA ALEGRÍA POR LA LLEGADA DEL SEÑOR


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La alegría por la llegada del Señor


Por Francisco Javier Colomina Campos

Nos encontramos en el ecuador el Adviento. Este tercer domingo es conocido como el domingo gaudete, esto es, el domingo de la alegría. En este camino de esperanza y de preparación para la Navidad, la Iglesia nos muestra hoy en la liturgia . Seguimos además acompañados por Juan el Bautista, continuando este domingo la lectura del Evangelio del domingo pasado.

1. “Estad siempre alegres en el Señor”. Esta llamada a la alegría llena la liturgia de este domingo gaudete. Ya en la primea lectura, del profeta Sofonías, escuchamos una esperanzadora invitación a estar alegres. Sofonías se dirige a la ciudad de Jerusalén, la hija de Sión, que ha vivido un tiempo de castigo y de penuria. Pero ahora le llama a llenarse de alegría, pues el Señor está en medio de ella, Él es su rey, la protege, y por eso ya no tiene nada que temer. La alegría es doble: por un lado la de Jerusalén, pues Dios está con ella, y por otro lado la alegría del mismo Dios que ama a Jerusalén y se alegra como en día de fiesta. Esta misma llamada a la alegría la encontramos en la segunda lectura, en la que Pablo exhorta a los filipenses a estar siempre alegres en el Señor, pues Él está cerca. Esta cercanía del Señor trae tranquilidad, pues ya nada nos debe preocupar ya que Dios nos escucha siempre, y trae también la paz. También nosotros, que estamos preparando la venida del Señor, hemos de vivir alegres, pues Dios nos trae la salvación, la paz, y ya no hemos de temer nada. Nosotros, que estamos preparando el camino al Señor en este Adviento, hemos de vivir y contagiar esta alegría por la cercanía de Dios con nosotros.


2. “¿Qué hemos de hacer?”. En el Evangelio de este domingo, continuación del Evangelio del domingo pasado, varias personas le preguntan al Bautista qué han de hacer. Juan está llamando a la conversión para preparar la venida del Mesías. Y los que le escuchan le preguntan qué han de hacer para preparar ese camino al Señor. Con la sencillez propia del Bautista, éste responde a cada pregunta explicando en qué consiste la conversión. En primer lugar es la gente que acude a bautizarse la que le pregunta a Juan el Bautista “¿entonces, que hacemos?”. La respuesta es compartir: aquellos que tienen que compartan con quienes no tienen. En definitiva, se trata de dejarnos un poco a nosotros mismos para darnos a los demás. A continuación se acercan los publicanos y también preguntan a Juan qué han de hacer, a lo que Juan responde: “no exijáis más de lo establecido”. Es la justicia lo que pide Juan. Mientras que a los que venían a bautizarse con espíritu de conversión Juan les pide la misericordia y la solidaridad compartiendo sus bienes, a los publicanos les pide que comiencen practicando la justicia, no exigiendo a los demás más de lo que es debido. Finalmente se acercan unos soldados preguntando también qué han de hacer, a lo que Juan responde que no hagan extorsión, que no se aprovechen de su estatus, sino que se contenten con la paga. En definitiva, a aquellos que tienen interés por convertirse y le preguntan a Juan qué han de hacer para ello, éste les responde con cosas concretas, según la situación de cada uno. Hoy, también nosotros, que deseamos convertirnos para preparar el camino al Señor, le preguntamos a Jesús qué hemos de hacer. Cada uno de nosotros escuchamos qué quiere Dios de nosotros. Él no nos pide cosas abstractas, sino más bien concretas, adaptadas a nuestra vida. ¿Qué tengo que hacer yo? Es una buena pregunta que podemos hacernos en este domingo.

3. “Yo os bautizo con agua, pero viene el que puede más que yo”. Juan el Bautista es sólo el precursor. Él no es el mesías, y cuando algunos le toman como tal, Juan deja claro que él no lo es, que el Mesías viene detrás de él. El bautismo de Juan era un bautismo de conversión, un bautismo simbólico, con agua que simboliza la pureza y la limpieza. Pero anuncia que el Mesías, que vendrá después, bautizará con fuego. También el fuego es símbolo de purificación, pues el oro, por ejemplo, es acrisolado a fuego. El fuego es así símbolo del Espíritu Santo, que purifica nuestros corazones, que los llena de fuerza en el seguimiento del Señor. Incluso el Bautista añade que el Mesías tiene en la mano la horca, una herramienta que se utilizaba en las labores agrícolas para aventar el trigo en la era, separando así el trigo de la paja. Es decir, el Mesías viene a recoger el fruto, el buen trigo, quemando en nosotros todo aquello que no sirve.

En este tercer domingo de Adviento, domingo de la alegría, vivamos el gozo de la cercanía del Señor que viene a salvarnos. Pero que esta alegría sea no una alegría fugaz y superficial, sino una alegría en el Señor, pues Dios viene a nosotros, a traernos la paz y la confianza en Él. Preparemos esta venida del Señor dejando atrás todo aquello que es paja en nuestra vida, para sacar a relucir el buen fruto que Dios espera de nosotros.

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