domingo, 8 de julio de 2018



ESTOY DISPUESTA A OFRECER MI VIDA Y MI SANGRE
POR LA CONVERSIÓN DE LAS ALMAS
Del «Diario» de santa Verónica Giuliani

Hoy se me han renovado los dolores en manos, pies y costado, y he pasado toda la noche entre sufrimientos y penas: doy gracias a Dios. Por la mañana, recibí el sacramento de la penitencia, del que he salido confortada y con mayores ánimos para sufrir. Después, me acerqué a recibir la sagrada comunión, y he obtenido la gracia de experimentar, en lo más íntimo de mi alma, la presencia viva de Dios, encontrándome en no sé qué nuevo estado interior de espíritu. Desde hace unos días advierto en mi corazón una determinada moción del espíritu, pero no sé expresarlo con palabras. Describiré únicamente los efectos que se han producido en mí.

El primero ha sido un mayor conocimiento y dolor de mis culpas, el ansia por la conversión de las almas, por las que estaría dispuesta a entregar mi vida y mi sangre, y una gran confianza en la misericordia de Dios, y en la piedad y amor de la bienaventurada Virgen María. El segundo, no obstante verme envuelta en un total abandono y sumergida en un mar de tentaciones -que apenas advierto esta acción misteriosa-, me encuentro súbitamente tranquila, colmada de suprema paz, y totalmente sumergida en una especie de estabilidad que me tiene sometida a la voluntad de Dios. El tercer efecto es éste: cuando me encuentro atormentada por el diablo con tentaciones interiores, y al mismo tiempo, por razones de mi cargo, debo ocuparme de los demás y moverme de un sitio a otro en las más diversas ocupaciones, aquella acción misteriosa hace que yo realice todo esto sin apenas darme cuenta, y luego constato que las llevé a cabo sin saber cómo. Esto me acontece especialmente en los momentos más importantes, como son la recepción de los sacramentos, la meditación y los coloquios espirituales que tenemos nosotras por costumbre realizar.



También, algunas veces, me veo sumida en gran tedio de alma, en aridez y profunda desgana, que me da la impresión de serme imposible soportar semejante estado de vida, dándome náuseas todo, y pareciéndome que todo es inútil y que pierdo el tiempo; incluso, el acudir al confesor me da la impresión de no servirme para nada. Pero, apenas percibo en mi corazón la más leve sensación de esa misteriosa moción del Espíritu, me siento de nuevo transformada, y con tal energía, que aun permaneciendo en una tan profunda aridez, insensible a todo y colmada de contradicciones, toda obra me parece factible, aun la más imposible y dificultosa. Gracias sean dadas a Dios por todo.

* * *

LA VIDA DEL EVANGELIO
por Julio Micó, OFMCap

Seguir la doctrina y las huellas de Jesús

El itinerario espiritual de Francisco se caracteriza por su búsqueda incesante de configurar toda su vida en el Evangelio que nos ofrece a Jesús. La lectura de los textos evangélicos de misión le confirmó en la idea que venía madurando desde hacía tiempo sobre el proyecto de su vida. Por fin había encontrado lo que buscaba porque, en realidad, lo necesitaba no sólo él, sino también los compañeros que Dios le había dado. Al final de su vida recordará estos inicios como una gracia del Señor, que le inspiró vivir según la forma del santo Evangelio (Test 14).

En este ambiente de evangelismo romántico, pero duro, transcurrieron los comienzos, hasta que presentaron en Roma un proyecto de vida, escrito en pocas palabras, para que el Papa lo aprobara; un proyecto, nos dirá Celano, que escribió Francisco sirviéndose principalmente de textos del santo Evangelio (1 Cel 32).

Hoy nos resulta imposible conocer con precisión el contenido de este programa, pero es verosímil que estuvieran en él los textos de misión junto con el radicalismo itinerante y sus consecuencias de desarraigo familiar, así como la confianza heroica en la providencia de Dios, la libertad en las comidas y el anuncio gozoso de la penitencia y de la paz; todo esto, dentro de un ambiente de decidida voluntad de seguir desnudos a Cristo desnudo hasta la propia cruz.

Por lo que nos dicen los biógrafos, parece que la vivencia del proyecto fue real: una vivencia itinerante y misionera que trataba de mantener su difícil cohesión por medio de una fe viva en Dios, una oración constante y la voluntad de acogerse mutuamente desde su fragilidad. La entrada progresiva de clérigos y gente culta influyó en este tipo de evangelismo ingenuo, pero profundo. El talante eremítico que configuraba a la primitiva Fraternidad fue dando paso a una forma más asentada y organizada, según el modelo de vida religiosa que proponía la Curia romana, en la que no tenían cabida los radicalismos que hasta entonces habían caracterizado al movimiento franciscano.

La vuelta de Francisco de Oriente en 1220 marca el momento crítico en el que estas tendencias tradicionales van imponiéndose, haciendo de la Fraternidad un grupo estructurado en el que los valores evangélicos asumidos al principio tienen que ser replanteados, perdiendo esa frescura que hacían del movimiento franciscano una interpelación constante a toda la Iglesia sobre su vivencia radical del Evangelio. La potencial fuerza cuestionadora que suponía la vivencia libre del Evangelio por la primitiva Fraternidad, es domesticada y trasvasada a unos odres viejos, en los que pierde su capacidad interpelante y provocadora, para convertirse en una espiritualidad integrada en los esquemas socio-religiosos del tiempo.

La aceptación de este cambio supondrá para Francisco, como nos dice en el Testamento, el tener que defender los valores evangélicos que el Señor le inspiró como elementos estructuradores de su Fraternidad, concretándolos, en la medida de lo posible, en las dos Reglas. Dentro del entramado jurídico de este tipo de escritos, procurará trazar con vigor, en cuanto el consenso con las otras fuerzas existentes en la Fraternidad se lo permitan, lo que para él era fundamental a la hora de reconocerse como un grupo de creyentes que pretendían seguir a Jesús de un modo consecuente.

Para ello tuvo que defender con uñas y dientes el tipo de evangelismo en el que se le había dado, según su propia confesión, el poder seguir con fidelidad las huellas de Jesús. Pero los acontecimientos fueron por otra parte y, si bien es verdad que el núcleo fundamental del Evangelio prometido al Señor se mantuvo dentro de la Fraternidad, también lo es que se realizó en las formas tradicionales en que se movía la reforma de la vida religiosa del tiempo.

Si la vida llevada al principio le proporcionó el gozo de practicar el evangelismo que coincidía con sus deseos, luego, el Señor le fue llevando a una interiorización progresiva, hasta llegar, por el mismo camino que llegó Jesús, a la madurez evangélica de confiar sólo en Dios desde la oscuridad de su noche. El Francisco de los últimos años, aunque con momentos bajos en los que parece acentuarse su cansancio, nos muestra que el seguimiento de Jesús, en última instancia, no es una iniciativa nuestra que discurra por el camino deseado, sino que es el Espíritu el que nos conduce por sendas queridas por el Padre, aunque a nosotros nos resulten incomprensibles y extrañas. Dejarse conducir por la mano providente de Dios, como hizo Francisco, es la mejor prueba de que se ha entendido lo que es y nos exige Jesús a través del Evangelio

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