sábado, 23 de mayo de 2020

Vayan, pues


Templo de San Francisco - Celaya, Gto.



Buenos días, gente buena!
Ascensión del Señor A
Evangelio
Mateo 28, 16-20 
Los once discípulos fueron a Galilea, a la montaña donde Jesús los había citado. Al verlo, se postraron delante de él; sin embargo, algunos todavía dudaron.

Acercándose, Jesús les dijo: «Yo he recibido todo poder en el cielo y en la tierra. Vayan, y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a cumplir todo lo que yo les he mandado. Y yo estaré siempre con ustedes hasta el fin del mundo».
Palabra del Señor
Vayan, pues
Los discípulos han regresado a Galilea, a aquel monte que conocían bien. Cuando lo vieron se postraron. Jesús deja la tierra con un balance en déficit: solo le han quedado once hombres temerosos y confusos, y un pequeño grupo de mujeres animosas y fieles. Durante tres años lo han seguido por los caminos de Palestina, no han entendido mucho pero lo han amado mucho. Y han llegado todos a la cita en la última montaña. Esta es la única garantía que Jesús necesita. Ahora puede volver al Padre, ien seguro de ser amado, aunque si no comprendido del todo. Ahora sabe que ninguno de esos hombres y esas mujeres lo olvidará. Aunque ellos dudaron…


Jesús realiza un acto de grande e ilógica confianza en personas que todavía dudan. No se queda todavía un poco para explicar mejor, para aclarar puntos oscuros. Y confía su mensaje a gente que todavía vive en la duda. No existe verdadera fe sin dudas. Las dudas son como los pobvres, les tendremos siempre con nosotros. Pero si les preguntas con valor, de aparentes contrarios se convertirán en defensores de la fe, la protegerán del acecho de las respuestas superficiales y de las frses hechas. Jesús confía su mundo soñado a la fragilidad de los Once y no a la inteligencia de los sobresalientes; confía la verdad a los dudosos, llama a los timoratos a ir hasta los confines de la tierra, tiene fe en nosotros que no teníamos fe total en él. Se me ha dado todo poder en el cielo y en la tierra…vayan, pues.

Ese “pues” es bellísimo: pues mi poder es suyo; pues todo lo mío es suyo; pues soy yo el que vive en ustedes y los sostiene; Vayan, pues… Hagan discípulos en todos los pueblos… ¿Con qué finalidad? ¿Enrolar devotos, reforzar filas? No, más bien para contagiar, una epidemia de vida y nacimientos. Y luego, las últimas palabras, el testamento: Yo estoy con ustedes, todos los días, hasta el fin del mundo. Con ustedes, siempre, jamás solos. De estas palabras entendemos lo que es la Ascensión: Jesús no se ha ido lejos o a lo alto, a cualquier rincón remoto del cosmos, se ha hecho más cercano que antes. Si antes estaba junto a los discípulos, ahora está dentro de ellos.

No se ha ido más allá de las nubes, más allá de las formas. Ha subido a lo profundo de las cosas, a lo íntimo de la creación y de las creaturas, y desde dentro impulsa hacia lo alto, como una fuerza ascensional hacia una vida más luminosa: El Resucitado envuelve misteriosamente a las creaturas y las dirige a un destino de plenitud. Las mismas flores del campo y los pájaros del cielo que el contempló admirado con sus ojos humanos, ahora están llenos de su presencia luminosa. (Laudato si’, 100). Quien sabe sentir y gozar este misterio camina sobre la tierra como dentro de un tabernáculo, dentro de un bautismo infinito.
¡Feliz Domingo!
¡Paz y Bien!

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