SOLO EL AMOR DE DIOS SANA LAS LLAGAS DEL CORAZÓN DEL HOMBRE
“¡Sí! El amor de Dios entiende y renueva todas las cosas; es un amor que abraza a cada hombre y a todo el hombre; un amor que cambia el dolor en gozo; la oscuridad en luz, la muerte en vida. En un mundo marcado por las llagas de la soledad, el miedo y la angustia, brille la verdad y el calor del amor divino” (JPII, 11 ago. 01)
El amor de Dios restaura y sana las heridas porque es un amor:
1. INFINITO.
¡Oh, cuánto miedo ha causado el egoísmo que limita el amor! “Te amaré hasta que la muerte nos separe”, el límite en esta alianza es la muerte... El mundo de hoy encuentra que los límites son muchos más cortos y vanos, movidos por puro egoísmo: te amaré hasta que estés saludable, hasta que me guste lo que cocinas, hasta que no aparezca alguien mejor. Viviré mis compromisos hasta que no me pidan algo que me cueste... Sin embargo, el amor de Dios es infinito, sin límites: es un amor que no tiene límites. No tiene fin, no tiene fronteras, no tiene divisiones. Infinito es, por lo tanto, un amor que es plenitud absoluta. Es para todos y todo para cada uno. Es infinito en su universalidad, o sea, que abarca a todos por igual, y es infinito para cada uno en particular. “Tú sobrepasas todas las barreras en amarme, mi Dios. ¿Qué debo retornarte por tanto amor? Todo lo has hecho en número, peso y medida, pero me has amado sin número, peso y medida”. Santo Tomás de Villanueva.
2. ETERNO.
Cuánto miedo ha causado al corazón humano saber que el amor lo hemos convertido en algo tan efímero, de tan corta duración. El “para siempre” casi ha desaparecido de los labios y del corazón de la humanidad. El para siempre suena a demasiado compromiso... y hermanos, qué angustia causa no saber si tus amigos lo serán mañana, si tendrás a tu cónyuge el próximo mes, si los hijos tendrán padres con quienes jugar, o si los padres verán a su hija irse porque le molesta la disciplina de la casa. La falta de “ver el amor para siempre” ha herido la confianza y la capacidad de entrega, pues se tiene miedo de darse a quien no sabes si estará para siempre. El amor requiere perserverancia, pues con el tiempo se prueba el amor. No descansa el corazón a menos que se sepa amado para siempre. El amor de Dios es eterno: existe fuera del tiempo; para Él no hay pasado ni futuro: vive en un presente sin principio ni fin, sin sucesión ni cambio posible. Y así es su amor. Nos ha amado eternamente, antes de que existiéramos. “Antes de haberte formado yo en el vientre te conocía, y antes de que nacieses, te tenía consagrado”. (Jer 1:5). Jer 31,3: “Con amor eterno te he amado: por eso he reservado gracia para ti”. Y nos amará para siempre... Para siempre, nunca se apartará de nuestro lado hasta el punto de decirnos: “Yo estaré con ustedes hasta el fin del mundo”.
3. INMUTABLE.
Con cuánta rapidez se transforma el amor humano en contienda, envidia y odio. (Esto lo vemos muchas veces en las cortes de divorcio, cuanto se pelean por ver cuánto le queda a cada uno, cuando juraron ante Dios compartir con un solo corazón sus bienes). Con cuánta rapidez cambian los sentimientos, cuando el enemigo es quien un día fue tu socio, tu hermano, tu vecino... incluso alguien a quien juraste amar. No vemos lo cambiante de los sentimientos cuando las cosas, o personas, son buenas, si nos hacen un bien... Pero ¿se convierten en problema cuando nos los causan?... Las personas son bellas si lo son con nosotros… ¿No hemos visto amores convertirse en odio? O cuando por envidia tu mejor amigo dejó de serlo... ¿No vivimos temerosos aparentando ser algo o alguien, para que según luzca me aprecien? Sin embargo, el amor de Dios es inmutable, o sea, que nunca cambia ni disminuye, es estable y constante. No cambia según nuestra respuesta. ¡Qué dificil nos parece comprender esta dimensión del amor de Dios! Él no reacciona vengativamente a nuestro mal, no depende de nuestra bondad o de nuestras acciones; no se decepciona de nuestra debilidad, al contrario, nos auxilia con su fuerza. No se aparta ante nuestras ofensas; no se enfría, no lleva cuenta del mal, no se engríe, no nos abandona a pesar de nuestro rechazo... Esa estabilidad infinita y eterna es su inmutabilidad: un amor que nunca cambia, que está por encima de nuestras inconstancias y pecados, de nuestras infidelidades. Cantar 8: “Es fuerte el amor como la muerte, implacable... no pueden los torrentes apagar el amor ni los ríos anegarlo”. Is 54:10: “Porque los montes se correrán y las colinas se moverán, más mi amor de tu lado no se apartará”. ¿Acaso no nos exhortaría Santa Teresa de Ávila a confiar en esta inmutabilidad del amor de Dios? “Nada te turbe, nada te espante, todo se pasa, Dios no se muda”.
4. FIEL.
¿No es acaso la infidelidad una de las mayores causas de dolor del corazón humano? ¿No es acaso el amor verdadero probado en la dificultad, en la cruz, en la tentación y en la situación inconveniente? ¿No es acaso el amor probado en su fidelidad cuando requerirá el sacrificio personal para mantenerme amando? Pues muchos no están pasando el examen ni la prueba, y a la primera dificultad abandonan los compromisos del amor.
Oh, como hiere sentirse abandonado por el amado... y es una lanza mayor, cuando se justifica el abandono con otro amor. Este dolor lo conoce perfectamente el Señor: “Doble mal me ha hecho mi pueblo, a mí me dejaron, manantial de aguas vivas, para hacerse cisternas agrietadas, que el agua no retienen”. (Jer 2:13).
Cuánto duele la infidelidad en el momento de la debilidad, de la enfermedad: el esposo o esposa porque ya no son tan ágiles; el amigo que dejó de serlo porque no tienes dinero para salir de fiesta; los padres abandonados porque ahora son un estorbo; los hijos rechazados porque cambian los planes de los padres... La enferma, a quien se le quiere quitar los instrumentos de nutrición, porque su vida es una carga...
Sin embargo, el amor de Dios es fiel. ¡Cuánto necesitamos conocer la grandeza de un amor que es fiel! En Ex 34:6, Moisés invocó al Señor y este exclamó: “Yahvé, Yahvé, Dios misericordioso y clemente, lento a la cólera, rico en amor y fidelidad, que mantiene su amor por mil generaciones”. Mantiene su amor para siempre y en cualquier circunstancia. No nos abandona a pesar de nuestros abandonos, no es infiel a pesar de nuestras infidelidades; cuando más nos alejamos más nos atrae hacia sí; cuando nos perdemos va en nuestra búsqueda; cuando estamos heridos va a sanarnos; cuando estamos oprimidos viene a liberarnos; cuando nos extraviamos viene a nuestro encuentro.
¿No es acaso la historia de la salvación, la revelación del amor fiel y misericordioso del Padre, la historia del amor de Dios para con el hombre? A pesar de recibir tanto amor, ¿desde el Génesis no vemos a la humanidad rebelarse, olvidarse, alejarse de ese amor? Sin embargo, el Padre nunca nos abandonó, no se conformó con haber perdido a sus hijos. El Padre sufre profundamente por nuestra rebeldía e infidelidad, sufre porque nos ama..., pero su amor es infinito, perfecto y misericordioso, y por eso, entre más nos alejamos más nos busca atrayéndonos a su amor. Oseas 11: “Cuando Israel era niño yo le amé y de Egipto llamé a mi hijo. Cuánto más los llamaba más se alejaban de mí. Yo enseñé a Efraím a caminar, tomándole por los brazos, pero ellos no reconocieron que yo cuidaba de ellos. Con cuerdas humanas los atraía y con lazos de amor, pero se han negado a convertirse”. Pero ¿cómo voy a dejarte Efraím, cómo voy a entregarte, Israel? Su amor es tan fiel, que incluso a ese pueblo infiel que rompe su alianza de amor repetidamente, Dios lo quiere hacer “su esposa” (su pueblo), quiere unirlo con el lazo de una fidelidad perfecta. Oseas 2:22: “Yo te desposaré conmigo para siempre; te desposaré conmigo en justicia y en derecho, en amor y compasión, te desposaré conmigo en fidelidad y tú conocerás a Yahvé”.
“Cuando por desobediencia perdió tu amistad, no lo abandonaste al poder de la muerte. Reiteraste, además, tu alianza a los hombres”. (Misal Romano)
5. MISERICORDIOSO.
No es el miedo a la debilidad uno de los mayores en este tiempo. Nos da tanto temor que otros descubran nuestra incompetencia, nuestra limitación, nuestra debilidad, porque sabemos que inmediatamente será utilizado, se nos echará en cara... sin ayudarnos a levantarnos y a salir de ello.
Vivimos una era muy dura. Se es tan duro con quien se quiere ser y se es tan flexible con quien se quiere ser, por ello la justicia no es verdadera, pues no es regida por la misericordia auténtica. Nuestra era vive una crisis de misericordia. Se propaga una falsa misericordia: todo es permitido, cada persona es libre de hacer lo que quiera, no hay que poner normas ni restricciones..., pero cuando alguien que no nos parece que debió caer o pudiese caer, lo hace... las fuerzas del mundo vienen en contra a aplastar y condenar irremediablemente. ¡Qué paradoja!
Pareciera que todos están atentos a todos, solo para ver sus fallos y debilidades. Pienso en los párrocos, en los líderes de cualquier comunidad; en todo lo que hacen, siempre hay alguien que encuentra razón de criticarlos. Qué dura es la justicia del hombre, porque no tiene misericordia. Ya decía David: “Estoy en gran angustia. Pero caigamos mejor en manos de Yahvé, que es grande su misericordia. No caigamos en manos de los hombres”.
¡El amor de Dios es misericordioso! Dios es amor y cuando ese amor se da al hombre, que es pecador, débil y miserable, se convierte en misericordia. El amor que toca al hombre es misericordia. El Papa JPII, en su encíclica “Dives in Misericordia”, llamó a la misericordia el segundo nombre del amor. “Es un sentimiento que nace del seno maternal o de las entrañas del corazón de un padre”. Is 49.
Como explica San Francisco de Sales: “Aunque Dios no hubiese creado al hombre, Él siempre fuese la caridad perfecta, pero en realidad no sería misericordioso, pues la misericordia se puede ejercitar solamente sobre la miseria... Nuestra miseria es el trono de la misericordia de Dios”.
Cuánto necesitamos conocer el amor misericordioso del Padre, para poder descansar ante la realidad de que somos débiles, frágiles; pero nuestra debilidad no es un impedimento a su amor, sino más bien al contrario: “La miseria humana no es un obstáculo para mi misericordia. Hija mía, escribe que cuánto más grande es la miseria de las almas, más grande es el derecho que tiene a mi misericordia e invita a todas las almas a confiar en el inconcebible abismo de mi misericordia”. (D. 1182).
Cuánto mas grande es la miseria, cuánto mas grande es el pecado, más se revela el amor misericordioso del Padre. El amor que alcanza al pecador. ¿No es un ejemplo de ello la misma revelación de la DM a Santa Faustina, que sucedió al mismo tiempo de la Segunda Guerra Mundial? No aconteció en Krakovia, a unos kilómetros de los campos de concentración. Porque donde abunda el pecado y la oscuridad, sobreabunda la gracia y el amor misericordioso de Dios. “Hija mía, di que soy el amor y la misericordia, misma”.
A una generación que ha querido alejarse de Dios... y a la humanidad de hoy, que en su mayoría está sumida en el pecado, a nosotros, que traemos tantas heridas en el corazón causadas por nuestra propia dureza, o por la de otros, en una generación que se ha enfriado en la misericordia... Dios Padre nos ofrece su misericordia: “Que el pecador no tenga miedo de acercarse a mí. Me queman las llamas de la misericordia, que deseo derramarlas sobre la humanidad”. (D. 50) “Mira, mi misericordia es más grande que tu miseria y la del mundo entero”.
“Deseo que el mundo entero conozca mi misericordia; deseo conceder gracias inimaginables a las almas que confían en mi misericordia”. (D. 687).
“Invita a las almas a una gran confianza en mi misericordia insondable. Que no tema acercarse a mí el alma débil, pecadora, y aunque tuviera más pecados que granos de arena hay en la tierra, todo se hundirá en el abismo de mi misericordia” (D. 1059).
No tengamos miedo de arrojar nuestras faltas, nuestros pecados pasados, nuestras heridas y angustias en el amor misericordioso de Dios. “Cuando arrojamos nuestras faltas con una total confianza filial en la hoguera devoradora del amor, ¿cómo no han de ser completamente consumidas? (Santa Teresita).
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