martes, 29 de enero de 2019

¿QUÉ TENGO YO QUE MI AMISTAD PROCURAS?

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¿QUÉ TENGO YO QUE MI AMISTAD PROCURAS?
Muchas veces en las noches, en ese silencio que nos encuentra solamente acompañados de un canto de grillos y nuestros pensamientos volando sin límites, mi mente me juega una buena pasada…; buena, digo yo, porque es ahí donde puedo encontrarme sola con mi alma frente a mi Señor.

¿Cuánto, realmente, nos preguntamos acerca de las gracias que el Señor nos dispensa? ¿Cuánto valoramos su infinito amor, su dulzura en corregirnos, su modo especialísimo de atraernos, su búsqueda constante para que no nos perdamos, su amor incansable de tiempo sin tiempo en recuperarnos?

¡Y cuánto, Amor mío, cuánto te abandono, cuánto te desprecio, cuántas veces te he cambiado por algo de un solo momento, cuánto he corrido sin prestar atención a los avisos, de tu lado alejándome voluntariamente, cuántas veces me he dejado engañar con los enredos de este mundo, cuánto he cerrado mi corazón a tus llamados, cuántas veces he dicho: ahora no, Señor, ya vendrá mañana…, sin pensar que no sé realmente si lo habrá…!

Pero me he engañado, y he tratado de engañarte… ¡Pobre alma la mía, pobrecita!, que no sabe valorar tan gran tesoro, tan alto precio pagado por ella…

Cuando llegue el momento, Señor, de enfrentarme y darte cuentas de todas estas cosas, ¿con qué me presentaré, si nada tengo?

Mis manos estarán cansadas y agrietadas de la vida, y quizás vacías… ¡¡¡Y eso no quiero!!! Quiero llegar y entregarte todo, todo lo que tengo, este corazón pequeño, pero lleno de amor y agradecimiento, mis lágrimas casi agotadas de llorar mis traiciones y alejamientos; un alma limpia quisiera yo darte, un alma que mucho ha pagado sus cuentas en vida, lágrimas que no serán suficientes nunca para satisfacer esas heridas…

Señor, yo sólo quiero corresponder tanto amor, cada día hacerlo con total entrega; aunque cueste, aunque duela…, pero valdrá la pena.

Quiero corresponderte, yo sé que Tú me esperas golpeando sin cesar, sin cansancio, allí estás esperando.

Por eso, en estas noches, donde mi alma sabe que solo Tú y yo estamos así, sin nada escondido, sin nada tapado, quiero mostrarte, Señor, lo que soy y lo que tengo, aunque sé que Tú más que nadie conoce cada uno de mis rincones, cada uno de mis defectos.



Sólo en estas horas, que son lo único que tengo, quiero suplicarte que me perdones tanto desprecio, agradecerte tus perdones, tu amoroso brazo atrayéndome, tu infinito amor sin abandono, sin olvido y sin recuerdo…; y pedirte quiero que te quedes; que, aunque muchas noches Te olvide, Tú no me dejes, Tú me recuerdes…

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¿Qué tengo yo, que mi amistad procuras?

¿Qué interés se te sigue, Jesús mío,

que a mi puerta, cubierto de rocío,

pasas las noches del invierno oscuras?

¡Oh, cuánto fueron mis entrañas duras,

pues no te abrí! ¡Qué extraño desvarío,

si de mi ingratitud el hielo frío

secó las llagas de tus plantas puras!

¡Cuántas veces el ángel me decía:

«Alma, asómate ahora a la ventana,

verás con cuánto amor llamar porfía»!

¡Y cuántas, hermosura soberana,

«Mañana le abriremos», respondía,

para lo mismo responder mañana!

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