EL SENDERO DE LA HUMILDAD
Por Antonio García-Moreno
1.- VOLUNTAD SALVÍFICA UNIVERSAL.- A veces podemos pensar que Dios se complace en la destrucción, en castigar duramente al hombre. Lo llegamos a imaginar gozoso al aplicar la pena al pecador. Y es que medimos a Dios con nuestras mismas medidas. Y pensamos que Él, como nosotros, se alegra al ver cómo el malo sufre el castigo de su maldad.
No, Dios no se complace al aplicar su justicia. Y en el castigo, más que el aniquilamiento del reo, lo que busca es su conversión. Y es más, cuando ese castigo llega a ser irrevocable, lo que se intenta no es el dolor eterno del condenado, sino el justo castigo de su equivocada elección, junto con el temor y el arrepentimiento de los que aún están a tiempo de rectificar.
El deseo íntimo de Dios es la salvación de todos. Su proyecto primordial no podía ser más ventajoso para el hombre: Dios creó al hombre incorruptible, lo hizo imagen de su misma naturaleza. El hombre se parecía a su Creador como un hijo se parece a su padre. En su corazón existía la misma sed de amar y de ser amado. Su inteligencia se complacía y descansaba tan sólo en la verdad.
Y ahora, después de la triste experiencia de Adán, Dios nos ha regenerado y nos ha llamado de nuevo a la unión estrecha con Él, a la amistad que satisface plenamente el alma. Y cuando le somos fieles, sentimos en nuestro espíritu una alegría que se desborda, una paz sublime, imposible de explicar.
Fue él, el envidioso, el soberbio, el ángel de la Luz, el que viéndose tan hermoso y fuerte se atrevió a luchar contra Dios, a rebelarse a los planes divinos. Luzbel, Satanás, el Diablo, el Príncipe de las tinieblas. Vio cómo Dios amaba al hombre y se llenó de tristeza. Su astucia y su odio se desplegaron como sucias alas de vampiro. Y vino la tentación, la caída, las trágicas consecuencias de la desobediencia a la voluntad de Dios.
La muerte como el final de esas mil claudicaciones, la muerte como el último e inevitable capítulo de una vida de pecado. Una muerte sin esperanza, una muerte que se hunde en las tinieblas de la incertidumbre y del miedo. Una noche densa sin un posible amanecer. Una angustia desgarradora ante la duda de un futuro desconocido. La certeza aterradora de una muerte eterna.
Pero esa muerte que amedrenta es tan sólo el último eslabón de esta cadena que van forjando los pecados de los hombres. Porque la rebeldía contra Dios es una triste muerte del alma. Un paso firme hacia el tenebroso abismo. Es por eso que el hombre siente el remordimiento, el miedo de haber hecho algo tan grave que no logra sopesar plenamente. Ojalá la triste experiencia de haber tenido parte con el demonio, nos libre de ser presa para siempre de sus terribles garras.
2.- LA HUMILDAD, CAMINO SEGURO.- Jairo era un hombre importante en medio de su pueblo. Y, sin embargo, se acerca al joven rabino de Nazaret, ese mismo que muchos capitostes de Israel rechazaban. Su situación de dolor, su preocupación de padre por la hija que se le muere le ayuda a superar prejuicios y cualquier orgullo de casta. El archisinagogo acude suplicante al carpintero nazaretano. A menudo es preciso el sufrimiento para domeñar nuestra soberbia y derribar esa latente convicción de que somos mejores que los demás.
Jesús atiende de inmediato su petición y marcha con él a su casa para curar a la niña. Podemos afirmar que un hombre humilde es siempre atendido por el Señor. Un corazón contrito y humillado Dios no lo rechaza, dice el salmo Miserere. Y así es, en efecto. La omnipotencia divina, su misma justicia, parece quedar desarmada ante el pobrecito que se sabe sin nada y acude confiado a quien todo lo tiene. Sin duda que el camino de la humildad, del reconocimiento sencillo de la personal indigencia es el más fácil y andadero para llegarnos, una y otra vez, hasta Dios.
La mujer hemorroísa también escoge ese mismo sendero de humildad. Se esconde entre la multitud, se considera indigna de que Jesús la tocara o la mirara a ella, impura según la ley mosaica. Oculta en el tropel de la gente consigue por fin alargar su mano y rozar con sus dedos trémulos el borde de la túnica del Señor. El milagro se produce, Dios vuelve a mirar con la sonrisa en sus ojos a un alma sencilla y humilde.
Junto a su profunda humildad, destaca en estos personajes evangélicos una gran fe, una confianza inquebrantable en el poder y en la bondad de Dios. Jairo no ceja en su empeño, a pesar de que la niña estaba muerta y de que la gente se ríe de Jesús porque dice que se ha dormido. La hemorroísa sabe que todos apretujan a Jesús en su afán de estar cerca de Él. Pero ella sabe también que cuando llegue a tocar el borde de la túnica que viste el Maestro quedará sana de su enfermedad vergonzosa. Y así ocurrió. Y así ocurrirá siempre que nos acerquemos hasta Jesús llenos de humildad y de compunción por nuestras faltas y pecados, confiando en su poder sin límites y en su bondad infinita.
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