jueves, 8 de marzo de 2018

“Morir no es una historia de terror, ni amar es una película Disney” Allan Kellehear


                         
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¿Cómo nos enfrentamos a la muerte? El doctor Allan Kellehear –presidente de la Asociación por el Estudio de la Muerte y la Sociedad y director del programa Ciudades Compasivas– ha dedicado su vida a estudiar el fenómeno que verdaderamente iguala a todos los seres humanos. Fue invitado a Barcelona por la Obra Social “La Caixa” dentro de su programa de atención a personas con enfermedades avanzadas para presentar este último proyecto y en Diario El Prisma no quisimos dejar pasar la oportunidad de charlar con él.

¿Nuestra sociedad niega la muerte?

No, la gente sí que habla de la muerte, lo que ocurre es que no con todo el mundo ni en todas las ocasiones. Ocurre como con los nacimientos: no estamos hablando constantemente de bebés, pero eso no significa que neguemos el nacer.

Sin embargo, un nuevo nacimiento sí que es normal explicarlo con alegría y a todo el mundo…

Claro, porque tenemos problemas para hablar de la muerte en público –especialmente en el caso de enfermedades graves como el cáncer o el alzheimer que nuestros antepasados ni conocían-, y es aquí donde se produce la intersección. Es un problema contemporáneo y una necesidad actual, porque hasta hace relativamente poco el horizonte vital que tenía cualquiera era de unos 30 años, y eso si llegaban.

Morir es más complicado hoy en día.


Muchísimo. Y eso que, aunque hay muchos tipos de muerte, en realidad a lo largo de la historia hay pocas formas distintas de morir. El principal cambio desde la época de los cazadores y recolectores hasta la posmodernidad es que la muerte ha dejado de ser súbita y que el tiempo de preparación se ha expandido: de pocas horas a dos o tres años. Una preparación cada vez menos espiritual y más material.

“Ninguna revista quiere oír decir “Mi matrimonio está mejorando porque estoy enfermo”
¿En qué sentido?

En las sociedades de cazadores la muerte real no era la física, sino la espiritual: como la muerte llegaba de forma súbita, creían que después los dioses te pondrían a prueba y que solo morirías realmente en caso de fracasar. El gran cambio llegó con las sociedades agrícolas –con dos grandes cambios: vivían donde defecaban y donde guardaban los animales, los dos grandes focos de infección-, en las que la muerte por enfermedad ya no era súbita. Al tener un par de días previos comienza la preparación religiosa para la muerte.

¿Y después?

La llegada de la ciudad. Se comienza a generar riqueza de verdad, las clases medias y altas viven más tiempo… y la preparación pasa de ser solo espiritual a incluir aspectos legales y económicos. Y por último la posmodernidad: nuestra esperanza de vida es altísima y el periodo de preparación a la muerte puede ser de dos o tres años. La preparación religiosa ya no domina y nuestra preocupación ahora es sobre todo médica, de calidad de vida.

¿Morimos diferente en Occidente?

No. Con un determinado nivel de industrialización y capitalismo, las personas morimos de forma casi idéntica en España que en Japón, Sudáfrica o Estados Unidos. Lo único que difiere son los ceremoniales.

Allan Kellehear La Caixa muerte morir

En tus estudios sostienes que el proceso de morir tiene efectos positivos.

Sí. Nos cuesta verlo porque nuestra comprensión del hecho proviene de los profesionales, de aquellos que trabajan cada día con el hecho de morir. A estos profesionales se les paga para resolver problemas, y ellos los buscan, los solucionan y publican sus resultados en una revista. Luego la gente lee estos artículos y piensa “Vaya, la muerte es un problema, es algo terrible: pierdes peso, pierdes amigos, te conviertes en una carga para tu familia…”. Es una visión profesional del hecho de morir: ahora bien, si te sientas y hablas con una persona que está en ese proceso, la cosa cambia.

¿En qué sentido?

La mayor parte de las personas que están muriendo debido a una larga enfermedad te dirán –y hay muchos estudios sobre el tema- que su red de amistades no ha cambiado o que incluso ha mejorado. Las relaciones con su cónyuge tienden a hacerse más estrechas, los matrimonios mejoran durante la enfermedad. El problema -el deterioro- en términos porcentuales es pequeño, pero la publicidad es enorme: no existe ninguna revista que quiera oír decir “mi matrimonio está mejorando porque estoy enfermo”, porque entonces no hay ningún problema que resolver. Las personas moribundas mejoran a nivel social, se convierten en personas populares: la gente les visita y demás.

Habrá algún otro factor, además del familiar.

Sí, otra cuestión es la del crecimiento personal: si tienen suficiente tiempo, las personas moribundas cobran más introspección y aprecian la vida de forma distinta. Cuando miran al cielo o a los árboles, cuando escuchan tu voz, lo perciben de un modo distinto, que no te puedes ni imaginar. Esta nueva manera de ver la realidad, cuanto más te acercas al hecho de morir, más aumenta: hasta el 30% de las personas en su lecho de muerte tienen experiencias místicas.

Científicamente, sabemos que las experiencias místicas de los moribundos no son alucinaciones
¿Qué sabemos de éstas experiencias a nivel médico?

Por un lado, hay experiencias de personas que han estado a punto de morir y vuelven: las llamamos experiencias cercanas a la muerte. Entre el 15 y el 20% de personas en esta situación dicen haber vivido experiencias o visiones, positivas y percibidas como más reales que el hecho de que tú y yo nos estemos mirando cara a cara-. Después, respecto a las visiones en el lecho de muerte, sabemos que son experiencias felices: los moribundos dicen ver a sus padres o a sus hermanos. Otros dicen que tienen un compañero.  Oh, y también sabemos que no son alucinaciones.

Si no son alucinaciones, ¿qué son? ¿Qué se sabe?

Sabemos que no se corresponden con lo que los científicos entienden por alucinación, y que -hasta donde sabemos- no se relacionan con cambios orgánicos. Sabemos que ver cosas que otras personas no pueden ver afecta a una de cada cuatro o cinco personas en el transcurso de su vida, y que solo un porcentaje muy pequeño se relaciona con un problema psiquiátrico. Menos del 1%.

¿Como un amigo invisible?

De hecho, sabemos que los niños tienen amigos invisibles sin tener problemas psiquiátricos –en realidad, tener un amigo invisible está altamente correlacionado con la inteligencia media-. La cuestión de si los amigos invisibles para los niños o los compañeros visibles para los moribundos son reales o imaginarios es una pregunta abierta. La repuesta dependerá de a quién le preguntes: un psiquiatra te dará una respuesta distinta a un capellán. Como persona que ha dedicado su vida a estudiar estos temas, lo que te puedo decir es que no existe una explicación médica convincente, o que por lo menos a mí me haya convencido.


Allan Kellehear La Caixa muerte morir



¿Esto que dice es aplicable solo a quien muere en cama tras una larga enfermedad?

No necesariamente: este nuevo aprecio por la vida lo vemos incluso en personas a las que les quedan minutos de vida. Por ejemplo, en la reciente tragedia de Orlando, muchas víctimas llamaron por teléfono a sus seres queridos para decirles que les querían, y lo mismo ocurrió en las Torres Gemelas. Incluso con 15 minutos –y esto lo sabemos por las víctimas de accidentes aéreos: escriben notas de amor y se las meten en el bolsillo para que las encuentren al inspeccionar su cadáver-.

¿No podría ser por miedo a irse sin despedirse, por miedo a un vacío?

Pero esto devalúa las experiencias positivas del amor. ¿Tú estás enamorado de alguien por miedo? Pues ¿por qué debería creer que esto ocurre cerca de la muerte? Para empezar, hay que entender que el miedo de la muerte no atraviesa culturas: hay sociedades que no temen a la muerte. Y los niños de menos de 10 años o los ancianos de más de 90 no ven la muerte como algo temible. La mayor parte del temor hacia la muerte actual se debe a esta imagen terrorífica de la muerte y el proceso de morir transmitido por los profesionales. La muerte no es una historia de terror, del mismo modo que el amor no es una historia de Disney.

Y el suicidio. ¿es triste?

Hay que dar un paso atrás respecto a la idea de que el suicidio es algo negativo, no siempre se trata de personas que sufran de depresión: los kamikazes japoneses, por ejemplo, o los militares que mueren por su país. Cuando les preguntas por qué marchan a la guerra, la respuesta típica es “voy a morir por mi país”: son casi suicidas, como algo positivo.

La espiritualidad moderna, de mercadillo, no proporciona certidumbre ante la muerte
Claro, pero luego están los casos como el corredor de bolsa que lo pierde todo y se lanza desde un rascacielos…

Ya, o los amantes que se suicidan por su amor perdido –el síndrome de Romeo y Julieta-. Lo que tú me estás transmitiendo es la visión de la psiquiatría moderna del suicidio. Obviamente no todos los procesos de morir son positivos: los hay negativos, y hay suicidios por depresión o por desesperación –de hecho, en las sociedades modernas, la mayoría de suicidios tienden a estar del lado de lo trágico-. Hay personas que mueren mal, pero el mensaje básico es que la mayor parte del proceso de morir tiene aspectos positivos y negativos.

Hablemos de la religión, ¿los creyentes se acercan al hecho de morir distinto a los ateos?

La respuesta es sencilla: si tienes unas convicciones religiosas sólidas o un ateísmo convencido, mueres bastante bien. Son los agnósticos, los indecisos o los tibios los que lo pasan mal porque se añade ansiedad

¿Cómo es eso?

Pon que vamos a un parque de atracciones y subimos a la montaña rusa. Yo te digo “Mira, empieza aquí y acaba aquí”, ¿vendrías conmigo?

Sí, claro.

Por supuesto, estarías encantado. Pero si te digo “Esto empieza aquí y no sé dónde termina”, entonces la cosa cambia, ¿no? La ansiedad a la hora de morir es acerca del final, el “a lo mejor no vuelvo” o el “no sé dónde acaba”. La ansiedad se basa en la incertidumbre: y vivimos en una sociedad en que la religión no ha sido exactamente destruida, pero se ha convertido en un bien de consumo masivo. Si eres joven y tienes inquietudes espirituales te puedes interesar por las religiones formales, por espiritualidades informales, puedes ser cristiano, judío, hindú, musulmán, pagano, puedes hacer brujería, puedes ser new age, puedes hacer astrología… es como un mercado. Esta espiritualidad de mercadillo no te proporciona la certidumbre ante la muerte de la tradición.

Allan Kellehear La Caixa muerte morir

Usted es el director del programa Ciudades Compasivas, ¿cuál es el objetivo?

Cuando vas a morir, el tiempo que pasas con los profesionales –médicos, enfermeros, psicólogos…– es del 5%, la mayor parte del tiempo lo pasarás con tu familia, tus amigos, tus compañeros o solo. Ciudades compasivas tratan de introducirse en ese 95%: lo que intentamos es crear “comunidades compasivas”. Cambiar los lugares de trabajo, las escuelas, los espacios públicos y los medios de comunicación para que donde quiera que vaya un moribundo o una persona en estado de duelo pueda sentirse acompañada.

¿Cómo se puede hacer esto?

Históricamente, en los últimos 10 o 15 años ha sido cambiar las comunidades a través de los servicios paliativos, haciendo que los barrios se interesen por estos tratamientos. Pero en los últimos dos años hemos ido un paso más allá y en el programa “Ciudades compasivas” municipios enteros firman una lista de 12 puntos: lugares de trabajo, escuelas, iglesias, un memorial que celebre la paz y la pérdida, un programa de incentivos… también que el gobierno local recompense o premie a la mejor escuela en este area. Los 12 puntos cubren todas las areas -lugares de trabajo, escuelas, iglesias, un memorial…-, y cada año se ha de añadir un nuevo sector: sea universidades, residencias universitarias, prisiones…

¿Alguna ciudad española se ha comprometido con la lista?

En España, de momento solo Sevilla, y ahora Vic lo ha pedido. En Barcelona solo hay algún contacto muy preliminar.

¿Es una cuestión de política publica o de iniciativa privada?

La respuesta rápida sería que es un problema de política pública. Sin embargo, no puedes introducir una política pública que no pide ninguna  empresa ni ningún colegio. Es necesaria esta franja media, y que las empresas empiecen a llevar a cabo estas acciones. Cuando entre las empresas empiecen a hablar y se digan “Esto debería ser un problema de política pública”, entonces el gobierno se podrá hacer eco de la demanda real. No tiene sentido político en términos de cambio social: el cambio se inicia de abajo hasta arriba, primero has de convencer a los corazones.

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