Álvaro Abellán-García Barrio
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La filosofía moderna, en su búsqueda de seguridades, abandonó la categoría de lo misterioso, tachándolo de irracional, emocional, religioso, subjetivo o no científico. Es cierto que debemos depurar el concepto de muchas connotaciones y adherencias que ha sufrido a lo largo de la historia. Sin embargo, es imposible comprender al hombre y su singular situación en el mundo sin atender a la categoría filosófica del misterio. Comprender la noción de misterio exige esfuerzo, pero, al hacerlo, ganamos luz para todo lo demás.
Hace unos días hablábamos del asombro como clave de la formación integral. Pues bien: misterio y asombro son las dos caras de una misma moneda, los dos polos que articulan la experiencia de encuentro entre el hombre que se asombra y la realidad que nos revela su misterio. Antes de entrar en la necesaria depuración y explicación del concepto, tarea que nos llevará varias entradas, quiero compartir contigo dos ejemplos y citar a tres testigos que nos hablen de la necesidad de vivir desde la categoría del misterio. Primero te comparto algo sobre el misterio y la filosofía, acompañados por Josef Pieper. Después, quiero hablarte del misterio de nuestra propia vida, con palabras de Ortega y Gasset y versos de José Hierro. El mistrio y la filosofía
Josef Pieper nos explica en El misterio y la filosofía la relación entre el filosofar y lo misterioso. Allí nos recuerda que el concepto de filosofía, en cuanto a su contenido, es más negativo que positivo, tal y como recoge la diferencia entre el sabio y el filo-sofo (amigo, amante, buscador del saber). Para los griegos, romanos y medievales sólo la divinidad o Dios es sabio, mientras que el hombre puede ser, a lo sumo, amante del saber. Así lo expresa Pieper en el artículo enlazado:
Una filosofía sin sentido del misterio concluye en escepticismo (todo da igual, nada podemos saber) o en fundamentalismo (cuando un sistema de pensamiento se identifica con la Verdad). En palabras de Pieper, una filosofía sin sentido del misterio ya no es filosofía.
Eso sitúa al filósofo en la particular situación de perseguir un saber sobre lo esencial, sobre los fundamentos últimos de la realidad, que, sin embargo, por principio, nos está vedado. El saber en plenitud que busca la filosofía no nos corresponde. El auténtico filósofo sabe que su conocimiento sobre la naturaleza, sobre las esencias, sobre sí mismo y sobre el futuro es imperfecto. Sin embargo, no puede renunciar a la respuesta posible y suficiente que sobre esas cosas está en su mano alcanzar. La filosofía es camino de ascesis y plenitud de vida, es una actividad de amantes esperanzados, porque no es intelectualismo, sino renuncia al propio ego, al propio punto de vista, para tratar de alcanzar la comprensión de la realidad en sí misma, lo que exige un abandono de sí y una donación confiada al ser de la realidad… aun sabiendo que esa pretensión es imposible. Esta dramática tensión la resuelve la filosofía medieval (Tomás de Aquino) gracias a la noción de participación. Así, podemos decir que la realidad es misteriosa para nosotros, pero al comprometernos vitalmente con ella, al querer descubrirla, comprenderla y amarla, participamos y penetramos en su misterio. Esa participación en el misterio de lo real nos permite comprender también algo de nuestro propio misterio y del sentido de nuestra situación en el mundo. De ahí que, pese a todos los esfuerzos, dificultades y sacrificios, los filósofos sostengan que su actividad merece sobradamente la pena. El misterio y nosotros mismos
Comprender la categoría del misterio y su importancia en nuestras vidas está al alcance de todos, no sólo de filósofos, porque todos tenemos una experiencia inmediata y universal del misterio frente a la pregunta por nosotros mismos: «¿Quién soy yo?». Ante esta cuestión, ninguna respuesta es suficiente. Ninguna, por acertada y luminosa que sea, agota el misterio de nosotros mismos. La respuesta a esa pregunta no cabe en nuestra cabeza, ni en la de nadie. Sin embargo, sí sabemos discernir, a veces son facilidad, qué respuestas a esa pregunta son claramente falsas, y cuáles acertadas.
La pregunta no es irracional, y las respuestas no son caprichosas, sino verdaderas o falsas, pertinentes o impertinentes, con o sin sentido. Son, a un tiempo, objetivas (no dependen sólo de mi capricho o interés) y subjetivas (sí dependen del concurso de mi libertad y de mis capacidades). Escuchamos a Ortega y Gasset reflexionar sobre esta experiencia:
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jueves, 8 de marzo de 2018
El misterio de la filosofía y la filosofía del misterio
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