domingo, 11 de marzo de 2018

El encuentro con Jesús y María camino del Calvario

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ORAR CON EL CORAZÓN ABIERTO
Meditaciones diarias para un sincero diálogo con Dios

Segundo sábado de marzo con María en el corazón. Un día para unirse al encuentro de María con Cristo, en el camino del Calvario. Jesús se ha levantado de su primera caída. Su cuerpo está cada vez más debilitado. Casi sin fuerzas, Jesús te enseña que la vida del cristiano es levantarse una y otra vez, en una lucha constante por superar la adversidad.
A ambos lados del camino el griterío es ensordecedor. La turba no se contenta con el sufrimiento de Cristo y le escupe, le insulta, le menosprecia. Los soldados romanos le azotan y le conminan a seguir adelante.

Jesús mira a uno y otro lado. Con cada rostro vociferante con el que cruza su mirada es de perdón. A muchos los había sanado de la ceguera, de la lepra, del dolor del alma, otros le habían clamado horas antes en su entrada en Jerusalén… pero Jesús no odia, ama; ama porque carga con los pecados de los pecadores, de la humanidad entera.
Y, entonces, se produce el encuentro con la Madre dolorosa. Con ella están las santas mujeres, con María Magdalena a la cabeza. La Virgen también está rota de dolor. La espada que predijo Simeón le ha traspasado el corazón. Sus ojos derraman lágrimas de amargura. Jesús y María cruzan sus miradas. Esa mirada que apenas dura unos segundos se convierte en un diálogo de amor, de ternura, de comprensión, de aceptación de la voluntad del Padre. Ambos saben que el destino de Jesús es la redención del hombre.
A María le vienen a la memoria los años con Jesús en Nazaret, todo lo que conservaba en el corazón. Y levanta la vista al cielo para dar gracias al Padre por todo lo vivido. Este alzar los ojos al cielo es un nuevo fíat, es pronunciar de nuevo el hágase en mí según tu palabra. María, aunque rota de dolor, no se pregunta la razón de tanto sufrimiento, acepta. No cuestiona, asiente. No objeta nada, consiente.
Que mi vida sea también un encuentro amoroso con Jesús. Que cuando no me queden fuerzas, recuerde esa mirada entre Cristo y María, mirada de dolor pero también de amor y de esperanza. Cuando caiga, recuerde que no solo le infrinjo dolor a Jesús sino también a nuestra Madre, Su Madre. Cuando las incertezas parezcan hacerse presente en mi vida, que permanezca fiel a Jesús como María. En la hora de la cruz y cuando mi fe titubee, que crea como María. Cuando los caminos de la vida se cierren, que la mirada de María me otorgue la misma fuerza que infundió a Jesús en el camino de la Cruz.

¡María, Madre dolorosa, que mi mirada al encontrarme con Jesús en mi vida cotidiana sea una mirada de esperanza, confianza y amor! ¡María, Madre dolorosa, te pido perdón por mis pecados y mis faltas porque con ellos también daño tu corazón como daño el corazón de tu Hijo! ¡Ayúdame, María, Madre dolorosa, a caminar a tu lado para ir hacia Jesús! ¡María, Madre dolorosa, tu eres el camino seguro para mi vida por esto te doy gracias porque me escuchas, me confortas con tu amor maternal, me cuidas y me proteges! ¡María, Madre dolorosa, te doy gracias por que tu silencio en oración en el momento de sufrimiento y dolor es una escuela para mi! ¡María, Madre dolorosa, enséñame a pronunciar un hágase confiado en los momentos de dificultad, un sí complemente unido al grito de Jesús pidiendo a Dios que se haga su voluntad sino la suya! ¡Que no olvide, María, que eres corredentora; ayúdame siempre Madre en mi caminar cotidiano! ¡Ayúdame, María, a abrirme paso entre la multitud para tener con Jesús un encuentro personal; ayúdame a romper mi inconformismo y mi comodidad y ser un auténtico discípulo de Jesús! ¡Ayúdame, María, a que mi mirada al ver el dolor ajeno sea como la tuya llena de compasión, amor y esperanza! ¡Todo tuyo, María!



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