viernes, 9 de marzo de 2018

¡Deseo limpiar tu rostro, Señor, como hizo la Verónica!

orar con el corazon abierto.jpg


ORAR CON EL CORAZÓN ABIERTO
Meditaciones diarias para un sincero diálogo con Dios

Jesús camina con dificultad hacia el Calvario. La Verónica, compasiva, supera la cruel escolta, adelanta a la soldadesca romana y a la turba vociferante que clama contra Él y limpia con un blanco velo el rostro desfigurado y entumecido de Cristo que, sin embargo, no ha perdido ni su belleza, ni su serenidad.
¿Qué mensaje me ofrecen este paño en el que queda impreso el rostro de Jesús y el gesto tierno, solidario y valiente de la Verónica?
Mientras esta mujer de corazón caritativo limpia con suave delicadeza el rostro del Amor siente profundamente las consecuencias de la maldad perversa del hombre y el desgarro que provoca el mal. Y la Verónica se turba. Y de sus ojos salen lágrimas de tristeza. Las mismas que deberían caerme a mí cuando contemplo mi miseria y mis pecados porque ese rostro ensangrentado de Cristo es consecuencia de mis faltas y de mi oprobio. En mi corazón también debería quedarme cada día impreso el rostro del Cristo doliente para no salirme del camino recto, para luchar por mi conversión interior, para provocar la transformación de mi vida.

Hacer como la Verónica que en un primer instante solo es capaz de ver un rostro torturado, sufriente y dolorido pero que, por medio del gesto amoroso de limpiar aquella figura ensangrentada y herida, su manera de contemplar a Jesús cambiará profundamente. En ese paño queda impregnado el amor y la bondad de Dios que acompaña al ser humano incluso en los momentos de mayor angustia, sufrimiento y dolor. Solo es posible ver y reconocer a Dios desde la pureza del corazón. Ese paño blanco es también la gracia sacramental que se me ofrece en el sacramento de la reconciliación. El alma de los hombres está manchada por el pecado y Jesús me dice que acuda a Él, que me arrepienta, que está dispuesto a acoger con ternura mis fallos y mis caídas para borrarlas de mi alma.
Como con la Verónica, Jesús quiere dejar la impronta de su rostro en mi propio corazón, en lo más íntimo de mi alma. Quiere dejar su amor, su paz, su esperanza. Quiere caminar a mi lado con esa mirada de bondad que todo lo cambia. Jesús quiere que su gracia deje blanquecina mi alma, limpia de orgullo, soberbia, rencores, mentiras, egoísmos, imperfecciones. Quiere que sea su rostro en el mundo, quiere que sea Él mismo en mi entorno familiar, social, profesional. Quiere que viva bajo su mirada y vivir siendo mirada para los demás.
Después de dejar atrás la escena con la Verónica, Jesús avanza con la Cruz a cuestas dejando claro que ningún gesto de amor queda en el olvido, que ningún gesto de caridad, de bondad, de servicio, de entrega, de generosidad, de comprensión… pasa desapercibido porque nos hace más semejantes a Él.
¡Deseo limpiar tu rostro, Señor, como lo limpió la Verónica para tenerte siempre impreso en lo más profundo de mi corazón y acudir con frecuencia al sacramento de la penitencia para presentarme puro ante ti!


¡Señor, permíteme que te limpie el rostro como hizo la Verónica para tenerte siempre impreso en lo más profundo de mi corazón y acudir con frecuencia al sacramento de la penitencia para presentarme puro ante ti! ¡Cuando me acerque al Santísimo o la comunión, Señor, que tu rostro quede impreso en lo más profundo de mi alma y lleno de Ti trasmita amor, paz, alegría y felicidad! ¡Que tu gracia, Señor, inunde mi corazón con la blancura de tu amor! ¡Transfórmame, Señor, cámbiame, purifícame y vivifícame! ¡Señor, tu permitiste que la Verónica se acercase a ti, aceptarse este gesto de ternura y caridad, convierte todos mis actos en actos de amor para que cada uno de ellos sean un reflejo tuyo, un testimonio de tu verdad y de tu amor! ¡Que la misma pena que sintió la Verónica por Ti sea capaz de sentirla yo también por los que sufren, los que están solos, los que padecen problemas, los que necesitan ser consolados porque Tú, Señor, estás en ellos presente! ¡Que ese mismo roce tierno de la Veronica sea capaz de darlo yo también por el prójimo para aliviar sus dolores y sufrimientos! ¡Dame el don de la humildad, Señor, para encontrarte y ser capaz de mostrar a los demás tu imagen reflejada en mi, para grabar tu rostro en mi corazón, para ser auténtico discípulo tuyo!


No hay comentarios. :

Publicar un comentario