SÓLO LA COMPASIÓN ABRE LAS PUERTAS DEL REINO
Por Gabriel González del Estal
1.- Heredad el reino preparado para vosotros desde la creación del mundo. Este pasaje del evangelio de Mateo es sorprendente y hasta un poco escandaloso. ¿Cuál es la única razón por la que el Hijo del Hombre abre las puertas de su reino a los que ha puesto a su derecha? Que tuvieron amor al prójimo. ¿Nada más? Pues la verdad es que aquí no se habla de ninguna otra razón. Es seguro que entre los que estaban a su izquierda había muchos fariseos y maestros de la Ley, muchos que habían cumplido la Ley escrupulosamente, muchos que habían ayunado mucho, que habían rezado mucho, que se habían esforzado muchísimo para ser los primeros en las sinagogas y para tener los primeros puestos en la sociedad. Y entre los que estaban a su derecha, los que heredaron el reino, habría muchos torpes, débiles e ignorantes, personas de poco peso social y religioso. ¿Por qué abrió el Hijo del Hombre a estos y no a los otros las puertas del Reino? Porque estos habían practicado la misericordia, el amor fraterno, la compasión hacia los pobres, los enfermos, los desheredados, los marginados de la sociedad. San Agustín decía que cada vez que leía este evangelio se quedaba asombrado y un tanto sorprendido. ¿Es que lo único que nos salva ante Dios es el amor fraterno? ¿Será verdad, pienso yo ahora, que San Juan de la Cruz tenía razón cuando decía que al atardecer de la vida nos examinarán de amor?
2.- Serán reunidas ante él todas las naciones. Seguimos con la sorpresa. En la mentalidad del pueblo judío, en tiempos de Jesús, se pensaba que el Hijo del Hombre vendría a juzgar a los de su pueblo, a los judíos. En la mentalidad de un judío contemporáneo de Jesús, los paganos, los no judíos, no tenían parte en el acontecimiento final de la historia. Pero aquí, en este texto evangélico, se nos dice que el Hijo del Hombre reunirá ante él a todas las naciones. Será, pues, un juicio universal. La pregunta es: los paganos que no habían conocido a Jesús y que no adoraban al Dios Yahveh ¿también se salvarían si practicaban la misericordia con el prójimo necesitado? Pues sí, claro, eso dice el texto. Es decir, que tampoco la religión es lo determinante en la salvación de una persona. Las personas que practiquen el amor fraterno se salvan; las demás no. Fuera de la Iglesia sí hay salvación; fuera de la práctica del amor fraterno no hay salvación. En fin, que aunque no es bueno sintetizar en una sola frase toda la teología de la salvación, sí es bueno que pensemos y meditemos en la importancia de este elogio del amor fraterno que nos ofrece hoy este texto del evangelio de San Mateo.
3.- Yo mismo en persona buscaré a mis ovejas siguiendo su rastro… Buscaré las ovejas perdidas… El profeta Ezequiel, desde el destierro, escribe las palabras que le dicta un Dios pastor y bondadoso que cuida y atiende directamente a cada una de sus ovejas. No se trata de un Dios justiciero y castigador, sino de un Dios padre y médico de cada uno de sus hijos. Es fácil para nosotros, los cristianos, equiparar a este Dios del que nos habla el profeta Ezequiel con el Dios Padre de Jesús de Nazaret. El mismo Jesús quiere que le veamos a él como a un buen pastor que “busca a las ovejas perdidas, hace volver a las descarriadas, venda a las heridas y cura a las enfermas”. Nuestro Rey, el Cristo, no es rey al estilo de los reyes de la tierra. No quiere súbditos que le defiendan con armas y ejércitos; quiere a hijos que proclamen y defiendan su Reino con la única arma del amor. Amar a Dios y demostrar ese amor en el amor al prójimo. Ese es el único mandamiento, el mandamiento nuevo, que nos dejó nuestro rey, Jesús de Nazaret.
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