PREGUNTA
Soy de familia católica y siempre tuve la intención de casarme por la Iglesia. Pero todas mis amigas ya están separadas, en general después del primer hijo. El matrimonio civil puede ser disuelto por el divorcio, de modo cada vez más fácil. En la Iglesia, sin embargo, sólo se consigue mediante un complicado proceso de anulación*, caro y desagradable, según me dicen.
¿Cómo puede ser que la Iglesia no flexibilice sus posiciones frente a una situación concreta del mundo actual? Yo quiero estar bien con Dios y con la Iglesia, pero no me parece justo correr el riesgo de ser abandonada después del primer hijo y no poder casarme de nuevo.
Entonces parecería mejor juntarme por algún tiempo y sólo casarme después que resulte. Si resulta…
RESPUESTA
La descripción que la joven consultante hace del mundo moderno corresponde, en gran medida, a la realidad. Y en los lugares donde no es enteramente así, se camina a pasos rápidos en esa dirección. Su perplejidad es hasta comprensible, aunque no se pueda absolutamente aprobar la solución que propone.
De cualquier modo, su manifestación de querer “estar bien con Dios y con la Iglesia” indica una buena disposición de fondo de alma, por lo que merece ser especialmente ayudada. Es lo que intentaremos hacer.
Una civilización que se apartó de Dios
El mundo moderno se volvió un organismo enfermo, precisamente porque se apartó de Dios y de la Santa Iglesia. La cuestión es saber si tiene cura, si tal cura se daría por los procesos normales.
La respuesta es muy definida: cura tiene que haber, porque de lo contrario sería necesario admitir que las puertas del infierno prevalecieron definitivamente sobre la Iglesia, lo cual se opone a la promesa formal de Nuestro Señor, cuando instituyó a San Pedro jefe de la Iglesia:
“Yo te digo que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia; y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella” (Mt.16, 18).
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Durante un período más o menos largo, las fuerzas del mal pueden sobrepujar a las fuerzas del bien, conforme se ve hoy en día. Pero lo que no puede suceder es que esa victoria sea definitiva. El Divino Espíritu Santo está continuamente actuando en los corazones de los hombres a fin de reconducirlos por las vías del bien.
Sin embargo, si esas gracias habituales no encontrasen correspondencia por parte de la humanidad, Dios podrá usar de procesos extraordinarios. Como ocurre con el organismo humano: cuando los remedios normales no funcionan, es necesario recurrir a una cirugía, o a otros métodos más o menos “invasivos” (según la terminología médica, sobria pero muy expresiva).
Se puede temer mucho que éste sea el caso, porque la humanidad alcanzó un grado tan intenso de obstinación en el mal, que sin una fuerte sacudida de la Providencia ya no tiene arreglo… Esta sacudida sería un castigo de proporciones mundiales, del cual hablan diversas revelaciones privadas, con la de Fátima delante y por encima de todas.
Pero nuestra joven consultante no puede esperar hasta que Dios intervenga. Ella tiene que llevar su vida adelante, tanto más que nadie sabe cuanto tiempo transcurrirá hasta que se dé esa intervención extraordinaria. ¿Qué hacer hasta entonces?
Las vírgenes prudentes y las vírgenes necias
En los Evangelios se destaca la parábola de las diez vírgenes convidadas a una fiesta nupcial. De ella se sirvió Nuestro Señor para indicarnos que debemos estar constantemente preparados para su venida, porque no sabemos el día ni la hora:
“Entonces el reino de los cielos será semejante a diez vírgenes que fueron con sus lámparas al encuentro del esposo. Cinco de ellas eran necias y cinco prudentes. Las necias tomaron sus lámparas, pero sin proveerse de aceite, mientras que las prudentes tomaron sus lámparas y también llenaron de aceite sus frascos. Como el esposo se hacía esperar, les entró sueño a todas y se quedaron dormidas. Pero a medianoche se oyó un grito: «Ya viene el esposo, salgan a su encuentro». Entonces las vírgenes se despertaron y prepararon sus lámparas. Las necias dijeron a las prudentes: «¿Podrían darnos un poco de aceite, porque nuestras lámparas se apagan?» Pero éstas les respondieron: «No va a alcanzar para todas. Es mejor que vayan a comprarlo al mercado». Mientras tanto, llegó el esposo: las que estaban preparadas entraron con él en la sala nupcial y se cerró la puerta. Después llegaron las otras vírgenes y dijeron: «Señor, señor, ábrenos», pero él respondió: «Les aseguro que no las conozco». Estén prevenidos, porque no saben el día ni la hora” (Mt. 25, 1-13).
Según los intérpretes de la Sagrada Escritura, estar con la lámpara encendida significa estar en gracia de Dios en el momento en que seamos llamados para comparecer ante Él. Y los frascos de aceite de reserva, así como el largo período de espera, indican que a lo largo de la vida debemos prepararnos para ese día, sobre todo con oración continua y generosa penitencia.
¿Qué es estar en gracia de Dios?
Estar en gracia de Dios supone caminar en la línea de sus Diez Mandamientos. En el caso concreto que estamos analizando, está particularmente en foco el sexto mandamiento de la Ley de Dios, el cual sólo permite la cohabitación del hombre y de la mujer legítimamente unidos por medio del sacramento del matrimonio. Siendo uno de los mandamientos del Decálogo, a la Iglesia le incumbe velar por su observancia, y no derogarlo o siquiera “flexibilizarlo”, cualesquiera que sean las vicisitudes de los tiempos. Ni el Papa puede hacerlo.
Por eso, la solución aventada por la joven consultante —de cohabitación a título experimental— no puede ser aceptada, porque es gravemente pecaminosa.
¿Qué hacer, entonces, para evitar el riesgo de un matrimonio frustrado por el desentendimiento entre la pareja?
Conspiración del mundo moderno contra la moral
La parábola de las diez vírgenes resalta la importancia de la preparación a lo largo de la vida para el momento supremo de la llegada de Jesucristo. Este principio se aplica también con respecto a la preparación para el matrimonio, para que sea del agrado de Dios y sea bendecido por Él.
Es necesario reconocer que los jóvenes de nuestros días son inducidos por un gran número de instituciones del mundo moderno en un sentido contrario a los Diez Mandamientos de la Ley de Dios. En esta materia, es particularmente espantoso lo que se propone a los jóvenes en las novelas de la TV. No hay comportamiento inmoral que no sea exaltado, no hay comportamiento virtuoso que no sea ridiculizado. De ahí, por ejemplo, ¡el aumento vertiginoso de los embarazos en niñas de quince años, y hasta de once años!
Pero no sólo los medios de comunicación social están empeñados en promover esa depravación. Hasta en los colegios la llamada educación sexual es orientada en ese sentido, al punto de promoverse la distribución gratuita de preservativos por organismos oficiales.
En estas condiciones, ¿cómo esperar que los matrimonios perduren?
Los jóvenes que quieran ser fieles a los principios de la religión católica tienen que tener la valentía heroica de enfrentar e incluso romper con ese ambiente hostil. Sobre todo en la rueda de amigos, donde “queda mal” no ser como los otros. Repudiar cualquier pusilanimidad y cobardía.
No es en las discotecas que se encuentra al marido fiel
Seamos más concretos. Si el joven o la joven se dejan arrastrar por el grupo de amigos —por la “collera”, como dicen— y va a excursiones, “discotecas”, etc., no es ahí donde encontrará al marido o a la esposa que le sea fiel. Lo más probable es justamente que el casamiento no dure un año, ¡quizá ni siquiera el tiempo para que nazca el primero hijo!
Frente a esta situación, no cabe plantear que la Iglesia “flexibilice” sus leyes para aceptar la cohabitación prematrimonial, el divorcio, el nuevo matrimonio, etc. Incluso porque el final del camino de esa “flexibilización” sería la aceptación del amor libre, desde hace mucho tiempo preconizado por las escuelas freudianas, marxistas y anarquistas, todas ellas ateas. La Santa Iglesia no vaciló ante la pérdida de toda Inglaterra, al contrariar esas mismas pretensiones de Enrique VIII. Surgió un Santo Tomás Moro.
La joven consultante no se engañe: la felicidad no se encuentra en dar libre curso a todos los reclamos de los sentidos, sino en la ascesis, es decir, en el sujeción de los instintos desordenados que en nuestra alma dejó el pecado original, heredado de Adán y Eva, que desobedecieron a Dios en los albores del género humano.
Haciéndolo así, y recurriendo a Dios en sus oraciones —por medio de la Santísima Virgen, nuestra Madre amorosísima, como lo recomienda la Iglesia—, puede estar segura de que sus pedidos serán oídos y encontrará un esposo que le sea fiel para toda la vida.
Y si quiere dar un sentido aún más elevado a su vida, únase a la acción de otros jóvenes que resisten a la avalancha pagana e infernal del mundo moderno, para reconducirlo por las vías benditas de la civilización cristiana, donde los principios de Nuestro Señor Jesucristo no necesitan ser “flexibilizados”; antes, por el contrario, allí ellos son seguidos con todo rigor y con todo amor.
* Aclaración: el matrimonio religioso puede ser declarado nulo, es decir, se declara que nunca existió. El proceso correspondiente se llama, pues, de nulidad del matrimonio, no de anulación, porque no se anula lo que nunca existió.
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