El Buen Pescador no luce exagerado ni impaciente, sino equilibrado y sereno.
Por: Oscar Schmidt | Fuente: Catholic.net
Soy pescador, hijo de la Iglesia que me envía a atravesar los mares del mundo en busca de almas, como lo hicieron Pedro y tantos otros a través de los siglos. Orgullo del pescador, la misión recibida da una inigualable alegría que ilumina el espíritu cuando un hermano se enamora del Pescador de hombres, Jesús de Galilea.
Pero Señor, qué difícil es encontrar el equilibrio necesario para acercarse a tantas almas que requieren un trato distinto, sin que se pueda comparar a la una con la otra. ¿Qué decir a ese hombre religioso pero sin amor en su corazón? ¿Y que a aquella mujer que no te conoce ni siquiera por Tu Nombre? Sin embargo yo sé muy bien que hay reglas que debo respetar, si es que deseo no alejar a tus hijos de Tu Barca.
La regla básica es la de no espantar a nuestros hermanos, no asustarlas con una postura demasiado alejada de su entendimiento actual. Muchas veces nos presentamos como nosotros quisiéramos que ellos fueran, apasionados y convencidos de nuestro carácter de hijos de Dios. Sin embargo, si la brecha entre quienes encontramos en nuestro camino y nosotros aparece ante sus ojos como demasiado grande, hacemos imposible para ellos el siquiera pensar que se puede atravesar el foso que nos separa, y entonces se asustan y alejan.
Los santos, por siglos, han comprendido esto y tornaron sus vidas en puentes que los acercaron a las almas. Fueron flexibles, dúctiles, comprendieron a aquellos que no tenían en el alma ni el amor ni la comprensión que las cosas de Dios requieren. Por esto es que la regla básica de todo pescador de almas es la de no exagerar, ni lucir amenazador, ni demasiado lejano. Jesús mismo tenía un mensaje consistente en el contenido, pero totalmente distinto en la forma, dependiendo de si el público que lo escuchaba estaba formado en las cosas del pueblo de Israel, o si eran gentiles alejados de la religión.
La otra regla fundamental es la de la paciencia, paciencia que es entrega a Dios en la confianza de que El tenderá los puentes que unan las brechas, las falencias y las incomprensiones que encontremos en nuestro trajinar de pescadores. Muchas veces nos desesperamos porque las cosas no van tan rápido ni en la dirección que esperamos. Sin embargo, Jesús está siempre detrás de los suyos, y con Su Mano corrige y modela aquello que es fundamental a Su obra. Lo demás, lo deja seguir su propio rumbo, lo que muchas veces se torna en las cruces que El nos pone en el camino.
El buen pescador no luce exagerado ni impaciente, sino equilibrado y sereno. Se presenta de tal modo que las almas se sienten seguras de que Dios es a Quien debemos mirar en este mundo, alejándonos paso a paso de lo que no llena nuestro interior, de aquello que es simple ruido y confusión. Pero también, el buen pescador sabe cuando tiene que acelerar el ritmo y empujar a las almas a dar un paso hacia adelante, hacia la luz. Ese paso creará tensión y desaliento, pero pronto será comprendido por aquellos que están bien afirmados a la Mano del Salvador. Otros, para tristeza del pescador, se soltarán de la Barca y se alejarán nuevamente, a aguas peligrosas.
No es fácil ser pescador, porque si nos equivocamos, podemos alejar a muchas almas de tal modo que después resulte muy difícil volver a acercarlas. Es una responsabilidad muy grande que todos debemos ejercer, laicos o consagrados, porque para eso fuimos izados a la Barca de la Iglesia, para ser pescadores. Nuestra sonrisa es probablemente el arma más poderosa que Dios nos ha dado para realizar nuestra tarea, porque la alegría de estar a bordo es una de las señales que nos distinguen, ¡la alegría de ser hijos de Dios!
Hermanos, pesquemos en las aguas del mundo, las almas abundan y nos esperan. Seamos eficientes en tan grandiosa tarea que Dios nos ha encomendado, la más alta que El ha puesto en nuestra misión de vida. Cuando estemos frente al Señor, El nos preguntará por los actos de amor que dejamos como legado de nuestro paso por la vida. Y qué duda cabe de que el mayor acto de amor es el de poder mostrarle, orgullosos, a aquellos que hemos subido a bordo de la Barca de Pedro. Jesús sonreirá porque verá que hemos comprendido nuestro legado de pescadores, como El lo es, como la Iglesia lo es, como todos debemos serlo.
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