jueves, 30 de noviembre de 2017

¿Tenemos un sentido moral innato que nos ayuda a enfrentarnos a los dilemas de nuestra vida?



¿Somos una mente que tiene un cuerpo o somos un cuerpo que tiene una mente? ¿Alma y cuerpo, o cuerpo y alma? Aparentemente este tipo de preguntas son preguntas ociosas de filósofos que no tienen relevancia práctica en la vida. Sin embargo es una pregunta crucial para muchos aspectos de nuestra vida moral.


Si solo somos un cuerpo que tiene una mente, entonces caemos en el materialismo: una concepción que nos empuja al nihilismo, a la aniquilación. Desde Guillermo de Ockham, en la Edad Media, hasta el marxismo de hoy, el materialismo ha sido una filosofía destructiva, que propone la primacía de lo material sobre lo espiritual, y de lo colectivo sobre lo individual. ¿Cuál es el problema? Que las filosofías derivadas del materialismo han considerado a la persona humana nada más que un engranaje para la maquinaria, y han sido, en general, filosofías asesinas, que acabaron con millones de vidas humanas.


Por otro lado, si solo somos una mente que tiene un cuerpo, caemos en el idealismo: aquello de Descartes, “pienso, luego existo” (“pienso, y por lo tanto existo”) o, más bien, el pensamiento de que mi pensamiento crea la realidad. Y eso lleva al desprecio del cuerpo, y a considerar al alma como superlativa y al cuerpo como despreciable…





La Iglesia Católica estuvo desde el principio combatiendo errores de concepción y pensamiento similares a éstos, y basándose en la Sagrada Escritura, dirimiendo diferentes cuestiones (desde las más sencillas hasta las más complejas) con una claridad diáfana y llegando a la conclusión que somos cuerpo y alma, un compuesto en el que es tan importante el cuerpo como el alma, y el alma como el cuerpo. De esto se derivan muchísimas consecuencias, como que Dios creó al hombre bueno y el valor trascendente de cada vida humana. De allí que la Iglesia Católica haya sido siempre quien se ocupó de los abandonados, de los rechazados por la sociedad, porque siempre consideró que cada persona humana creada es un hijo predilecto de Dios, amado por el Padre desde el momento mismo de su creación y para toda la eternidad. Desde el Evangelio vemos al mismo Cristo ocupándose de los paralíticos, de los lisiados, de los leprosos, de todas aquellas personas que la sociedad rechazaba por considerarlos “impuros. Luego, a lo largo de toda la historia de la Iglesia, surgieron cientos de órdenes dedicadas al cuidado de los pobres y los desamparados, imitando la predilección del Señor por ellos.

Cuando veo videos como el que les presentamos hoy, donde se habla de las reacciones fisiológicas cerebrales, siempre me da un poco de prevención, pues presentan al funcionamiento del cerebro como el “causante” de nuestros pensamientos y sensaciones (enfoque materialista) y no como lo que es, la reacción fisiológica de la acción de nuestra alma. Existen muchísimos casos de personas con “muerte cerebral” (su cerebro no mostraba ningún tipo de actividad) y sin embargo después de esa muerte aparente, tenían recuerdos vívidos de cosas que sucedieron durante su cerebro “muerto”. Otro enfoque muy frecuente de estos videos es que “la evolución nos hizo así”. Otra concepción materialista y mecanicista de cómo las cosas llegaron a ser es la evolucionista: que una fuerza ciega nos hizo tener un cerebro que procesa emociones, sentimientos, decisiones en base a solamente transmisores neuroquímicos. 


En este video, hay dos frases que son importantísimas: la primera es la que dice el investigador de Harvard: «El ser humano posee un sentido moral innato». El hombre es “naturalmente” capaz de diferenciar el bien del mal. ¿Te acuerdas del relato del Génesis? El árbol del que no debían comer nuestros primeros padres era el árbol de “la ciencia del bien y del mal”, es decir, del conocimiento del bien y del mal. Pues parece que hoy la ciencia confirma que ese “sentido moral” es innato en los hombres, es parte de nuestra humanidad. El video lo expresa diciendo que es “la capacidad genuinamente humana de juzgar las acciones como buenas o malas”. En sentido religioso, Dios nos crea con esa capacidad. Pero también nos crea libres, es decir con la capacidad de rechazar lo bueno y hacer el mal. San Pablo dice en la carta a los Romanos: «En efecto, querer el bien lo tengo a mi alcance, mas no el realizarlo, puesto que no hago el bien que quiero, sino que obro el mal que no quiero» (Rm 7, 18-19).


Y la segunda frase importante es: «La región órbito-frontal […] es capaz de frenar los impulsos automáticos y decidir de acuerdo con los valores y normas que uno ha ido libremente decidiendo». Como el video comienza con la frase que el cerebro “registra” las decisiones morales, nos damos cuenta de que la Universidad de Navarra no cae en la trampa “mecanicista” de considerar que el cerebro es quien nos impulsa a tomar decisiones, pero sí hay un dato clave: las decisiones que tomamos libremente pueden “condicionarnos” hacia el bien o hacia el mal. Las personas que tienen lesiones en la región órbito-frontal no pueden tomar decisiones morales, pero la repetición de actos buenos o malos forman nuestros hábitos, y esos hábitos pueden condicionarnos del mismo modo: por una característica del cerebro que los neurólogos denominan neuroplasticidad, los actos repetidos forman circuitos neuronales que condicionan nuestras decisiones posteriores. Por eso los grandes santos siempre insisten en que el pecado más fácil de evitar es el primero, luego cuesta cada vez más. «Quien no vive como piensa termina pensando como vive».


¿Qué demuestra este video? Muchísimo. Primero demuestra la maravillosa complejidad del ser humano. Dios nos crea no como una máquina implacable, ni como “fantasmas en una máquina” sino que nos crea como hombres libres capaces de actos morales. Existe una “moral natural” que nos permite discernir el bien del mal, pero por nuestras propias fuerzas no podríamos optar siempre por el bien, necesitamos ser dóciles a la gracia, que es un don de Dios. En segundo lugar confirma casi por completo los presupuestos de la ascética cristiana: un acto virtuoso repetido se vuelve fácil y tiene su recompensa, incluso en términos biológicos. Por último nos enseña que la Iglesia tiene un depósito de sabiduría que el tiempo y los avances científicos confirman con precisión milimétrica: los descubrimientos científicos de los últimos años, especialmente en los ámbitos de la neurociencia y la endocrinología confirman cada vez más la sabiduría bimilenaria de la Iglesia y, por lo tanto, van descartando cada vez más también todas las herejías que la Iglesia combatió, armada con la Palabra de Dios. Es otro signo de que la Iglesia es divinamente fundada, y no una creación de los hombres.



Este video puedes usarlo en tu apostolado para mostrar la inmensa sabiduría de Dios, y cómo la ciencia confirma las verdades que la Iglesia enseña 😉



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