Publicada: 18 Nov 2017 03:01 PM PST
Saber sufrir es saber vivir
Jesucristo nos hace comprender el significado del sufrimiento. Nadie ha sufrido como él y nadie como él ha sabido enfrentar el sufrimiento y darle un sentido trascendente. Un día Karl Wuysman, escritor francés, entre la pistola y el crucifijo, escogió el crucifijo.
El hecho que Jesús hubiera sufrido como nadie, y ser Dios y Santo, muestra que el sufrimiento no es un castigo.Una prueba de que Dios no desea el sufrimiento, y no lo manda como castigo para nadie, es una señal fuerte de que el Reino de Dios ya estaba entre nosotros, eran las curaciones, los milagros, los exorcismos, etc., que Jesús hacía, es decir, las victorias sobre el mal y sobre el sufrimiento.
Algunos se preguntan: ¿si Dios existe, entonces cómo puede permitir tanta desgracia?
La respuesta católica para el problema del sufrimiento fue dada de manera clara por san Agustín († 430), y por santo Tomás de Aquino († 1274): “La existencia del mal no se debe a la falta de poder o de bondad de Dios, al contrario, él sólo permite el mal porque es suficientemente poderoso y bueno para sacar del mal un bien” (Suma Teológica I cuestión, 22, art. 2, ad 2). “En todas las cosas interviene Dios para bien de los que le aman” (Ro 2,28).
Dios, siendo perfecto, no puede ser causa del mal, luego, ésta es la propia criatura, que puede fallar, ya que no es perfecta como su Creador.
Por otro lado, el mal puede ser también el uso malo de las cosas. Un cuchillo es bueno en la mano del cocinero, pero en la mano del asesino…
El sufrimiento de la humanidad, sobretodo, es también fruto del pecado. San Pablo dijo que “el salario del pecado es la muerte” (Ro 6,23). Nuestros errores también generan sufrimientos a nuestros descendientes. Los hijos no heredan los pecados de los padres, pero pueden sufrir a causa de las consecuencias de esos pecados.
El Papa Juan Pablo II, el 11/02/1984, en la Carta Apostólica sobre el sufrimiento dijo que: “Ello es tan profundo como el hombre, precisamente porque manifiesta a su manera la profundidad propia del hombre y de algún modo la supera. El sufrimiento parece pertenecer a la trascendencia del hombre” (Salvifici Doloris, nº 2).
Para que el hombre sea “grande”, digno, noble, Dios lo hizo libre, inteligente, con sensibilidad, voluntad, memoria, etc. Dios no evita que el hombre le diga “no”, de lo contrario le quitaría su libertad, y él sería sólo un robot, una marioneta, un teledirigido. Y Dios no quiere esto.
Dios no es paternalista, es padre, no “pasa la mano por encima” de los errores de sus hijos. Esta es la ley de la justicia, quien se equivoca debe soportar las consecuencias de sus errores. “no fue Dios quien hizo la muerte ni se recrea en la destrucción de los vivientes” (Sab 1,13).
Fuente: Aleteia
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