domingo, 19 de noviembre de 2017

Lun 20 Nov Evangelio del día Trigésimo tercera semana del Tiempo Ordinario - Año Impar


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“ ¡Jesús, hijo de David, ten compasión de mí! ”
Primera lectura
Lectura del primer libro de los Macabeos 1,10-15.41-43.54-57.62-64
En aquellos días, brotó un vástago perverso: Antíoco Epifanes, hijo del rey Antíoco. Había estado en Roma como rehén, y subió al trono el año ciento treinta y siete de la era seléucida.
Por entonces hubo unos israelitas apóstatas que convencieron a muchos: «¡Vamos a hacer un pacto con las naciones vecinas, pues, desde que nos hemos aislado, nos han venido muchas desgracias!»
Gustó la propuesta, y algunos del pueblo se decidieron a ir al rey. El rey los autorizó a adoptar las costumbres paganas, y entonces, acomodándose a los usos paganos, construyeron un gimnasio en Jerusalén; disimularon la circuncisión, apostataron de la alianza santa, emparentaron con los paganos y se vendieron para hacer el mal. El rey Antíoco decretó la unidad nacional para todos los súbditos de su imperio, obligando a cada uno a abandonar su legislación particular. Todas las naciones acataron la orden del rey, e incluso muchos israelitas adoptaron la religión oficial: ofrecieron sacrificios a los ídolos y profanaron el Sábado. El día quince del mes de Casleu del año ciento cuarenta y cinco, el rey mandó poner sobre el altar un ara sacrílega, y fueron poniendo aras por todas las poblaciones judías del contorno; quemaban incienso ante las puertas de las casas y en las plazas; los libros de la Ley que encontraban, los rasgaban y echaban al fuego, al que le encontraban en casa un libro de la alianza y al que vivía de acuerdo con la Ley, lo ajusticiaban, según el decreto real. Pero hubo muchos israelitas que resistieron, haciendo el firme propósito de no comer alimentos impuros; prefirieron la muerte antes que contaminarse con aquellos alimentos y profanar la alianza santa. Y murieron. Una cólera terrible se abatió sobre Israel.

Salmo
Sal 118,53.61.134.150.155.158 R/. Dame vida, Señor, para que observe tus decretos
Sentí indignación ante los malvados,
que abandonan tu voluntad. R/.


Los lazos de los malvados me envuelven,
pero no olvido tu voluntad. R/.

Líbrame de la opresión de los hombres,
y guardaré tus decretos. R/.

Ya se acercan mis inicuos perseguidores,
están lejos de tu voluntad. R/.

La justicia está lejos de los malvados
que no buscan tus leyes. R/.

Viendo a los renegados, sentía asco,
porque no guardan tus mandatos. R/.

Evangelio del día
Lectura del santo evangelio según san Lucas 18,35-43
En aquel tiempo, cuando se acercaba Jesús a Jericó, había un ciego sentado al borde del camino, pidiendo limosna.
Al oír que pasaba gente, preguntaba qué era aquello; y le explicaron: «Pasa Jesús Nazareno.»
Entonces gritó: «¡Jesús, hijo de David, ten compasión de mí!»
Los que iban delante le regañaban para que se callara, pero él gritaba más fuerte: «¡Hijo de David, ten compasión de mí!»
Jesús se paró y mandó que se lo trajeran.
Cuando estuvo cerca, le preguntó: «¿Qué quieres que haga por ti?»
Él dijo: «Señor, que vea otra vez.»
Jesús le contestó: «Recobra la vista, tu fe te ha curado.»
En seguida recobró la vista y lo siguió glorificando a Dios. Y todo el pueblo, al ver esto, alababa a Dios.

Reflexión del Evangelio de hoy
Bartimeo
El marco de referencia del milagro de Jesús es un camino; el de Jericó hacia Jerusalén. Al pasar por allí Jesús en su última subida, le detienen los gritos de un hombre, sentado al lado, pero fuera, del camino. Se trata de Bartimeo, el hijo de Timeo, ciego. Le habían dicho que iba a pasar Jesús por allí, y, al cerciorarse de que ha llegado junto con sus discípulos, aprovecha la ocasión, no va a tener otra en su vida, de lograr la ayuda de Jesús en forma de curación. Subrayo en forma esquemática detalles de Bartimeo que me parecen importantes, encomiables e imitables.

No estaba en el camino, sino descaminado, al margen del camino; con una vida sin sentido, marginado, excluido.

Al ser llamado por Jesús, se quita y abandona el manto, indicando que quiere dejar también su condición y credencial de ciego.

Todavía sin ver, da un salto hacia Jesús cuya voz le guía, mostrando confianza total en él.

Oye dos comentarios: unos quieren que se calle y deje de “molestar” al Maestro; otros le animan diciendo: “Vete, que te llama Jesús”.

Lo determinante, lo que hace detenerse a Jesús, son sus gritos en forma de oración: “Señor, ten compasión de mi”, y “Señor, que vea”.

Ver implica una vida nueva
Bartimeo estaba ciego, excluido y marginado, pero no acabado. Hay otra forma de morirse antes de que nos llegue el último momento: sucede cuando, sentados a la vera del camino de la vida, no hacemos nada por salir de allí, no gritamos ni pedimos ayuda y nos conformamos con nuestra situación. Los deseos de ver le salvaron a Bartimeo. Puede que lo cómodo hubiera sido que no hubiera molestado a Jesús como le aconsejaban los que no buscaban su bien, pero se arriesgó, aprovechó la ocasión de su vida y acabó viendo.

Mejor dicho, acabó como un discípulo valiente y agradecido, siguiendo a Jesús por su mismo camino, sin saber todavía que aquel camino les llevaba a Jerusalén. La palabra camino en los Hechos de los Apóstoles indica la nueva comunidad creyente, la vida nueva de los creyentes en Jesús. El Evangelio no nos dice más de Bartimeo, ni hace falta. Intuimos que, al seguir a Jesús por su mismo camino, se convirtió en el modelo de todo discípulo: abrió su corazón para cambiar sus costumbres anteriores en las nuevas actitudes del Reino; y no se perdería nada de lo que Jesús decía y hacía para ir adquiriendo valores nuevos, los del Reino. Y, después de la Resurrección, se convertiría en testigo, y así viviría y moriría. Todo porque Bartimeo, haciendo caso omiso de los que le aconsejaban silencio y resignación, optó, como los niños, por gritar hasta que Jesús se fijara en él. ¡Estaba en juego su vida! Y la ganó, como todos los que se encontraron con Jesús y apostaron por él.  

  ¿Me pregunto si no habrá pasado Jesús muchas veces por el camino, a cuya vera me encontraba como Bartimeo, desaprovechando oportunidades? ¿Y me sigo preguntando si he agradecido suficientemente que Jesús, como si no hubiera pasado nada, vuelva a pasar y “repasar” por el mismo camino en mi busca?  


Fray Hermelindo Fernández Rodríguez
La Virgen del Camino

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